Ambrosio Fornet: de jit en jit

Ambrosio Fornet: de jit en jit.
Foto. /cubadebate.cu

Nacido en 1932 en Veguitas —actual provincia de Granma—, Ambrosio Fornet se formó profesionalmente entre Bayamo, Nueva York y Madrid. Había publicado en Barcelona su primer libro —A un paso del diluvio (cuentos, 1958) — cuando triunfó en Cuba la Revolución. Entonces regresó a la patria, y se radicó en La Habana. A BOHEMIA le ha ratificado lo que afirmó en otra oportunidad: recibió “la impresión —más bien el impacto— de que en el país ‘se vivía con las puertas abiertas’. Como yo venía de una familia chibasista, ortodoxa, pude haber dicho también que al fin había triunfado la vergüenza sobre el dinero”.

Su camino

En ese contexto se afianzó su vocación literaria y de utilidad social. “A principios de los 60 escribí y publiqué en revistas y suplementos literarios algunos cuentos y capítulos de novela, recogidos ahora en Yo no vi ná y otras indagaciones, cuaderno que Ediciones Bayamo presentará en la Feria”.

Pronto la narrativa dejó de ser central en su producción, pero la retomó en el cine: “Los guiones cinematográficos son una forma sui géneris de narrar. Suelo clasificarlos como cinelitura”. Aparte de escribir guiones —entre ellos el de Retrato de Teresa—, ha coordinado talleres para jóvenes aspirantes a guionistas, dentro y fuera de Cuba. Las trampas del oficio, libro reeditado hace poco, muestra su labor crítica sobre el séptimo arte.

Escritor y editor han sido inseparables. “Para mí, la actividad editorial llegó a ser una prolongación de mi oficio de escritor. Antes mi afición tenía un carácter obligatoriamente privado, que compartía con algunos amigos. Al hacerme editor —bajo la dirección, primero, del pedagogo Herminio Almendros, en la Editorial del Ministerio de Educación, y de Alejo Carpentier después, en la Editorial Nacional—, lo privado se hizo público, un claro testimonio de mi compromiso social”. Dirigió la Editorial de Arte y Literatura  entre 1964 y 1971, y fue uno de los pilares en la fragua del Instituto Cubano del Libro.

Alude a compañeros de faena cuando rememora: “Tuvimos el privilegio de ofrecer como lectura, a un público amplísimo —ya entonces nuestros libros eran los más baratos del mundo—, las obras de literatura extranjera que habíamos disfrutado como lectores y cuyo conocimiento nos parecía insoslayable en el proceso de formación de un lector culto”.

Los incontables volúmenes —en colecciones creadas o vitalizadas por él, o con su participación— nacidos de su desvelo editorial van desde dar a conocer o reforzar el conocimiento en Cuba de autores de todos los continentes, hasta revelar el escritor que hay en una figura como Máximo Gómez.

Pulsear la realidad

Mantenerse al tanto de las letras cubanas —y no solo de ellas— le ha permitido orientar directamente a numerosos escritores, y vislumbrar horizontes. De ahí su Pronóstico de los 80, que tanto incentivo y tantas sugerencias aportó: “Un pronóstico no es una adivinanza. Se hace sobre datos concretos, y aquel se basó en las primeras muestras de una narrativa que había comenzado a cuajar desde finales de los años 70 y a inicios de la década siguiente. Su clave parecía estar en el llamado punto de vista, la perspectiva en que se sitúa el narrador”.

“En nuestra generación el punto de vista lo condicionaba el contraste entre el pasado y el presente, era un ajuste de cuentas. Pero para aquel Pronóstico los más jóvenes no tenían ‘pasado’, eran puro presente, y la experiencia del presente determinó su punto de vista. En torno a 1990 no fue el relevo generacional, sino la historia misma la que impuso un descomunal ajuste de cuentas”.

“Diría que mis pronósticos y mis propios balances críticos llegaron hasta ahí. Ahora solo me atrevería a decir que la característica dominante” en los escritores y las escritoras de hoy “es la diversidad, y que en ella se percibe, como rasgo común, el centrarse en los conflictos individuales —en la vida privada de los personajes— y en la tendencia a inventariar los aspectos más sórdidos o frustrantes de la realidad. El centro no está en las costumbres, o expectativas, o dudas, o valores que ellos comparten con otros y que autorizan a hablar de colectividades o de compromiso social como lo entendíamos antes”.

Ello desafía al estudioso: “Para los lectores, la extrema diversidad puede resultar muy atractiva, tienen de dónde escoger. Para el crítico es un dolor de cabeza, porque le dificulta —a los viejos nos impide— precisar los rasgos, establecer las jerarquías y definir las tendencias del corpus literario en cada momento”.

