PALOMEO POPULAR

La reputación, por las alturas

Ejemplo de resistencia cultural, sobrevive como si de una Cuba pequeña se tratara la costumbre de criar y competir palomas en populosos barrios. Sin embargo, muchos vecinos no son conscientes del arraigo de esa deportividad. Tampoco están claras las fronteras entre el hobby y el negocio, y de hecho, un extraordinario palomo puede convertirse en el sostén familiar.

Estigmatizada como subcultura barrial vinculada a la marginalidad, sus practicantes carecen del pleno apoyo oficial de la institucionalidad, necesario para ordenar el deporte, la facilitación de alimentos y control epidemiológico, la convivencia entre criadores… y el reconocimiento social.

Por Dariel Pradas

El palomar de Landy Martín se empina sobre una de las más pronunciadas lomas del barrio habanero de Lawton: exactamente en 21 y Dolores, no lejos del parque deportivo Rafael Conte, en ese anatómico descanso entre el tabique y la punta de una nariz que descuella a partir de la calle 17.

Con vigas de hierro y numerosos puntos de soldadura, Landy levantó un andamio de más de cinco metros sobre la azotea de su biplanta. Así pudo restarles varios milisegundos de aterrizaje a sus palomas y obtener, de paso, una vista panorámica de la ciudad: del Capitolio a las grúas portuarias, o del asilo de la calle 12 a la cebra de abajo, en la esquina frente al círculo infantil, que fortificaron hace años con un intermitente rojo y una señal de Pare tras el accidente de tránsito que cobró la vida de una madre que –es leyenda local– empujaba y salvaba con denuedo a sus dos niños.

Desde tal altura se ve cómo algunos carros violan aquella cebra y el intermitente, el Pare y la memoria de la difunta; o cómo desdibujan los árboles entrometidos una pendiente que, cuesta arriba, se aleja de la calzada hacia la mismísima cumbre nasal de Lawton. Allá jadean en un parque una canal, cachumbambés con asas rotas y un tiovivo sin inercia, o mejor decir, un tiomuerto.

Los vecinos describen el barrio como tranquilo, de pocas tiendas y muchos muslos y gemelos tensados por esas subidas que espantan hasta a los pregoneros. Pero nunca lo conciben como un sitio habitado por aficionados al “palomeo”, a pesar de tantas palomas en el cielo, volando y cagando suerte sobre las cabezas.

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La rutina colombófila de Landy resulta casi quirúrgica: primero, él debe encontrar algo de tiempo libre entre la faena laboral y sus responsabilidades familiares, pues vive con su esposa e hija y tiene otra niña, fruto de un matrimonio anterior: no le queda otra que optimizar al máximo algún hueco en su agenda espiritual.

“Ya quisiera tener el día entero y todo el dinero del mundo para dedicarme a las palomas solamente…”, dijo Landy. “Llego de noche y apenas puedo subir a la azotea, echar comida y agua”.

A veces no hay tiempo para limpiar las jaulas o sacar los pichones que, como tiene bastantes, no puede darse el lujo de mantener encerrados; no ahora, que empiezan a desarrollar cualidades.

Resulta inevitable, eso sí, que algunos pichones se extravíen, lesionen o, incluso, mueran durante el crecimiento. Días atrás, uno chocó contra el tendido eléctrico: llegó a su cajón (o jaula) con la pechuga amoratada y una pata guindando: Landy la “entablilló” dentro de un forro de cable royal coll y la fijó con teipe.

En ocasiones, un pichón se aleja demasiado y luego no sabe regresar, o es atraído, si es macho, por una hembra adulta hasta un palomar ajeno. Como el pájaro tiene una anilla metálica en una pata con la dirección y el teléfono de su criador, a veces el palomero captor llama a Landy y ofrece devolverle el palomo, gratis o por dinero. O a cambio de cruzar ejemplares de ambos palomares. Quizás le timbra simplemente para pavonearse… la decisión es del captor, según los códigos no escritos del palomeo de barrio.

Hace poco, llamó a Landy alguien que había capturado un pichón suyo de dos meses: había traspasado su radio de vuelo y se había extraviado por Guanabacoa. El joven se alegró al conocer el paradero de su talentoso prospecto, hasta que su interlocutor preguntó por el pedigrí del palomo para quedárselo.

