Cambio de atributos pioneriles
Pónganme la pañoleta
Trasladado del 14 de junio (natalicios de Ernesto Che Guevara y Antonio Maceo) para el 30 de noviembre, por razones de Covid-19, el cambio de pañoleta deviene otra vez acontecimiento para escolares, padres y maestros en Ciego de Ávila

¡Ya somos pioneros José Martí!
Texto y fotos PASTOR BATISTA VALDÉS
Por un momento imaginé que la vivencia más simpática u ocurrente, durante el cambio de atributos pioneriles (pañoleta roja por azul para niños que inician su cuarto grado) sería la de aquel pequeñín que con el dedo índice más recto que una vela fijó su vista en mí para decirme dese la fila: “Oiga, ¿usted podría subirse el nasobuco?”.
Solo entonces me percaté de que, en efecto, ese inseparable “escudo anti-virus” se me había corrido ligeramente, razón por la cual no pude evitar un pícaro guiño de ojo hacia el “fiñe” y un ¡Gracias! que debe haberle alegrado hasta el mismísimo dedo gordo de ambos pies.

Seremos como tú, Che.
Minutos después, cerca de la Escuela Provincial de Deportes Acuáticos Julio Antonio Mella, en Ciego de Ávila, quedo ensimismado viendo el orgullo con que una mujer avanza hacia el mencionado centro de enseñanza deportiva, acariciando las manos del gemelo fruto salido de sus entrañas.
“Vienen revueltos por el cambio de pañoleta” –me dice María Isabel Ramírez, casi “arrastrada” por la velocidad a que avanzan Marilé y Lesmar Gutiérrez, a quienes luego les lanza un beso, desde la cerca perimetral, mientras un profe les anuda la pañoleta que continuarán exhibiendo como miembros de la Organización de Pioneros José Martí.

Momento para la historia entre Gabi y su hermanito Leo.
La “tapa del pomo” (como suelen decir algunos) la pone, sin embargo, Gabi, una niña que pronto iniciará estudios en la secundaria básica.
Aún sexto grado, e integrante del selecto grupo de alumnos que animan culturalmente la ceremonia del cambio de atributos, Gabi se aparta de sus amiguitas y, entre sollozos, llega donde la directora de la Escuela Farabundo Martí para suplicarle que le permita anudar la roja pañoleta en el cuello de su hermano Leo.
¡Claro que sí, mi amor, claro que sí!
Entonces alumnos, maestros, padres que observan desde lejos guardando el necesario distanciamiento, un gorrioncillo que pasa en rasante vuelo y hasta las nubes convertidas en blancas motas de algodón, son testigo de cómo, entre lágrimas aún, la niña comprime contra su pecho al hermanito, que quizás no entienda bien lo que sucede, pero que con toda seguridad jamás olvidará ese instante.

María Isabel no quiso perderse el cambio de pañoletas de Marilé y Lesmar.

¿Maestro con ternura de padre, o viceversa?