Mella en la hondura de los cubanos

Porque fue en su tiempo, el mejor ejemplo. Mucho vivir en tan poca vida


Aquella cortina de lluvia y el aire frío que mecía los árboles de la calle Abraham González, en la Colonia Juárez, de México, provocaban cierta melancolía a la corresponsal cubana, quien una vez más imaginaba, in situ, la escena de Mella y Tina tomados del brazo, ajenos a los dos matones que traían a sus espaldas.

Igualmente, pensó en su hija, porque justo a ella le dedicó la crónica sobre esa vivencia. “Para Alejandra”, decían las primeras líneas tras el titular.

Además de los detalles románticos de la escena del asesinato, la reportera nos acercó a un revolucionario tremendo, cuyas últimas palabras fueron de denuncia: “¡Machado me ha mandado a matar! ¡Muero por la Revolución!”. Pero, también, a un joven extraordinario en su sencillez. Quien, al morir, apenas llevaba en sus bolsillos una pequeña libreta, un lápiz, un ejemplar del periódico obrero El Machete, y ni un centavo.

En detalles explícitos e implícitos, Rosa Miriam Elizalde nos confesó a través de su escrito que ella era también un tanto Mella. “Parafraseando al poeta, conozco esta historia y a esta pareja desde que me conozco, y ya estuve una vez aquí, hace años. Pero es septiembre y llueve”.

Julio Antonio Mella. / Tina Modotti.

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Muchos convergemos en ese deseo persistente de renacer a quien viniera al mundo, en La Habana, un 25 de marzo de 1903, fruto de la unión extramatrimonial entre el sastre dominicano Nicanor Mella Brea y la irlandesa Cecilia Magdalena Mc Partland Reilly.

Desde hace más de medio siglo, la Sierra Maestra ha visto a generaciones de jóvenes cubanos homenajear a uno de sus líderes insignes.

Cuentan que en mayo de 1950, estudiantes ortodoxos, socialistas y de otras afiliaciones, ascendieron el Turquino para conmemorar el centenario de la bandera cubana. Entonces bautizaron con el nombre de Pico Mella, a una de las colinas cercanas al punto más alto de Cuba.

Poco a poco la escalada devino tradición de las juventudes cubanas en honor al primer atleta olímpico de la Revolución, como lo nombrara alguna vez, Raúl Roa, su compañero de sueños de justicia social, en la Universidad de La Habana.

En tiempos tan difíciles como los años 90, no faltó el respeto hacia su persona y su pensamiento. Primero, un modesto busto de yeso fue llevado en brazos revolucionarios hasta esa elevación. Luego, uno de cemento.

Hasta que en el calor del V Congreso de la FEU, se fraguó la campaña Un grano de bronce para Mella, con el propósito de acopiar el material necesario y fundir un busto fuerte como el propio mártir.

El llamado prendió de tal manera en miles de voluntarios, que fue posible recolectar metal suficiente, incluso para dos estatuas; una de las cuales sería llevada a la Ciudad de México.

Vísperas del 67 aniversario del asesinato de Julio Antonio, en nombre suyo, algo hermoso sucedió en las montañas serranas.

“Tal vez muchos desconozcan que la obra, autoría del prestigioso artista santiaguero Alberto Lescay, tuvo un viaje complicado hasta las serranías.

“Era un enero de neblinas y no pudo ser trasladada en el helicóptero hasta los lomeríos, como se había pensado. A la sazón, tuvo que ser desmontada en el estadio de pelota de Bartolomé Masó. Del parque beisbolero, se transportó en un carro ZIL hasta lo intrincado de las serranías.

“La idea consistía en vencer el trayecto final en mulo, pero el sendero hasta la cima era muy estrecho, por lo tanto, jóvenes universitarios –uno de ellos el bayamés Domingo Cusa-  y cuatro campesinos de la zona cargaron el busto en sus hombros hasta el Pico Mella”, contaría el periodista granmense, Osviel Castro Medel.

La calle donde asesinaron a Mella. La foto está tomada desde el lugar en que cayó abatido el líder comunista cubano, el 10 de enero de 1929. / cubadebate.cu

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A más de un siglo de distancia temporal, un colega y poeta, lo describió como una dimensión, la dimensión Mella.

Seguramente, sus enemigos y rivales no resistían sus ojos, ni toleraban su lengua. Tampoco soportaban su sangre, ni asimilaban su tiempo. Así se lo imaginaba el cronista de Juventud Rebelde.

