Ilustración. / Félix M. Azcuy
Ilustración. / Félix M. Azcuy

El chat, el susto y el apagón

El motor eléctrico comenzaba a obedecer el mandato del botón, recién movido hacia el nivel uno, y los pedazos de plátano se mezclaban con los de calabaza y algunos míseros trocitos de malanga que la muchacha había conseguido “a precio de Dubai” (como le dicen ahora en Cuba a la escandalosa reventa), cuando la batidora se paralizó. ¡Qué digo la batidora! La casa entera, el barrio, el pueblo quedó en suspenso… Menos la mujer, que estalló en improperios y otros “adornos” verbales, a los que los vecinos ya están acostumbrados cada vez que se “va la corriente” en el Consejo Popular de Centro Ciudad Sur, en Holguín.

—Pobrecita, yo la entiendo —dijo la doctora que vive pared con pared, apenada con la visita que tenía en la sala, a causa de la gritería ajena—. Con tres muchachos chiquitos, entre ellos un bebé de meses, ¡milagro no se ha vuelto loca! Cada vez que el puré se le queda a medio hacer por culpa del apagón, explota. ¡No es para menos!

La doctora la compadece porque cada cual vive y sufre el apagón según sus circunstancias. Ella misma ha tenido que reordenar sus horarios para atender a los pacientes: se levanta aún a oscuras, trata de llegar al policlínico lo más temprano que el transporte le permite, enciende rápidamente el equipo para hacer ultrasonidos y comienza antes de las ocho, porque nadie sabe si ya no habrá electricidad a las diez, a las nueve o, incluso, a las 8:30 am.

Afuera la gente se molesta cuando ella se asoma a la puerta con la mala noticia en la mirada, pero no puede hacer nada. Le toca comprender el disgusto y aguantar hasta alguna injuria. Ante la incertidumbre, no queda otro remedio que suspender la consulta hasta el día siguiente, cuando habrá otras personas, cada una con su necesidad o su dolencia. Y el apagón, cual dinosaurio, será otra vez una posibilidad latente, que impida el normal desarrollo de la vida, por lo menos como estaba organizada hasta hace algunos meses. 

Made, otra amiga holguinera, me envía un poema donde fogones y apagones protagonizan la rima. Nos reímos juntas e intercambiamos emojies de rostros divertidos, aunque la realidad se burla del chiste y es, ella misma, un sticker con mala cara. Después de cuatro, cinco o seis horas sin electricidad, resulta difícil hallar una buena fórmula para relajarse.

—Ay, mima, lo que estamos pasando acá… —se lamenta—. Todo lo hago con susto.

—Imagino —le contesto, recordando cómo en 2010, en la santiaguera Universidad de Oriente, luego de varios temblores de tierra, nos bañábamos en la beca con el sobresalto de tener que salir corriendo en las condiciones en que nos atrapara el movimiento telúrico. Pero lo de Made me supera:  

— Fíjate, casi todos los equipos son eléctricos. Me pongo a lavar con susto, cocino con susto. Me levanto en la mañana y lo primero que hago es llamar al trabajo para saber si hay corriente —relata—, con el susto de que me digan que ya se fue. Me meto a la ducha con susto, no vaya a ser que me quede enjabonada. Salgo de la casa y pienso: “¿Habré dejado algún equipo conectado?” Vivo con el susto de que se quemen con el quita-y-pon de la corriente. Lo único que dejo conectado es el refrigerador. Con ese sí me tengo que arriesgar.

—¿Y cómo haces para trabajar? —pregunto, suponiendo que no habrá muchas opciones, pues ella labora en una oficina de trámites totalmente informatizada. Si no hay corriente… Pero el mensaje le llega después de que ella ha empezado a narrar la última secuela del vaivén eléctrico.

—¡Se me quemó una lámpara “leg” que me costó mil pesos! Oye, ¿cómo se escribe leg? ¿O es Led? No estoy segura —dice y envía un montón de jotas indicando que se ríe de sus dudas, nunca de su lámpara rota.

—¿Y cómo haces para trabajar? –insisto.

—Desde que llego, suelto la cartera, enciendo la PC y me pongo a introducir los datos en el sistema. Tecleo rápido, con tremendo susto. Entonces pierdo más tiempo porque, con el apuro, me pongo nerviosa y escribo mal. Empiezo a arreglar los errores y ¡zas!, como me temía, se va la corriente.

Dice Made que, a veces, la gente hace su propio cálculo y predice: “Si hoy ‘se la llevaron’ de 8:00 AM a 2:00 PM, entonces mañana es de 2:00 PM a 8:00 PM”. Pero no siempre se cumple el pronóstico popular y los apagones tampoco son exactos en sus programaciones.

“Hace un tiempo nos planificábamos porque anunciaban los horarios de las afectaciones. Ahora me cogen de improvisto; y si los informan, yo no me entero. Una nunca sabe si van a ser pocas horas o las seis que normalmente está durando el apagón. Esto de verdad que no es fácil”, asegura mi amiga, que pasa de los cincuenta años y recuerda muy bien los ´90, tan épicos, tan duros, de los que la gente salió pensando que aquellos días durísimos y aquellas noches de largas serenatas colectivas, a la espera del ‘alumbrón’, no volverían jamás.

