Hermanos de trinchera y sangre.
Frank País junto a su madre Rosario y su novia.
Hermanos de trinchera y sangre.
Frank País junto a su madre Rosario y su novia.

Hermanos de trinchera y sangre

La tiranía batistiana, deseosa de probar que la insurrección popular armada en el oriente cubano no progresaba, y una absoluta calma reinaba en esa región, organizó el domingo 30 de junio de 1957 un mitin politiquero en el Parque Céspedes, de Santiago de Cuba. El Movimiento 26 de Julio se dispuso a sabotearlo.

En la vivienda donde se hallaba acuartelado, Josué escuchaba en la radio el desarrollo del acto. Pero ya habían transcurrido 15 minutos y la explosión del petardo que anunciaría el inicio de las acciones no se había producido. Entonces, el menor de los País García decidió actuar.

Hermanos de trinchera y sangre.
Josué País se opuso activamente a la tiranía desde su inicio. Ilustración / Román

Al lado de Salvador Pascual, quien estaba al timón –Floro Bistel ocupaba el asiento de atrás–, partió en un auto. Mientras rodaban por la Avenida de Martí fueron detectados por un carro patrullero. Rápidamente se generalizó la balacera. Un proyectil impactó uno de los neumáticos y el vehículo de los revolucionarios se estrelló contra un almacén. A Salvador lo detuvo para siempre una ráfaga. Floro se parapetó detrás del carro y cuando replicaba al fuego enemigo, un balazo lo alcanzó en la garganta. Josué quedó gravemente herido.

Angelita Montes de Oca, quien identificó su cadáver en el hospital, notó que tenía heridas en ambos hombros y su brazo derecho presentaba muchos impactos de bala: “Pero lo que más me impresionó fue un tiro que le habían dado en la sien. Sin duda, lo habían rematado”.

Frank País estaba oyendo en un gramófono la zarzuela Luisa Fernanda cuando Léster Rodríguez fue a darle la noticia: “Salieron los carros y hay algunos compañeros muertos”. “Acaba de decírmelo… Josué”. “Sí”. Frank apagó el tocadiscos y llamó a su otro hermano: “Te prohíbo que tomes acciones inconsultas, Josué era uno más en el Movimiento, no permitiré que arriesgues la vida de otros compañeros”. Después de colgar no quiso hablar con nadie más. Y se encerró en un cuarto.

El hermano mayor

Frank tenía cinco años –Josué solo dos–, cuando falleció su padre, el reverendo Francisco País, pastor de la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba. Rosario, la madre, tuvo que asumir como jefa de familia con tres pequeños. En aquella época esa denominación no contemplaba el otorgamiento de pensiones para las viudas de los sacerdotes. Con el dinero recogido por amigos y feligreses del templo, ella compró tres casitas muy viejas y en malas condiciones que modestamente se repararon con el concurso solidario de miembros de la congregación. Mas, el alquiler que recaudaban era muy bajo y vivían con estrecheces.

Rosario preparó a Frank para que, como primogénito, asumiera un papel en la educación de sus hermanos. Ella solía decir: “Era un poco el cabecilla, el guía. Y los otros lo obedecían como corderitos. Cuando yo enfermaba, él distribuía las responsabilidades: ‘Agustín, ve a hacer los mandados. Josué, quédate al lado de mamá, así, cuando ella te necesite, no tiene que llamarte’.

Hermanos de trinchera y sangre.
En el cadáver de Josué podía verse claramente que había sido rematado en la sien. / Autor no identificado

“Cada Día de las Madres a las 5 a.m. entraba en mi cuarto seguido de sus hermanos. Me despertaban con una canción. Me regalaban flores. Luego se quedaban conmigo hasta el amanecer […] Más tarde, ni en lo más crudo de la lucha dejaba Frank de enviarme el Día de las Madres un ramo de flores”. 

