Elaine Vilar, escritora y feminista in progress

Para la escritora cubana Elaine Vilar la literatura es una manera de estar en el mundo, de pensarlo en letras; es un motor de cambio, un motor de nuevas posibilidades a lo establecido socialmente. Quizás sí pueda transformar este mundo y entonces esté condicionado a las ideas que unos hombres y mujeres en toda época han puesto en palabras; quizás no, aunque se intenta. 

Muchos de nosotros como Elaine estamos en las edades donde las utopías se desvanecen, pero a pesar de todo confiamos en que los libros son una percusión, a veces grácil e inopinada, sobre la mente de los seres humanos; que pueden cuestionar sistemas de creencias, flexibilizarlos, educarlos, transformar el universo a través de sus páginas.

Puede que por eso ella, a pesar de haber transitado por diferentes formas de la producción del pensamiento y la creatividad desde el arte, eligió la literatura, o la literatura la eligió a ella; no supo decirme. Lo cierto es que los libros la atraparon desde pequeña. Ese placer de verse atrapada entre las redes de historias e ideas con las que coqueteamos inocentes, y terminan enamorándonos, la llevó a la creación de una voz propia dentro del mundo literario.

Y es a través de esa voz que ha dado luz a temas displicentes impelidos por su ser social como mujer en el imaginario y la cotidianidad, por sus vivencias y realidades. Su obra aborda el feminismo, incluso mucho antes de que tuviera conciencia de que este iba a ser parte fundamental de su creación. Así, en este entramado de temas que son la mujer, la maternidad, la familia, las disidencias con lo tradicional, construye (y deconstruye) las vidas de sus personajes. 

¿El feminismo ha influido en tu obra simplemente como parte de lo que eres o cumples una función social en ese sentido?

Por lo general no pienso a priori en las funciones sociales que pueda tener la literatura… Si pensara en eso, tal vez me dedicaría a géneros que no tuvieran que ver directamente con lo ficcional, que es el centro de mi creación, y ahondaría en otros términos e ideas. Aunque sí está la pulsión del feminismo, pienso que más bien mi condición como mujer, una mujer marcada por el mestizaje de un país, por diferentes formas de opresión, por diferentes modos de colonialismo, es lo que más ha influido en mi trabajo. Es decir, este feminismo que busca entender de qué manera nuestros cuerpos como herramientas o armas biopolíticas forman parte de un imaginario social y que tienen también como misión reconstruir ese imaginario social. Más allá de todas las búsquedas estéticas que pueda tener dentro de mi obra, lo que me ha importado es tratar de entender cómo a través de ella puedo contar historias ficcionales, que siempre están marcadas por un eje autoficcional o autobiográfico, y cómo esas obras pueden impactar en las mentes de otras personas.

Creo que ahora hay nuevas generaciones con muchísima más vista larga, con más herramientas de formación, que las que poseí yo en otros tiempos, y eso hará que tengamos lectores un poco más educados en temas de género, de identidades, de feminismo, etcétera. Para esos lectores, que son los lectores del presente y que serán los lectores del futuro, tenemos que prepararnos nosotros los autores; no se puede escribir nunca para el pasado, no se puede escribir como si todo el pretérito fuera lo único que valdría la pena contar, se tiene que contar también para los tiempos presentes, para los tiempos futuros y sobre todo para las personas y los cuerpos, muchas veces cuerpos disidentes que habitarán esos futuros tanto de vida, como de escritura.

¿Te consideras una escritora feminista?

Me ha costado considerarme una escritora feminista y, de hecho, me ha costado considerarme una persona feminista, y es porque el feminismo era bastante desconocido tanto en mi familia como en mi formación cultural. El punto de inflexión creo que sucedió cuando me di cuenta de que mi cuerpo femenino era también un arma biopolítica, un cuerpo intervenido por violencias de lo cotidiano y violencias que ya nos hemos acostumbrados a reconocer y a interpretar, por desgracia, como parte de una cotidianidad. Creo que ser feminista, ser una escritora feminista, es un proceso de reconstrucción de los patrones con los que nos han educado; patrones culturales, patrones incluso de violencia física, mental y psicológica a los cuales estamos acostumbradas y con los cuales hemos convivido a lo largo de nuestras vidas. Así que puedo decirme que soy una escritora feminista todavía en construcción, que sigo reaprendiendo, aprendiendo y desaprendiendo de mi cuerpo, de mis hábitos, de la manera en la que he sido educada, tratando de construir y reconstruir a la vez ese mundo tal y como lo había aprendido. Yo creo que esas son las bases o las herramientas esenciales que me han ayudado a establecerme como una persona feminista en construcción y, por supuesto, buscando no solo en la experiencia de lo cotidiano, en la experiencia de lo diario, sino también otras herramientas teóricas que son necesarias para la formación de cualquier ser humano que piense en un mundo mejor.