Más allá de la página

Habla un valorador que ha dialogado con la página estudiada, y con la realidad de la que ella nace. Su exploración de los años 80, dio continuidad a preocupaciones asociadas a errores de política cultural que causaron estragos entre 1971 —año del Primer Congreso de Educación y Cultura— y 1975, cuando fue necesario disolver el Consejo Nacional de Cultura (CNC). Para tales estragos acuñó Fornet el término-concepto quinquenio gris, que acaso haya sido objeto de usos ajenos a la voluntad de su creador, y, como otros, podrá discutirse; pero se ha tornado insoslayable al valorar la Cuba de aquellos años.

“Necesitábamos un concepto que nos ayudara a definir lo ocurrido en el campo de la cultura durante la primera mitad de los años 70 —un fenómeno que empezó a incubarse a finales de la década anterior—, y creo que el de quinquenio gris resultó útil, aunque admito que simplificaba un poco las cosas, porque aquello tuvo un doble carácter: fue mediocre y discriminador”.

“Poner el énfasis en la grisura, en la mediocridad —con sus componentes: dogmatismo, esquematismo, exaltación del teque—, relegaba a un segundo plano el desplazamiento, la frustración y el ninguneo a que durante años fueron sometidos algunos compañeros valiosos. La gente de teatro —los trabajadores del gremio que apelaron— logró que el Tribunal Supremo condenase oficialmente al CNC por violación de los derechos laborales”.

La condena no fue un hecho aislado. Para erradicar aquellos errores se disolvió el CNC y se creó el Ministerio de Cultura. Y Fornet no se atasca en las calamidades: “En cuanto a la duración de aquel período, algunos colegas insisten en hablar de decenio. No comparto esa opinión, porque desde 1976 el propio Ministerio de Cultura —primero con Armando Hart, después con Abel Prieto— puso en práctica una política que afirma y desarrolla lo que defendemos en el campo de la cultura”.

Lo que debe salvarse

A quien ve la cultura en su pleno sentido, nada que se relacione con ella le es ajeno. Refiriéndose a las nuevas tecnologías, Fornet sostuvo hace años: “Lo más importante no es salvar el libro, sino al lector, cualquiera que sea el soporte del texto”. Hoy piensa “lo mismo, y quisiera añadir un adjetivo a ese lector que debemos salvar: que sea un lector activo, capaz de escoger sus lecturas y asimilar y reflexionar sobre lo que lee”.

“Como la formación de ese tipo de lector parte desde que el niño empieza a ampliar sistemáticamente su vocabulario, yo estaría dispuesto a pagar al Estado un uno por ciento adicional, de mi retiro, para el fondo salarial de aquellos maestros que cumplan su tarea sin dar un solo grito ni cometer una sola falta de ortografía”.

El derecho ganado

A propósito de su Premio Nacional de Literatura, expresa Fornet: “El ensayo no puede aspirar a un público tan amplio como la narrativa, por ejemplo. Tal vez el propio fundador del género, Montaigne, fue quien mejor definió sus límites cuando dijo que la materia con que forjaba sus textos era él mismo, sus muy personales ideas. Si es así, se cae de la mata una pregunta: ¿qué interés y qué alcance tienen tus ideas, a qué sectores del público te diriges, y con qué argumentos?”.

“La satisfacción que me produjo el Premio de Literatura tiene mucho que ver con su significado como legitimación de un género que, debido a sus múltiples vertientes, suscita algún desconcierto a la hora de poner etiquetas. Se nos plantea una crisis de identidad, criterio tal vez justificado en otras sociedades, no en la nuestra, que entre los miembros del gremio cuenta con Martí, y, en el siglo XX, con todo un linaje que va de Varona a Mañach y Marinello, e incluye a una decena de autores —Boti, Poveda, Carpentier, Lezama, Cintio Vitier…— que también fueron destacados ensayistas”.

Fornet merece especialmente que se le dedique la Feria del Libro, por sus Premios, y por lo mucho que ha contribuido al desarrollo de ese sector, y al conocimiento de su historia. Su relevante monografía El libro en Cuba. Siglos XVIII y XIX se halla en proceso de reedición. Quien tituló uno de sus volúmenes de crítica En tres y dos —alusión a la cultura beisbolera que enardece al país— se ha caracterizado por dar jits impulsores, y tiene la virtud del bateador de tacto que conecta jonrones.

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Un comentario

  1. Con la tristeza compartida por el adiós a uno de los grandes de la cultura cubana, es sin embargo un placer volver a disfrutar de este texto, bajo la prestigiosa firma de ese otro destacado intelectual y fervoroso martiano que es Luis Toledo Sande. De aquel fructífero diálogo de hace diez años resultó esta entrevista que tal parece escrita ayer, y que también mantendrá su plena vigencia en ese mañana donde seguirá presente Ambrosio Fornet, de los imprescindibles que se quedan para siempre. Gracias a los dos.

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