Centenario de Naborí: Los cien septiembres del Rey de la Décima Cubana

Exergo: «Sus décimas poseen una sonoridad desembarazada y gallarda con las que llega a lo más criollo y más campesino de nuestra tierra (…)» (Juan Marinello).

«Las nanas con que mi madre, María Ruiz Llerena, me dormía, eran décimas guajiras, y mi padre, Eduardo Orta Amador, las cantaba pastoreando el ganado», nos dijo Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, el primero de septiembre de 1992 en la sala de su casa, muy cerca de la esquina de 15 y 16, en el Vedado habanero, mientras Eloína, su esposa, nos servía un insuperable té, hecho con mucho más cariño que candela.

Hoy lo cuento con la emoción de recordar que frente a mí, con la sencillez y la sinceridad que caracterizaba al Poeta que solo tres años más tarde recibiría el merecido Premio Nacional de Literatura de 1995, me decía: «Luisito, esto que ahora nos brinda Eloína es un néctar venido del Paraíso», y sonreía con la mayor modestia del mundo, porque seguramente se sentía convencido de que me iba a contar su historia, sin creer que valía la pena su vida y su obra.

Sin embargo, era un hombre especial, uno de los más importantes poetas decimistas del siglo XX, el Cucalambé de nuestra época, el Lorca de la décima guajira, en ese instante de nuestra entrevista a punto de cumplir entonces 70 septiembres.

—¿Cómo se siente usted a las puertas de su cumpleaños?, le preguntamos.

—«Chico, contento de mi pueblo», me respondió, hizo una pausa y probó un sorbo del Edén.

—Entonces dígame ahora cómo comenzó su mundo poético con la décima en la mano.

—¡Ah, ¿te refieres a mi oficio celestial de Poeta guajiro que cayó en paracaída en el Vedado capitalino?

—Si usted lo califica de ese modo, tiene que ser verdad, le dije.

—Pues mira, en el vecindario campesino donde nací, allá en la finca Los Zapotes, de San Miguel del Padrón, entonces tierra guanabacoense, no había otra fiesta que el guateque, donde siempre se decían décimas. Y a los nueve años yo improvisaba y cantaba al pie de un laúd por aquellos campos ahora, en este 1992 habanero, en gran parte urbanizados.

En 1939, Naborí era un repentista destacado en la radio. Un día se presentó en la emisora El Progreso Cubano, hoy Radio Progreso, al espacio La Corte Guajira del Arte. Entró allí fortuitamente y sustituyó a un improvisador que faltaba.

—Dije que me llamaba el Indio Naborí, como nombraban al aborigen que trabajaba la tierra. Causó sensación mi seudónimo. Lo hice por admirar a esa raza primitiva, y por pudor, para que mi padre no se entera, pero me escuchó por el único radio del barrio rural cuando aquello. Me contó que había oído a un guajirito de piel de noche, viejo repentista: “De lo más bonito que lo hizo, ¡ese sí es Poeta!, afirmó”.

—El Premio fue un traje de la sastrería El Gallo y cinco pesos. Estos se los di a mi padre, que bien le vinieron, diciéndole que el decimista que había escuchado era yo. No lo creía. Se puso muy contento cuando se lo confirmé.

Citaron a Naborí para el domingo siguiente, a la eliminación de eliminaciones, donde ganó y lo contrataron, con 25 pesos al mes, como “artista exclusivo”. Eran famosos repentistas en ese momento Justo Vega, Pedro Guerra, José Marichal y otros.

—Cuando  yo tenía 17 años nos desalojaron de la casa porque los dueños de fincas vendieron esas tierras a empresas urbanizadoras y muchos guayabales de la zona se hicieron repartos.

—Tuvimos los muebles debajo de una ceiba un día entero, hasta que un hombre generoso nos brindó su vivienda del reparto Juanelo, a medio hacer. Por esos tiempos apareció en La Habana el dirigente campesino y marxista Románico Cordero, que estaba organizando la Asociación Nacional Campesina. Los desalojados se le quejaron, pero ya las fincas estaban vendidas.

Románico le dijo: “Naborí, tu venganza contra el latifundio está en tu propio canto” y le pidió que lo acompañara en su recorrido para constituir aquella asociación precursora indiscutible de la ANAP.

Fue Govea uno de los primeros sitios que visitó y allí conoció a Angelito Valiente, que no se presentaba en la radio aún, pero era conocido ya en toda esa zona. Cantaron juntos la desdicha y el dolor del campesino y despertaron mucha simpatía. Ya la espinela naboriana tenía un buen filo revolucionario. Tocaba el laúd Alfredo Hernández, ya jubiliado en el instante de nuestro encuentro, quien poseía uno que le regaló Románico cuando en una de aquellas actividades el suyo se le mojó.

“Te lo doy, Alfredo, para que acompañes a Naborí”, le sugirió. Y una de las décimas que cantó el autor de Viajera peninsular fue esta:

¿Quién es ese monstruo impío / que al guajiro inmoviliza, / que la tierra esteriliza / y lleva el hambre al bohío? / -Latifundio, poderío / usurpando a la natura, / bajo cuya mano dura / al pobre no corresponde / ni un metro de tierra donde / cavarse la sepultura.

En lo adelante, cantó Naborí con los hermanos Pedro Guerra, en Majana, en Campo Florido y en Jaruco; con Gustavo Tacoronte; en Tapaste; en algunos guateques promovidos por el médico comunista Felo Echezarreta, organizador del Partido Socialista Popular (PSP) en San José de Las Lajas y el propio Tapaste.