Fuera de las capitales provinciales, muchas veces quitan la corriente durante la madrugada. En esos sitios casi nadie canta en los portales o en los balcones como antes; ni se oye el grito festivo cuando la mano invisible decide que ya basta de oscuridad para este o aquel circuito. Entonces la gente abandona el fresco del piso, o del techo, y entra a dormir. Se lo comento y ella responde con otra historia. Son tantas las que tiene, que no cabrían en el chat.

“Mi sobrina es maestra de primaria en Mayarí. Hace rato que anda cansada y ojerosa, porque ella y el esposo se dedican a velarle el sueño a su niña de dos años. Imagínatelos turnándose para abanicarla y espantarle los mosquitos durante horas, aunque al otro día no puedan mover el brazo por el dolor muscular”. 

La imagino refrescando a la hija en la noche y dando lo que puede de sí al día siguiente, en el aula. Pienso en la vida moderna, “amarrada” irremediablemente a la electricidad; y en las motos y autos eléctricos, los cajeros automáticos, los bancos, las colas infinitas para comprar el gas licuado en algunos lugares, la conservación de los alimentos…

Días antes, mi amiga Liset Prego, periodista y editora, me hablaba de las casi diez horas que permaneció “apagada” la ciudad de Moa, y del niño que lloraba (¡¿a saber por qué motivo?!, quizás por el calor), en medio del silencio sepulcral de las cuatro de la madrugada. Se oía como si fuera el único habitante del pueblo. “Parecen exageraciones —me decía—, pero en un sitio donde se trabaja ‘de turno’, puedes irte a oscuras y regresar en la misma oscuridad”.

“No, no son exageraciones”, me digo a mí misma, pensando en el inventario de historias de esta difícil resistencia colectiva que nos ha tocado vivir, cuando un mensaje de Made intenta la despedida, porque para ella hay otras urgencias en ese momento:

—Niña, ya se me ablandaron los frijoles. Me voy a meter al baño corriendo para lavarme la cabeza, que deben estar al quitar la corriente. Ya me entró el susto de si me tengo que poner a calentar el agua. Ahorita, Susto se cansa y me deja sola con el apagón.  

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14 comentarios

  1. Amiga has tocado un tema muy polémico, me he reído a pesar de nuestra realidad, como buena cubana, con las características que nos caracteriza,valga la redundancia, q somos los únicos q nos reímos de nuestros propios problemas, ah déjame aclararte q susto me ama más de lo q pensé, ahí sigue conmigo al pie del cañón y del apagón, jjjjjjj

  2. Que manera tiene esta periodista de deleitarnos con sus crónicas…hasta la historia de un apagón cubano con todos sus «sabores» encanta al lector. Gracias Liu, esto quedó excelente

  3. Te quedó pintao. Liu anoche se nos fue de 11 a 3. Normalmente ese me funde pero estaba tan reventao que apenas me desperté. La última vez para apagar las luces, encender los ventiladores y mirar el celular: 3 y dos am. Ahora mismo estamos en la segunda tanda del lavado: la primera fue hasta las 11 AM. Nos quedamos a medias. Regresó a la una y ahí continuamos. Creo que nos tocaría de 7pm a 11 pm otra vez. Si haces la cuenta 9 horas de apagón en 24. Un abrazo y al par de «A» en tu vida.

  4. Muy refrescante anecdota a pesar del apagon,pero los cubanos como siempre al pie de lucha y resistencia,nuestros mambises y patriotas del pasado tuvieron que afrentar hambre, estar casi semidesnudos y no claudicaron.Se que la victoria como tantas veces sera nuestra por que CUBA no esta sola y cada vez ganamos mas amigos de todas partes del mundo.gracias por la anecdota

  5. Es como dice el artículo, solo aclarar que en las capitales provinciales dan el mismo chucho que en el campo, ayer, por poner un ejemplo, quitaron la corriente a las ocho de la noche, vino a la una de la madrugada y solo duró hasta las 3 de la mañana, eran las 8 y 30 de la mañana y no había llegado, eso en la ciudad de Guantánamo.

  6. Para nosotros en los municipios de Santiago es normal que todos los días falle la electricidad durante 6 horas durante día , de 8am a 12pm +2 en la madruga de12 a 6 am, en total 8 horas diarias. La ventaja es que te informan la planificación.

  7. Ay, Liudmila, anoche dormí con susto, llevaba casi una semana que los apagones dominaban y dos días seguidos con madrugada a oscuras (el problema no es la luz, sino la falta de ventilador con el espantoso calor nocturno y diurno), esto solo lo entiende quien lo vive, duermes -dormitas- porque ya el cuerpo no puede más, y ese dormitar también es corto, y sales en la mañana para el trabajo con un estado de ingravidez cerebral que ni sabes por dónde andas; pero lo bueno es que anoche dormimos de corrido, recuperamos fuerzas para lo que nos espere hoy. Muy bueno su artículo, ojalá lo lean muchos.

  8. Nos vemos reflejados en Made. Y que horror se vive en las comunidades más alejadas de las cabeceras provinciales. En GRANMA he conocido de historias de horror. De lugares que llevan hasta 5 noches seguidas sin corriente y de apagones de 10 horas y más. La reíste cía colectiva se traduce en cuerpos y mentes agotadas, menos productividad, más estrés, menos salud mental. Comunidades resilientes, no queda de otra.

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