Ese gran descubridor nuestro

El Doctor Antonio Núñez Jiménez no solo desentrañó enigmas de la geografía. Descubrió que era un hombre muy saludable, que lo de él no era el catolicismo, y que quería izar una bandera cubana en la Antártida


Creció bajo la constante advertencia de su madre sobre el precario estado de salud que tenía. Casi a diario, la progenitora contaba a alguien que Ñico le había salido enfermizo y, en varias ocasiones, en presencia del pequeño, hacía la historia de cuando lo iban a operar de la garganta, y ya en la mesa de cirugía, el doctor le dijo “que si lo operaba se quedaba muerto en la mesa, pues era hemofílico. Ese niño tiene que cuidarse, pues no se puede dar una herida, se iría en sangre”.

Como si fueran pocas las enfermedades que lo sentenciaban a la sobreprotección familiar, entre ellas, el asma y la hemofilia –esta última en realidad inexistente; algo que descubriría años después– el médico pronosticó además que, al llegar a los 15 años, Antonio padecería también tuberculosis… En fin, ¡un sambenito!

Pero todo fue un mal augurio, cuando arribó a esa edad comenzó a salir del calor hogareño para explorar cuevas y montes. Con ello, las primeras vivencias de expedicionario: pasar hambre, mojarse bajo la lluvia, hasta vivir a la intemperie. Ocurrió el primer gran hallazgo de Antonio Núñez Jiménez: descubrir que era más fuerte de lo que su madre y hermanos creían.

Antes de la geografía: guantes y barcos

La geografía no fue la primera pasión del nacido el 20 de abril de 1923 en Alquízar. Antes, había soñado con ser boxeador. Después de varios años de desearlo, cuando pudo, se compró un par de guantes de boxeo, se los puso y caminaba con ellos por las calles de La Víbora –uno de los tantos repartos capitalinos donde residió– creyéndose que era el rey del mundo.

En el patio de la casa, él y sus secuaces hicieron un ring, con cordeles en lugar de sogas. Boxeaba con su hermano Rigoberto, con sus amigos. Tenía libretas y recortes de periódicos de todas las peleas de Joe Louis, Max Shemeling y Tony Galento: sus ídolos.

Durante la cena con carboneros en la Ciénaga de Zapata, Núñez carga en sus piernas al niño Jesús García. / Revista INRA.

Tras la afición por el deporte de los puños se apasionó por el mar. Cuando empezó el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza número 1 de La Habana, se veía, a futuro, como oficial de la Marina.

Junto a su mejor amigo de aquella época, Jorge Salvat, pasaba horas pintando barcos de guerra, mercantes y veleros. Sobre esos sueños de muchacho, Núñez confesaría después que aún guardaba “aquel dibujo realizado con Jorge de una goleta que pensábamos construir y que tenía por nombre Pichón de Palangana”.

Salvat sí logró entrar en la Escuela Naval de Mariel, no así Ñico, quien comenzó a prestar mayor interés a las exploraciones y a la geografía de nuestro país. “Y esta sí fue una vocación que abracé toda la vida”, solía decir con una sonrisa cándida.

La cueva de la Loma de Candela, situada al norte de Güines, fue el primer sitio que exploró, junto con algunos compañeros de escuela. Ese mismo año también investigó otras grutas: las de Seboruco, en Mayarí, y las de la Cotilla, en la loma habanera de la Cumbre.

A sus 16 abriles, el 15 de enero de 1940 estuvo entre los fundadores de la Sociedad Espeleológica de Cuba, una creación juvenil que con el transcurso de los años recorrió todos los rincones del país, reportando y rectificando elevaciones, nacimientos de ríos y otros accidentes geográficos.

Probablemente, ese acercamiento a la naturaleza era su forma de sosegar, a decir de él, aquella “nostalgia irremediable” que le oprimía el pecho desde los 10 años, cuando sus padres, Antonio Núñez Faccio y Rosario Jiménez de la Osa se divorciaron: la madre quedó en La Habana y el padre marchó hacia Oriente.

Lo incuestionable es que, desde entonces, la exploración se convirtió en su pasión definitiva, logrando desentrañar numerosos enigmas de la naturaleza insular y caribeña, motivo por el cual, en 1995, las Sociedades: Espeleológica y de Geografía, de nuestro país, le otorgaron la condición de Cuarto descubridor de Cuba.

