Decir bien, acceder a la cultura

En el siglo XXI buena parte del mundo ha pasado a ser una sociedad mediática, “multipantalla”, en ella prevalecen la familiaridad con el mundo digital y prácticas sociales que no están ajenas al monopolio de la exhibición, preconizado por Estados Unidos. Tal hegemonía impide que la visibilidad del continente latinoamericano llegue a públicos diferentes. Incluso, es difícil sistematizar en la TV cubana la presencia de producciones recientes, debido a normas, regulaciones y transformaciones tecnológicas aceleradas del audiovisual, ámbito en el cual se han instalado nuevos procederes que demandan utilizar novedosos equipamientos.

No lo olvidemos, un enfoque fundado en la cultura es, por antonomasia, incluyente; y su discurso, plural. La percepción artística no es solo un acto de reproducción, sino de co-creación. El juego enunciativo de los medios audiovisuales desemboca en lo que consideramos una cuestión ética: la responsabilidad de decir. Asimismo, en la visualidad actual, la estética forma parte del tejido de la vida cotidiana. Lo estético existe fuera del universo del arte, en el que ya la belleza no ocupa un lugar cimero.

De acuerdo con el maestro Jesús Ortega: “En la ficción y otras expresiones artísticas es preciso comprender el valor de la música, su lenguaje tiene significaciones de notable influencia social, formativa”.

Con su obra interpretativa y pedagógica el maestro Jesús Ortega influye en la alimentación del intelecto, del espíritu. / Leyva Benítez

Nuevos desafíos le plantea la comunicación al sistema educativo y al cultural, dado el controvertido universo de temas, contenidos y soluciones formales que circula por las corrientes subterráneas.

En este sentido, la TV abre el camino para la comprensión de puntos de vista y recreaciones de asuntos diversos. Por ejemplo, los programas Secuencia (martes, 8:45 p.m.) y Ve y mira (lunes, 7:00 p.m.), los dos del Canal Habana, propician conocer mejor a nuestros realizadores y a figuras de otros países apenas divulgadas de manera sistemática.

Ambos patentizan que lo valedero resplandece en cada emisión cuando un programa tiene el basamento y el respaldo del buen guion, el cual garantiza la organización del relato televisual independientemente de su narrativa.

A veces, y desde otras propuestas, la intencionalidad de lo educativo se suele interpretar con didactismo a ultranza; ¿acaso se olvida que una metáfora puede ser tan valiosa como un concepto científico si provoca emociones en las audiencias?

También ocurren agresiones al idioma. La TV legitima palabras, expresiones al uso, modas que, en ocasiones, lejos de nutrir el léxico lo agreden mediante limitaciones o empobrecimiento del acto comunicativo. Algunos hablantes han cambiado el “aquí” por el “acá”, proliferan los llamados lugares “emblemáticos o espectaculares”, los sitios “paradigmáticos” y la “potenciación” de recursos.

Es preciso motivar e incentivar la reflexión sobre instancias que transcienden la base informativa y repercuten en el conocimiento. Este se incorpora al acceder los televidentes a la cultura –en la más amplia acepción del concepto–, e influye en el crecimiento espiritual desde valores que las actitudes revelan mediante una creativa praxis que permite mantener el contacto con múltiples manifestaciones.

El llamado planeta medios vive una conmoción sin precedentes. Tenemos necesidad de perfeccionar las maneras de intervenir sobre lo que se dice y cómo se dice, en diálogos, parlamentos, presentaciones, conversaciones improvisadas.

Como todo discurso, el icónico propone asociaciones que la TV cubana tiene posibilidades de incorporar a los diversos espacios, y así privilegiar la diferenciación estética individual, irrepetible. El consumo cultural participativo es apropiación, recepción y uso. Pensemos en estas dimensiones que repercuten en los imaginarios de las personas desde edades tempranas.

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