“Su mirada, que hasta en las viejas fotos encandila, debió ser irresistible (…) La palabra le salía rotunda, férrea, como para herir hasta con el eco a los potentados y vanidosos (…) Era joven porque no sabía ser otra cosa de tanta idea juntándosele en la mente; de tanta lanza apretándosele en las manos; de tanto preguntarse, una y otra vez, cómo descabezar los monstruos que le ataban el país, es decir, la familia”.

Jóvenes cubanos honran al “cubano que más hizo en menos tiempo”. / acn.cu

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Yo, al pensar en Julio Antonio, tal vez por mi origen campesino, recuerdo una de sus creaciones más altruistas: la Universidad Popular José Martí. Si hubiese nacido en aquella época, probablemente esa hubiese sido mi única posibilidad de superación educacional; como lo fue para cientos de desfavorecidos de la Pseudo-República.

A través de la FEU, entre otras demandas, los universitarios habían exigido un alto inmediato a las prácticas corruptas de la institución, la suspensión de profesores incompetentes y la participación de los estudiantes en la organización de los planes de enseñanza y en la dirección de la universidad.

No obstante, el líder de la Federación y fundador de Alma Mater fue más allá de exigir derechos para el estudiantado. En el Primer Congreso de Estudiantes, en 1923, propuso llevar el conocimiento a los más humildes, a aquellos que por las propias injusticias del gobierno imperante, no habían tenido la posibilidad de cursar o continuar estudios.

Nació entonces, a decir de él mismo, la hija querida de sus sueños. El proyecto aseguraba no solo la formación cultural, sino además ideológica de los sectores populares, despertando sus conciencias con relación a los principios de equidad social que interesaban a todos y estrechando alianzas entre obreros, estudiantes e intelectualidad cubana.

Mella (al centro derecho de la foto) junto a estudiantes de la Universidad Popular José Martí. / acn.cu

Ello decía mucho de quién era Mella y lo que representaba, tanto para el movimiento estudiantil, como para el régimen de turno.

Lógicamente, los machadistas vigilaban cada movimiento del también primer director de la revista Juventud, creador de la Liga Anticlerical y de la sección cubana de la Liga Antimperialista de Las Américas, y uno de los primeros fundadores del primer Partido Comunista de Cuba.

A solo semanas de la creación de este último, para aprisionar a sus miembros de manera definitiva, la tiranía ideó un nuevo pretexto: la explosión de una bomba en la puerta del Teatro Payret de La Habana, la noche del 17 de septiembre de 1925. Detonación tras la cual el gobierno responsabilizó a los comunistas. De inmediato los encarceló bajo el cargo de “infracción de la ley de explosivos”.

Pero, como dice un amigo, él era “Mucho Mella sin mella para tanta mente mellada”. Una vez en prisión, inició una huelga de hambre como protesta por la aprehensión.

Entonces, muchos de aquellos estudiantes y obreros a quienes él tanto defendía, se organizaron en el Comité Pro-libertad de Mella, exigiendo por toda Cuba su liberación.

Desde México, Chile, Uruguay, París y Nueva York también remitieron cables y telegramas al presidente Machado, con igual reclamo. Presión que, unida al deterioro de la salud del huelguista (a causa de 18 días de ayuno), obligó al régimen a concederle la libertad provisional.

Para ese momento, el peligro de ser ultimado a manos de los órganos represivos de la dictadura era inminente, por lo que marchó hacia México, donde continuó demostrando su compromiso con las revoluciones sociales y su lucha incansable contra el hegemonismo norteamericano; hasta su asesinato.

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Si yo hubiese coincidido con Julio Antonio Mella, también lo hubiese seguido. Quizás, como tantas chicas de la época, hubiese suspirado de amor por él. Seguramente, al ver en la plaza frente a la Escalinata de la Universidad de La Habana su busto profanado con tinta, igual que Rubén Batista, Camilo Cienfuegos y otros tantos jóvenes, hubiese protestado con todas mis fuerzas aquel 15 de enero de 1953.

Fuentes consultadas

La investigación Mella, el crimen del imperialismo, de María de las N. Rodríguez Méndez y los artículos periodísticos Llueve en la calle donde murió Julio Antonio Mella, de Rosa M. Elizalde (Cubadebate, edición digital del 18 de septiembre de 2014); El Mella que nos mira desde otras alturas, de Osviel Castro (Juventud Rebelde, edición digital del 9 de enero de 2019) y Dimensión Mella, de Jesús Arencibia (Juventud Rebelde, edición impresa del 10 de enero de 2013).

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