¿Cómo ha sido transformada tu visión feminista y tu madurez literaria al respecto a lo largo de tu trayectoria?

Mi visión como feminista, que va aparejada también a una madurez literaria, pues es todavía un work in progress. Yo voy caminando y, a la vez que voy caminando, voy aprendiendo, pero no voy aprendiendo solo de literatura, sino de opresiones, de cuerpos, de transgresiones, de pensamientos, de disidencias de cuerpos, de formas distintas de estar en el mundo. Todos esos son aprendizajes que han llegado a mi vida, por suerte no tardíamente porque aún soy una autora joven que puedo permitirme muchos cambios a lo largo de mi escritura, pero sí son aprendizajes que no llegan un día y al otro están transformando la obra. Si es así, pues entonces el aprendizaje y la transformación son falsos porque creo que todo lleva un proceso de asimilación, de comprensión, de verdaderamente llevarte en la epidermis, debajo de la piel, dentro de los huesos, en la linfa, en el tuétano, esas transformaciones y esas deconstrucciones que primero atraviesan la vida personal y luego van como un canal directo a la obra literaria.

Creo que mi literatura ha ido evolucionando en la medida que mi pensamiento como feminista ha ido alcanzando nuevos peldaños. Es una obra en construcción, una obra que cambiará, que irá incorporando muchísimas de estas formaciones, de estos procesos de construcción y deconstrucción del ser humano que soy.

Y soy, sí, una persona y una escritora que es un work in progress constante. Me fascina esa idea de no culminación de un ser; o sea, que mi experiencia vital no sea una experiencia culminada, sino una experiencia que vaya caminando conmigo, a la par que yo voy caminando por la vida. No sé si algún día llegaré a un punto donde pueda decir: creo que he parado aquí y es un lugar cómodo desde el cual mirar el horizonte. No siento que me vaya a pasar eso alguna vez, soy una persona curiosa, que tiene muchas ansias por conocer; me gusta caminar muchísimo y aprender mientras observo y piso ese camino.

La familia, la mujer, la maternidad, son temas transversales de tus obras, ¿por qué has escogido estos temas y cómo los has tratado sin caer en convencionalismos o posturas poco críticas al respecto?

La familia, la mujer y la maternidad son temas muy transversales de mis obras, lo son desde el principio, y creo que esto ha sucedido porque, en gran medida, ahí está un flujo directo de mi experiencia vital. Yo crecí en una casa esencialmente conformada por mujeres, donde las mujeres llevaban la carga, la fuerza económica, una casa con un padre ausente, con un abuelo enfermo, donde mi madre y mi abuela tuvieron que asumir roles de crianza, roles de maternar, pero también roles de paternar y de enseñarme hasta qué punto sus cuerpos, sus mentes y sus ideas formaban un entramado complejo dentro de las propias estructuras de la familia. Por tanto, he visto y he experimentado las caras, a veces no tan visibles ni tan idílicas, de lo que llamamos familia, roles, mujer, maternidad.

Pienso que en la literatura todo lo que rociamos con excesiva azúcar deja de funcionar. Hay temas dentro de la literatura que han sido excesivamente edulcorados, que hemos colocado en altares, que hemos llamado inexpugnables, temas que no se pueden tocar ni con el pétalo de una rosa porque no pueden ser mancillados: la figura de la madre, la figura de la mujer, la familia como una figura sacrosanta… Por eso me ha interesado muchísimo develar a lo largo de mis libros, y creo que cada vez con mayor asidero, esas aristas poco convencionales, esas aristas de disidencia, de cuerpos como armas biopolíticas. Y creo que estos temas de la realidad que abordamos en nuestra literatura siempre tienen que ser mirados con ojos críticos, de otra manera la literatura enmudece, se convierte en literatura muerta.  

¿Cómo confluye la construcción y deconstrucción de tales tópicos referentes a las mujeres en tus libros?

