Desidia a toda asta
Desidia a toda asta

Desidia a toda asta

Si deshecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día…

Mi memoria evocó enseguida al poema de Bonifacio Byrne, cuando finalmente alcancé algo de conexión a Internet, entré a Facebook, y luego de muchos post de apoyo al pueblo de Pinar del Río, un amigo compartía una imagen de la insignia de la estrella solitaria ondeando en jirones sobre su asta.

Los comentarios advertían que aquella, situada justo en la rotonda de la avenida G y Malecón, muy cerca de Casa de las Américas, no era la única.

Varias personas atestiguaban haber visto otras en igual estado de deterioro, pena e indolencia, en otros puntos de la capital, tras el paso del huracán Ian.

Recuerdo que desde la escuela primaria me enseñaron sobre el respeto, el cuidado y el empleo de nuestros símbolos patrios.

En Educación Cívica aprendí que la bandera no debe rozar el suelo, que ha de arriarse en la noche y que, en caso de lluvia, ciclones u otros eventos meteorológicos debía ser retirada. Hacerlo es símbolo también de deferencia y compromiso con la historia, nuestros héroes y mártires. Y por si el conocimiento adquirido no bastara, o de casualidad se difuminara en la memoria, la ley constitucional de nuestro país recoge esas y otras disposiciones.

La Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó en 2019 la Ley No. 128 de los Símbolos Nacionales, publicada en la Gaceta Oficial de la República el 19 de septiembre de ese mismo año y cuya puesta en vigor es efectiva desde 2020.

La normativa tiene como objetivo definir y regular los tributos que identifican a los símbolos nacionales y las reglas para su uso y confección, al tiempo que fortalece la responsabilidad del Estado en lograr una mayor educación del pueblo y en velar porque estos símbolos se respeten.

El uso de los mismos en prendas de vestir y otros artículos fueron entonces los puntos más debatidos de la ley.

Otros artículos, menos visibles, pero igual de importantes, precisan, por ejemplo, que “cuando la bandera se rompe, se deteriora, pierde sus colores originales o se daña de forma tal que no pueda ser usada o conservada siquiera como objeto histórico, se ha de incinerar con el debido respeto”.

Por desgracia, el conocimiento y cumplimiento de lo dispuesto en dicha norma continúa siendo un desafío desde el punto de vista legal, político y cultural para todos. La imagen que acompaña a estas líneas así lo demuestra.

¿Quiénes?, ¿qué instituciones públicas debían velar por retirar esas banderas a tiempo?, máxime cuando la trayectoria de Ian y su inminente impacto sobre la región occidental del país se conocía con antelación.

Nada justifica que incluso, días después de la tormenta, todavía permanezcan allí batiendo las franjas que les restan, expuestas a quienes ahora las utilizan como metáfora de una Cuba que también resiste al mal tiempo, a las carencias, los bloqueos y a cualquier adversidad, sean o no del norte los vientos que soplen, como comentaba un colega.

Las imágenes se replican en redes sociales como pasto de las justas críticas a la irresponsabilidad, la negligencia, y también de las burlas odiadoras. De cualquier forma, hoy, no deberíamos permitirnos olvidos como esos, como no deberíamos hacer de la desidia un estandarte a toda asta.

Vuelvo a pensar en Byrne, regresan otros versos a mi cabeza. ¿Dónde está mi bandera cubana, la bandera más bella que existe?

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