Foto. / cmhw.cu
Foto. / cmhw.cu

Aura luminosa de un cubano raigal

Evocación del reconocido maestro Enrique Núñez Rodríguez y de su valioso legado para varias generaciones


Le gustaba teclear y teclear fuerte en su invicta máquina de escribir. En ocasiones, sonreía, discretamente, tal vez sorprendido al percibir provocaciones ingeniosas que alentaban una proverbial agilidad mental.

La página en blanco nunca fue un desafío para él. Expresaba las verdades más grandes con sentido constructivo, delicadeza y precisión, sabía levantarse sobre el conocimiento de lo que decía. Sus palabras precisas, la selección cuidadosa, meditada, ayudaron a comprenderlo mejor.

Una de las caricaturas que lo perpetúa en la memoria. / Archivo de Bohemia

Mucha falta nos hace hoy el sabroso humor criollo de Enrique Núñez Rodríguez. Era espontáneo, sincero, dueño de una filosofía ajena a las pretensiones moralizantes. Estos rasgos ilustraron su carisma personal, atributo que carece de explicación: se tiene o no se tiene.

Supo evocar hechos, personajes, relatos. Lo nutrieron la sapiencia y la riqueza de anécdotas, a veces encontradas al azar.

Humorista, escritor de radio y televisión, narrador, periodista. ¿Cómo pudo multiplicarse en tantos frentes?

También tenía ese don. Con sencillez, sin vanagloriarse ni un ápice, recibió las condecoraciones de Héroe del Trabajo de la República de Cuba y el Premio Nacional de Periodismo José Martí.

Cálido, amable, franco, nos comentó en una oportunidad sobre el secreto de su buen humor: “No elaboro los chistes en un laboratorio. La existencia diaria me ofrece material suficiente para concebir las situaciones cómicas. Solo debo tener los oídos atentos. Los cubanos somos imaginativos, dicharacheros. Somos dueños del buen humor que nos caracteriza”.

Coincidimos varias veces en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba cuando él era vicepresidente de la organización y fue jurado del Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro por la obra de la vida.

Nunca dejo de consultar los apuntes que conservo de varias conversaciones. Según recuerdo, él mismo propuso: “Ante todo, me satisface destacar la instauración del reconocimiento, pues enaltece la dignidad del sector”.

Enseguida agregó: “Recordemos el bregar periodístico de Fernández de Castro, lo desarrolló desde la mesa de redacción. Fue un notable intelectual, se distinguió en el contexto de la primera vanguardia y del Grupo Minorista. Perteneció a una generación que renovó los lenguajes artísticos, defendió los valores auténticos nacionales y las tradiciones populares”.

No olvido su pasión al precisar: “Investigó mucho. Tuvo una aguda perspectiva crítica, la desplegó de manera creativa en el periodismo cultural de activo combate. Merece ser un referente vivo para jóvenes y consagrados”.

Un valioso acervo personal de Enrique Núñez Rodríguez se exhibe en la Biblioteca Nacional José Martí. / Leyva Benítez

Legado imperecedero

Al releer los libros del maestro Núñez Rodríguez emergen imágenes que denotan su arte poético. En Mi vida al desnudo, Gente que yo quise y Yo vendí mi bicicleta, entre otros, complace a lectores de diferentes generaciones.

Le fascinaban, en particular, las ventajas del humor gráfico en la comunicación: “Hace funcionar el intelecto. Es difícil olvidar una buena caricatura, su poder persuasivo es inmenso. Me han hecho varias. Así que permaneceré un tiempo largo en la memoria de la gente”.

Otro estilo en el humor gráfico. / Archivo de Bohemia

Sensible, inteligente, mantuvo activa la capacidad de observación. Ese afán de indagar influyó en la calidad de sus libretos en programas de radio y televisión.

En particular le atraían “los contenidos interesantes y las puestas atractivas. Hay que motivar la capacidad interpretativa de las personas. Las historias, los bocadillos, los conflictos, dejan huellas poderosas en la conciencia y en la imaginación.

“Cuando escribí la serie televisiva sobre Carlos Juan Finlay aprendí sobre la vida y la obra del eminente científico. Quise trasladar esa experiencia a los televidentes ávidos por conocer las esencias de personalidades valiosas”.

Sin duda, Núñez Rodríguez era un hombre curioso. “Nunca me canso de preguntar y saber más de los otros. Así revisamos nuestras actitudes y conductas. Incluso, a vivir de forma decorosa en nuestro mundo perfectible”.

Predicaba con el ejemplo. Interiorizó aquello de que “hacer es la mejor manera de decir”. Su condición de humanista y cubano raigal formó parte del “aura limpia y luminosa” que lo distinguió, según ha reconocido Abel Prieto en la Uneac.

Por estos días, y a propósito del centenario de Enrique, se le rinde homenaje en la Biblioteca Nacional José Martí, donde fotos, libros, recortes de periódicos y condecoraciones, ilustran el viaje de una vida pródiga en múltiples acontecimientos.

Creador capaz, ético, sigue fortaleciendo el imaginario memorioso de su pueblo cubano.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos