Céspedes: un “amador sin reposo”

“Te encontré sobre la tierra como el pájaro que halla su nido y el alma que halla su cielo”, le escribió el entonces presidente de la República en Armas a su querida esposa


El patricio bayamés, Francisco Castillo, que conocía las dotes de su primo y amigo, Carlos Manuel de Céspedes, en cuestiones de damas y de música, le pidió ayuda para reconciliarse con su esposa Luz Vázquez, quien se encontraba un poco distanciada de él.

El “hombre de pasiones” no se hizo esperar y muy pronto ayudó a su camarada a armonizar unos versos que José Fornaris escribió pensando en salvar a Pancho de una ruptura conyugal.

Gracias a aquella canción romántica bautizada con el nombre de La Bayamesa, el 27 de marzo de 1851, ante la ventana de su amada, en una serenata, Castillo encontró el perdón anhelado.

Quién le diría a Céspedes que, dos décadas después, estaría en similares aprietos, con la diferencia de que a él y a Ana de Quesada los separaba un destierro; ella en Nueva York y él en la manigua cubana. Entonces, tuvo que echar mano a los artilugios románticos de la palabra escrita, para salvar aquel amor recién nacido, pero truncado por las exigencias de la guerra.

Retrato de Ana de Quesada y Loynaz. / ohcamaguey.cu

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Desde el alba hasta que el sol se hace urente, Céspedes y sus mambises realizan difíciles marchas en busca de sitios estratégicos para dirigir, desde allí, la naciente República en Armas.

Aquel hombre elegante y refinado, ahora carece hasta de lo más necesario. No tiene hamaca para dormir. Ni frazada para cobijarse. No ha podido conservar el peine, tampoco la navaja para rasurarse. Se alimenta hasta de raíces. Goza de buena salud, pero no escapa a las fiebres y, con frecuencia, se enferma de los ojos o se le irritan las encías.

El escenario es desolador para el bayamés nacido el 18 de abril de 1819, pero, en medio de aquella devastación, el amante hace el tiempo para escribirle a su Anita.

La ansiedad lo carcome, no sabe si ella ha logrado embarcar hacia los Estados Unidos, y de haberlo hecho, si ha llegado a puerto seguro.

“¡Ojalá todo suceda a medida de mi deseo! (…) Adiós, mi querida Anita: no dejes de escribirme con frecuencia y quiera Dios que pronto pueda estrecharte entre mis brazos”, le escribe en carta del 23 de diciembre de 1870.

Para esa fecha, entre ellos todo marcha de maravillas. Probablemente, mejor que nunca. Viven sus bodas de papel; apenas 13 meses de sus nupcias. Sin embargo, una unión intensa, por los principios independentistas que comparten y el dolor de haber perdido a su primogénito.

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En cuanto tiene la oportunidad, toma pluma y papel, para contarle los acontecimientos más trascendentales de su vida en la manigua.

En julio recibe los primeros mensajes de su amada. A decir de él, le han causado un placer indecible, sobre todo, al enterarse que está embarazada.

“Al fin he tenido el gusto de saber que se realizaron tus sospechas y que pronto reemplazarás al malogrado y llorado Oscarito [su primer hijo]”.

Sobre los retratos que ella le ha enviado, Céspedes le comenta: “Todavía no he podido darles un solo beso; porque ni de día, ni de noche estoy solo un instante”.

“Solo te diré que te amo muchísimo y a ti solita, y que tengo más deseos de ver a mi lado al original que a los retratos, por más que estos me sirvan de algún consuelo”.

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Antes del mes de esta última correspondencia, el “amador sin reposo” le vuelve a escribir, quizás, una de las cartas más románticas, asegurándole que lleva siempre encima los retratos, cual amuleto, de modo “que no puedo perderlos sino con la vida”.

“Todos me parecen bien. Efectivamente que en algunos de los retratos has salido muy bien parecida. Yo celebro que te hallen muy linda y no me encelo; porque estoy persuadido de tus virtuosos sentimientos y por eso eres para mí la más linda de las mujeres.

“Aunque el corazón me anuncia que es eterna nuestra separación, y este es el mayor tormento que puedo soportar, tu recuerdo está siempre vivo en mi memoria y me enajena a veces la ilusión de que algún día pueda volver a oprimirte en mi seno”.

 “Yo estoy algo indispuesto: estoy de nuevo curándome los ojos; pero sobre todo mi ánimo está muy disgustado; porque me hace mucha falta tu compañía, cada día más; pues me parece han pasado ocho siglos sin verte”.

Dibujo ilustrativo de la Asamblea de Guáimaro, el 10 de abril de 1869. / cubadebate.cu

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La misiva del 18 de octubre de 1871 también es muy tierna. Él se desborda en elogios hacia ella, como mujer, cubana y patriota.

“Mi muy idolatrada esposa: he tenido la satisfacción de saber que has dado a luz con felicidad un niño y una niña; de suerte que se realizaron tus recelos, y ahora solo resta que lo tomes con paciencia (…)”.