Brother, si quieres saberlo, vuélalo”, contestó, pues la verdadera aptitud de un palomo solo se valora en el aire, por ilustre que sea su consanguinidad. Pero, digan lo que digan, el linaje sí vale.

Durante una de mis visitas a su casa, Landy servía comida a sus palomas aún vestido con su uniforme de la Empresa Complejo Lácteo Habana, del Cotorro, donde funge como jefe de la nevera de materias primas bajo un invierno de cinco duros grados Celsius.

Chícharo con trigo, o solo chícharo, toca a las palomas reproductoras, y maíz con chícharo a las del andamio (las destinadas a conquistar, a “robar” o seducir en pleno vuelo). Landy provee vitaminas dos veces a la semana: a las que incuban, Fertibol (suspensión a base de calcio, fósforo y vitaminas A, D y E, que robustece los huevos); a las ladronas, aceite de tiburón con vitamina B-12, que mejoran la “bomba”, o sea, su capacidad respiratoria.

Landy Martín no dejará de sacar pichones hasta que no reencuentre la perfección perdida de su Azul. / Dariel Pradas

El palomero se veía relajado surtiendo cacharros a sus mascotas, pero no podía ocultar una ansiedad de apostador de hipódromo. Si bien mantiene su hobby desde los siete años –hoy tiene 36–, en diciembre de 2021 entró, al fin, a una sociedad colombófila.

Así, en menos de una semana, será un novato en la competencia que organiza el Club de Fomento del Palomo Seductor (CFPS), con sede en “la mata” del palomeo capitalino: Guanabacoa.

Le dejarán participar hasta con cuatro palomos y una hembra. Lo hará en la división de pichones (los menores de un año y cuatro meses, aproximadamente), pues no ostenta un adulto cualificado para el certamen luego de ese último robo en el que perdió la descendencia de Azul, su antiguo y ya exánime palomo estrella.

Ahora no le queda otra opción que ahuecar la billetera y comprar meriendas y almuerzos a jueces y visitantes… intensificar el régimen de entrenamiento y cuadrar una dieta perfecta para los atletas… conseguir un permiso para faltar al Combinado… ¿Y si ese día no hay palomos en el cielo porque sus dueños están trabajando? ¿Cómo entonces se destacarían sus pichones sin presas para seducir? ¿Y si llueve? ¿Y si ocurre un eclipse? Era tal su ansiedad.

Otra polémica consiste en seleccionar cuáles palomos competirán. Sus contendientes principales son un cabo y un biselado (en el argot de los palomeros, se suele llamar a los palomos por su distribución de colores: los cabos, por ejemplo, tienen una pluma blanca en el ala, y los biselados, una especie de decoloración nívea en el medio del plumaje). Son buenos: rondan las diez capturas. Ambos lucen un tinte azul en la punta de sus alas. “Antes de yo pintarlas, me demostraron cosas en el aire. La pintura es un premio que debe ganarse”, explicó Landy.

Pero dudaba si sumar a su equipo al blanco moteado, que “es lo más duro que hay en la tierra, tiene aptitudes de ‘robo’ buenísimas y hace un espectáculo en el aire, pero no trae ni moscas”.

Del hermano de nido (las palomas ponen dos huevos a la vez) del cabo seleccionado, no espera mucho. Si bien de vez en vez roba, sus movimientos para engatusar a una presa son demasiado atrevidos, como si se fuera a “tirar” (posar) sobre un techo ajeno, acto que lo descalificaría de inmediato en la competencia.

En realidad, no logra ilusionarse con ninguno de sus cuatro pichones. ¿Cómo hacerlo, si ya presenció a un “extraclase” de su propio palomar? Azul, que “azotó” el barrio y sedujo a más de 200 palomas, siempre resucita en su memoria…

Chícharo con maíz o trigo, y vitaminas: la dieta de una paloma cambia según su ocupación en el palomar. / Dariel Pradas

Muchos criadores, pocos palomeros

En aquella loma de la calzada de Dolores, Landy no es el único palomero. Mientras él se congela en su nevera gigante del Cotorro, Hanoi Delgado, de 45 años, ayuda a su esposa en su negocio de dulcería, y Ernesto Betancourt, de 26, compra y vende animales para santería. Uno forrajea harina para el cake o erige una flor con merengue; el otro señala un chivo para un sacrificio. “Este negocio siempre existirá. La religión no se va a acabar”, comentó el último.

