Fidel condecora a Guillén Zelaya
Foto vanguardia.com.mx
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Alfonso Guillén Zelaya dedicó su vida a la Revolución

Fidel condecora a Guillén Zelaya
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Por Ángela Oramas Camero

Hijo de México lindo y querido, es Alfonso Guillen Zelaya uno de los 82 expedicionarios que, el 25 de noviembre de 1956, partieron desde Tuxpan en el yate Granma, comandado por Fidel Castro, con la misión de derrotar la tiranía de Fulgencio Batista en Cuba.  Zelaya –como todos le llamaban-  era el más joven del grupo, tenía 20 años de edad.

Hubo mal tiempo y la travesía, muy difícil, duró ocho días.  El desembarco, por la costa sur de Oriente, ocurrió el 2 de diciembre, a las 6:50 horas. El Granma había encallado en la punta de mangle Los Cayuelos, a dos kilómetros de la playa Las Coloradas, y entre los expedicionarios que se habían mareado se halló Zelaya, quien, pese a ello, cargó en hombros a uno de los compañeros, que corría peligro de ahogarse.

Tres días después del azaroso desembarco, en horas de la madrugada del 5 de diciembre, los expedicionarios, muy extenuados y muchos con los pies ulcerados, acamparon en un cayo de monte, al costado del cañaveral Alegría de Pío, ubicado en el municipio de Niquero y cerca de Cayo Cruz, para tras breve descanso seguir rumbo a la Sierra Maestra, según lo acordado por Fidel.

Durante la marcha por los pantanos se desprendieron de casi todo el pesado equipo, como alimentos y medicinas, y quedaron solo con lo indispensable para combatir. Hasta ese momento, el ejército batistiano no los había localizado, no obstante la numerosa cantidad de hombres bien armados que conocían la zona, incluyendo la aviación que sobrevolaba.

Precisamente fue en Alegría de Pío donde tuvieron el bautizo de fuego, pues en horas de la tarde del día mencionado fueron sorprendidos por fuerzas de la dictadura.  Los expedicionarios se dispersaron. De ellos 21 murieron, la mayoría tras haber sido prisioneros y torturados, para luego ser asesinaros y presentados como muertos en combate. Pequeños grupos pudieron escapar, algunos descendieron al llano, otros se reagruparon junto a Fidel, para más tarde crear el Ejército Rebelde. Y, entre los presos que, al cese de la matanza, fueron enviados a prisión se halló el mexicano Zelaya.

Zelaya caminaba por un terreno desconocido para él, buscando encontrar a Fidel y subir las montañas, cuando fue apresado y enviado a la cárcel de Boniato.  Frank País, jefe del Movimiento 26 de Julio en la entonces provincia de Oriente, le aconsejó que, en el juicio, ante el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba, se abstuviera de hacer declaraciones para que consiguiera la deportación. Y Zelaya le respondió con el pensamiento de José Martí de que todo hombre de honor y justicia pelea por la libertad donde quiera que la vea ofendida.  El cónsul de México lo visitó varias veces y se ofreció para hacer gestiones con miras a su repatriación o deportación.

Cuando lo conducían al juicio, Zelaya recibió una gran emoción al ver a decenas de santiagueros parados en ambos lados de la carretera con banderitas de México y Cuba. Pero su emoción ahí no terminó; también tuvo muestras de agradecimiento en el tribunal, cuando el auditorio grito “Viva Cuba, Viva México”, tras él haberle dicho al fiscal la razón por la que había venido a la Isla, siguiendo el pensamiento martiano de pelear y defender la justicia. Una vez más, Cuba y México se hermanaban en el corazón.

Zelaya resultó condenado a 6 años de encarcelamiento en la prisión del Castillo del Príncipe, en La Habana, donde permaneció 13 meses.  Allí fue visitado por la joven Anolan López, en representación del Frente Cívico de Mujeres Martianas, con quien años después crearía en Cuba una familia. Como no aceptó el indulto que gestionaba la embajada de México, Batista procedió a deportarlo por “indeseable”. Y el 17 de diciembre de 1957 salió hacia su patria.

En México se entregó en cuerpo y alma, como se dice, a la causa de Cuba, y recaudó fondos que envió al Movimiento 26 de Julio.  Para lo cual viajó a Honduras, Guatemala y El Salvador, países donde realizó múltiples trabajos, entre ellos algunas funciones de mago.

Regresa a Cuba el 2 de enero de 1959.  Dicen los compañeros que lo recibieron en el aeropuerto que en su rostro se reflejaba una inmensa alegría.  Por fin en la nación caribeña, la que tenía por segunda patria, había triunfado la Revolución y él se aprestaba a trabajar en lo que fuera para ayudar al proceso que traería beneficios al pueblo.

Fidel le otorgó el grado de capitán del Ejército Rebelde y Zelaya debió hacer grandes esfuerzos para evitar las lágrimas. Quizás en aquel momento recordó el 9 de octubre de 1955, cuando se paseaba por el bosque de Chapultepec y se detuvo para escuchar el encendido discurso que pronunciaba Fidel Castro ante un grupo. Fue aquel día cuando manifestó su intención de colaborar con el Movimiento 26 de Julio, y a finales de ese año, a través de Héctor Aldama, consiguió ir al campo de tiro Los Gamitos, donde Fidel y otros compatriotas realizaban prácticas. Horas después Zelaya le expresaba a Raúl la disposición de contribuir con los planes revolucionarios.