En Güines conoció Naborí a Francisco Riverón Hernández y estuvo con el dirigente campesino Eladio Henríquez. A partir de 1950, en Quivicán, comenzó a colaborar tanto con jóvenes de la generación del Centenario del natalicio de Martí, como con el PSP. Y colaboró con el periódico Son los mismos, donde escribían Fidel Castro Ruz, Raúl Gómez García, Abel Santamaría y Jesús Montané Oropesa. Tenía una sección fija allí, se llamaba De la entraña del surco.

Recitando, cantando o hablando en actos siguió vinculado al Movimiento, para atraer público, recaudar fondos y estimular la lucha con el verso y el canto patrióticos.

El 28 de enero de 1955, cuando Fidel estaba en el Presidio Modelo, en la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, Naborí y Angelito Valiente cantaron en el liceo José Martí, de Quivicán. Angelito mencionó en sus versos la muerte del Apóstol en Dos Ríos y le dio pie al Indio para improvisar:

Martí no murió, Martí / volvió a vivir en Oriente, / le relampagueó la frente / y tornó a ser un mambí. / Lo vemos cerca de aquí / trazando nuevos caminos / y aunque crean los mezquinos / que se ha reducido a hueso, / aseguro que está preso / de nuevo en Isla de Pinos.

Estábamos frente a la guarida de la Guardia Rural. Aparecieron los soldados con un teniente. Angelito pudo irse, audazmente, por el fondo del liceo. A mí me llevaron para el cuartel. Todo el público pidió  agritos que me soltaran, lo que se logró por la tremenda presión popular. El teniente me dijo que no fuera más por allí. El auto en el que salimos lo manejaba el poeta Villarejo Chanito Isidrón. Fue un escándalo del que aún se habla.

También Naborí cantó en otros rincones como en Bejucal, el 9 de marzo de 1956. Asistieron al acto Ñico López, Gerardo Abreu (Fontán), Eduardo Reyes, Manuel Jiménez (dirigente del Movimiento allí), el capitán Fleites, otro revolucionario del lugar, y la valiente estudiante universitaria María Laborde, que recitaba poemas políticos y falleció después de 1959. Se recaudaron más de 500 pesos y uno de estos combatientes los llevó para México.

No recuerda el texto de las décimas, pero cantó sobre Martí y habló de cómo centavo a centavo el Maestro fue haciendo, junto a los tabaqueros de Tampa, el Sol de la libertad.

—¿Mis décimas más queridas? Las que dediqué a la muerte de Noel, mi hijo de cuatro años, bajo el título de La Fuga del ángel. Comienzan así:

¿A dónde fuiste, ángel mío, / en tu última travesura? / Tal vez quiso la ternura / mudarse para el rocío. / Te fuiste como en el río / un pétalo de alelí; / y has dejado tras de ti, / una estela de cariño, / recuerdo que como un niño/ sin cuerpo va junto a mí.

—Dábamos competencias en toda La Habana. Y en un momento de gran abandono oficial, el pueblo ayudaba a los trovadores que subsistieron por eso. Los había que cantaban de cantina en cantina, de café en café, poetas errantes como Agustín Pérez Calderón, de Aguacate, y Martín Silveira, de Wajay, por ejemplo,  en cierta medida ignorados y olvidados. ¿El alma de mi décima? El sentimiento. Martí dijo que «de la grandeza se pueden hacer versos, solo del sentimiento se hace poesía». Siempre que he cantado he procurado hacerlo conmovido por algo. ¿Los mejores poetas?  Son muchos y nombrar a unos cuantos sería discriminar a los demás injustamente. ¿Mi mayor alegría poética? Poder expresar precisamente  un sentimiento en forma cabal; y la tristeza más grande como poeta es que el intento se me frustre.

Para Elo —su querida y noble esposa Eloína Pérez— y porque él ya no aprecia bien los colores, pero recuerda que a los dos han gustado siempre las violetas, dedicó su décima más reciente, hasta nuestra entrevista inédita, Madrigal de la neblina:

No hay iris, se difumina / el color de las violetas / y convivo con siluetas / en un mundo de neblina. / Una mujer me encamina / y de guijarros y abrojos / va librando mis pies flojos. / ¡Ay, quién me diría que / los ojos que ayer canté / hoy fueran mis propios ojos. /

Sépase, antes de concluir este homenaje de la Web de la revista Bohemia al Centenario del nacimiento del Indio Naborí, que él cultivó la poesía en todas sus manifestaciones literarias. Y que según el propio poeta el 30 de abril de 1998, Fidel le colocó en su pecho la honrosa Medalla de Héroe Nacional del Trabajo. Se la ganó ese poeta que todo el pueblo de Cuba conoció y conoce, aplaudió y aplaude, y no olvida, ni olvidará nunca. Ese hombre que, ciego, siguió siempre viendo lejos con su corazón y su magisterio de poesía que llega tanto al ilustre intelectual más erudito como al noble y digno barrendero del Parque habanero de Los Chivos.

Finalmente, Naborí, quien figura sin duda entre los mejores poetas de todos los tiempos en nuestra tierra rebelde, escribió también esta joya de la décima cubana:

«Sin visión se pueden ver / por el trotar los caballos; / por la canción de los gallos, / la luz del amanecer; / un laúd por el tañer; un panal por el sabor; / por el perfume, la flor; / por la humedad, el rocío; / por los rumores el río / y por un beso… el Amor».  

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