A quien le sirva el sayo…

En el conflicto entre Rusia y Ucrania, cañonazos en el frente, y cañonazos en la mente


El insuflado conflicto que hoy cobra vidas de ucranianos y rusos es, además, un campo para el despliegue de los más diversos pareceres. Unos, pulimentados amantes de la legalidad formal, apuran juicios las más de las veces segados acerca de los orígenes de los combates desde hace poco más de un año. Otros provechan para cargar la mano intencionada contra la “bárbara invasión” de Moscú a una “nación vecina”, a tono con la visión desfigurada y contrahecha que Washington y una vergonzante dirigencia política eurooccidental y otanista dilapidan por el mundo, para ocultar sus propias y decisivas culpas en los orígenes de tan peligroso y agrio encono.

Suman los que prefieren sopesar antecedentes y motivaciones lo más objetivamente posible, y por tanto subrayar –y a esa línea se adscribe este autor– que cuando se ponen en riesgo intereses vitales y la propia existencia de una sociedad y de todo un colectivo humano no proceden dilaciones grabadas en piedra. Con más razón cuando todos los días aquellos que de manera oportunista las agitan y proclaman resultan ser los primeros manipuladores y violadores. Con ello suscribo la máxima de que hay instantes e instancias cruciales donde la alternativa no es otra que actuar con decisión y fuerza, o dejarse apabullar y destripar en medio de la total indefensión, a expensas de legajos teóricos que el asesino arguye para matar sin resistencia.

Está claro que la convivencia es lo deseado y lo que debe respetarse, pero cuando la tuya propia no es considerada y sientes que el cañón del arma homicida roza tu sien y la de tu gente, o te dejas linchar de cuclillas y cabizbajo rezando por la salvación de tu alma, o lo menos que propinas es un manotazo que ayude a amainar el peligro de muerte. Lo hace, lo hará y lo ha hecho cualquier persona, cualquier grupo o sector, o cualquier país colocado en tan crucial y definitiva disyuntiva.

Fijar realidades

La primera de ellas ya no ofrece muchas dudas a estas alturas. La Ucrania desgajada de la extinta Unión Soviética fue muy tempranamente concebida por el añejo hegemonismo Made in USA como el monigote nazificado destinado a materializar el proyecto de debilitar a Rusia, facilitar su desmembramiento, y colocar sus restos bajo custodia y control gringos, como fuente de recursos invaluables y trampolín para el cerco a China.

Si no se cree lo dicho, revísense las manidas teorías del conservadurismo extremo norteamericano en torno al indispensable dominio sobre Eurasia como condición inexcusable para controlar el planeta, o la irrebatible no admisión por los Estados Unidos de la recuperación o surgimiento de nuevas potencias globales luego del hundimiento de la URSS.

Un propósito que, por cierto, añade entre los “competidores indeseables” a una Europa Occidental cuya domesticada dirigencia prefiere trocar sus viejas galas por los andrajos de escudero, a la vez que jugarse el bienestar y la seguridad de sus propios ciudadanos antes que decir NO al patriarca trasatlántico, que le ordena, utiliza y vapulea a su antojo, y le reserva además el triste papel de carne de cañón inmediata y desechable en un estallido militar generalizado.

Así, ellos todos, jefe y súbditos, mintieron a la Rusia de los primeros años postsoviéticos cuando le aseguraron que la OTAN no avanzaría un milímetro al Este; orquestaron, sin pudor alguno de exhibirse en las calles de Kiev junto a los estamentos fascistas, el cruento golpe de Estado que colocó a Ucrania bajo control neonazi; y santificaron el extermino de la población de origen ruso planeado por los nuevos regímenes locales, que se prolongó por ocho largos años de destrucción, muerte y sufrimientos en las regiones asediadas.

Por añadidura, volvieron a amañar su juego cuando utilizaron los acuerdos pacificadores de Minsk para intentar “adormecer” a Moscú, mientras se procuraba el rearme de la derecha ucraniana y se preparaba su ingreso en la OTAN y la Unión Europea. Era, simplemente, colocar la bomba en la puerta ajena, y dejar a los dueños de casa la única opción de dejarse volar en pedazos o salirle al paso al homicida.

No parece que la “ayuda” militar gringo-otanista podrá ser un factor que cambie el curso de la Operación Militar Especial de Rusia, ni su ulterior resonancia global. / Sputnik.

Operación inevitable

Que Rusia reaccionase era inevitable bajo las condiciones actuales de esa nación, marcadas por un reverdecer del orgullo por su larga historia y tradición de lucha, que incluye, entre otros hitos, las batallas por la formación nacional, la derrota de la invasión de Napoleón Bonaparte, la creación del primer Estado de obreros y campesinos del mundo, y el triunfo sobre la Alemania nazi en 1945, en la Gran Guerra Patria.

Una Rusia, además, proclive a los vínculos mutuamente ventajosos con todos los pueblos del planeta, defensora del derecho ajeno, contraria a la belicosidad en las relaciones globales, y opuesta por completo al dominio del mundo por grupos de poder privilegiados y autoritarios.

En cuanto al conflicto ucraniano, no es exagerado indicar que si se ha prolongado más de 12 meses no es porque Rusia no tenga capacidad militar para haberlo concluido antes. En todo caso, y muchos coinciden, es porque su misión no es hacer tierra quemada en un patio que un día fue hermano de combate y de creación de nueva sociedad, sino preservar vidas y bienes civiles y golpear únicamente sobre el enemigo en activo.

Justo por ello Washington y sus alabarderos insisten en prolongar una guerra de final anunciado. De hecho, y a tono con un informe del Instituto Kiel para la Economía Mundial, el Gobierno de Kiev ha recibido en este año de belicosidad más de 100 000 millones de dólares en apoyo militar y financiero occidental, y de esa cantidad de dinero Washington ha aportado alrededor de 51 246 millones, lo que sobrepasa la mitad del total de las entregas.

Y mientras unos generadores de entuertos hablan de no remitir armas más complicadas y peligrosas a Ucrania para “no escalar el conflicto”, se ponen de acuerdo bajo la mesa para hacerlas llegar. Es el caso de Washington recitando el verso de no proporcionar misiles de largo alcance a Kiev, y al unísono Gran Bretaña desembarcándolos y viéndolos desaparecer desde el primer minuto, a cuenta de la efectividad de las defensas rusas.

Lo cierto es que ya casi constituye un criterio generalizado que la guerra impuesta a Rusia, junto con todo al aparato de sanciones y demonización mediática, huele cada vez más a rotundo fracaso estratégico para quienes la planearon, organizaron y le dieron curso. El aire ciertamente no les alcanza para llegar todo lo lejos que soñaron. El costo de la puja es sencillamente impagable, so riesgo de salir de sus propios fuegos en calidad de inválidos, disminuidos y definitivamente más vulnerables en todos los terrenos.

La mayoría de las naciones del planeta no ha caído en la red a la que el Viejo Continente fue lanzado de cabeza por su burocracia política oficial. Y, de hecho, las derivaciones de ese balance apuntan a que la aventura ucraniana está siendo, no la derrota de Moscú, sino la ventana abierta por donde se atisba un poder acrecentado y diversificado del gigante euroasiático, y un mayor abismo entre una multipolaridad global en franco e indetenible ascenso y el desgaste notorio de las ínfulas hegemónicas, el absolutismo, el totalitarismo, el inmovilismo y el dogmatismo de quienes nunca llegarán al podio mundial en solitario.


CRÉDITO PORTADA

Washington y sus siervos midieron mal el enfrentamiento con Rusia. / RT.

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