Ambos empezaron a palomear desde antes de los diez años de edad y todavía dedican cada minuto o centavo disponible en ello.

No es un pasatiempo barato. Y menos en crisis: la libra de maíz cuesta 40 pesos en la calle, por la zurda, y la de chícharo, alrededor de 35. Las cien palomas de Hanoi devoran casi un saco de comida al mes, lo cual representa más de 3 500 pesos. Ernesto añora los años previos a 2021, cuando la libra de chícharo estaba a tres pesos, mucho más que los 20 centavos que valía en la década de 1980. Aun así, este hobby cuesta, más que dinero, tiempo.

Es sabido que la paloma roba por su instinto de aparearse. Como el palomero separa a la pareja del cajón, el ave, ahora soltera, despega en busca de otra presa. Entonces se vuelve un adolescente en una discoteca y el dueño, un padre sobreprotector.

Según Pedro Marrero, presidente del CFPS, desde el año 2000 los colombófilos amantes del palomo ladrón prefieren un pichón más “perfilado, desbuchado, con mejor disposición, vuelo, aerodinámica, rapidez y con mayor cantidad de tiempo en el aire”.

“El ladrón cubano es un palomo de trabajo. Listo para el fuego, 24 por 24”, resumió Landy. “La paloma es guerra. Y el principio es sencillo: yo suelto: tú me coges y yo te cojo”.

“Esto siempre ha sido de rivalidad”, acotó Pedro. “Y hay gente buena, con principios, que prefiere mantener una amistad, a una paloma. Pero también existe ese mal de fondo en personas que, si te atrapan un pichón, van a la esquina a desprestigiarte”.

“Para mí, la paloma es la vida mía”, dijo Denis González, palomero asociado de la ANOC. / Dariel Pradas

De cualquier manera, por más aves que revoloteen en el cielo de Lawton, no todas “sirven”. Como dijo Hanoi: “En el barrio, hay muchos criadores de palomas, pero pocos palomeros”. Además, reconoció que se “hembrea” poco (sacar féminas), porque estas tienen más probabilidades de ser conquistadas y se les puede demeritar sus “listicas” de robos. Pero si estas no se ponen a prueba, nunca se sabrá si son buenas y tienen genes heredables propicios.

 “A mi paloma la dejo suelta. Y si la cogen… problema suyo”, admitió Denis González, miembro de la Asociación Nacional Ornitológica de Cuba (ANOC). “Le he dado alpiste, chícharo, trigo, maíz, agua limpia y cajón limpio todos los días. Aunque me la devuelvan, acá no vira más”.

El precio de la “fama”

Para Denis, la diferencia entre el palomero de una sociedad y el “callejero”, reside en que este último quiere que su palomo capture sin importar cómo. “Nosotros buscamos un palomo que ‘pegue’, tenga buen radio de vuelo, no se ‘tire’ y otros requisitos”.

Conformar un buen palomar y que, además, sea famoso, es una tarea tortuosa. Al final, “la fama se la ganan los palomos, no el palomero”, afirmó Landy.

“Todo se basa en la reputación”, coincidió Pedro. “Y esa te la ganas con resultados en las competencias, en el día a día, en el barrio, por las capturas que hagan tus animales. Eso es lo que provoca que todos quieran algún ejemplar de tu palomar”.

Eso sí, cuando se alcanza cierta areté, este hobby puede convertirse en una fuente de ingresos capaz de autosostener sus propios gastos, e incluso, mantener económicamente a una familia.

Una paloma ya probada, con resultados y pedigrí, puede costar 60 000 pesos, inclusive superar los 100 000; una pareja de pichones, hijos de una notable línea de sangre, al mes de nacidos vale 2 000 pesos y más; en las “compra y venta” que tarifan “palomas del bulto”, salen más baratas. El precio menor es 150 por las destinadas al “saco”, o sea, las que el babalawo sacrifica en sus rituales.

