La hora cantada número 0

Imaginemos una noche de agosto de 2020 en una pequeña sala de apartamento. Supongamos que cuatro amigos reunidos en torno al hastío conversan de lo intrascendente de sus días. Percibimos un olor a jazmín que circula en el balcón y se interna dentro, como perfume viejo. Y un silencio.

Ellos quizás podrían salir a comprar algo de beber, pero ninguno osa: el miedo a contraer el virus de la Covid-19 es demasiado fuerte.

Entonces alguien propone un juego: cada uno debe reproducir una canción aleatoria desde las selecciones individuales. Otro, el secretario, debe escribir los títulos y al llegar a los 28 (siete rondas de temas), se leerían para intentar comprender el gusto musical colectivo. Sin reglas, salvo una: tiene que ser dinámico, para romper el silencio.

Presumamos cierto entusiasmo. Serían melómanos todos, a su modo.

Suena un largo variado. Variado.

Luego, esos amigos de edades intermedias sucumben en la sinestesia de oler la música y escuchar el jazmín. Más aún, tocan la escucha. Perciben el sonido desde el sosiego de unos ojos cerrados. Bailan al ritmo de géneros musicales. Luchan hasta entender por qué revolotean las emociones cuando suenan esas canciones favoritas. Se imantan al aleatorio como una lengua al hielo.

No juzgan la música, como una suerte de libertad que borra los prejuicios y los estereotipos de “lo bueno” y “lo malo”, ―descifrar aquello que impulsa a alguien a escuchar determinada canción, es un acto de intromisión repudiable.

Permanecen en esa zona común de saberes, y después de horas cantadas se conocen más. Se aman más.

El gusto musical suele ser subjetivo, intervienen muchos factores: la personalidad, el entorno, la costumbre…, la cultura.

Y precisamente la cultura contiene en sí las formas de consumo, y viceversa. De manera que nos adentramos en un entramado complejo que opera en los sentidos. Y solo podemos comprenderlo con la palabra, que no es más que el nexo entre el plano de la realidad y el plano de la fantasía.

Si bien la música tiene un fuerte componente emotivo ―el que provoca que aquellos amigos se hagan más íntimos luego de la escucha compartida―, también representa la identidad colectiva de un determinado pueblo, transformando y representando sus contextos sociales.

En la actualidad el éxito, la competencia, la eficacia, el rendimiento, el dinero, el bienestar, el ocio, el estatus social y la belleza se vinculan también a la música. Ella establece un sistema de comunicación porque transfiere información. O en palabras de la musicóloga Victoria Elí: permite acumular conocimientos en la memoria sobre el mundo que nos rodea.

A su vez, la música es mucho más: tiempo y destiempo.

Hoy calmamos a las musas y sus malacrianzas para escribir la música desde esta sección que hemos nombrado Horas cantadas. No solo está destinada a los melómanos y a los que les gusta leer y teorizar lo que escuchan, sino a todos los que alguna vez han amado las sensaciones que emergen de oír una canción, aunque luego transiten de la imaginación a la nostalgia.

Escucha con prisa, quizás la vida no sea suficiente para oírlo todo y ya las horas empiezan a contar.


Contenido relacionado para bohemios melómanos en el canal de Telegram de Horas Cantadas aquí: https://t.me/horascantadas/3

Esta sección está a cargo de Dénise Montero.

Diseño de Portada: Fabián Cobelo

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