Boxeo femenino: la reivindicación de un derecho

La pasada semana un anuncio colmó las plataformas mediáticas en nuestro país: se oficializó en Cuba la práctica del boxeo femenino; un anhelo de décadas que se asumía underground o, como decimos en Cuba, “por la izquierda”, a pesar de los reclamos de mujeres que estaban decididas a boxear.

El tema y los reclamos no son nuevos. Hace justamente diez años, en los Juegos Olímpicos de Londres, se permitió por primera vez que las mujeres compitieran en ese deporte bajo los cinco aros. Aunque puede considerarse un avance en materia de igualdad de oportunidades, el conflicto tomó un camino inesperado: la Asociación Internacional de Boxeo sugirió que las boxeadoras usaran una falda y no un short, para distinguirlas de los hombres.

Y claro que muchas se ofendieron, entre ellas, la campeona británica de peso ligero, Natasha Jonas, quien protestó diciendo que ese tipo de vestuario “no era práctico y que los únicos que querían ver mujeres vestidas con falda en el ring eran los hombres”.

Finalmente, el sentido común triunfó y su uso no fue obligatorio, pero ese detalle, aparentemente banal, mostró la pervivencia de tabúes, subvaloraciones y segregaciones a que nos enfrentamos las mujeres en cualquier parte del mundo. Incluso rompiendo esquemas, los esquemáticos seguirían siendo lo que son.

En Londres 2012 no hubo presencia femenina del boxeo cubano, prohibido sin explicaciones convincentes hasta hace solo unos días. Recuerdo que el propio Alcides Sagarra, padre de tantas coronas olímpicas entre los hombres, había hecho un swing contra los tabúes al apuntar que las mujeres cubanas tenían “derecho a boxear”. Pero fue ahora que “se hizo la luz”, según los especialistas, bajo el influjo del Programa de Adelanto de las Mujeres y el nuevo Código de las Familias.

No olvidemos tampoco que Cuba fue el primer país en firmar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Sin embargo, nuestras boxeadoras subían a un “ring ilegal” y veían cómo otras en el mundo ganaban medallas que, a lo mejor, las nuestras podían merecer.

La defensa de la femineidad, la supuesta debilidad de su organismo para “ciertas” actividades o el hecho de que las estaban cuidando, eran pretextos esgrimidos contra la decisión de una mujer de no practicar gimnasia, natación, taekwondo o lucha, sino boxeo, porque es su elección y su derecho.

“No es disciplina para mujeres”, me dijo una vez un periodista deportivo al conversar sobre el tema y, hace muy poco, en una conversación informal, un dirigente del sector en La Habana me confesó que él no se oponía a la decisión, pero que no termina de gustarle que las mujeres se enfrenten a golpes.

Mas, si es cuestión de gustos ¿por qué interferir en la elección de una mujer que sabe lo que quiere y tiene derecho a desarrollarse en ello? ¿No es acaso soberanamente machista que un hombre pueda decidir si una mujer boxea o no? ¿Y acaso es saludable, honorable, divertido o normal que dos hombres se líen a puñetazos por una medalla? Ah, pero dos mujeres no pueden, porque son mujeres, ¿no?

Para los que las quieren “cuidar”, un dato: en el último mundial boxístico para damas no se produjo ninguna lesión, nocaut o RSC (Réferi Detiene el Combate, por sus siglas en inglés), según dijo en conferencia de prensa el presidente de la Federación Cubana de Boxeo y comisionado nacional, Alberto Puig de la Barca.

Si lo que se quiere es cuidar a una mujer boxeadora, entonces hay que ayudarla a entrenar, darle implementos adecuados, garantizarle condiciones, preocuparse por ella, dejarla ser feliz con lo que hace y con lo que quiere ser.

Las medallas van a llegar porque en Cuba hay mucho talento y experiencia técnica en un deporte en el que somos un referente en el mundo. Pero no se trata solo de preseas. Este es, primero que todo, un derecho conquistado, otro nocao al machismo, un RSC a los prejuicios de años y años. Así que otra vez las mujeres estamos en el podio de los derechos y de ahí nadie nos debe bajar.

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