La maestra del tractor

Con su natural y femenino encanto, una mujer conduce el tractor con que complementa, en pleno surco, los sueños que cada día concreta como educadora


Desde la cabina del moderno tractor, que ella domina y seda como a un potro salvaje, me ofrece una cándida sonrisa con el gesto triunfal a yema de pulgar por medio de esa mano que nada le envidiaría a la más delicada o diestra de ciudad.

Así es Ana Lidia Maité Texidora Amor, una mujer joven, de mestiza y bella tez, carácter afable y congénita disposición para hacer lo que haga falta, en la escuela, en la comunidad, en el entorno hogareño, en el surco…

Ana Lidia siempre dispuesta a ayudar en lo que haga falta en la comunidad.

“Este no es mi oficio, aunque a menudo lo hago porque me encantan los tractores y equipos agrícolas”, comenta con ese aire inconfundible de satisfacción que ninguna formalidad puede ocultar.

“Soy maestra; en estos momentos trabajo como coordinadora general o jefa de ciclo (primero a cuarto grados) en el Centro Mixto José Maceo Grajales, aquí en el municipio avileño de Ciro Redondo.

“Ese ha sido mi mundo desde hace 12 años, cada vez más enamorada de mi labor con esas niñas y niños que en un abrir y cerrar de ojos pasan de grado y cuando vienes a ver ya están entrando en la secundaria básica”.

Pero… según he escuchado, ese amor tuyo por los alumnos es compartido.

La pícara expresión del rostro no deja el menor margen para dudas: Ana Lidia sabe a qué me refiero. Muerde el anzuelo y… “amo el campo, la caña, los tractores. Fui noviera durante un tiempo; o sea, me encargaba de abastecer de combustible y lubricantes a estos equipos y por ahí mismo le empezó a entrar el agua al coco. Cuando vine a ver estaba manejando uno.

Ha logrado dominar no solo el arte de educar, sino también el de mantener y conducir estos vehículos.

“No es difícil, es emocionante. Cuando tomo con mis manos el volante me siento segura, confiada, como si hubiera pasado toda mi vida encima de tractores. Con ellos puedo sembrar caña, tirarla, ayudar en otras labores. A lo mejor no me crees, pero puedo hasta cortar caña manejando una combinada. Si los hombres lo hacen, ¿por qué no lo vamos a lograr también nosotras las mujeres?”.

Con un pie apoyado en el estribo de la máquina, un hombre escucha y contempla en silencio, con una sonrisa repartida entre el semblante y la mirada. Se llama Alfredo Suárez, es operador de esos equipos y… compañero en la vida de Ana Lidia.

Por un instante pienso preguntarle cuántas veces, bajo agua, viento, sol, altas temperaturas o frío a prueba de abrigo, han compartido cálido espacio laboral en la cabina del equipo agrícola, creyéndose maestro él y viéndola a ella no ya como maestra sino como alumna, pero opto por ponerle emergencia oral a mi voz y remolcar mi propia imaginación hasta la diminuta figura de Anliet, un niño de cuatro años que seguramente ocupe parte de su tiempo halando un tractorcito plástico o de madera, imitando no solo a papá, sino también a mamá.

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