Brasil: cuarta víctima de una derecha fascista en América Latina

El gigante sudamericano se resintió el pasado 8 de enero. Los violentos y agresivos sucesos fueron orquestados y preparados por esa ultraderecha latinoamericana que asegura no tener límites


Era casi evidente que Jair Bolsonaro no aceptaría tan fácilmente su derrota. Su representación teatral antes de huir del país, dos días antes de la toma de posesión de Luis Inacio Lula Da Silva, fue un claro mensaje de que algo tramaba.

Y lo hizo. Instigó y pagó a sus partidarios de esa derecha radical, neofascista o neonazi. Esos que, desde el mismo día de las elecciones, el 30 de octubre pasado, organizaron bloqueos de carretera, secuestraron a líderes sociales, golpearon la puerta de los cuarteles y acusaron públicamente de cobardes a los militares por no “rescatar al país” de las “garras del comunismo”.

Claros fueron los indicios de que Bolsonaro y sus secuaces apostaban a un golpe militar. El expresidente repitió el mismo “programa” de su más fiel paradigma Donald Trump, cuando este, en enero de 2021, instigó a sus radicales partidarios a tomar la sede del Capitolio de Washington.

Antes de partir, en una transmisión a través de las redes sociales, lloró y, entre líneas, azuzó a sus seguidores situados frente a las sedes militares en Brasilia y otras ciudades a impedir el regreso de Lula al poder.

“El mundo no se acabará el 1° de enero. Tenemos un gran futuro por delante. Se pierden batallas, pero no perderemos guerras”, dijo alentando a la revuelta.

No colapsó el planeta el primer día de 2023, pero sí Brasil se resintió una semana después.

“Algunos deben estar criticándome, diciendo que podría haber hecho esto o aquello [] No puedo hacer algo que no sea bien hecho, sin que los efectos colaterales sean demasiado dañinos”, justificó entonces el exmandatario.

Por si fuera poco, en medio de la revuelta provocada por él y con las múltiples condenas a su actuar –sobre todo las del propio Lula–, apareció el día posterior en un hospital de la Florida, aquejado de un “intenso dolor abdominal”. El colmo de la cara dura.

Antes, el propio domingo, solo se limitó a repudiar tibiamente “las acusaciones, sin pruebas” –dijo– que le atribuyó el actual jefe del Ejecutivo de Brasil. 

Luego continuó con una lista de lo que considera méritos de su administración y, para sorpresa de sus seguidores, criticó la violencia de la turba en un intento de desmarcarse de los sucesos. “Las manifestaciones pacíficas, en forma de ley, son parte de la democracia. Sin embargo, las depredaciones e invasiones de edificios públicos como las ocurridas hoy, así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, escapan a la regla”, apuntó.

No era preciso que diera la orden: ya lo hizo el 30 de diciembre, en su momento histriónico antes de tomar rumbo a su guarida, en el norte del continente.

Los bolsonaristas asaltaron las sedes de instituciones estatales en Brasilia con la anuencia de su líder y oligarcas derechistas. / globo.com

Sí hubo un intento de golpe

El nítido intento de golpe estuvo precedido por varias manifestaciones violentas que anunciaban una escalada de acciones. El escenario estaba montado desde el 5 de enero para convocar a la toma de los tres poderes gubernamentales: Palacio de Planalto, el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal.

Todos los detalles ultimados, las redes sociales encendidas llamando a la acción y dándole un carácter masivo a los actos vandálicos. Aprovecharon los vándalos, incluso, la ausencia de Lula de Brasilia.

Con la consigna “intervención militar” y “S.O.S FFAA” llamaron a los militares a tomar la delantera en el movimiento.

No lo hizo el Ejército, pero son claras las imágenes que circulan en redes sociales y muestran a la Policía impávida, sin ofrecer resistencia y hasta “guiando” a los manifestantes a las puertas de los edificios estatales.

Sobre este tema el presidente de Brasil alertó poco después de que hubo “algún tipo de incompetencia, de falta de voluntad de las autoridades que cuidan de la seguridad pública del distrito federal”.

Lula aseguró que las fuerzas del orden involucradas “no quedarán impunes porque no generan confianza a la sociedad brasileña. Hay que garantizar que eso no vuelva a suceder en Brasil, que sean castigados de forma ejemplar para que nadie más ose jugar con la bandera nacional, cargarla en las espaldas para ir a romper las instituciones brasileñas. Eso nunca había pasado en este país. Ni en la lucha armada en los años 70 sucedió que un grupo fuese a hacer ese desorden en el Palacio, la Corte y el Congreso”.

Las investigaciones se iniciaron pocas horas después. Están detenidas casi 1 500 personas: los responsables de la turba, quienes ejecutaron los destrozos en los edificios, los que pagaron los autobuses de los manifestantes y su comida; incluso se indaga la participación de cualquier miembro del Gobierno federal.

Esa turba neofascista contó con respaldo financiero del empresariado leal a Bolsonaro, su apoyo expreso, la connivencia de distintas fuerzas policiales y, además, estaba armada.

Aunque para entrar en la sede gubernamental utilizaron palos, piedras, picos y su propio instinto criminal, ya dentro robaron armas de fuego guardadas en el Gabinete de Seguridad Institucional, en el Palacio de Planalto.

El ministro de Comunicación Social, Paulo Pimenta, mostró en un vídeo dos estuches vacíos de armas de fuego. Se llevaron armas, municiones y documentos. Los vándalos tenían información de lo que se guardaba en ese despacho, aseguró Pimienta.

Destrozaron todo lo que encontraron a su paso. Una de sus víctimas fue un cuadro del célebre pintor carioca Di Cavalcanti, cortado a cuchillazos.

