El nuevo peregrinar

Un poco más de un mes de gobierno y Gustavo Petro ya ha dado pasos agigantados para reanudar las relaciones diplomáticas con la vecina Venezuela. Dos naciones que comparten más de dos mil kilómetros de frontera y que se han visto envueltas en tormentosas disputas, provocadas por la intransigencia política de los que han gobernado desde la Casa de Nariño. Hasta el momento nunca esos gobiernos, basados siempre en la diferencia de sus ideologías, se habían acercado tanto.

El deshielo entre Bogotá y Caracas comenzó casi desde la propia elección de Petro en segunda vuelta, el pasado 19 de junio. Le tomó apenas tres días como presidente electo para dialogar con Nicolás Maduro y confirmar que se proponen reabrir los pasos formales y “restablecer el pleno ejercicio de los derechos humanos, así como reactivar unos intercambios que nunca debieron ser suspendidos.

Expectación ante el añorado encuentro entre Nicolás Maduro y Gustavo Petro. / El Espectador

Desde antes incluso de que Petro se mudara a la Casa de Nariño, los dos gobiernos acordaron nombrar tanto a embajadores como a funcionarios consulares. En la parte venezolana se recibió con beneplácito la noticia y para ello Maduro nombró al excanciller Félix Plasencia nuevo embajador en Bogotá. En respuesta, el colombiano designó al exsenador Armando Benedetti su representante en Caracas. Ambos funcionarios representaron un paso adelante en la intención del primer presidente de izquierda de Colombia de restablecer las relaciones entre los dos países, completamente rotas desde 2019.

En tan corto tiempo las partes también anunciaron que trabajarían de inmediato para mejorar la seguridad. Al respecto, el ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino, por orden de Maduro, establecería contacto “de inmediato” con su homólogo colombiano, Iván Velásquez, para “restablecer” las relaciones militares entre los dos países.

Un historial tormentoso

En marzo de 1999, a poco más de un mes de llegar al poder, el presidente Hugo Chávez se declaró «neutral» ante el conflicto interno de Colombia. Ello generó malestar en el gobierno del entonces mandatario Andrés Pastrana, quien decidió suspender una cumbre bilateral prevista para ese mes. A partir de entonces se desató un temporal en las relaciones que han tenido miles de altibajos con momentos cumbres como los de julio de 2006, cuando se inicia la construcción de un gasoducto de 225 kilómetros en la Guajira conectaría a los dos vecinos territorios.

Poco después, Chávez destaca el aumento del comercio bilateral y estima que en breve podría alcanzar cinco mil millones al año. Pero en realidad llegó hasta siete mil millones de dólares, tope histórico y, desde entonces, todo se fue cuesta abajo en una bien delimitada consecución de hechos.

En agosto de 2007, el presidente Álvaro Uribe autoriza la mediación de Hugo Chávez para la liberación de secuestrados en poder de las FARC-EP a cambio de guerrilleros presos. Tres meses más tarde, el mandatario colombiano revocará esta decisión, generando gran descontento en Chávez, quien anuncia nuevamente la «congelación» de las relaciones bilaterales. En una incursión sobre territorio ecuatoriano, el Ejército de Colombia asesina, en mayo de 2007, a Raúl Reyes, el número dos de las FARC-EP. En protesta por esta operación, Chávez retira al personal diplomático de Venezuela en Colombia y ordena el envío de diez batallones a la frontera.

Las tensiones bilaterales se suavizan unos días más tarde, en una cumbre del Grupo de Río, en República Dominicana. Meses después, Colombia usa la supuesta información incautada en el computador de Reyes para acusar a Chávez de dar apoyo a las FARC-EP. Otra fuerte crisis se genera entonces. Ante los planes de Uribe de dar acceso a Estados Unidos a siete bases militares de Colombia, Chávez ordena otra vez congelar las relaciones bilaterales con el país vecino.

Poco después, Uribe denuncia el hallazgo en manos de las FARC-EP de unos lanzacohetes vendidos por Suecia a Venezuela. El mandatario venezolano niega que haya entregado esas armas a la guerrilla y ordena la retirada de su embajador en Bogotá. Semanas más tarde, afirma que es inminente la ruptura definitiva de relaciones con Colombia e impone restricciones sobre las importaciones procedentes de ese territorio.

Avanza el mes de julio de 2010 y vuelven a derretirse los nexos diplomáticos, luego de que el gobierno de Uribe acusara a su vecino, durante una reunión de la OEA, de dar refugio a miembros de las FARC-EP y del ELN, algo que Chávez niega. Pasado un mes, el entonces nuevo presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y Chávez se reúnen en Santa Marta y acuerdan relanzar la relación bilateral. En pocos meses, nombran nuevos embajadores y restablecen el comercio bilateral, que estaba congelado desde mediados de 2009. En noviembre, Santos se refiere a Chávez como su «nuevo mejor amigo».