La construcción y deconstrucción de esos tópicos referentes a las mujeres en mis libros, ha ido a la par de la construcción y deconstrucción de mis paradigmas, de lo que es ser un cuerpo femenino en un espacio, en un mundo que sigue siendo hegemónicamente patriarcal, cisgénero y heterosexual: el mundo cis-hetero-patriarcal que nos han impuesto como una norma. Yo siempre creo que desde las disidencias del cuerpo se pueden contar cosas muy interesantes. Son precisamente las disidencias de nuestros cuerpos femeninos, de los cuerpos racializados, de los cuerpos que han hecho el cruce de una identidad de género a otra, de los cuerpos intervenidos por diferentes, y a veces muy sutiles, formas de violencia, construcciones que literariamente me ha interesado abordar.

Como a veces no las abordaba con todas las herramientas teóricas de conocimiento a mi alcance, además de que la naturaleza de la escritura es una en constante evolución, siento que estoy en un momento donde estos temas me interesan más que nunca, donde me importa cada vez más verticalizar mi relación con ellos y que esa relación se transforme en literatura, en palabras, en libros, en ideas.

La madre de los tres niños en La tiranía de las moscas es un personaje peculiar que intenta encajar dentro de los moldes sociales con los cuales batalla y encierra todo un enfrentamiento con la sociedad tradicional ¿Era ese tu propósito? ¿Qué buscabas mostrar o denunciar con este personaje?

En La tiranía de las moscas la madre de los niños protagonistas de la historia, Casandra, Caleb y Calia, es precisamente solo conocida como “la madre”. Esa madre no tiene nombre, ha perdido toda identidad al convertirse en la madre de esos hijos tan particulares. Ese hecho de convertir en criaturas anónimas a las mujeres a través de la maternidad, de despojarlas de un nombre a través de la maternidad, de que nuestros cuerpos pierdan sus identidades al transformarlos en una extensión de las identidades biológicas de nuestros hijos e hijas en el mundo, pues me interesaba muchísimo. Quería develar una confrontación con la sociedad tradicional, donde la figura de la madre es intocable, es la criatura más sagrada.

Existen muchas formas de maternidad y creo que no todas son felices. Es muy salutífero para la vida del ser humano conocer que hay otras estructuras de maternidad. Siempre digo que amar a los hijos no es necesariamente una condición biológica, es también un aprendizaje. Me gustaba sobre todo que este personaje, que tiene como leitmotiv el hecho de que intenta amar a sus hijos, pero no lo consigue; intenta analizar a estos hijos peculiares, cada uno con rasgos y características muy distintos a los de los niños comunes. La madre está constantemente friccionando con su realidad, es un personaje que intenta encajar dentro de los moldes de lo que la sociedad, el esposo y el país han intentado construir en ella y que constantemente falla. Y anticipo ya que, si bien este es un tema que atraviesa La tiranía de las moscas, pues va a estar muy presente, incluso con mayor fuerza, en mis próximas dos novelas: Cavidad provisional, que se publicará en México en Bookmate, y El cielo de la selva, que se lanzará a comienzos del 2023 por la editorial barcelonesa Lava.

¿Has encontrado dificultades en el camino de encontrar una voz propia dentro de un mundo literario tradicionalmente reservado al sexo masculino?

Nunca sentí que tuviera dificultad en encontrar mi propia voz literaria, pero sí existieron dificultades para hallar la plataforma desde donde mi voz literaria fuera escuchada. El mundo de la literatura es un mundo que está marcado todavía por muchos sesgos; las mujeres pasamos trabajo para abrirnos paso, sufrimos muchas violencias invisibles, violencias de las cuales no se habla, violencias que normalizamos hasta el punto de, una vez pasado el escollo, reírnos de ellas o tratar de olvidar; y tanto la risa como el olvido son formas bastante terribles de anulación, aunque también sean mecanismos de preservación de nuestra sanidad mental.

Entonces sí, ha sido difícil. Tenía 16 años cuando ingresé en el mundo profesional de la literatura y he sufrido quizás dos marginaciones fundamentales: la de ser joven y la de ser mujer, no he sentido tanto la segunda como la primera. La conjugación de ambas es muy peligrosa, tiende al hecho de que siempre te piensen como la joven poetisa que escribe determinados versos, o la muchachita que solo escribe ciencia-ficción, o esta autora a la que le interesan temas que solo tienen que ver con el cuerpo femenino y que no es capaz de escribir sobre otras cosas. Muchas veces asocian también el éxito profesional de una con cualquier idea excepto la del trabajo duro o el talento. Es más fácil así desaparecernos como mujeres escritoras o como artistas jóvenes.

