Foto. / france24.com
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Lula volvió y venció

Con no pocos sobresaltos luego de las experiencias de la primera vuelta, Lula volvió al poder en Brasil. Una de las figuras más relevantes de la izquierda latinoamericana en la historia reciente se confirmó el pasado domingo 30 de octubre con su triunfo sobre el ultraderechista Jair Bolsonaro.

Está otra vez en el poder a pesar de la mendaz campaña del aún presidente, que utilizó miríadas de recursos de baja estofa política, que derivó en que en el balotaje el fundador del Partido de los Trabajadores (PT) obtuviera un apretado triunfo, con el 50,9 por ciento de los sufragios, frente al 49,1 por ciento de su rival.

Revivir un gigante que agoniza

La victoria de Lula va mucho más allá de “algarabías izquierdistas”.  Significa la reivindicación a una figura política a la que la ultraderecha brasileña intentó —y lo logró— construirle una escenografía de corrupción que humillantemente lo llevó hasta la cárcel y le imposibilitó, incluso, presentarse a la contienda electoral anterior, en la que hubiera podido ganarle por primera vez a Jair Bolsonaro. Significa además el recuerdo de tiempos mejores, luego de años de un bolsonarismo que sumió al país en un profundo agujero negro. El voto del Nordeste, su región natal y la más pobre, demuestra que los más necesitados se remontan a 15 años atrás, cuando estuvieron mejor que ahora y esperan un regreso a aquella bonanza. Satisfacer esa demanda de prosperidad será uno de los principales desafíos del nuevo presidente, que recibe un país en ruinas en medio de una crisis mundial sin precedentes.

Los brasileños necesitan que regresen esos tiempos en los que la luchas eran en favor de los más pobres. / farodevigo.es

Un desafío será también intentar aliviar una nación sumida en un profundo dolor. Aún están recientes los dos años de pandemia del coronavirus, que dejó casi 700 mil muertos. Esa desastrosa gestión pasó factura a Bolsonaro en las urnas. Los brasileños no le perdonan el retraso en la compra de vacunas, su oposición a las cuarentenas decretadas por los Gobiernos estaduales y su promoción para el uso de medicamentos sin sustento científico. Fueron miles de víctimas evitables y por las que no mostró empatía alguna.

Además de su prestigio y sapiencia política, como en sus dos anteriores triunfos electorales, Lula supo ampliar su base electoral con alianzas a izquierda y a derecha. La elección como compañero de fórmula de Geraldo Alckmin, un líder de centroderecha al que derrotó en las presidenciales de 2006, lo acercó al voto moderado que recelaba del PT. Estrategia electoral que se repite luego de que Dilma Rousseff, quien lo sucediera en la presidencia en 2011, llevó como vice a Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño, por razones similares. Este terminó convirtiéndose en su enemigo y reemplazante cuando Dilma fue sórdidamente destituida, en 2016.

Lula sumó el apoyo, a título personal, del expresidente socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, un rival histórico. Pero a todos los movió un espíritu de cruzada democrática contra los discursos de odio propalados por Bolsonaro. Por la izquierda, Lula recuperó a figuras como la exministra de Medio Ambiente de su primer Gobierno, Marina Silva. Todo un juego minuciosamente detallado para llegar a los desestimulados brasileños.

Ahora, entre los desafíos más apremiantes están los de gobernar con un Congreso totalmente escorado hacia la derecha y con el estado más rico, el de São Paulo, dirigido por un bolsonarista radical que ganó con holgura. El exministro Tarcísio Gomes Freitas venció a Fernando Haddad, excandidato presidencial del PT y antiguo alcalde paulista. La formación de Bolsonaro, el Partido Liberal, tendrá la mayor bancada de la Cámara de Diputados con 99 escaños, uno de cada cinco. Para el PT de Lula y sus aliados será muy complicado construir una mayoría, por lo que tendrá que demostrar que mantiene intactas las dotes de negociador, que fueron marca de sus dos primeros mandatos.

Ojo también para los más de 65 millones de brasileños, un tercio de la población, que se declaran evangélicos. En primera vuelta el 65 por ciento de ellos apostó por Bolsonaro. El ganador utilizó la última semana de campaña para acercarse a ese sector de la población con una carta en la que prometía no cerrar iglesias, una de las mentiras que el bolsonarismo difundió en redes para perjudicarlo. Una agresiva campaña pro Bolsonaro en las iglesias pentecostales terminó además por espantar a los fieles más moderados, finalmente volcados en el candidato de izquierda.

América Latina lo recibe otra vez

La región necesitaba nuevamente a ese ícono de la izquierda. Según se vislumbra, Latinoamérica endereza el rumbo, extiende su largo ciclo de victorias electorales. Con la llegada al poder de Lula, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, todos en este 2022, las cinco principales economías de la región, que completan México y Argentina, quedan por primera vez en manos de fuerzas progresistas. Fueron precisamente esos líderes los primeros en felicitarlo. El argentino Alberto Fernández fue hasta Brasil para abrazar a su amigo personal y mostrarle su apoyo.

Más allá de las fronteras regionales, Lula deberá recuperar la relevancia internacional que tuvo su patria durante su mandato. La diplomacia bolsonarista deja un país aislado, sobre todo por su empeño de terminar con la tradicional equidistancia y su excesivo alineamiento con el expresidente de EE.UU. Donald Trump en detrimento de China, su principal socio comercial, y con Estados gobernados por la derecha conservadora. Por lo pronto, logró volver de donde pocos creían que sería posible. La nueva versión del lulismo le alcanzó para ganar. Lula puede decir lo que muy pocos en la historia latinoamericana: “Volví, y vencí”.

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Un comentario

  1. Nadie podrá negar el triunfo de Lula, así como nadie podrá negar que Brasil se encuentra dividido total y absolutamente en 2 mitades: mitad izquierda y mitad derecha. Por historia, las FFAA y de Orden militarizadas, proderecha, en consecuecia proempresariado o procapitalistas, aunque constitucionalmente sean neutras, obedientes y no deliberantes, permiten a los gobiernos de izquierda gobernar siempre y cuando no las toquen ni a ellas ni al gran empresariado, o sea, no permiten cambios estructurales de fondo. Ante el primer intento de cambios sociales, las FFAA y de Orden militarizadas, azuzadas por fuerzas de derecha, realizan golpes de estado, los DDHH no existen en el Brasil. Así, los pobres seguirán siendo pobres y los ricos seguirán siendo ricos. Por muy izquierda que sea el gobernante, el indice de Gini no cambiará, es más aumentará. Esa es la realidad del gigante suramericano. Pensar de otra forma es una ilusión, una quimera, un sueño.

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