Compartiendo ideales

El 10 de marzo de 1952, ante el golpe de Estado perpetrado por Fulgencio Batista, Frank acudió al cuartel Moncada como muchos jóvenes santiagueros en busca de armamento para combatir la asonada. Encontraron a un jefe de la plaza más preocupado en salvar su pellejo que en cumplir con su deber. “Triste destino el de un país –le oyeron decir a Frank delante de los guardias– donde aquellos que le han jurado amor, respeto y honra ante una bandera, son incapaces, llegado el momento, de empuñar las armas y defender aquellos ideales por los que juraron un día”.

Josué también se opuso abiertamente a la tiranía. En la manifestación estudiantil del 7 de diciembre de 1953 en la ciudad de Maceo, se distinguió en el enfrentamiento a la Policía que reprimió con crueldad a los jóvenes. Cuando Frank organizó Acción Revolucionaria Oriental (ARO) para luchar contra la dictadura, su hermano menor estuvo entre sus fundadores. A mediados de 1954, lo sorprendieron los esbirros pintando un muro con consignas revolucionarias. Sometido a un intenso interrogatorio –lo colgaron por los pies a pesar de que solo tenía 16 años–, únicamente se inculpó a sí mismo: “Fui yo, más nadie que yo…”.

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Miembros del comando que lideraba Josué País y que cayeron en combate junto con él: Salvador Pascual, derecha, y Floro Bistel. Primera imagen / Aurelio, y segunda / autor no identificado

Juntos, los País García se integraron al Movimiento 26 de Julio cuando la membresía de ARO –devenida ya Acción Nacional Revolucionaria (ANR) con la incorporación de combatientes camagüeyanos– aceptó fusionarse con la organización fundada por Fidel. A Josué lo detuvieron durante el levantamiento del 30 de noviembre de 1956. Frank cayó preso unos meses después. Ambos fueron enjuiciados y posteriormente liberados. Tuvieron que sumergirse en la total clandestinidad. Lo que no les impidió mantener la insurgencia en las calles santiagueras y aprovisionar con armas y pertrechos a la naciente guerrilla que ya campeaba por la Sierra Maestra.

Un mes justo después de la caída en combate del hermano menor, hallándose en la casa del combatiente Raúl Pujol, le avisaron a Frank que la Policía venía registrando unas cuadras más abajo, casa por casa, subiendo por la calle de San Germán. A dos jóvenes que se encontraban en la vivienda él les ordenó marcharse en un auto. A las mujeres les entregó unos documentos: “No pueden caer en manos de la tiranía”, dijo.

Salió con el dueño de la casa, San Germán arriba. “Eh, detengan a esos dos”, gritó un esbirro. Les rodearon los uniformados. Al grupo se le acercó un connotado chivato, antiguo condiscípulo suyo. “Pero, ¿no sabe quién es este, coronel? Es Frank País”, exclamó el delator mientras sonreía cínicamente.

Comenzaron a golpearlos. Primero ametrallaron a Pujol. A Frank lo empujaron hasta el Callejón del Muro y allí lo acribillaron a balazos. “Aquí todo el mundo tiene que tirar, delante de todo Santiago” –vociferaba el coronel. Los esbirros vaciaron sus armas sobre los cadáveres. Arrojaron cerca del de Frank una pistola 45 con dos peines; luego se vio que eran de un calibre distinto.

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Entierro de Frank País y Raúl Pujol, en Santiago de Cuba. / Autor no identificado

Al conocer la noticia de su muerte, Fidel le escribiría a Celia: “No puedo expresarte la amargura, la indignación, el dolor infinito, que nos embarga. ¡Qué bárbaros! Lo cazaron en la calle cobardemente, valiéndose de todas las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino. ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor. Duele verlo así, ultimado en plena madurez, a pesar de sus 25 años, cuando estaba dándole a la Revolución lo mejor de sí mismo”.

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico 2021.

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Fuentes consultadas

Los libros Josué, de Francis Velázquez; 30 de noviembre y La clandestinidad tuvo un nombre: David, ambos de la autoría de Yolanda Portuondo.

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