El gallardo aprovecha para agradecerle a su hermana Conchita por la corbata que le ha dedicado y, a la distancia, bromea con su amada, sobre el tema del obsequio y los recién nacidos: “En cambio yo le regalo uno de los gemelos que has dado a luz; porque considero que, aunque tú eres fuerte para cargar a los dos juntos, mejor figura haréis ambas cada una con su ‘Presidentico’ en los brazos”.

Enterado de ciertos comentarios malintencionados en la prensa de la metrópoli sobre su vida personal, le pide a Ana: “No hagas caso de las calumnias de los españoles. Ya no hay en Cuba con quien casarse, de modo que debes confiar en mi fidelidad. No te rías al leer esto; pues ya ves que no me vendo por mejor de lo que soy y no respondo de dejar de tropezar, si me ponen piedras delante. De todos modos, ¿cómo voy a acompañarme contigo? Siempre te dejaré el mérito de la superioridad, para que puedas darme ejemplo y reprimendas.

“Juzga de todo con detenimiento, madurez y sangre fría. Si no, te expones a muchos errores y a tener que variar tus juicios con frecuencia”.

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El nuevo año continúa con silencios de un lado. Hace meses que Carlos no recibe letra de su estimada. No obstante, le escribe: “Aunque ya tú no quieres escribirme, por lo mismo lo hago yo con más frecuencia siguiendo el sistema de cuando el uno tira, el otro afloja”.

Es marzo de 1872. Meses sin recibir carta de su idolatrada. “Ocho meses de tormentos para mi corazón por todos lados, y ocho meses que son una prueba más de mi constancia”.

En comunicados posteriores, el amante esposo le solicita que, al juzgarlo, tenga en cuenta las grandes luchas de su vida, pero también el detalle de que, en esas batallas, “va saliendo siempre vencedor el sentimiento de tu amor”.

Después de cierta demora en recibir respuesta a sus mensajes, lo alcanza la lógica sensación de abandono.

“Espero me llegarán muchas cartas juntas; pero a veces me figuro que me has olvidado y no te interesas en nuestra pronta unión, ni siquiera en tener noticias mías; figuración muy dolorosa que por fortuna dura pocos instantes.

“La ausencia a veces es enemiga del amor, aunque el que bien ama tarde olvida, y así es que cada día te amo más, y fuera de mi patria, no tengo otros cuidados más vivos que tú y mis hijos”.

El cuarto mes del año le trae nostalgia de aquellos días memorables, cuatro años atrás, cuando sesionó la Asamblea Constituyente de Guáimaro. Jornada en la que el general camagüeyano Manuel de Quesada lo invitó a una comida en su casa y quedó prendido de Ana. Para entonces, la joven tenía 26 años y él, 49 abriles.

“En aquellos días memorables te encontré sobre la tierra como el pájaro que halla su nido y el alma que halla su cielo”.

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¡Al fin, noticias de Ana! Abril le regala letras de su esposa escritas desde febrero.

Él suspira. El silencio de su amada guardaba relación con irregularidades en el correo y meses de convalecencia por secuelas del parto. Vuelve entonces ese diálogo diáfano y de complicidad con su compañera.

“Por mi parte te aseguro que he recibido tanta pena que no volverás a verte en igual caso, si es que tú por la tuya absolutamente no te empeñas en la repetición de la gracia [quedar embarazada], en cuyo extremo será forzoso darte gusto”.

Gloria de los Dolores y Carlos Manuel de Céspedes: los hijos gemelos de Céspedes y Ana. / juventudrebelde.cu

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Mayo le devuelve sonrisas, pero junio lo golpea con la mudez de su idolatrada, a quien invita a creer en su amor.

“Si estás intranquila, porque te figuras que yo puedo dejar de ocuparme de ti y de mis adorados niñitos, deja de estarlo y vive convencida de que la patria no me exige ese sacrificio, y que no hay otra cosa en el mundo que tenga en mí ese poder desde que tus virtudes y lo buena que has sido conmigo, me han hecho amarte profunda y sinceramente y desear hacer tu felicidad aún a costa de la mía, si necesario fuera; que no lo es, porque yo sería dichoso con ver que tú lo eras.

“Es cierto que somos de frágil barro, y no siempre podemos dominar nuestros impulsos; pero yo estoy haciendo un estudio muy cuidadoso de mi carácter y pasiones para que, si algún día el cielo me concede la gloria de estar a tu lado, no tengas nada que sentir de mí por ningún paso que voluntariamente dé a disgusto tuyo bajo cualquier concepto”, le asegura.

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Si algo debemos aprender los enamorados de este romántico irremediable es su constancia por mantener viva esa cofradía conyugal, a pesar de la distancia geográfica y las duras condiciones de la guerra.

Con proverbial madurez le escribe en septiembre de 1872: “Bien considero que tus cartas andarán extraviadas y que tal vez las reciba luego todas juntas (…) Mas sea lo que fuere, tengo gusto en escribirte mis largas cartas hasta que te mueva a contestarme, o reciba tus anteriores letras, o me desengañe de que alguna nueva desgracia ha venido a probar con más fuerza mi constancia”.

