Días de tensión, tristeza, aprendizaje y solidaridad.
Foto. Anaray Lorenzo.
Días de tensión, tristeza, aprendizaje y solidaridad.
Foto. Anaray Lorenzo.

Días de mucha tristeza, de tensión, pero también de aprendizaje y solidaridad

El doctor Armando Sánchez Leal estaba en el apartamento donde vive, en el municipio habanero del Cerro, cuando supo por las redes sociales del incendio ocurrido en la base de supertanqueros de Matanzas. Era viernes cinco de agosto, cuando se desencadenó la tragedia, y el joven médico, quien cursa el tercer año de la especialidad de Cirugía Plástica y Caumatología en el Hospital Miguel Enríquez, de la capital, se acostó preocupado e intentó conciliar el sueño.

A las seis de la mañana una llamada telefónica le confirmó la gravedad del suceso. Era el doctor Aramís Estévez, jefe del servicio de quemados de dicho hospital, quien le preguntaba si podía partir para Matanzas, a fin de apoyar a los colegas de esa provincia. “De inmediato le dije que contara conmigo. Preparé las cosas que debía llevar y me comuniqué con mis padres, quienes viven en la Isla de la Juventud, para decirles dónde estaría esos días”.

Cuatro médicos y seis enfermeras de varios hospitales de La Habana integraron la brigada. “Nos recogieron rápido y nos trasladaron para la Dirección provincial de Salud de la capital —relata—. Allí la doctora Yanik Díaz Fernández, jefa del grupo provincial de Cirugía Plástica y Caumatología, nos explicó la compleja situación que había en Matanzas y preguntó qué recursos necesitábamos para el trabajo que íbamos a realizar allá. Le dijimos que gasa, torundas, y cremas como sulfadiazina de plata y nitrofurazona”.

Todavía era temprano cuando salieron para tierra yumurina, pero la Yutong verde en la que viajaban empezó a presentar problemas. “Al parecer el filtro de combustible de la guagua estaba sucio y un viaje que pudo durar una hora, se extendió dos horas y media aproximadamente. Durante todo el trayecto el chofer conminaba constantemente a la guagua: coño dale, coño. Así, hasta que llegamos y fuimos directo para el Hospital Faustino Pérez.

“Por la magnitud del incendio teníamos la idea previa de que iban a ser numerosos los quemados graves, pero aun cuando vimos muchas personas con quemaduras, los que tenían esa condición eran 10 o 12, algunos de los cuales fueron remitidos para instituciones de la capital.

 “En ese primer momento se conformaron varios equipos de trabajo. Por ejemplo, en una camilla los pacientes eran atendidos por el personal que procedía del Hospital Calixto García, en otra por los del Miguel Enríquez, y en una tercera por los colegas del Faustino Pérez. En un periodo corto de tiempo, cada grupo atendía alrededor de 20 pacientes —explica—. No obstante, también nos integrábamos a otros equipos si era necesario. De hecho hubo un momento en que estábamos trabajando juntos los profesionales de La Habana, de Matanzas y de México, pues enfermeras mexicanas también participaron en la cura de varios lesionados”.

Días de tensión, tristeza, aprendizaje y solidaridad.
Área de Urgencias del Hospital Faustino Pérez, en espera de la posible llegada de personas lesionadas. / Cortesía del entrevistado.

El gran cúmulo de pacientes lo recibió el personal médico y de enfermería del Hospital Faustino Pérez —reconoce el doctor Armando—. “Nosotros lo que hicimos fue apoyarlos en las curas y asesorarlos en determinados procederes médicos. Quizás por eso cuando arribamos a Matanzas dijimos: llegamos tarde; y el ministro nos respondió: no, ustedes llegaron justo a tiempo”.

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El sábado había sido una jornada de trabajo intensa y, ya tarde, los miembros de la brigada fueron para la villa donde se hospedaban, ubicada cerca del hospital, para bañarse, comer y descansar unas horas. Pero la tensión, ante un incendio que parecía incontrolable, estaba en el ambiente, como la enorme nube de humo negro.

“Dormíamos poco. La villa se encuentra enclavada en un lugar más elevado y desde allí se puede ver hacia el lugar del incendio, pues estábamos a cuatro o cinco kilómetros de esa zona. La noche que explotó el tanque dos —recuerda—, el doctor Yohander Nordelo Fernández, especialista en Terapia Intensiva del Hospital Manuel Fajardo, y yo estábamos despiertos y sentimos el golpe de calor.

“Todos estábamos tensos. Poco después, alrededor de la una de la madrugada, recibimos la llamada del jefe del servicio de Cirugía Plástica y Quemados del Faustino Pérez, quien nos comunicó lo que había ocurrido y nos dijo que fuéramos para el hospital. Una vez allí recibimos dos lesionados y otros dos fueron para el Hospital Militar Mario Muñoz, también de Matanzas.

