La pesadilla onírica de Blonde

Aunque tu madre no te quisiera, te desean.

Aunque tu padre no te quisiera, te desean.

La verdad fundamental de mi vida, ya fuera una verdad o un remedo de verdad: cuando un hombre te desea, estás a salvo.

Joyce Carol Oates

Si tuviera que definir la cinta en una frase diría: Blonde es una película sobre la destrucción constante de una mujer. Todo su foco está sobre los traumas, desequilibrios y fantasmas de Norma Jeane en su paso por Marilyn, una especie de encarnación que se convierte en martirio perenne durante las casi tres horas de metraje y que nos deja con cierta sensación a necrofilia.

Blonde experimenta a nivel visual y de técnicas con transiciones, planos, cambio de colores, pero le interesan los altibajos de una superestrella mujer en un universo de hombres que más parecen ser animales desenfrenados y macabros del deseo, mientras Norma Jeane no se conforma con ser solo un cuerpo. Aunque intenta escapar del mundo donde Marilyn es aclamada, aplaudida y sobre todo, ansiada, le resulta imposible salirse de los caminos que bordean el suyo, escapar del papel que interpreta. Así, el espacio público real se convierte también en un escenario, una prolongación de la gran pantalla.

Por momentos vemos a una niña en un cuerpo de mujer, una niña que llora como tal al encontrar a su madre tras 10 años sin verla, o que ríe como tal cuando recibe cariño, que busca vivir en los brazos de un hombre, o que le dice daddy (papi) a su marido, en alusión al padre que no existe excepto en una foto, pero que de cierto modo alumbra el recuerdo oscurísimo de su infancia violenta, entre el amor y el desprecio, con una madre alcohólica y fracasada. A su vez, signa las relaciones afectivas de Norma con otros hombres.

Como mismo va del color al blanco y negro y viceversa, la historia de Blonde, con la excelente actuación de Ana de Armas, se acerca a las sombras más perturbadoras de una mente en conflicto consigo misma, donde abundan las inseguridades, crecen las dudas, la vulnerabilidad se transpira en el abanico de gestos corporales de la protagonista, y cada mirada delata la búsqueda incesante de atención, en lugar de hacia el cuerpo, hacia el alma; no hacia lo que la hace Marilyn, sino hacia lo que la hace Norma Jeane, la mujer que lee a Dostoievski y habla de él apasionadamente, o a Chéjov, la Norma de una inocencia indigna y casi grosera para su edad.

O eso es lo que supone la película, ¿no?

He ahí la cuestión de hasta dónde se destruye el estereotipo de Marilyn Monroe como la rubia tonta y bella. Si bien intenta mostrar quién estaba detrás de esa construcción para el público –destrucción mediante–, nos presenta a una mujer enteramente desvalida ante el mundo, indefensa, sin herramientas para protegerse ¿Esa era Marilyn realmente? Basta leer un poco sobre su vida para descubrir que muchas aristas de la actriz han quedado fuera. Quien crea que con Blonde ha comprendido a Marilyn, o por qué terminó de la manera en que lo hizo, y la considere una mujer sumamente manipulable incapaz de hacer nada por ella misma, le convendría echar un vistazo a La rubia solo en una parte del espejo para toparse con algunos datos que muestran lo contrario.

Lo cierto es que Blonde mezcla realidad con ficción, precisamente porque está basada en la novela homónima de Joyce Carol Oates, y como obra cinematográfica también aporta creativamente para su adaptación al cine, a esa imagen que nos muestra de Marilyn, en una especie de sueño perpetuo, entre risas y lágrimas: gestos de alegría y expresiones de tristeza tanto en público como en privado. La utilización de lo onírico, lo freudiano, esa inmersión visual en el subconsciente, le da un matiz peculiar a la cinta, y proviene de la novela de Oates, de los momentos en que la autora da voz a Norma. Blonde la novela y Blonde la película están íntimamente relacionadas. Andrew Dominik captó el espíritu de las páginas y las hizo cine.

Allí, en el Reino de los Muertos, empezó a hundirse. Hasta la médula de los huesos se le convirtió en plomo. En aquel helado reino submarino de súbditos pisciformes que la aterrorizaban.

Blonde, la novela

La entrada a ese universo de pesadillas y traumas se nos presenta en los intentos de escapar de Marilyn, en la búsqueda de un lugar de comodidad y placer que llega a incluir estimulantes y barbitúricos, pero que comprende sexo, necesidad de aceptación, sometimiento, y que hacen de esta historia una de abandono.