De creyente católico a comunista

En el primer día de la expedición En Canoa del Amazonas al Caribe. / Archivo de la Fundación Antonio Núñez Jiménez.

Durante su etapa infanto-juvenil la madre decidió enviarlo a Sagua la Grande, donde tenía una amiga llamada Anita Roque. Allá matriculó en el Colegio de los Jesuitas e hizo la primera comunión.

En ese tiempo, su devoción católica era tal que, un día, mientras bajaba las escaleras del centro, se sentía en tan puro estado religioso, al punto de pensar en lo feliz de morir en aquella pureza de sentimiento.

Pero una noche, desde la casa situada en las afueras del pueblo, el adolescente de 13 años oyó el galopar de un caballo en la lejanía, recordó a sus padres y una angustia lo envolvió haciéndolo enfermar. Ñico exigió que lo llevaran para La Habana.

Dos años después de alejado del ambiente feligrés, abandonó la fe católica. Por esa época vivía en la calle San José esquina a Manrique, en la urbe habanera, una zona de mucha prostitución… En ese mismo barrio conoció a un barbero y a un sastre. El primero era comunista; el segundo, militante del Partido Socialista Popular.

Cuando aquel lo pelaba, no cesaba de hablarle del deber de los hombres buenos de luchar contra la miseria; algo que también lo apasionaba, motivo por el cual muchas veces iba a la barbería, no para pelarse, sino para escucharlo y leer materiales en los cuales se describía la vida bajo el socialismo.

Mientras, en la sastrería, Espinosa le hablaba al joven de mirada curiosa sobre Stalin, el movimiento obrero, los pobres, los explotados, el Partido. Un día le prestó La Dialéctica de la Naturaleza. Entonces, comenzó a convertirse al comunismo, “pero todavía rezaba por las noches”.

Así, entre el barbero, el sastre y la experiencia personal se le fueron esfumando de su cabeza las enseñanzas religiosas.

Hombre de oficios, ciencia y Revolución

Entre 1940 y 1949, ejerció diferentes oficios: vendedor de productos de quincallería, jornalero en la construcción de carreteras como la Vía Blanca o la de Viñales a La Palma (en Pinar del Río), mecanógrafo en la casa fotográfica Minican, entre otras labores. Pero todo ello sin abandonar la ciencia.

Su deseo de superación profesional lo llevó a presentarse en un concurso de oposición, gracias al cual ocupó la ayudantía de la Cátedra de Geografía e Historia del Instituto del Vedado. En octubre de 1944 ingresó en la Escuela de Agronomía de la Universidad de La Habana (UH), en la que cursó el primer año de la carrera de Ingeniería Agrónoma; sin embargo, terminó graduándose de Filosofía y Letras.

Junto a Fidel llevó el gobierno a la Ciénaga de Zapata y a cada rincón del archipiélago. Sus investigaciones geográficas sirvieron de fundamento científico para el desarrollo socioeconómico de Cuba. / Archivo de la Fundación Antonio Núñez Jiménez.

Un día, de 1947, caminaba hacia la colina junto a Eduardo Queral y Juan Iduate, compañeros espeleólogos. En la calle L sucedió el encuentro. Iduate saludó a un joven alto, fuerte, que vestía saco y camisa sin corbata; era Fidel Castro.

Sobre ese primer encuentro, Núñez apuntaría: “No sospeché que le estaba dando la mano al hombre que más de una década más tarde entraría triunfante en La Habana para sentar las bases de la primera Revolución Socialista de América”. No obstante, por esas convergencias fortuitas de la vida, ambos, desde el Comité 30 de septiembre de la UH, militaron juntos en defensa de la Reforma Universitaria y contra las lacras sociales.

Aunque no participó en el ataque al Cuartel Moncada, siempre estuvo a favor del método de lucha empleado por el máximo líder del Movimiento revolucionario. De hecho, luego de años de colaborar en la clandestinidad, se incorporó a la lucha armada en la Columna 8 del Ejército Rebelde comandada por el Che, donde alcanzó el grado de capitán y, sobre todo, el respeto de su jefe.