“Casi todos llegaban también con afectaciones sicológicas debido al impacto tan fuerte de lo que estaban viviendo y teníamos que remitirlos con los sicólogos. Muchos nos decían que habían visto a personas quemarse y no habían podido hacer nada para sacarlas de las llamas. Ellos mismos estaban quemados. Recuerdo un bombero que mientras lo curaba me dijo: médico, nosotros estamos llorando por dolor en el corazón, no en las heridas”.

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Días de tensión, tristeza, aprendizaje y solidaridad.
El doctor Armando Sánchez (en primer plano), junto al doctor Alejandro López Lima, del Hospital Calixto García, durante la atención a los pacientes en Matanzas. / Cortesía del entrevistado.

Desde pequeño al doctor Armando Sánchez Leal le gustaba la Medicina. Quizás porque debido a las crisis asmáticas que le aquejaban con frecuencia solía estar mucho tiempo ingresado en salas de terapia intensiva, supone él. En muchas de esas ocasiones vio niños con quemaduras y cree que esa vivencia también tuvo que ver con la especialidad que eligió luego de graduado.

Nacido en la Isla de la Juventud, cursó la carrera en ese territorio. “Desde segundo y tercer años fui alumno ayudante de terapia intensiva, pero siempre le hice saber a mi tutor que lo me gustaba era la atención al paciente quemado y él me apoyó en ese sentido —rememora. Cuando llegó el momento, solicité una de las dos plazas para estudiar la especialidad de Cirugía plástica y Caumatología que llegaron al municipio y me fue otorgada”.

Desde entonces, los días de este médico de 28 años transcurren en el Hospital Miguel Enríquez, donde radica la unidad de quemados más grande del país.

Quienes ingresan en este servicio suelen ser pacientes de difícil manejo —asegura el doctor Sánchez Leal—. Explica que existen quemaduras epidérmicas, dérmicas superficiales, dérmicas profundas, e hipodérmicas. La complejidad —precisa— depende del mecanismo de acción, la extensión y la profundidad.

“Las más difíciles de tratar son generalmente las ocasionadas por la electricidad y los agentes químicos. Las provocadas por fuego directo son las que vemos de forma habitual en nuestro servicio. Pero lo que hace más complejo el manejo clínico de los lesionados en el incendio ocurrido en Matanzas es que en muchos casos no se sabe cómo se quemaron exactamente, cuál fue el mecanismo de acción, lo que llamamos la cinemática del trauma, porque cuando los hallaron ya estaban lesionados, los sacaron del lugar y los trasladaron para el hospital.

“Una complejidad propia de las quemaduras es que a partir del cuarto día comienza el proceso toxico-séptico, lo cual significa que hay un altísimo por ciento de probabilidad de que las lesiones se infecten porque esa persona no tiene la barrera protectora que es la piel. Y en la práctica médica vemos que ocurre así.   

“Entonces, la evolución del paciente quemado depende de eso, además de la nutrición, de las comorbilidades que tenga, entre otros factores. Hay enfermos a los que uno les cura la lesión y, en dependencia también de la profundidad de esta, la próxima vez se aprecia que van avanzando. Sin embargo, hay otros en los que aparecen escaras, que en este caso no son las úlceras por presión. Es decir, son pacientes en los que hay que realizar una serie de procederes complejos”.

En el servicio de quemados del Hospital Miguel Enríquez llega un lesionado en el día, a veces tres; incluso en una semana puede no llegar ninguno —afirma el doctor Armando—. “Pero en el Hospital Faustino Pérez durante este trágico accidente se recibían entre 80 y 100 personas con quemaduras. Aprendí mucho sobre cómo actuar ante un desastre de tal magnitud. Por ejemplo, saber, de acuerdo con la gravedad de los pacientes, cuál se remite a otra institución de salud y cuál no, cómo hacerlo y dónde hacerlo. Lo que vivimos allí se aplica a la caumatología de guerra”.

El martes nueve de agosto, en horas de la tarde, los integrantes de la brigada se despidieron de sus colegas en la ciudad de los puentes e iniciaron el viaje de regreso a La Habana, bajo un aguacero infernal. Se llevaban la gratitud del personal sanitario que trabajó junto a ellos, y, sobre todo, de los pacientes que atendieron. Los imagino callados durante la travesía, tal como permanecían en medio de sus labores. “Trabajábamos mucho y hablábamos poco. La preocupación y el dolor en las miradas lo decían todo —resume Armando. Fueron días de mucha tristeza, de tensión, pero también de aprendizaje y de una solidaridad ilimitada de los matanceros que nos alentó todo el tiempo”.

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