A veces un palomo asciende a la posición de sostén familiar. “Por eso representa mucho coger una paloma. Es dinero”, zanjó Landy. Sin embargo, no hay dudas de la pasión que brinda criar.

“Se te mete en la sangre y no lo puedes dejar”, se emocionó Hanoi. “Cuando tengo algún problema, subo a la azotea y allí desconecto, mirando las palomas como un bobo”, continuó.

“Así la comida se ponga a 100 pesos la libra, yo seguiré teniendo palomas. No puedo estar sin ellas”, dijo, por su parte, Ernesto.

“El palomeo del cubano es un vicio que no se quita nunca. Lo coges hasta que mueres”, fue más drástico Landy.

Las anillas en las patas de una paloma indican el número de registro de esta y el contacto del dueño. / Jorge Luis Sánchez Rivera

Para Denis, el de la ANOC, el palomeo es mucho más que un simple pasatiempo. Él padecía de alcoholismo hace seis años, cuando estaba en sus 30. Era tan grave la cosa, que ya ni asistía a su trabajo en Labiofam. “Compadre, a mí me quiere todo el mundo, pero cuando tomaba, era tremendo pesa’o”, confesó Denis.

Como todas sus amistades beben, iba al palomar y se encerraba horas y horas para alejarse de esa gente, como sugirieron en Alcohólicos Anónimos. Fue difícil en las primeras etapas. Entonces, en una libreta, planificaba posibles cruces genéticos entre sus palomas: abuelo con nieto, un bisnieto con otro y, después de tres horas, descartaba el tiro entero porque no le gustaba el resultado. Luego probaba otras variantes, hasta que se iba en la madrugada. “Y así fui saliendo del vicio. Para mí, la paloma es la vida mía”.

“Pero es una enfermedad también” –agregó jocoso–. Me quité de un vicio para entrar en otro. Pero este es más sano”.

A Sergio Padura no le interesa el valor monetario de su afición. Miembro de cinco sociedades, incluida la ANOC, es campeón en lides de algunas de estas y finalista en todas. El joven ostenta uno de los palomares más grandes, famosos y con más ejemplares de La Habana. En cambio, dice, jamás ha vendido una paloma.

“El palomeo me da pérdida; lo que más hago es regalar” –aseveró Sergio ante una vitrina llena de trofeos–. Si cojo el hobby para negocio, no lo disfruto”.

Su criterio de selección es exquisito: “Me gusta mezclar fuego con fuego, y candela con candela. El palomo caliente, que luche y trabaje la paloma… que esté metido en problemas todo el tiempo”. Además, compra todo palomo que le “llena los ojos, que tenga las aptitudes que necesito incorporar a mi palomar”.

Claro, sus gastos en fichaje, alimentos e infraestructura los solventa gracias a su próspero negocio de cristalería, en Mantilla.

Pedro, el presidente del CFPS, tampoco pensaba en vender. “Pero la vida te va poniendo trabas: Período Especial, pandemia… Hay que garantizar la alimentación de los animales y también atender a la familia… y el trabajo no te da. En cambio, tienes dos o tres palomos buenos y la gente quiere pagar por tus pichones o comprarte palomos. En esas circunstancias, ¿venderías o no?”.

La paloma de la “paz”

“El palomeo siempre ha sido de barrio, de gente ‘marginal’, de una mala fama que nos tacha de vagos o de que andamos tirando piedras a los techos”, recordó Pedro, de 54 años, criador desde 1973.

Sin embargo, hoy está muriendo un antiquísimo estereotipo: el del palomero inculto, pobre y buscapleitos. “La gente, por suerte, fue ganando en cultura. A esta afición se fueron acercando ‘personalidades’ como médicos, ingenieros y hasta intelectuales. Hoy pertenecen al club personas trabajadoras, integradas y útiles a la sociedad, que no son marginales ni antisociales, sino que ven el palomeo como un hobby”, acotó el presidente del CFPS.

Al parecer, tampoco es como antaño la violencia afín a dicha pasión. Mas no han desaparecido las broncas ni las discusiones.

“La violencia no está en el deporte, que es el mismo para todos. La forma de ser de las personas es la que varía”, meditó Landy, quien recuerda haber peleado, siendo adolescente, con un treintañero que se acomplejó por haber perdido su palomo. “No fueron problemas mayores. Unas galletas, unos piñazos, nada más”.