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El papel protagónico de las redes sociales

Los bolsonaristas, hábiles agitadores en redes sociales, venían comunicándose entre ellos desde semanas atrás.

“!!!Vamos Brasil!!!”, “Caaargaaa”, “No salgan de allá hasta que se caiga todo” fueron mensajes que estuvieron circulando durante todo el domingo, mientras Brasilia se estremecía.

Los mensajes, que no fueron detectados por los servicios de inteligencia, circularon en código y bajo convocatorias falsas. Se usó la expresión Festa da Selma (Fiesta de Selma, en traducción literal al español), la cual alude al deber militar.

Con este símbolo llamaron a irrumpir en Planalto, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal.

Según una investigación exclusiva de la web brasileña Agência Pública, el código se usó libremente desde días antes por los partidarios de Bolsonaro en redes sociales abiertas.

De tal modo, la frase Festa da Selma llegó a ser utilizada junto con el hashtag #BrazilianSpring (#PrimaveraBrasileña, en inglés).

Esta última expresión la lanzó Steve Bannon, exestratega de Donald Trump, poco después de la derrota de Jair Bolsonaro en las presidenciales.

El término de Bannon corresponde a una apropiación de los movimientos a favor de la democracia en los países árabes, y fue compartido por él para plantear falsas dudas sobre el sistema electoral brasileño y justificar los bloqueos que ocurrían en diversas carreteras del país por parte de bolsonaristas descontentos con el resultado electoral.

A partir del jueves 5 de enero Festa da Selma pasó a ser aún más utilizado en Twitter, en compañía de videos cargados de seguidores de Bolsonaro para coordinar los ataques.

Otros de los mensajes pedían a los golpistas cumplir con ciertas “normas” antes de entrar en Planalto. No atacar en grupos pequeños y asegurarse de que haya suficiente gente para invadir todos los espacios, sugerían.

“¡Nadie entra ni sale! O sea, quien estuviera adentro no podrá salir, no importa si es aliado o no, nadie saldrá después de la toma de los tres poderes”, o “Quienes no puedan ir a Brasilia deben ir a las alcaldías, ayuntamientos, sedes de los gobernadores de cada Estado y deben entrar todos juntos”, eran otros de los acápites que la turba organizada debía cumplir.

Imponente multitud de vándalos. / globo.com

Analogías capitolio de Washington-Planalto en Brasilia

Los hechos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington tuvieron su remake exacto dos años después en Brasilia.

En ambos casos, los manifestantes tomaron los edificios institucionales por la fuerza, dejando a su paso un enorme rastro de destrucción.

Se abrieron paso destrozando ventanas, forzando puertas y, como ocurrió en el Capitolio, multitud de videos en redes sociales mostraron cómo algunos de los protagonistas se llevaban “trofeos” del Congreso brasileño.

La narrativa fue también la misma. Tanto los seguidores de Donald Trump como los de Jair Bolsonaro están convencidos, sin prueba alguna, de que se cometió fraude en las elecciones que sus candidatos perdieron y ellos, por tanto, deben “luchar para enmendar esa injusticia”.

Ambos asaltos se produjeron poco tiempo después de las elecciones en las que sus aspirantes fueron derrotados.

La diferencia radica en que Trump aún era Presidente y Lula asumió el mando una semana antes de los hechos.

Incluso, muchos de los asaltantes en Brasilia vistieron disfraces similares a los de la turba estadounidense.

En Latinoamérica, la derecha ataca. ¡Cuidado!

Se aplica la misma receta ya tantas veces repetida en América Latina. Por ello, no obstante haber decretado la intervención federal en el Distrito Federal (DF) –aprobada luego por el Congreso– y prometer buscar bajo las piedras a los terroristas para juzgarlos con mano dura, Lula requerirá de mucha habilidad política, inteligencia y fuerza, para tomar decisiones difíciles y hacer frente a encendidos debates.

Fue esta la tercera sacudida que padecen gobiernos nacionalistas y progresistas resurgidos en América Latina en los últimos tiempos.

El pasado 7 de diciembre, la derecha oligárquica peruana, contra todo indicio de respeto a la democracia y a la legalidad, lanzó un golpe de Estado contra el legítimo presidente Pedro Castillo e impuso en su lugar a Dina Boluarte, personaje completamente dominado por la clase pudiente.

Las manifestaciones de campesinos, obreros y estudiantes se desataron inmediatamente contra el golpe derechista que mantienen en vilo a esa nación, con saldo de 45 personas asesinadas por la fuerte represión lanzada por el régimen usurpador.

En Bolivia, en la provincia de Santa Cruz, se generó un nuevo intento de golpe de Estado, liderado por el Gobernador de ese departamento, Luis Fernando Camacho, el mismo que ideó, orquestó y dirigió el artilugio fascista que sacó a Evo Morales del poder en 2019.

Aunque Camacho está actualmente en prisión, sus aliados siguen en las calles y no está a salvo el Gobierno de Luis Arce.

Argentina, y en especial la vicepresidenta Cristina Fernández, no se salva de esta oleada de los últimos meses. Un intento de magnicidio en su contra y seis años de cárcel dictados contra ella por un tribunal farsante intentan alejarla de la escena izquierdista de América Latina y de la política de su país.

Estos sucesos no son espontáneos; están bien preparados y diseñados por unas fuerzas de derecha que hoy se asoman con rasgos fascistas.

Con este último episodio de Brasilia, el decano de las fuerzas de izquierdas en América Latina está ahora en una cuerda floja. Lula deberá armar con agudeza todos los destrozos que dejó y provocó Bolsonaro. Se enfrenta a un enemigo poderoso, pero Lula sabe hacia dónde y cómo dirigirse. No basta con el imprescindible repudio o la necesaria condena.

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