Días de Girón: “Los pilotos confiaban en nosotros”

María de las Nieves Galá | Marieta Cabrera

Aquel día de abril de 1986, cerca del aeropuerto de Ciudad Libertad, Juan Hipólito Clark, Julián Castañeda Fernández y Eulis Román Góngora (Ulises) revivieron con nitidez sus recuerdos de los combates de Playa Girón. Entre papeles amarillos por el paso del tiempo, conservamos los testimonios que nos ofrecieran entonces aquellos hombres, precisamente cuando se conmemoraba el aniversario 25 de la constitución de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea Revolucionaria.

De izquierda a derecha: Eulis Román Góngora (Ulises), Juan Hipólito Clark y Julián Castañeda Fernández. /Fotocopia / Agustín Borrego
De izquierda a derecha: Eulis Román Góngora (Ulises), Juan Hipólito Clark y Julián Castañeda Fernández. /Fotocopia / Agustín Borrego

Ellos formaron parte del pequeño grupo de mecánicos que en la base de San Antonio de los Baños hicieron posible que los viejos aviones pudieran enfrentar la moderna técnica de los agresores. “Si había que ser valiente para ir a combatir en Playa Girón, más valor había que tener para montarse en esos aparatos que estaban todo remendados. Los pilotos se jugaban la vida dos veces. Y ellos lo sabían, pero confiaban en nosotros”, confesó Juan Hipólito.

Imposible olvidar el coraje de aquellos héroes anónimos. Aquel amanecer del 15 de abril de 1961 fue muy agitado. De manera simultánea, los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba recibieron el impacto de los bombardeos de la aviación enemiga. En medio de la confusión y la sorpresa, cada uno ocupó su puesto de combate.

Triste amanecer

Eran alrededor de las seis y cuarto de la mañana, cuando Julián Castañeda miró desde la ventana del hangar y vio que el avión que habían acondicionado la víspera estaba echando humo. Sobresaltado, despertó al ingeniero Jorge Castillo…

“¡Jorge… tírate… tírate… que están bombardeando!, le dije. En eso llegó el piloto Alberto Fernández, descalzo, vestido con un overol y sangrando por la cabeza. Él vivía dentro de la base y al salir de su casa tropezó y se golpeó la frente con el contén. Vino a pie hasta el hangar y se unió a nosotros gritando: ‘¡vamos para el avión de guardia!’

“Cuando salimos corriendo, miramos hacia atrás, ¡la granizada de balas era violenta! En eso, del B-26 enemigo salió una cosa roja, rápida, que reventó el avión de guardia. Nos tiramos al suelo y pudimos meternos debajo de unos Sea Fury que estaban de baja. Luego, nos montamos en un carro y llegamos hasta la cabeza de la pista, donde se encontraba la aeronave de reserva. Casi junto a nosotros iba girando un B-26. Por suerte los artilleros le pusieron un ‘carnaval’, sino no estuviéramos haciendo el cuento y Alberto no hubiera podido despegar”, rememoró Castañeda.

A escasos metros de allí, Hipólito corrió igualmente hacia las rampas, en medio del ruido de los aviones y las bombas. “Al salir diviso a Gustavo Bourzac que pasa en su carro y veo que va para mi avión. Me desprendo detrás de él y al llegar ya estaba sentado en la nave. Ayudamos a que arrancara. Iba en el Sea Fury que jodía, y despegó por el taxi-way. La máquina se balanceaba a la izquierda y a la derecha. Aceleró el motor y se elevó”.

En horas de la mañana y en medio del ajetreo para reubicar la técnica, luego de aquel primer impacto, el personal de la base de San Antonio recibió la visita de Fidel. “Cuando llegó nos reunimos a su alrededor y empezó a indagar por los daños causados, nos informó acerca de los acontecimientos y alertó que lo ocurrido era el preludio de una invasión.

“‘Los vamos a desguazar’, dijo el Comandante, y nos transmitió la certeza de que íbamos a derrotar a los invasores”, evocó Castañeda.

A partir de entonces, no se perdió ni un minuto, agregó Hipólito, “la orden fue que los pilotos y los mecánicos debíamos permanecer cerca de la técnica. Y así lo hicimos: dormíamos en los refugios, debajo de las alas de los aviones”.

Unos meses antes

En enero de 1961, narró Ulises, el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, se apareció temprano en la mañana en la base de San Antonio y se reunió con el grupito de pilotos y mecánicos para conocer sobre el estado de la técnica.

“Me acuerdo que allí se encontraban Klein (Martin Klein Schiller) y Carreras (Enrique Carreras Rolás), entre otros. Creo que fue Klein el que dijo: ‘Comandante, por qué no nos trae unos avioncitos y un radarcito que alcance aunque sea unos 300 kilómetros para tener algo. Nuestros aviones están vencidos, ya no dan más, los hemos consumido en las prácticas’.

Enrique Carreras Rolás fue uno de los pilotos que tuvo una participación decisiva en el combate de Playa Girón. / Archivo de Bohemia
Enrique Carreras Rolás fue uno de los pilotos que tuvo una participación decisiva en el combate de Playa Girón. / Archivo de Bohemia

“Entonces, Fidel le ripostó: ‘Yo les voy a dar a ustedes los aviones a peso. Pero primero, se los tienen que ganar. ¡Ahora no los tengo! ¡Yo se los traigo a peso! ¡Pero se los tienen que ganar primero!’

“René Suárez y yo, que estábamos detrás del Comandante, dijimos de frescos: Bueno, chico, pues si hay que ganárselos, nos los va a tener que traer. Eso no hay que discutirlo”.