“Ya pasé esa etapa”, sonrió Denis. Siendo niño, una vez capturó el palomo de otro y para humillarlo, le enganchó un cable antes de devolverlo vivo. “Cuando chamaco uno es loco y se faja a cada rato. Hoy, lo que quiero es ser campeón en mi sociedad”.

Pedro Marrero resalta la importancia de las competencias y las sociedades. Gracias a estas, cada vez se quitan más trampas, y se aprende a palomear y a respetarse más entre asociados.

“Muchas veces terminaban en bronca. No he oído que hayan matado a nadie, pero sí de discusiones, un machetazo, un tablazo, una galleta… Al final, por la falta de valores de un ser humano, las palomas terminan pagando la culpa”.

Réquiem por Azul

El Azul de Landy era tan veloz que le decían El bala, pues despegaba como un avión. Cuando viraba de su conquista, le adelantaba 30 metros a su presa y, sin mirar atrás, en el cajón la esperaba, confiado. Para el dueño, Azul era un extraterrestre que “sabía leer y escribir”, y “todo lo demás, por supuesto”. Que para capturar una presa era capaz de salpicarle agua o chocar contra ella para tumbarla de una mata… Una vez lo descubrió en su cajón con dos hembras… un donjuán que robaba hasta palomas “casadas”.

Y fue incluso un bastardo, hijo de padre con pedigrí y madre del bulto. De hecho, Azul ni siquiera era de color azul: su plumaje lucía gris clarito con barras negras en las alas. Pero en el barrio lo velaban para no sacar palomas si él estaba planeando, o rezaban para que este no les echara el ojo a las suyas.

“Nunca lo cogieron ni tocó otro techo que no fuera el mío”, se enorgulleció Landy. Murió prematuramente en 2007 de seca, una enfermedad típica, en su palomar, con dos años y medio y una lista de 247 capturas. “Ese palomo me duele hasta el día de hoy. Pero sacaré pichones y pichones hasta encontrarlo de nuevo”, se juró.

Azul tuvo buenos hijos, pero mejores nietos. Sin embargo, su descendencia se esfumó para siempre cuando vaciaron el palomar en 2016. “Perder su línea en ese robo me molestó más que la muerte del propio Azul”, dijo desconsolado.

Solo mucho tiempo después pudo empezar a repoblar su palomar. Para mostrármelo, buscó desesperadamente un disquete con la única foto existente de Azul, pero no apareció. La imagen, en cambio, resalta nítida en la memoria de su dueño… y la del barrio.

Palomeo, folclor barrial habanero

Dicen que las palomas ladronas –las hay mensajeras, de buches altos y otras– proceden de la península ibérica, de unos monjes que las cruzaron y emplearon con el objetivo de capturar otras nuevas para llenar sus calderos, lógica que, según dicen, se repitió durante la hambruna de la Guerra Civil Española. Claro, es una historia dispersa e imprecisa, la de dicha ave.

En Cuba, abundaron colombos desde la colonia, y en la década de 1930 ya se identificaban especímenes criollos: con mucha seducción, pero poco radio de vuelo. Lentos, rechonchos.

A mediados de los 40, el estadounidense Rafael Buch Brage importó las primeras palomas deportivas y, en los 50, Francisco Laborda, “El Valenciano”, trajo otro lote importante cuya sangre fue transmitida a los palomares de David Pérez y de Enrique Rodríguez, ambos pioneros cubanos de la paloma de conquista en la Isla.

Las palomas de El Valenciano se mezclaron con los nietos de los ejemplares de Brage –habían sido comprados por el padre de Enrique–, y luego, con mensajeras –de ahí nacieron los famosos “quinterones”–, o con las criollas que habitaban desde antes. Así, este ladrón cubano fue estilizándose.

La cultura del palomeo brotó del folclor de algunas barriadas populares de La Habana, como Guanabacoa, Diez de Octubre, Cerro, La Habana Vieja, Mantilla, Párraga, Marianao y otras más.