Ese carácter onírico recuerda a Mulholland Drive de David Lynch, un lugar de fronteras difusas entre el mundo real y su reflejo mental y sensorial. Y es que son precisamente esas divisiones las que marcan la película: realidad versus percepción, Marilyn versus Norma, acompañamiento versus soledad. Los contrapuestos que podemos hallar son varios pero siempre a una distancia abismal entre ellos, decididamente irreconciliables cuando entenderlos y asumirlos, o huir de ellos, es lo que intenta todo el tiempo esta mujer rubia que tenemos en pantalla.

Y si se me permite cierta distensión, en la película hay varios guiños a Mulholland Drive,  el más evidente de ellos en la escena en que se filma Some like it hot (de 1959 y cuyo título en español es Con faldas y a lo loco). Como mismo en el Club del Silencio tenemos una cantante frente al micrófono entonando una canción que continúa aun cuando se desmaya y la sacan del escenario, Marilyn para de cantar y la música no se detiene. Sin embargo, existen otras referencias, en mi opinión más dignas de mencionarse y más profundas: porque al igual que Llorando por tu amor sigue sonando sin intérprete, así Norma Jeane desaparece antes de su muerte física, cuando el show –del espacio público real– continúa, y ríe frente a las bocas deformadas que gritan ¡Marilyn, Marilyn!.

Sonriente, les dice “I love you. I love, love, love you all”.

¿Es que acaso Norma ya no ha sido vencida por la sex symbol interpretada?

Sin embargo, la polémica pivota sobre cuán fidedigna es la representación de Marilyn, cuán legítimo el “retrato” cinematográfico. En su favor puede decirse que Andrew Dominik perseguía exclusivamente una encarnación de traumas y vulnerabilidades –ya lo dije antes–, pero el resultado final ha sido la reducción de Marilyn Monroe a solo eso. Descarta presentar matices, logros, y el talento de la tan aclamada artista, y nos lega una imagen que ya nunca se borrará: la de una mujer totalmente desamparada, reducida a la carencia afectiva y al abandono.

En conclusión, con Blonde no vemos a Marilyn Monroe, esa que ayudó a Ella Fitzgerald o que fundó su propia productora –y que destruiría la representación de mujer indefensa–,  sino a una ensoñación-pesadilla, un producto armado con retazos de su vida, la ficción de Andrew Dominik para hurgar  y recrearse en los pasajes difíciles de su historia. El resultado es también una revictimización exquisitamente hecha –entiéndase en términos de recursos visuales y cinematográficos–, pero revictimización al fin y al cabo.

Otro punto rojo debe agregarse a los desaciertos de Blonde y es que, aunque contiene una reflexión en torno a la sociedad patriarcal y una crítica a Hollywood, el cuerpo de Ana de Armas está sobrexplotado en la película. Si muchos consideran que se ha hecho con Ana lo mismo que Hollywood hizo con Marilyn pues no lo encuentro desatinado: la película cuestiona que una actriz haya sido convertida en un pedazo de carne mediático, y lo hace utilizando el cuerpo de otra.

Pese a todo, si hubiera que poner la cinta en alguna tabla de clasificación, huelga decir que es de obligada referencia. La actuación de Ana de Armas solo merece aplausos; transmite ese caos de pensamientos y sentimientos que el personaje experimenta constantemente. Con razón a la mayoría de los espectadores nos conmueve la escena del espejo donde después de las lágrimas se mira por un instante, ríe y se lanza un beso.

Antes de cerrar este texto, hay dos momentos en la película que creo imprescindible señalar: primero la búsqueda de la billetera para pagar al mensajero. Nada más evidente para mostrar cómo algo tan nimio y que debiera ser cotidiano, se hace un desafío, un esfuerzo prolongado que termina por ser esfuerzo infértil. Y en segundo, la escena violentísima de softporn con el presidente Kennedy, en mi opinión, injustificada porque no era preciso ese grado de humillación ni con el personaje que tenemos en pantalla, ni con la propia Marilyn. Ahí tenemos otra razón más para quedarnos con una sensación de necrofilia.

Esa desaparición de Norma Jeane en una película que pretende ser sobre Norma Jeane permea muchas de las decisiones que se tomaron en el tratamiento de la historia. Por ejemplo, el hecho de silenciar su actuación frente a Arthur Miller, o de escuchar del aborto y el embarazo desde la culpabilidad que provoca el feto.

La controversia en torno a Blonde no concluye. Entre argumentos a favor y en contra, hay tanto elogio sin techo como críticas punzantes, sin embargo, resumirla en un par de palabras, clasificarla sin extendernos es convertirnos, los espectadores, en reduccionistas.

No obstante, si tuviera que definir la cinta en una frase distinta a la que inicia este texto, diría:

Blonde es una buena película, injusta con Marilyn.


Imagen de portada: Yissel Alvarez

Todas las fotos fueron tomadas de la película

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