Ilustración. / Félix M. Azcuy
Ilustración. / Félix M. Azcuy

La Santa Nilla

De un tiempo a acá, todo el mundo ha cogido por decirme Santa Nilla. Así: dividen la palabra… que estoy en todas partes… que me meto con todo el mundo… ¡Con lo pequeña que soy! ¡Si no hago daño ni a una mosca!

¡Mira que compararme con una santanilla…! ¿A ustedes nunca los ha picado una de esas hormiguitas? Son casi invisibles, chiquiticas, pero cuando pican… ¡ay mi madre!, es casi peor que la picada de una avispa. Te empieza el ardor, la piel se te pone roja, dan ganas de meterse en una pipa de agua.

El otro día, a Chicha, una amiga de mi mamá, se le coló una en el cuerpo, y aquella mujer, empezó a subirse la saya y terminó quitándosela. Menos mal que nada más que estaban en la casa ella y mi madre, porque Chicha se quedó como vino al mundo.

Pero todavía no les he dicho por qué me dicen Santa Nilla. Es que soy problemática. Bueno, eso dicen… lo que pasa es que no me gusta que afecten mis derechos. ¿Por qué si me tocan cinco libras de arroz voy a dejar que el bodeguero me despache tres y media?

Hace poco, en un agro, fui a comprar malanga, que está a 70 pesos… ¡70 pesos la libra! Tremendo sacrificio para mi bolsillo, que vivo sola; pero lo hago para mi sopita de domingo, con el pollito del mes… De contra, aquel hombre quería quedarse con media libra de lo mío… Y ahí mismo la formé.

No sé cómo él sabía lo de mi apodo, porque me dijo: “¡Con razón te dicen Santa Nilla!” No me puse brava, le respondí: ¡A mucha honra! Y ojalá te pudiera picar.

Por eso, siempre ando con mi pesita… pésele a quien le pese; ando con ella en la cartera… que, por cierto, es un peso para mi columna, mucho más cuando cojo el P-12 y me tengo que quedar en la puerta. En esos instantes, la pesa me tira para atrás y yo me echo hacia delante y me agarro de lo primero que esté a mi lado… insisto en llevarla para que no me quieran pasar gato por liebre.

El otro día, por ejemplo, estaba en la cola del pollo. Tuve que ponerme colorada y mandar a tres o cuatro a que cogieran su lugar, porque sin más ni más, querían ponerse delante de mí. Lo peor, ahí también querían quedarse con un cuarto del producto. Ese día, en pleno Cerro, sin ningún árbol cerca, un hombre empezó a quejarse: “¡Caballero! ¿Qué fue lo que regaron por aquí, algo me picó y no sé qué es?”.

Yo que estaba mirando fui y lo inspeccioné, me parecía a Sherlock Holmes, ¡hasta con una lupa! Después que terminé la indagación, expresé: Oiga, ¡a usted lo picó una santanilla! Me miró con cara de no saber qué yo decía. “¿De qué está hablando usted, eso de dónde salió?”, inquirió.

Le respondí: Bueno, esa pregunta también me la estoy haciendo, pero por lo pronto, sé que se trata de una hormiguita muy chiquita que está ahora en todas partes. Antes permanecían en el campo, sin embargo, parece que a ellas también les gusta la capital, y al parecer, también aprecian las colas…

Y hay que tener cuidado porque se meten hasta en la cama. Les da lo mismo El Vedado que el Reparto Eléctrico. Hace poco, mi hermana me llamó de madrugada… tremendo susto que me dio… Después de calmarme me exclamó: “ay, es que me picó una santanilla y ahora estoy desvelada”. ¡Le zumba!

De que hay que hacer algo, hay que hacerlo; pero no conmigo, que soy inofensiva, no mato ni una mosca, y solo me pongo color de hormiga cuando me quieren timar o cuando, en las súper-colas, pretenden colarse.

Ahora, con lo de las santanillas, los científicos tendrán que pensar cómo resolver el problema, a lo mejor quieren emigrar para Marte o les conviene la Luna, porque a mí que no me digan que no son extraterrestres.

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