Foto. / Ramón Barreras Vladés
Foto. / Ramón Barreras Vladés

Entendernos como nación desde el teatro

Mientras intento desbrozar estas glosas, un aluvión de ideas, memorias, historias, van y vienen en mi mente. Recuerdo con especial devoción relatos escénicos que a más de uno llevaron del sonrojo a la sorna, del dolor a la euforia, de la placidez a la intranquilidad aniquilante.

Desde que el mundo es mundo, el teatro es plaza de reencuentros entre actores y públicos para contar de las tantas vicisitudes y circunstancias que perturban, marginan o engrandecen al ser humano, al ser cubano que somos.

Por su cualidad de imbricar valores (éticos, políticos, ideológicos, sociales, entre otros) y hechos, el arte teatral dibuja o desdibuja comportamientos individuales y colectivos; de modo que, a veces, suele ser áspero, irritante o fastidiosamente corrosivo.  

Mirar nuestro teatro hoy, pensarlo, aspirar a comprenderlo sin fórmulas, estereotipos ni frases hechas es un acto difícil, complejo e, incluso, arriesgado; justo por la pluralidad de aristas que presupone el decurso de esta manifestación en nuestros predios, casi siempre signada por avances y retrocesos, fracasos y logros.

Como práctica sociocultural, el teatro contemporáneo que se cuece en esta tierra antillana exhibe una impresionante diversidad en estilos, estéticas, modelos creativos, entre los cuales conviven –en armonía o ¿desarmonía?– distintas hornadas de teatristas.

Esta condición, además de significar crecimiento, desarrollo y el pretendido e imprescindible ascenso a la universalidad de la obra, deviene rasgo de identidad que define nuestra cubanía, aun cuando las partituras dramáticas sean de autores foráneos o los modos de escritura se articulen sobre la base de las tendencias que, en el momento, circulan a nivel global.

“Momentos significativos en el devenir de nuestro teatro han estado movidos por el impulso renovador de búsquedas y experimentación, con un sentido subversivo de ruptura y transgresión, dando origen a un teatro vanguardista en las maneras de pensar el texto, la escena y la relación con el espectador”, señalaría la actriz, directora teatral, profesora e investigadora cubana Norah Hamze, en una conferencia impartida a propósito del 34º Congreso LASA 2016, en Nueva York, Estados Unidos.

Hacia una escena que nos engrandezca

El teatro cubano, visto como proceso de confrontación, hoy día está permeado por disimiles códigos, en tanto experiencias de búsquedas que se perfeccionan y transforman en complicidad  con los espectadores. En cada puesta en escena sus creadores perseveran en revelar teatralidades y poéticas propias, en consonancia con las transformaciones a nivel global, local y, por derivación, de sus públicos.

La exploración y la experimentación de nuevos derroteros siempre han sido la mejor carta de triunfo de los hacedores de la escena cubana contemporánea.

El banquete infinito, de Alberto Pedro, a cargo de Teatro de La Luna, es una hilarante farsa que critica de modo caustico las estructuras de poder. / enfoquecubano.blogspot.com

En el presente, cabría pensar el teatro antes y después de la covid-19 y a su alrededor, la traza  de los años de período especial, las inestabilidades y limitaciones económicas, circunstancias que han favorecido la asunción de temáticas que, aunque en múltiples ocasiones son universales, intentan reflexionar sobre la sociedad cubana con sus defectos y virtudes, con sus tradiciones, idiosincrasia  y costumbres.

Diversas agrupaciones exhiben en sus montajes esa reverencia hacia lo cubano. El Estudio Teatral Macubá, de Santiago de Cuba, liderado por la actriz y directora escénica Fátima Patterson, desde hace tres décadas trabaja con elementos de la cultura popular tradicional (música, danza, oralidad) para abordar problemáticas que atañen a la mujer a escala universal.

Dirigida por el actor y director escénico Fabricio Hernández, la obra Ni un sí, ni un no, de Abelardo Estorino, por la Compañía Hubert de Blanck, reflexiona sobre el machismo en la Cuba de los años 80. / enfoquecubano.blogspot.com)

Otros colectivos, como los camagüeyanos de Teatro del Viento, intentan una comunicación con las audiencias más jóvenes, sustentada en la investigación de realidades sociales de la Cuba actual, ya sea con textos foráneos o nacionales; entre ellos están las versiones de Los caballeros de la mesa redonda, de Christoph Hein; o El millonario y la maleta, de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Teatro El Público, dirigido por Carlos Díaz y reconocido  uno de los colectivos más prolíferos y vanguardistas en la actualidad, a lo largo de tres décadas ha desarrollado un trabajo teatral que hurga en las esencias del y lo cubano, por medio de una postura cuestionadora de lo nacional; aun cuando por lo general sus obras se sustentan en textos de autores extranjeros, muchos de ellos ya fallecidos.  

Un hondo sentido de memoria, identidad y compromiso social con la filosofía del cubano expresa el trabajo escénico de la agrupación Argos Teatro, encabezado por Carlos Celdrán, cuyas puestas más representativas en este ámbito son Chamaco, Talco, Mecánica, las tres del dramaturgo Abel González Melo; y del propio Celdrán son Diez millones, Hierro, y Misterios y pequeñas piezas.

Las nuevas generaciones tienen en los matanceros de Teatro de Las Estaciones, que lidera Rubén Darío Salazar, un colectivo ocupado en y preocupado por revitalizar y rescatar la dramaturgia titiritera universal y nacional con montajes que exaltan la obra martiana en las versiones de Los zapaticos de rosa y Los dos príncipes; u otras que expresan un conmovedor sentido de la cubanidad y las tradiciones.

El humanismo de José Martí ha sido representado varias veces por Teatro de Las Estaciones. En la imagen Los dos príncipes. / lajiribilla.cu

El grupo Teatro Tuyo, de Las Tunas, con la estética del clown en su repertorio escénico, igualmente apuesta por trasmitir a los más jóvenes valores vinculados con una postura humanista, como en las obras Narices, Dos payasos en peligro, Superbandaclown, entre otras.   

Al margen de estas líneas no pueden quedar grupos muy sobresalientes en el panorama teatral antillano: El Ciervo Encantado con su singular poética de integrar en los montajes elementos del performace, las artes visuales, la literatura, la danza; el Teatro Buendía y su líder ineludible, la maestra Flora Lauten, quien desde finales de los años 80 del pasado siglo sentó cátedra con Lila la Mariposa, y en los últimos lustros ha concebido un laboratorio de creación y formación de artistas que abraza una manera peculiar de asumir la escena insular; el Teatro D´Dos, dirigido por Julio César Ramírez, en el cual lo intertextual y lo experimental van de la mano en procesos creativos basados en textos universales y cuyos enunciados dramáticos revelan evidentes vínculos con nuestro contexto.

Entender el compromiso que implica en la actualidad crear un arte escénico movilizador de los públicos y fustigador de la cotidianidad, pasa por las esencias de los contextos políticos y sociales, por los apremios que desuelan y/o enaltecen a los habitantes de este archipiélago en esos entrecruzados avatares que nos fuerzan a redefinirnos, como razón y contenido de lo que somos y queremos ser.    

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