Ninguno tuvo la oportunidad de escuchar las palabras del Comandante en Jefe en el entierro de las víctimas del bombardeo y la declaración del carácter socialista de la Revolución. Estaban “fajados” con los aviones, preparándolos para el combate.

Día de gloria

En la madrugada del 17 nadie durmió. Al despuntar el día todos fueron a ocupar sus puestos junto a los aviones. “El primero en salir fue el nicaragüense Carlos Ulloa Arauz (El Pollo)”, recordó Hipólito. “Salió a realizar un vuelo de reconocimiento por la zona del desembarco y se percató que ya estaba en su apogeo. Informó y se le orientó ‘descargar’. Sin embargo, cayó en el intento. Fue un golpe muy duro.

“Ulloa era un hombre de avanzada, progresista y ejemplo de eso fue su gesto internacionalista. Su sangre fue la primera que se derramó en Playa Girón por la Fuerza Aérea. Ese mismo día, en la tarde, perdimos al capitán Luis Alfonso Silva Tablada, junto con su tripulación. Fueron momentos muy dolorosos”.

Según relató Ulises, en la mañana René Suárez le pidió que inventara algo para resolver el problema de los inyectores que estaban fastidiados. “Los cogí y vine para La Habana. Fui a la joyería donde hacían los distintivos de la Fuerza Aérea. Antes, pasé por una ferretería y compré una varilla de acero calibrado.

“En la joyería encontré a un compañero con muy buena voluntad y le pedí ayuda. Le quise dar una manilla que yo llevaba, pero la rechazó porque no hacía falta. Después que terminó y revisé el trabajo le dije: ¡Bárbaro, así mismo nos hacen falta 36! Cuando acabó, le pregunté cuánto costaba y sin pensarlo respondió: ‘para eso no se cobra nada’”.

Toda esa jornada fue de intenso ajetreo. Fidel llamó a Carreras y le ordenó hundir el buque madre. “Entonces, El Viejo, como cariñosamente le decían, le dijo a Bourzac: ‘Tenemos que hundir el barco madre de todas maneras. Si es necesario nos estrellamos contra este, pero hay que hacerlo’. Estaba sobresaltado. Nosotros, que éramos unos muchachos, nos miramos unos a otros diciéndonos: ¡El viejo este no se quiere ni a él mismo!, como dijo Ulises.

Fidel observa desde un tanque Sherman el buque mercenario Houston en Playa Larga, el 17 de abril de 1961. / Sitio: Fidel Soldado de las Ideas
Fidel observa desde un tanque Sherman el buque mercenario Houston en Playa Larga, el 17 de abril de 1961. / Sitio: Fidel Soldado de las Ideas

“Luego preparamos la carga de cohetes y le puse a uno con tiza el nombre de Fidel. Carreras salió y ahí fue que le sonó la carga por un costado al Houston”.

Recordó que, al volver Carreras, se quejó de un fallito en el motor. “Cuando revisé el avión encontré un cilindro pasado por una bala, que iba directa al pecho de El Viejo. Fue un milagro que se salvara. El proyectil chocó con el tronco de la hélice, rebotó y entró por el cilindro del centro, por el tubo de escape y salió por el de admisión”.

Al otro día, agregó, vino Bourzac corriendo y pidiendo un avión. “Cogió el de Carreras que ya estaba listo. Ya ese día echábamos a volar hasta cuatro Sea Fury de un tirón”.

Entre pilotos y técnicos había una relación de hermandad, unos se desesperaban por volar y otros porque llegaran. “Cuando los pilotos regresaban a la base, hacían acrobacia para indicar que la misión había sido cumplida. En esos pases a baja altura, si veíamos que el T-33 venía con la nariz manchada de pólvora, ya sabíamos que ese había tirado con todos los yerros”, relató Castañeda.

Uno de los aviones Sea Fury que se conserva en el Museo de Playa Girón. /ACN
Uno de los aviones Sea Fury que se conserva en el Museo de Playa Girón. / ACN

“Allí se hicieron cosas increíbles, como abrir turbinas y repararlas, echar a andar los Sea Fury con platinos de carro porque carecíamos de baterías. Imagínese, para poder arrancarlos, ante la falta de cartuchos, había que colocarles en la propela una bota o gorro de cuero, al cual era atada una soga. Luego con un tractorcito (al que le decíamos La Mula), tirábamos de esta. Por suerte, era una aeronave que calentaba rápido, es decir que arrancaba al darle media vuelta a la propela”, recordó Hipólito.

En ese ir y venir por los hangares haciendo derroche también de ingeniosidad, los sorprendió el triunfo. “De la victoria –concluyó Castañeda– me enteré por Carreras, quien nos comunicó que nuestras tropas habían tomado Girón. Lo que hicimos fue cerrar filas y darles un golpe contundente, junto con las milicias, los tanquistas, artilleros, y nuestros viejos y destartalados aparatos”.

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4 comentarios

  1. Excelente trabajo, con magníficos testimonios que reviven la épica hazaña de nuestros heroicos pilotos, desde la memoria y el decisivo oficio de estos tres hombres humildes devenidos ellos también también héroes de aquellos días gloriosos. Nos hacen evocar también que el Girón de ayer lo estamos reviviendo hoy contra la guerra que se nos hace, y lo repetiremos hasta la victoria siempre; aclaro, por si acaso, que no es consigna hueca sino muy firme convicción respaldada por los hechos verdaderos: aquí estamos, pese a que lo han agotado casi todo lo posible para destruirnos, y aquí seguiremos, resistiendo, creando, innovando, avanzando, como en Girón

  2. Tremendos pilotos esos ,ayudados por los mecánicos claro,tuvieron un papel determinante en la batalla de Girón ,sobre todo carreras

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