Siempre he sentido que no he tenido que gritar por mi literatura, que no he tenido que ponerle palabras en la boca porque ahí están, en mis 33 años de vida, más de 50 libros publicados en Cuba y en el extranjero, ahí está mi trabajo hecho, mis libros de poesía, mis libros de teatro, mis novelas, mis cuentos, mi literatura infantil, y creo que la disciplina me ha ayudado muchísimo con eso. Soy una persona concentrada en el carril de mi creación.

Es muy importante, en el caso sobre todo de las mujeres que somos artistas, el apoyo de nuestros familiares, de los grupos humanos que nos acompañan, de las personas que acompañan nuestro camino. Sin ellos, la soledad de las mujeres que se dedican al arte sería tremendísima, la senda sería mucho más difícil de recorrer.

La escritora Joanna Russ en su libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres dice que la historia de la literatura sigue perpetuando el círculo vicioso por el que las mujeres virtuosas no podían saber lo suficiente de la vida como para escribir bien, mientras que aquellas que sabían lo suficiente de la vida como para escribir bien no podían ser virtuosas. ¿Cómo has enfrentado esa dicotomía?

Para responder a esta cita de Joanna Russ tendríamos que preguntarnos primero qué es la virtud. Esta noción es lo primero que debemos cuestionar. La virtud, patriarcalmente descrita, está concebida como parte indistinguible de nuestros cuerpos. La virtud de nuestros cuerpos y de nuestras mentes nos habla de una especie de virginidad acrítica, de lo impoluto, de la naturaleza inmaculada que debemos poseer las mujeres para entrar cómodas por las puertas de un mundo cis-hetero-patriarcal. Si esa es la virtud que se espera, pues creo que en mí no va a aparecer, no va a tener nunca un resquicio abierto. Al contrario, me interesa todo lo opuesto: los lugares no impolutos, las criaturas no impolutas, la imperfección, la mácula; me interesa analizar qué existe detrás de la mácula, sobre todo me importa que no convirtamos la literatura en un lugar tan aburrido. Yo creo que son cuestiones que han transversalizado mi discurso, mis ideas y mis pensamientos.

No pienso mucho en ello… Allá las mentes que se dejen atrapar, allá las mentes que piensen en esas dicotomías, tanto en los que las producen, como aquellos que se detienen en ellas para tratar de construir un universo a su imagen y semejanza. Creo que el mundo se está moviendo de manera muy interesante hacia los espacios, los cuerpos y las mentes no impolutas. Creo en ese mundo en movimiento que está surgiendo frente a nuestros ojos y a veces sin darnos cuenta, aunque hagamos reticencia. Debemos montarnos en esa rueda, debemos sentir que esa rueda forme parte también de nuestra evolución como especie, de nuestra evolución como cuerpos y de nuestra evolución como ideas dentro de cuerpos.

Recibiste el Premio Cálamo 2021 por tu obra La tiranía de las moscas en un momento donde la literatura hecha por mujeres tiene un gran protagonismo, en tu opinión¿cómo puede tributar este lauro al reconocimiento de las escritoras cubanas?

Siempre digo que cuando recibo un premio en el extranjero no lo recibe solo mi obra, lo recibe la obra de las mujeres escritoras cubanas y lo recibe la literatura cubana en sentido general. Pienso que cada vez que una de nosotras, una mujer latinoamericana, una mujer caribeña, una mujer cubana, puede abrir una puerta de un premio internacional, lo cual es muy difícil, se abre al menos por un momento una ventana que ilumina un fragmento de la historia de la escritura que se está haciendo en determinada área geográfica.

Al ganar el Premio Cálamo en el año 2021, muchos lectores, editoriales, editores y representantes miraron por algún momento a la islita nuestra, a nuestro pedazo de tierra, a la escritura hecha por mujeres acá y se preguntaron qué otras autoras están realizando su trabajo en Cuba, qué otras mujeres están escribiendo, qué otras mujeres han sido invisibilizadas por fronteras geográficas o por fronteras políticas, o por sesgos culturales, o simplemente porque hemos llegado con años de tardanza a las redes sociales y aún no sabemos aprovecharlas bien.