Ya en los 60, se creó una organización que aunaba a los colombófilos en la modalidad de robo. Con esto, surgió la competencia de la pluma loca: varios criadores con sus aves se citaban en una loma determinada; los competidores se soltaban a la vez junto a una paloma blanca con una pluma negra que la distinguía: el ladrón que lograra llevar la presa a su cajón era entonces el ganador.

Esos palomos, dijo Pedro, descendían de la línea de Laborda y destacaban por ser “veloces, hiperactivos y máquinas de matar”.

No obstante, esta competencia, como las zapatillas Converse, pasó de moda y fue sustituida por otras que ensalzaron cruces genéticos que, según muchos, deprimieron el instinto de robo. De hecho, las líneas viejas quizás hubieran desaparecido si no fuera porque en los barrios siguió prefiriéndose la conquista tradicional.

La Asociación Nacional Ornitológica de Cuba (ANOC) se erigió en 1985 sobre los cimientos de la Asociación de Canaricultores de Cuba, fundada en 1947. Aun así, hasta 2017 no se oficializó una agrupación para los criadores de palomas ladronas.

Un lustro después de creada la Asociación, aterrizó la década de 1990 con la debacle de este fogoso animal. El hambre y el desabastecimiento provocó la muerte lenta del hobby y la especie.

Raúl Cervantes, vicepresidente de la agrupación de palomos de conquista en la ANOC y palomero de Párraga, con 51 años de experiencia (59 de edad), aseguró que, a pesar de la escasez generalizada de esa época, había más comida para sus palomas que hoy.

“Increíblemente, había más pan y fideos. Chícharo no había ni en la ANOC. Con una botella aplastaba el fideo o picaba el pan duro en pequeños cuadritos. Eso se lo daba a mis animales”, contó Raúl, y mostró sus índices y pulgares, callosos por dicha faena. De todas formas, tuvo que disminuir su palomar a la mitad.

Las sociedades colombófilas y sus competiciones enseñan a palo-mear y a respetarse entre colegas. / Gilberto Rabassa

Para colmo, en el palomeo se impusieron –en detrimento de los especímenes ladrones– los palomos de buches altos, extremadamente atractivos, pero inútiles para conquistar en vuelo.

Ante esta moda pasajera, solo el arraigo y las costumbres de los barrios populares salvaron, otra vez, alguna descendencia de los palomares de antaño, que se había perpetuado durante décadas, y que mucha gente entonces desechaba por un parpadeo de luz.

Pedro recuerda que en los 90, por el valor monetario que adquirió una paloma y su capacidad de alimentar a una familia, se extendió el uso de trampas, lazos y mariposas para atraparlas, costumbre que heredaron las generaciones siguientes hasta hoy.

Esas herramientas provocan traumas en las aves y, a veces, mutilaciones o decapitaciones. Por eso, los verdaderos amantes de las palomas están contentos por la reciente Ley de Bienestar Animal, de 2021, la cual penaliza y multa dichas acciones. Sin embargo, no están satisfechos debido a la poca ejecución de la legislación. Tampoco significa que los animalistas estén contentos con algunas prácticas o modalidades competitivas que estos practican.

Al final, el ladrón mestizo sobrevivió y se cruzó con palomas de razas importadas, como el laudino, el olguero, el morrillero, etc.

El barrio que no mira al cielo jamás llega a descubrir esa pieza oculta de su propia identidad. / Gilberto Rabassa

A partir del año 2000, con una crisis menos áspera, Luis Borroto y Orlando Ferrer, ilustres palomeros, crearon desde la ANOC un nuevo reglamento para competir en la modalidad de robo, con el cual se medían las cualidades del palomo en cuanto a seducción, conservación, insistencia y persecución: desde que empieza a conquistar en el aire, hasta que consigue meter a su presa en el cajón. Hoy perdura ese estatuto, aunque con ciertas variaciones.

El certamen inició en una finca, cerca de la siderúrgica Antillana de Acero, en el Cotorro. Luego se perdió aquel “centro de vuelo” y se trasladó la competencia al entorno residencial, como es en la actualidad. A la par, se intentó oficializar la modalidad de conquista, pero los prejuicios –acotó, el vicepresidente de la ANOC, Raúl Cervantes– no permitieron que esto ocurriera sino hasta 2017.

