El Indio Naborí, prodigio de la décima cubana
El Indio Naborí, prodigio de la décima cubana

El Indio Naborí, prodigio de la décima cubana

Apenas siete años de edad y ya rimaba versos de ocho sílabas. Probablemente aquellos del Cucalambé con los que su madre lo arrullaba o las tonadas de su padre durante las labores de pastoreo. Porque como él mismo afirmaba, las espinelas fueron sus nanas.

En agosto de 1936 el adolescente de 13 años se encontraba en un teatro de Guanabacoa, en el auditorio que esperaba una memorable controversia de improvisación entre dos reconocidos poetas, cuando algunos conocedores de su vocación comenzaron a aclamarlo para que subiera al escenario, pues uno de los juglares no había llegado al encuentro.

Los vítores menguaron la timidez del muchacho nacido el 30 de septiembre de 1922 en la finca Los Zapotes, otrora tierra guanabacoense, hoy San Miguel del Padrón, y se abrió paso hacia su primera gran tribuna; no obstante, allí lo aguardaba una composición ofensiva. Su contrincante le decía que no podía cantar junto a un niño con apariencia de campesino pobretón.

El Indio Naborí, prodigio de la décima cubana
Elevó el género popular a la más alta categoría estética.

La respuesta de Jesús Orta Ruiz fue contundente:

Viste tú seda y encaje,

y dril cien, y casimir,

que a mí me gusta vestir

la etiqueta del lenguaje.

De mi calzado y mi traje

te burlas, porque no has visto

que más pobre murió Cristo

con un clavo en cada palma.

¿Acaso me viste el alma

para saber cómo visto?

Algunos probablemente se percataron de que estaban frente a un prodigio de la décima cubana.

Aunque luego de la enseñanza primaria interrumpió los estudios para trabajar en distintos oficios como pastor de ovejas, operario de zapatero, dependiente de comercio y peón de albañil, nunca cejó en el empeño de estudiar.

Tuvo una suerte de mecenas cultural y espiritual en el bueno de Rodolfo Díaz Moya, quien le prestaba libros e insistía en el hábito de la lectura porque vislumbraba la vocación poética de su amigo. Entonces llegaron a manos del joven importantes obras de José Martí, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo El Cucalambé, Federico García Lorca… de los cuales aprendió la magia de las palabras.

Mejor siervo que amo

Mientras otros cantores populares se autodenominaban caciques, él prefirió el seudónimo de El Indio Naborí. Así lo aclamó el público en su primera presentación radial en la emisora Progreso Cubano, cuando tenía 17 años.

“Era un programa titulado Corte guajira del arte, una competencia de improvisadores sobre pies forzados impuestos por los animadores. Cuando me tocó el turno, un locutor abrió un libro del Cucalambé y escogió el octosílabo: las penas del Naborí.

“Aquello coincidía con mis lecturas sobre las escalas sociales entre los indios cubanos. Los caciques eran patriarcas; los taínos, curanderos, sacerdotes, cazadores, guerreros; los naboríes, trabajadores de la tierra y otros menesteres. Armado de esa información, canté:

“La ciudad crece y se aviva

pero, sangrante de olvido

el campo se ha detenido

en la hora primitiva.

Y como sigue cautiva

la esperanza de Martí,

sin Atabex, sin Semí,

en lo triste del retiro

está sufriendo el guajiro

las penas de Naborí.

“Cuando llegó el momento de la eliminación y un animador me señaló poniéndome la mano en la cabeza, el público aplaudió fuertemente y no conociendo aún mi nombre, repetía: Naborí, Naborí… se me concedió el premio y en ese momento decidí autollamarme Indio Naborí para representar con tal seudónimo a los trabajadores, a los humildes”, contaría años después al colega Pedro Antonio García.

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Un poeta muy querido, por su carácter sencillo y afable.

Un juglar del verso improvisado

Desde el inicio en la lírica naboriana era palpable la renovación de la espinela criolla. Para él la evocación se imponía a la realidad, lo abstracto podía concretarse y lo simbólico tenía un alcance emocional sorprendente.

Según el poeta e investigador Waldo Leyva, no le fue sencillo al Indio romper con la lírica tradicional y hacerse respetar, primero, y admirar, después, por sus contemporáneos. “Fueron muchas canturías, controversias sin fin, en el escenario y en el libro, las que necesitó para hacer valer su propósito”.

Los aportes de Orta Ruíz a la poética lo llevaban a nuevas controversias, incluso a distancia. Una de las más famosas la sostuvo en 1946 con Eloy Romero, quien cantaba desde la emisora Mil Diez y él le respondía por las frecuencias radiales del Palacio de los Yesistas.

En medio de la lid, Eloy abogaba por el lenguaje llano, “lógico”, según su criterio, y le dijo en rima a Naborí que a él le gustaba llamar a las cosas por su nombre. El Indio le ripostó:

Es porque no ves en mí

poeta de vocación

que busca la asociación

de las cosas entre sí.

No voy a decir aquí

que una ortiga es una ortiga,

que una hormiga es una hormiga,

que una lata es una lata,

dígase en prosa barata,

pero en verso no se diga.

La poética traída de Islas Canarias por sus antepasados y los de muchos cubanos, Jesús Orta Ruíz la reformó con aires de la vanguardia literaria, trenzando lo culto y lo popular y usando correctamente las herramientas del lenguaje para embellecer su lírica.

Cuentan que cuando Pablo Neruda visitó La Habana en 1961 ya conocía el volumen naboriano Bandurria y violín, y le comentó: “¡Leí tu libro! es mucho violín para ser bandurria”.

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Cuando la invasión a Girón, Naborí estaba al frente de los alfabetizadores en Varadero y se vistió de miliciano.

Siempre poeta

Sin traicionar a la poesía, Naborí ensanchó sus horizontes profesionales. En 1939 ya había escrito su primer libro: Estampas campesinas, publicado siete años más tarde bajo el título de Guardarraya sonora.

“La crítica literaria de la época repara de inmediato en estos textos que convirtieron a las guajiras de salón, cantadas por esos magníficos intérpretes [Salazar Ramírez y Guillermo Portabales] en verdaderas obras de arte”, apuntó en una de sus investigaciones Waldo Leyva.

Un año antes de ver la luz el texto, en 1945, el autor debutó como reportero en el periódico guanabacoense Cooperación,de orientación izquierdista.

En 1948 sostuvo un programa con frecuencia diaria en la CMQ Radio, Décimas informativas, devenido noticiero en verso. Desde ese mismo éter, seis años después, protagonizó épicas controversias con otro grande de las rimas, Ángel Valiente, en el famoso espacio Competencia Nacional de Trovadores.

Su cotidiano contrapunto gustó tanto, que insatisfechos los radioyentes con la brevedad de aquellas polémicas solicitaron en miles de cartas a la dirección de la emisora que los cantores midieran sus fuerzas ante un jurado en un sitio público y espacioso.

En junio de 1955 acaecía el primer encuentro en el Casino Español de San Antonio de los Baños, donde se congregaron más de 2 000 personas. Cada uno compuso en el calor del momento 30 espinelas: 10 sobre el amor, igual cantidad acerca de la muerte y el mismo número de tonadas relacionadas con la libertad.

Dicen que Angelito dramatizaba mientras cantaba, ponía la misma energía en la voz que en sus gestos, y convencía. El estilo del Indio era otro: acariciaba mediante su voz dulce y melodiosa las suaves palabras de sus composiciones musicales; emocionaba.

Al nacer cada estrofa, el público vibraba de goces, aplaudía, exigía el silencio absoluto para no perderse ni un detalle de aquella revancha poética. Seguramente algunos recuerdan esta rima que surgió en aquella lid:

Amor es el Todo: es

el cuerpo eterno de un dios

que quiso partirse en dos

para juntarse después.

Donde una pareja ves

fundiendo sus voluntades,

no veas dos unidades

juntas por afinidad,

sino una misma unidad

uniendo sus dos mitades.

El final de la fiesta de la palabra fue delirante. El público coreaba los dos nombres. Cualquiera de los dos podía ser el ganador. El jurado decidió sabiamente: empate.

La Controversia del siglo en verso improvisado (así pasó a la historia) merecía el desquite. Aconteció días después en agosto, entonces no fue suficiente un salón, tuvieron que habilitar el estadio de Campo Armada para más de 10 000 personas.

En aquellos tiempos, bajo la feroz represión de la tiranía batistiana, Naborí militó en las filas del Movimiento 26 de Julio y del Partido Socialista Popular (PSP), desde donde se alzó poéticamente contra el gobierno que atropellaba al pueblo cubano.

La indignación de Cuba ante el asesinato del líder estudiantil José Antonio Echeverría encontró eco en estrofas del bardo, las cuales fueron difundidas precisamente por BOHEMIA, que se convirtió en su nueva plataforma de creación periodística, donde publicó poemas, crónicas, artículos y reportajes durante más de dos décadas.

El Indio en Revolución

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Incansable defensor de las tradiciones campesinas, especialmente de la décima.

El elegante de la décima esperó el triunfo con un canto épico: la Marcha triunfal del Ejército Rebelde, uno de los himnos políticos más reproducidos en Cuba. La oda vio la luz en esta revista en la segunda parte de la Edición de la Libertad (18-25 de enero de 1959), que alcanzó el millón de ejemplares.

La Revolución siempre pudo contar, a lo largo de cuatro décadas, con su mano y su pluma. Se vistió de maestro durante la Campaña de Alfabetización, de miliciano en Girón. Escribió para diferentes medios de comunicación, pero su sección Al son de la historia, en el periódico Noticias de Hoy, órgano oficial del PSP, marcó pautas en el periodismo porque introdujo una manera original de contar las noticias y establecer el contacto directo con los lectores: a través de coplas.

Durante cinco años, a partir de 1960, el Indio Naborí publicó en ella cerca de 740 poemas sobre diversos temas y en diferentes moldes estróficos, pues para él cada emoción sugería la métrica. El espacio sirvió de termómetro para conocer el acontecer nacional e internacional.

Alicia Fernán (ya fallecida), locutora que puso voz a los poemas naborianos en el noticiero radial Venceremos, lo denominó el cronista en verso de la Revolución.

“Se pueden redactar diez páginas en prosa y quizás nunca se llegue al momento de emoción que Naborí inspira con una sola de sus poesías”, solía decir la declamadora.

Entre los grandes aportes de Jesús Orta Ruiz se hallan: uno de los mejores estudios sobre el criollismo y el siboneyismo, sus publicaciones acerca de la décima y el folclor criollos (hoy textos de consulta), y la creación de la Jornada Cucalambeana (idea compartida con José Ramírez Cruz, Ramón Veloz y Manuel Fernández).

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En la obra naboriana, de 21 títulos, destacan la poesía, el ensayo y el periodismo. / Ecured.

El Indio llena de orgullo a su patria. Para muchos especialistas del género es el gran renovador de la espinela, el rescatador del soneto como forma estrófica y de la oda política. Tales logros lo hicieron merecedor de cientos de reconocimientos, entre los que destacan la Réplica de la pluma del Cucalambé, el Premio Nacional de Literatura y el Título Honorífico Héroe de la República de Cuba.

Desde su condición de hijo y estudioso de la obra del Indio Naborí, Fidel Orta Pérez asegura que “por muchas medallas que tuvo, premios e, incluso, por muchos aplausos del pueblo, el mejor de los títulos que se llevó, al pasar por esta vida, fue el de ser un hombre bueno. Un hombre entregado, un padre que transmitía una ternura extraordinaria”.

Siempre que le preguntan por su padre, el también poeta recuerda las propias palabras de su viejo, quien decía que quien quisiera conocerlo podría encontrarlo en su poesía.

Entonces yo me quedo con dos de sus creaciones: la hecha para su nieto Pablo Ernesto y la que dedicó a su terruño natal; ambas escritas cuando ya sufría ceguera.

Eres dueño de la tarde.

Pareces de fantasía.

Cuando pasas, tu alegría

deja en el viento un alarde

de luces, chispas y arde

sobre mi alma tu gesto:

pequeño sol, pero un gesto

que estalla tras el vocablo,

Con lo que tienes de Pablo

Y lo que tienes de Ernesto.

La oda que Jesús Orta Ruíz le compuso a su San Miguel del Padrón atesora una hermosa historia. Por razones de enfermedad, él había dejado de practicar la improvisación en público. Pero que allí lo homenajearan, eso lo conmovía y aceptó la invitación de enfrentarse a otro maestro del repentismo: Pablo León.

La noticia pasó de boca en boca: “¡El Indio va a cantar!, ¡va a cantar!”. Llegó ese día de septiembre. Cientos de personas en el interior del cine Continental, cientos más afuera. Calles cerradas, policías controlando el acceso…

El Indio Naborí, prodigio de la décima cubana
Una de las grandes voces poéticas de Cuba del siglo XX. / Enrique Lacoste Prince

Cuando subió al escenario, San Miguel del Padrón estalló en aplausos. La sostenida ovación dejó mudo al poeta durante varios minutos. Suspiró profundo y se acercó al micrófono:

“Hermanos: yo quisiera que ustedes tuvieran en cuenta que yo hace más de 20 años que de un modo sistemático no canto y que también tengo ciertas limitaciones de salud. Sin embargo, el deseo de ustedes es que yo cante y, si canto por última vez, que sea esta noche. Así que voy a cantar con mucho gusto.

El progreso me ha borrado

la cañada y la arboleda

pero en mi recuerdo queda

todo como dibujado.

Se ha convertido en poblado

lo que en mi niñez fue monte;

se transforma el horizonte

hay columna en vez de palma,

pero aquí, dentro del alma,

traigo el último sinsonte”.

________________

Fuentes consultadas:

Los textos periodísticos El Indio Naborí, innovador de la décima, de Waldo Leyva (La Jiribilla, edición digital del 26 de septiembre de 2020); El verde imán de mi suelo: el Indio Naborí en la lírica popular cubana, de Fidel Antonio Orta (Cubadebate, edición digital del 30 de septiembre de 2020); El Indio Naborí siempre de retorno, de Iris Celia Mujica Castellón (Juventud Rebelde, edición digital del 22 de abril de 2022). La investigación Al Son de la Historia: periodismo en verso, de Yoerky Sánchez Cuellar. El libro Décimas para la historia: La controversia del siglo en verso improvisado, de Jesús Orta Ruíz y Ángel Valiente. Las cápsulas audiovisuales Hijos de Jesús Orta Ruiz, en el canal de Youtube de Creart.

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2 comentarios

  1. Este artículo es un ejemplo de buen periodismo. Hay aquí un ejercicio de pensamiento que tiene en la investigación su punto de partida. Más que un artículo, “El Indio Naborí un prodigio de la décima cubana” es un profundo ensayo sobre la obra del gran poeta cubano en el Centenario de su natalicio. Felicito a la autora y a la dirección de Bohemia. Ante la calidad de lo leído, sobran las palabras.

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