Cuando una recibe un premio así, además de que es una felicidad y un reconocimiento a la obra propia, es también un momento, y ojalá otras autoras de mi país lo perciban de igual manera, en que las miradas del mundo se van a dirigir a lo que se está haciendo desde Cuba y, sobre todo, a lo que escriben las mujeres aquí. Estos momentos de premio son instantes no solo para recordar a las autoras jóvenes que están empezando a crear su obra, sino también para recordar a algunas de nuestras autoras cubanas canónicas que han sido desdichadamente tragadas por el olvido o echadas a un lado, o que han decidido separarse del oficio por múltiples motivos. Creo que es un momento que puede abarcarnos a todas.

Últimamente hay una eclosión de mujeres escritoras que por mucho tiempo habían estado invisibilizadas, ¿qué está marcando la escritura de estas mujeres?

Esta eclosión no solo es un fenómeno que está sucediendo en Latinoamérica, sino en todo el mundo. Ahora mismo estoy leyendo a autoras rusas, polacas, japonesas, todas jóvenes, que tienen una fuerza increíble en sus palabras. Siempre pensamos en el fenómeno más cercano, que es la eclosión de este nuevo “boom” latinoamericano de mujeres escritoras, pero hay mucho más allá del “boom” y hay que considerar también que este es universal, lo cual posibilita que nuevas voces femeninas y temas lleguen a los lectores. 

Nosotras estamos construyendo la escritura desde nuestros cuerpos, por lo tanto son escrituras que hablan de nuestras entrañas, que hablan de nuestros procesos, que hablan del reciclado de nuestros cuerpos, que hablan de las violencias que patriarcalmente se han implantado sobre nosotras y nuestras libertades. Hablamos de nuestras familias, hablamos de nuestros silencios, hablamos de las distopías del mundo contemporáneo.

Somos autoras que no andamos con pelos en la lengua y que traemos revoluciones no solo del punto de vista del lenguaje, sino también desde los temas y las maneras de contar. Hace mucho tiempo que nos hacía falta una revolución de autoras como la que se está presentando ahora y es realmente hermoso ser parte de este proceso, ser una pequeña gota dentro del mar que es este proceso.

¿Cómo se puede alimentar la praxis literaria feminista y su reivindicación dentro del panorama actual?

La praxis literaria feminista debe empezar desde la formación en las universidades, incluso desde mucho antes. Esto se dice fácil, pero es un proceso complejo: desestructurar patrones de una sociedad que durante siglos ha estado encerrada dentro de una cápsula o dentro de una crisálida de confort, de conformidad, dentro de un mundo donde se nos ha dicho muchas veces que todos somos iguales y, si bien es verdad que hombres y mujeres somos iguales en muchos aspectos en nuestra sociedad, también es cierto que en muchos otros no lo somos, que las violencias existen, que la marginalización también, que hay mujeres ahora mismo en nuestro país violentadas, abusadas, asesinadas, conozco incluso el caso de una mujer desaparecida.

Y muchas veces todo esto sucede desde el silencio y ese silencio es también una manera desdichada en que las violencias se van convirtiendo en asuntos cotidianos. Romper el silencio de nuestras opresiones es lo que necesita el futuro. Debemos dar mazazos contra el silencio de nuestras familias, el silencio que nuestras madres y abuelas cargaron durante años, el silencio al que nos han acostumbrado como parte de la “virtud” de nuestros cuerpos.

Si nosotras somos capaces ­–primero como productoras de cultura y de ideas tanto en Cuba como en el mundo– de visibilizar los cuerpos e identidades disidentes del sistema de la cisheteronorma, si aprendemos a dar espacio a todo lo que no necesariamente tiene que entrar dentro de la estructura patriarcal del mundo tal y como nos lo han enseñado, siento que todo esto va a revertir en resultados extremadamente positivos. Sí, para la cultura; sí, para el arte; sí, para la antropología, pero seguramente también va a ser mejor de puertas hacia adentro en las políticas individuales de nuestros cuerpos, de nuestras casas, de nuestros hogares, de nuestros pensamientos, de la relación con nuestras ideas, y de la producción de esas ideas desde el punto de vista de lo creativo.

Ya hablando desde la praxis propia del oficio literario, pues yo creo que nos toca escribir. ¿Cómo podemos transformar algo si no escribimos? Pues nos toca a las mujeres tener el coraje, la fuerza y las ganas de contar nuestras historias, de ventilar todos esos trapos sucios de silencio que a lo largo de los años nos han podrido las entrañas, de usar la lengua que nos han entumecido, y que así podamos abrir las puertas de nuestros cuerpos.


Fotos: cortesía de la entrevistada

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