Tras el fallecimiento de Hugo Chávez, en marzo de 2013, Nicolás Maduro asume el poder y califica de inaceptable la «conspiración permanente» contra Venezuela desde Colombia, luego de que Santos recibiera al líder opositor venezolano Henrique Capriles en la Casa de Nariño. Santos rechaza las acusaciones como «descabelladas» y las califica de malentendido. Maduro cierra el principal cruce fronterizo como parte de una campaña en contra del contrabando y se genera una nueva crisis diplomática. En apenas dos semanas, Venezuela obstruye seis puntos de la frontera y toma medidas para reforzar la lucha contra el narcotráfico y los paramilitares.

Luego de casi un año Maduro y Santos acuerdan, otra vez, la apertura «ordenada, controlada y gradual» de los pasos fronterizos, pero todo se vuelve a agitar en agosto de 2017, cuando, tras la elección de la Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela, Juan Manuel Santos, en clara intromisión en las cuestiones venezolanas, afirma que «es el fin de la democracia en Venezuela».

En enero de 2019, el presidente de turno, Iván Duque, reconoce al opositor Juan Guaidó como mandatario legítimo de Venezuela, poco después de que este se autoproclamara presidente interino de ese país, alegando que la reelección de Maduro en 2018 había sido fraudulenta. Comienza entonces todo un show mediático maquinado desde Estados Unidos y ejecutado por Guaidó, que organiza una supuesta operación para llevar ayuda humanitaria a Venezuela a través del principal cruce fronterizo con Colombia, el Puente Internacional Simón Bolívar. En respuesta, el gobierno de Maduro impide la entrada de la supuesta ayuda humanitaria afirmando que detrás de la misma hay un «plan de intervención».

Las acusaciones venezolanas se comprueban luego, cuando se materializó la llamada «operación Gedeón», en la que decenas de mercenarios, entrenados en Colombia y organizados desde Washington, desembarcaron en la frontera con el fin de capturar a Maduro. La operación, cuyo origen sigue sin estar del todo claro, fue un total fracaso. No obstante, en octubre de 2021, Caracas llama nuevamente a la normalización de las relaciones comerciales y diplomáticas con Colombia, pero Iván Duque responde que su gobierno no reconoce a Maduro.

Elegido presidente de Colombia, Gustavo Petro deja claro que uno de sus objetivos es el restablecimiento de las relaciones con Venezuela y la reapertura de la frontera para «reactivar unos intercambios que nunca debieron ser suspendidos».

Venezuela, garante en diálogos con el ELN

Todo ello pareciera tener un fin venturoso con la llegada de Petro a la presidencia de Colombia, al punto de que ahora ambos países no solo tienen embajadores, sino que buscan fortalecer sus relaciones comerciales y reabrirán la frontera el 26 de septiembre; luego Petro pidió a su par Nicolás Maduro que asuma como fiador en las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). «Venezuela acepta el carácter de garante con el ELN. Pondremos nuestra mejor voluntad en nombre de Dios padre todopoderoso”, respondió Maduro a la propuesta.  Caracas ya fue parte en las negociaciones con las FARC-EP en La Habana entre 2012 y 2016, por lo que hay una experiencia acumulada que puede ser clave para el buen desarrollo de las conversaciones.

A eso se agrega que Venezuela es un actor fronterizo fundamental en esos espacios donde se han desarrollado reiterados actos de violencia y su presencia en las negociaciones sirve para generar confianza y afianzar la implementación en un escenario de posconflicto. El cambio de tono entre ambos países implica consecuencias no solo políticas, sino también sociales, comerciales, militares y humanitarias. Tantos años de conflictos tuvieron efectos en las dinámicas internas y buscaban un ambiente de aislamiento de Nicolás Maduro dentro y fuera de Venezuela, algo que finalmente nunca ocurrió.

Una de las medidas que desecha Colombia en sus relaciones con su vecino es el retiro de una demanda que interpuso Iván Duque contra Maduro en la Corte Penal Internacional (CPI) por presuntos delitos como tortura, asesinato, persecución a un grupo poblacional definido y arrestos masivos, entre otros. El ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Álvaro Leyva, manifestó hace unos días que la nación buscará retirar la acusación para así restablecer relaciones y conseguir la paz total entre ambas naciones.

“Dentro de la normalización hay que revisar una iniciativa que se tomaron en otros gobiernos, en otros momentos y otras perspectivas, de tal manera que no me sorprendería que, en su momento, con la claridad necesaria sobre muchos aspectos que se están solucionando, se llegue a la necesidad de retirarla”, dijo Leyva. Para el canciller colombiano, lo que se hizo con Venezuela “fue una barbaridad”, teniendo en cuenta que “en todos los países del mundo en conflicto nunca se negó la existencia de un Estado”.

Todo este camino verde para reanudar nexos será, sin dudas, una carta para una oposición colombiana que ha sembrado por siempre el terror al modelo chavista o cubano. Petro tendrá que mover estas fichas con mucha precisión.

No obstante, cuando el 26 de septiembre se abra la frontera común para que fluya el comercio y el intercambio entre los pueblos, el mundo estará expectante ante el tan esperado estrechón de manos entre Maduro y Petro, augurio del inicio de una nueva historia en esa región de América Latina.

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