Con tu permiso, Matanzas.
Foto. / Miriel Santana.
Con tu permiso, Matanzas.
Foto. / Miriel Santana.

Con tu permiso, Matanzas

Yo sé que muchas, muchísimas personas bajo otros mantos del mismo y único cielo, se preguntan cómo podemos los cubanos resistir tanta adversidad de todo tipo.

El indeseado, súbito y extremadamente peligroso incendio en la Base de supertanqueros de Matanzas, es la última o más reciente prueba de esa capacidad casi increíble o fantástica que conservamos para no doblegarnos ante nada ni ante nadie.

Ni soy teórico, ni estudioso o investigador de ese terreno. Tampoco es preciso serlo para ver nítidamente la esencia del asunto.

La heroica capacidad de resistir, de sobreponernos a las dificultades, de vencer y de continuar, no es ni siquiera posterior a enero de 1959, cuando por obra y gracia del todopoderoso imperio empezaron a sobrevenirnos (más) todo tipo de agresiones, desgracias prediseñadas, ataques bajos e incluso ingratitudes de la naturaleza.

Si en los años 90 del pasado siglo, cuando nos quedamos solitos en pena, pero sin pena alguna en este mundo, hicimos verdaderos milagros para comer, vestirnos, asearnos, trasladarnos, vivir y sobrevivir, fue porque desde los remotos días de Hatuey llevamos dentro una herencia en vena que no conoce de la flaqueza ni padece anemias.

Para arrodillarnos a llorar en suelo yumurino, cruzando los brazos o elevándolos en súplica al cielo -y nada más- tendríamos que haber claudicado ante el brutal zarpazo de la Covid 19 en todo el archipiélago.  Y no ocurrió ni sucederá.

Tendríamos que haber ignorado la certeza de Fidel siempre en la victoria, incluso a más de 14 000 kilómetros, cando su carta convirtió en más gigantes todavía a aquellos muchachos cercados en Cangamba, bajo la más despiadada embestida de fuerzas y medios incomparablemente superiores. Y todo el mundo conoce el desenlace final.

Para entender la gloria y el altruismo de Matanzas hay que comprender por qué el propio Fidel exclamó optimista que ahora sí ganaríamos la guerra, al reencontrarse en Cinco Palmas con Raúl, un puñado de hombres y apenas siete fusiles.

Sin la voluntad inquebrantable que afianzó el revés de Alegría de Pío, el fracaso militar del Moncada; sin la travesía de 82 hombres prácticamente apoyados en un solo pie (Túxpan, Las Coloradas), dentro de un yate concebido para una cantidad muy inferior de personas, Matanzas hubiera sido puro lamento y ceniza sobre salitre hoy.  Y no lo es.

En la Base de supertanqueros, gústele a quien le guste o no, estuvo la perseverancia del Che, la resistencia de Camilo, el sedimento moral e indeclinable de Mella, de Maceo con sus 27 heridas en el cuerpo, de Máximo Gómez y de Céspedes sobreponiéndose a la irreparable pérdida de sus hijos Panchito y Oscar. Qué hijos, y cuánta saña enemiga contra ambos.

Matanzas es herencia de diez años de manigua dura, muy dura, redentora, digna, cubanísima, mambisa hasta el tuétano.

Y es, también, la dignidad irrenunciable de un joven llamado José Martí, grillete en tobillo a sangre viva, sin rendirse, flaquear o vender su alma en las lóbregas e infernales canteras de San Lázaro.

He ahí por qué Matanzas, por qué Cuba, por qué nosotros, por qué el camino, por qué jamás la rendición ni la derrota.

Sé que muchas personas bajo otros mantos del mismo y único cielo se preguntan cómo es posible…

Yo solo he querido ofrecer mi humilde punto de vista, por medio de algo que no es propiedad personal, privada, mía. Hablo de la memoria de mi país, de la historia que generaciones enteras han venido eslabonando. ¡Y de qué manera!

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos