Apuesta por unos cherry

Aunque crecí en un pueblito cerca de Bainoa, donde el diablo dio las tres voces, nunca mostré interés por cultivar plantas, ni siquiera ornamentales, en el amplio terreno que tenía la casa. Tampoco acompañaba a mi padre a recoger los frutos de las matas de café plantadas por él en el patio, sobre todo por mi pavor a las ranas que sabía agazapadas entre aquel follaje; aunque sí solía ayudarlo después a extender bajo el sol la amplia manta de saco, sobre la cual esparcía los granos rojos que removía con delicadeza de vez en vez.

En octubre último, sin embargo, un amigo con experiencia en labrar la tierra me propuso despejar un poco mi jardín de la sábila que lo copaba para sembrar tomates cherry, llamados así por su similitud en tamaño, color y dulzor con la cereza. Yo había probado los cosechados por él en una finquita que tiene cerca de su casa, en el reparto habanero de Alamar, y la idea de tener esa exquisitez al alcance de la mano me convenció, más aún con el precio actual de la hortaliza.

Días después me trajo unas 20 posturas, las sembró en el jardín y me indicó con qué frecuencia regarlas para que se mantuvieran saludables. Cada mañana, apenas tomaba el café, salía para verlas y me alegraba comprobar cuánto progresaban.

Todo marchaba viento en popa hasta que uno de esos amaneceres noté una pequeña rama que había sido arrancada de cuajo y estaba como pisoteada. Lo primero que pensé fue que debía ser obra del gato que merodea cada noche por mi patio, cuando el aleteo de un totí posado en la reja del vecino me pareció una revelación y el pájaro se convirtió de inmediato en blanco de mis acusaciones.

Enseguida le conté lo ocurrido al amigo agricultor. “Esas son las babosas”, dijo tajante, y me sugirió que saliera al jardín, ya avanzada la noche, para sorprender al culpable (o a los culpables) en pleno festín. Y así lo hice. Cerca de las 11 eché mano a una linterna y cuando enfoqué su luz entre las matas de tomates, allí estaba el malhechor: un caracol gigante africano. El hallazgo me quitó el sueño de golpe, más aún cuando reparé en que el intruso no estaba solo, muy cerca de él estaba su prole.

¿Cómo llegó este bicho a mi jardín?, me pregunté mientras cogía unos guantes y una bolsa de nailon, en la que tiré un puñado de sal, para empezar la cacería. Unos cinco o seis caracoles colecté aquella noche. Al día siguiente desperté más temprano y arremetí contra la plaga hasta encontrar casi con lupa los más pequeños.

Después de esa batida no apareció ningún otro. Sin embargo, poco tiempo después una nueva amenaza se hizo notar en el sembrado, esta vez sobre el envés de las hojas. La causante de tales estragos, según mi profesor en la materia, era la mosca blanca, la cual se alimenta de la savia de las plantas y puede causar grandes perjuicios en esta y así afectar también la calidad del fruto.

Sin desalentarme ante esa otra zancadilla, pensé hervir las cáscaras de ajo y cebolla, y rociar esa infusión en las hojas, como alguien me había sugerido, pero mi mentor indicó que diluyera en un litro de agua una pequeña porción de un preparado que yo había comprado para mantener a raya a las hormigas y otros insectos, y fumigara las ramas con esa mezcla una vez a la semana. Por fortuna, el mejunje dio resultado y las plantas siguieron creciendo.

¡Esto de la agricultura familiar se las trae!, rumiaba yo una de esas mañanas, mientras observaba que, con la altura de las matas, algunos gajos habían empezado a doblarse. El desconocimiento sobre lo que ocurre en cada etapa del ciclo de vida de esa hortaliza me obligó a improvisar. Tenía que buscar con premura varas de madera y colocarlas cerca de las plantas (sin dañar las raíces) para que les sirvieran de guía de crecimiento, pues estas no pueden sostenerse por sí mismas. Sin pensarlo dos veces agarré cuanto palo encontré en el patio. Solo quedaron a salvo la escoba, el trapeador y el haragán, aunque el de este último estuve tentada a cogerlo, pero la advertencia de mi hijo me paró en seco: “¡Mami, sin el haragán yo no limpio la casa!”.

Desde entonces, me he vuelto experta en empalmar con cordones de zapatos o lo que aparezca varios palos pequeños, a los que luego ato cuidadosamente las ramas, muchas ya con racimos de tomaticos tiernos.

De la veintena de plantas sembradas, prosperó la mitad. Con la ilusión de que sus frutos alcancen el tamaño, el color y el sabor de los que cosecha mi amigo, he aplicado humus de lombriz al suelo para potenciar sus nutrientes, e incluso he incursionado en la elaboración de abono casero con cáscaras de huevo y de plátano secas, además de borra de café. Él, por su parte, además de humus de lombriz, utiliza estiércol de caballo como fertilizante natural; este último se lo facilita el dueño de un rocín que le cobra 10 pesos por cada saco de bosta.

Como no me convence la idea de viajar en un P11 o una gacela desde Alamar hasta el Vedado, donde vivo, con una bolsita llena de esos excrementos, estoy buscando en mi vecindario a alguien que tenga un caballo o una yegüita y me venda las heces del animal por un precio justo; es decir, por un precio de mierda, literalmente.

Entretanto, sigo cuidando con celo esta suerte de huerto en el que se ha convertido mi jardín. La labor, sin duda, requiere más dedicación (no son pocos los tutoriales que he visto en YouTube sobre el cultivo de los tomates cherry), pero a la vez resulta muy gratificante.

La cabra tira pa´l monte, dicen mis amigas cuando les cuento mis peripecias como aprendiz de horticultora. Quizás sea eso, y no el elevado precio del tomate lo que llevó a enrolarme en esta aventura. Lo cierto es que en los últimos meses me he acordado mucho más de mi padre y comprendo mejor el porque muy temprano en las mañanas salía al patio de la casa –incluso en invierno, desafiando las bajas temperaturas de la zona–, simplemente para ver sus matas de café.


Diseño de portada: Fabián Cobelo

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Un comentario

  1. Qué descripción más certera! …si los estoy viendo a los tomatitos y a sus enemigos naturales en el incesante ciclo de la vida …en esa ecuación depredador-presa.
    Me gustó mucho.
    Felicitaciones !

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