A pesar del silencio de la joven camagüeyana, él la hace partícipe hasta de los detalles más simples: “Con los exquisitos mangos te recuerdo mucho”.

Las palabras son su desahogo espiritual, al comentarle: “Cumplieron en este mes un año nuestros queridos hijos y aún no los he conocido. ¡Ay! Tal vez no los conoceré nunca. También hizo veinte meses que no te veo. En esa eternidad, ¡cuántos dolores!”. 

“Es cierto que no hay sacrificio comparable con el de vivir separado de ti y de las prendas de nuestro amor; pero cuando veo tantos cubanos olvidados de su patria; me avergüenzo y afirmo más en mi juramento para que algún día pueda decirse que Cuba ha producido siquiera un hombre digno. ¿No es verdad que tú participas de esos mismos sentimientos y que no me haces un crimen de tenerte sola, en el destierro, con familia y sin recursos?”.

Casa natal de Céspedes, en Bayamo. / Ismael Francisco

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Suele pasar meses sin recibir cartas de su “adorado tormento”, así la llama. No obstante, en noviembre de 1873 recibe una misiva en la cual ella le insinúa que se siente traicionada. El “amador sin reposo” insiste en disipar sus temores.

“Yo te amo cada día con más fe, con mayor intensidad; no puedo ser feliz sino a tu lado; adoro a nuestros hijitos; deseo para ellos un porvenir dichoso, y si es cierto que soy hombre y sujeto a todas las flaquezas humanas, podré cometer un desliz en cualquier sentido, no lo es menos que nunca tendré una * [se infiere la palabra amante] te lo juro.

 “Yo sufriré las consecuencias de mis faltas; porque estas jamás deben pesar sobre los inocentes sino sobre los culpables; pero cuándo se habrá visto un hombre que esté más pronto a repararlas o enmendarlas que yo. Infórmate con astucia de los cubanos. Ahí va Betancourt: él te dirá la vida que yo hago. ¿Sabes la de los monjes de la Tebaida? Esa es la mía”.

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A mediados de 1873, el caballero bayamés responde de forma categórica a ciertos reclamos de su esposa. “Desde el 3 de noviembre de 1869 [víspera de su boda con Ana] hice mi elección y ya sabes que ‘ni miento, ni me arrepiento’. No tengo que volverla a hacer hoy”.

“En cuanto a mí, tengo mi conciencia tranquila y desprecio esas calumnias. He cumplido con mi deber. Mi conducta está a la expectación pública. No juego, no me embriago, no ‘enamoro’, ni siquiera paseo. Trabajo sin descansar por Cuba: no puedo asegurar que lo hago con acierto, pero es con buena fe. No robo. No mato. No violo. No hago intencionalmente agravios a nadie… Más no puedo hacer: no soy santo.

 “No te inquietes: confía en mí. A todo iré poniendo remedio con el tiempo y la prudencia. Si algún día vuelves a unirte conmigo (que, aunque lo dude, lo deseo) verás que no soy el mismo respecto a ciertas faltas. Creo que las he corregido y nada me domina. Cerca de tres años de prueba, me han convencido de que la * [se infiere la palabra fidelidad] es posible. ¿No es este un gran paso de por sí?

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Un padre ante otro, en el Parque de Bayamo. / Ismael Francisco

Advertido por su sapiencia de una posible deposición, a inicios del nuevo calendario, el futuro con Ana, resulta un sueño más alcanzable.

Manejan la posibilidad de que ella venga a Cuba. A decir de él, su compañía y la de sus hijitos disiparía todas las penas, pero… “¡Ay! Es imposible entregarse a esas ilusiones… Los riesgos son incalculables… No, amiga mía, a esta perspectiva mi corazón de padre y de cubano se sobrepone a mis anhelos de esposo y amante. Solo te ruego en pago de esa abnegación que creas que me es sumamente doloroso estar separado de vosotros”, le ruega.

Cree más prudente esperar el autorizo legal para salir de la Patria. Ya la presidencia de la República en Armas no lo ata. “Antes que ese puesto, hoy vergonzoso, miro con placer la perspectiva de servir con mi trabajo honrado en un país libre. Si a eso se añade la risueña esperanza de acabar mis días junto a ti y mis hijitos; si puedo lisonjearme de que tu amor me cree horas de placer y dicha purísimas, constantes e inalterables, pagando al que nunca he dejado de sentir por ti”.

Solo cuatro días antes de su muerte, el 23 de febrero de 1874, le devela a Ana el sentimiento más genuino de su corazón: “En vuestro seno descansaré de las tormentas de las pasiones fuertes y podré tal vez dormirme en el seno de los justos. ¿No es este el prospecto que me brindas? Yo lo acepto.

“Dale un millón de besos a mis adorados hijitos. Y mientras otra cosa dispone la fortuna, mi vida es tuya”.

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Fuentes consultadas

El libro Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa Ana de Quesada, del Instituto de Historia, La Habana, 1964.

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