Habana Ensemble y la noche en penumbras

La sala no es muy grande y parece enclavada en un sótano. Está iluminada y las pruebas de humo inundan todo el espacio; nos baña a los de la primera fila. El resto llega de a poco. Conversan. Son ya las seis en punto y todavía hacen pruebas de humo. Un hombre entra al escenario y acomoda una partitura y un atril, quizás su partitura y quizás también su atril. Lleva en el cuello un arnés discreto, negro como su traje, su pelo, sus espejuelos, como él.

La sala no es muy grande y está sin público hacia los laterales. Mientras, sale otro hombre en el escenario y se sienta al piano, revisa la caja de resonancia, pero no se inquieta, porque será jazz y puede sonar inacabado, porque será jazz y debe sonar imperfecto. Luego entra el hombre anterior y se sienta justo donde acomodó su partitura y su atril, esta vez con un instrumento brillante colgado de las manos: un saxofón alto.

La sala no es muy grande y ahora ha desaparecido con las luces. En su lugar, el escenario se muestra iluminado, al tiempo que entran el resto de los músicos sin orden preestablecido, sonriendo, hablando, como si detrás de escena tuvieran una conversación entretenida. Ocupan sus puestos en todo el formato ampliado de la jazz band Habana Ensemble. El bajista escoge la partitura desde una tableta electrónica, el baterista se acomoda en el diminuto asiento. Las trompetas, la percusión, los trombones y la flauta se ponen en punta; los saxofonistas lamen las cañas y resoplan las boquillas.

César López aparece de súbito y el auditorio en penumbras se ha puesto de pie a aplaudir. Después, silencio. No toman fotos, miran; no cuchichean, miran. No respiran, miran. Suenan las primeras notas de su saxo soprano y un río de magnetismo se clava en los ojos y oídos, hace pedazos las paredes mudas.

Termina ese pasaje, su versión de La tarde, de Sindo Garay. Nos ha dejado acalambradas las encías y las manos rotas de aplaudir. Un discurso necesario para decir que está muy feliz de pisar nuevamente el escenario cubano ꟷy taconea las tablas con nervios suficientesꟷ, y habla de Japón que es como su segunda patria, y saluda a su amada esposa japonesa que seguro estaba en un puesto de la sala en penumbras.

Esa fue su introducción al concierto y también a El tren de Tokyo, una canción larguísima de ritmo marchoso en la que a ratos se escucha el sonido de una locomotora de tren. ¿Cuándo terminó el silencio y aparecieron estas notas en la cabeza de César? ¿Habrá trenes en Tokyo con locomotoras ruidosas y antiguas? ¿Serán arreglos compuestos a bordo de un tren? No queremos saberlo; hay una voz que danza leve en el intermedio de la canción, un sonido que no es solo color sino también materia viva.

Entonces, vuelve a hablar y creemos será un patrón para toda la noche: charla y jazz, divertimentos de sopranos, barítonos y anécdotas. Introduce una canción dedicada a sus abuelos: FAGO, las iniciales de cada uno de ellos enmascaradas en un tema dulcísimo, que estremece con las notas del piano al principio y su interpretación de Descartes: el intento de César López ꟷhe querido llamarle así a la improvisación que hizo con la voz asemejando instrumentos musicalesꟷ. Nadie puede decirnos que eso no es también canción. Ríos de magnetismo, materia viva. Termina y aplaude a su banda de espalda al público que también aplaude.

Invita a un cuarteto de saxofones de Santiago de Cuba vestidos de blanco y rojo; tocan hasta una conga coreografiada con sus instrumentos de viento, esos que son transpositores por excelencia donde la altura de la nota que suena no se ajusta a la altura de la nota escrita. No hay nota escrita en papel, pero sí en un pentagrama mental, y ejecutada con maestría por los músicos de la tierra del fuego.

Sax Magic Cuartet

La noche también se presta para boleros y mambos esta vez interpretados por Cuban Sax Quintet. Entonces suceden Me recordarás, o como ha preferido nombrarla César López: Caprichito, con preponderancia del saxo soprano y de su voz. También Quédate más, un arreglo suyo escogido para la película dedicada a Dámaso Pérez Prado, el Rey del Mambo. Quédate en la memoria / no te apartes de mi mente, dice la canción sin saberse una clase magistral contra el olvido y la penumbra.

Termina con otro tema larguísimo a ritmos de danzón, nombrado como la provincia natal de César López: Camagüey. Cuando Habana Ensemble emprende una frase musical desborda cubanía, pero también se desprende la fastuosidad del saxofón que se convirtió en la columna vertebral de esa noche de jazz.

A la salida no recordaba al Charlie Parker de los años 40, ni a John Coltrane de dos décadas más tarde, en los 60’. En cambio, resonaban las notas de su último solo, el que le pedimos una vez terminado el concierto. El que interpretó quizás con los dedos hinchados como la campana y el tudel de su saxo soprano. La sala no es muy grande, pero se agolpa un montón de gente dispuesta a enfrentar la penumbra de la noche afuera.


Fotos: Leyva Benítez

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