Un hombre inmenso en su sencillez

La trayectoria fecunda de Antonio Núñez Jiménez no cabe en unas pocas líneas, pero hubo una constante en su vida digna de recordar siempre: esa vocación por la naturaleza y de servicio a su pueblo.

Núñez iza la bandera cubana en la estación Maladiosvnaia durante su histórico viaje a la Antártida. / Archivo de Granma.

En noviembre de 1952, en el periódico El Nacional, de Caracas, Nicolás Guillén lo describió con proverbial maestría: “Tiene nombre de conquistador español. ¿Por qué no, también, de personaje de García Lorca? Magro, alto, inquieto, ha recorrido nuestra isla de punta a cabo, registrándole las entrañas con sus instrumentos de espeleólogo. Y no solo las entrañas, sino la tierra que sube, en busca del aire azul.

“El caso de Núñez Jiménez es señero en nuestra juventud. Este valiente muchacho, este joven sabio, no pertenece a la categoría de los eruditos enclenques, a quienes el estudio succiona la vida, como si los secara, apartándolos de cuanto no sea el grueso infolio. Núñez Jiménez aprende, pero emprende”.

Otro destacado intelectual cubano, Abel Prieto Jiménez, también lo evoca desde la admiración. “Yo, como la gente de mi generación, supe de Núñez Jiménez cuando ya era una verdadera leyenda, una especie de enciclopedista, geógrafo, investigador, arqueólogo, guerrillero, director del INRA, después redactor de la Primera Ley de Reforma Agraria, alguien del entorno más íntimo de Fidel.

“Para los cubanos de mi generación era una persona muy conocida, muy admirada; yo había estudiado por la Geografía de Cuba, que era más que una geografía, algo que se dio cuenta la tiranía de Batista y por eso la quemaron, es decir, era una geografía que entraba en temas de carácter social, asociados a la miseria, a la desnutrición, al desamparo del campesinado cubano y por eso la quemaron”.

En el plano personal, el actual director de la Casa de las Américas lo consideró “un conversador extraordinario, un hombre campechano, siempre afable, siempre optimista, siempre abierto. De pronto te hablaba de una colección completa [de libros] y tú decías: ‘¿Cómo hacemos?’. Él hasta le ponía fecha a eso. Yo trataba incluso de desanimarlo: ‘Eso va a ser dificilísimo, Núñez, la carga poligráfica’. Pero Núñez no me escuchaba. Esa idea de Cintio, que los cubanos tenemos siempre por delante el imposible… para él no existía”.

Expedición por el aniversario 95 del natalicio de Núñez, en las montañas de Aspiro, Sierra del Rosario. / Raudel del Llano.

Sobre esa especie de curiosidad infantil, tan característica en “Cuevita” –así cariñosamente lo llamaban los más íntimos, por su afición a explorar cuevas– recuerda Abel Prieto que un día estaba gestionando un recurso con cierta especialista que era muy admirable, “pero a veces bajo la tensión del trabajo, tenía malas pulgas”. Él andaba con la cabeza hecha un torbellino, cuando Núñez se asomó en una puerta, con una sonrisa traviesa y le dijo: “Tienes que ver esto”.

“De pronto, cuando entré en la oficina, el tiempo se detuvo –él tenía otra noción del tiempo, no era el apurillo este, la locura esta, la carrera hacia la muerte, hacia el infarto que llevamos todos, era otro tempo– y me puso un video de la Antártida, de él en la Antártida”. 

Y es que para ese gran hombre nuestro, una de sus andanzas más valiosas, como explorador incansable y cubano orgulloso de su patria, había sido enarbolar, justo el 7 de noviembre, durante los festejos por el aniversario 65 de la Gran Revolución de Octubre, una bandera de la estrella solitaria firmada por Fidel, en el mismísimo Polo Sur.

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Fuentes consultadas

Los textos periodísticos “Entrevista al científico cubano Antonio Núñez Jiménez”, de Luis Báez (La Gazzetta DF, edición digital del 5 de mayo de 2014); la intervención de Abel Prieto Jiménez en el evento “En canoa hacia una cultura de la naturaleza”, con motivo del aniversario 30 de la llegada a la bahía de La Habana de la expedición “En canoa del Amazonas al Caribe”; y otros textos relacionados con la vida y obra del reconocido como el Cuarto descubridor de Cuba.

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