Los fans del palomeo crecieron, al punto de sobrepasar las capacidades aglutinadoras de la ANOC. Pronto empezaron a deslindarse de la organización otros grupos seudoclandestinos. Hoy conviven 12 sociedades (incluyendo a la ANOC) en La Habana, cada una con medio centenar de miembros, aunque el CFPS tiene unos 100 y la ANOC, muchas más.

“Nos mantenemos con nuestras propias contribuciones”, habló de finanzas Pedro, el del CFPS. Por su parte, la ANOC funciona igual, pero con la ayuda de una cuota de comida para las palomas (10 toneladas en 2022, de las 100 necesarias) y la garantía de recibir análisis veterinarios (requisito exigido antes de competir).

Este año, la fiebre del palomeo ha crecido y las sociedades capitalinas ya organizaron una “Champions”, en la que se enfrentaron los ganadores de cada respectiva competición.

El cielo invisible

Llegó el viernes, el día de Landy competir. Dos jueces del CFPS, Jesús Durán, de 31 años, y Yasmany Hernández, de 32, ya estaban en su casa desde los nublados albores de la mañana. Subieron al edificio de enfrente para ganar más altura, sacaron sus binoculares y un cronómetro y, a las ocho y media: ¡Showtime!

Empezó la competencia el pichón blanco moteado. Voló feroz, luchó su presa, pero, como sabía Landy, no atrajo ni a una mosca. Yasmany anotó 74 minutos de vuelo (de hora y media que dura el desafío) y muchos “pegues”, mas estos solo valen dos puntos, entonces será difícil alcanzar los 400 necesarios para clasificar.

Acabó la ronda. Landy, decaído, guardó al moteado y sacó al hermano del cabo, ya que el favorito enfermó a última hora.

Silencio. Ya un minuto y el palomo no salía. Landy se inquietaba. Pero el pichón despegó y arrancó hacia una hembra. “Le abrió, le abrió”, repitió un juez con emoción. La “jaló” a sobrevolar su nido, descendió, cayó el sol, y nada. No funcionó.

En cambio, aún brillaba el oro ruso de la cúpula del Capitolio.

El palomo lo intentó de nuevo. Los jueces seguían cada acción y las anotaban. “Ahí, a picar, vamos, ahí, ahí…”, gritó uno de ellos.

Y con una tercera paloma: “le abrió las alas”, “la tiene dominada”, pero aparecieron unos “sapos” (rivales) a picotear el cráneo del hermano del cabo. Aun así, triunfó, “arrastró” a la paloma y… ejecutó mal el aterrizaje. Ella lo ignoró y se fue con otro.

“Ese pichón está desmaya’o”, dijo el juez Jesús. En verdad, se notaba cansado. Vino una cuarta paloma. Nada. El cielo se despejó, sin ningún animal alado. El pichón se detuvo. Bebió agua. Reinició.

En la espera, conversamos un poco: de palomas, del cuentapropismo de uno de los jueces y del otro, que es enfermero intensivista… De Rabassa, el fotógrafo de BOHEMIA, quien contó que también criaba, pero fue a combatir a Angola y vendió su palomar; al regresar, oyó que una de sus palomas había retornado para vivir silvestremente en el patio mientras estuvo en la guerra.

“Pipo, sal de ahí que me va a dar un infarto”, se sobresaltó Landy. “Qué clase de loco el palomo ese”, secundó un juez. Si bien el pichón ya estaba clasificado por puntos, de momento pareció que se posaría en un techo ajeno y quedaría expulsado.

La ronda, sin embargo, terminó sin mucho revuelo. Puntuación: 588. Pasó. El moteado, con sus 392 puntos, no lo logró.

En las siguientes semanas, el hermano del cabo perdería en su segunda ronda y solo el biselado –en el que Landy sí tenía expectativas–, completaría las cuatro rondas del certamen. Incluso, ocuparía el onceavo puesto en el ranking de pichones del CFPS.

Pero en ese justo momento, Landy miraba a su palomo con orgullo. No llegaba a los talones de Azul, pero lo había sorprendido con su actuación. Aquello lo hacía soñar con un futuro en el que su reputación estaría literalmente por las alturas.

Empero, el barrio no miraba al cielo. Vecinos y peatones, cabizbajos, ni se enteraban… ni se enteraban…