Por la familia mexicana y cubana de Zelaya supe de su orgullo por su  evaluación de “Buen Tirador.  Excelente resistencia física, muy disciplinado.  Algunas planchas y pasos dobles por sonrisa. Magnífico combatiente de primera línea y apto para mandar.  Reacciona rápido ante cualquier situación”.  Entonces, él solo tenía 19 años de edad.

Fidel visita al grupo donde se encontraba Zelaya; era el 20 de junio de 1956. Se percatan de que hay policías cerca y Fidel ordena a Ciro Redondo y a Zelaya que se vayan de allí. A Fidel lo detienen y al día siguiente el Servicio Secreto se llevó prisioneros a Ciro y Zelaya.  Al joven mexicano, amarrado, lo interrogaron y torturaron salvajemente, hasta hacerle perder el conocimiento, pero no le pudieron arrancar una delación.

En la conmemoración del tercer aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Veracruz, Zelaya escribe y firma el documento de su decisión de luchar por la libertad de Cuba. Y, el 25 de noviembre de 1956, es uno de los 82 expedicionarios que en el yate Granma partieron desde Tuxpan hacia Cuba, tras el sueño de fundar la Revolución.

Entre las primeras cosas que hace Zelaya a su llegada, en los inicios del proceso revolucionario, fue buscar a la joven martiana que lo había visitado en la prisión del Príncipe, de quien solo sabía el nombre.  Logró localizarla y, sin cortapisa, le hizo una declaración amorosa. Por su parte, Anolan guardaba en secreto que estaba enamorada de aquel mexicano, a quien tal vez  nunca volvería ver.  Se casaron, ella a los l7 años de edad y él a los 23. Fueron felices e inseparables y tuvieron una hija, Patricia, y dos nietos, Katia y Patricio.

En el Ejército Rebelde Zelaya desempeñó varias tareas y se sabe que sus salarios los entrega a los muchachos limpiabotas de la calle y niños necesitados en general. En 1963 pasó a trabajar con el Che en el Ministerio de Industrias y en 1967 fue nombrado asesor del Ministerio de la Industria Ligera, de donde pasó a ocupar cargos administrativos hasta que lo nombraron vicepresidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, donde hizo una admirable labor en aras de la solidaridad con diferentes países.

Su último trabajo, a partir de 1991, lo desarrolló como asesor de Relaciones Internacionales del Ministerio de Educación. Era la época del Período Especial, cuando la escasez también afectó los materiales de las escuelas.  Zelaya, en sus giras de trabajo por el exterior, logró la donación de millones de lápices para los escolares.  Asimismo, con recursos propios construyó dos parques infantiles

Zelaya era muy apreciado por sus amistades, en particular por aquellos que distinguía como sus amigos modestos y humildes. Era un hombre muy bondadoso y se caracterizaba por auxiliar a las personas necesitadas. Una vez que transitaba por la avenida del Malecón, escuchó los gritos de un adolescente que se estaba ahogando, y con la ropa y los zapatos que llevaba puestos se lanzó al mar y salvó al muchacho. Además, poseía habilidades de carpintería, plomería y mecánica.  Por eso lo mismo arreglaba un reloj que ponía zapatillas en una pila.  Disfrutaba de su colección de relojes antiguos y a todos logró poner en uso.

Muere el 22 de abril de 1994, a los 57 años de edad, en Chihuahua, México, a donde viajara para participar en un evento representando al Ministerio de Educación de Cuba.  Sus restos fueron sepultados el 25 de abril de 1994, en el Panteón de las Fuerzas Armadas del cementerio de Colón, en La Habana. Fue colocado en el patio de los internacionalistas del Museo de Chapultepec un busto en su memoria, muy cerca del de Che Guevara.

Alfonso Zelaya Alger nació Torreón, Estado de Coahuila, México, el 9 de agosto de 1936, en un campamento donde su padre prestaba servicio como ingeniero a la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Los padres, Lorenzo y Leslie, eran hondureños exiliados en México.  Ellos tuvieron diez hijos, a los que educaron en la decencia, la modestia y el sentimiento revolucionario.  Militaron en el Partido Socialista Mexicano y fueron fervientes admiradores del pensamiento de José Martí.

Los amigos de Alfonso nunca lo llamaron por su nombre, sino por Zelaya, y cuando cumplió 14 años ingresó en las filas de la Juventud Socialista Mexicana.  Su hogar era frecuentado por latinoamericanos de pensamiento progresista y solidarios de causas justas. También estableció contactos con los guerrilleros de la época y se hizo llamar Guillén Zelaya, en honor a su tío, el célebre poeta nacional de Honduras, Alfonso Guillén Zelaya.  Desde entonces, comenzó a indagar por los terribles acontecimientos de Cuba, bajo el régimen de Fulgencio Batista.

Su familia, compañeros de lucha y amistades coinciden en caracterizarlo como un genuino revolucionario, modesto, fuera del alarde y la arrogancia, dispuesto a ofrecer solidaridad, ajeno a la hipocresía y el oportunismo, que amó tanto a México como a Cuba, porque a las dos las llevó en el corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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