Ni feos ni bonitos, diferentes

Ania es alta, delgada, tiene físico de atleta sin serlo. Una piel resistente y oscura, valiosa herencia de sus ancestros. Mas no le “agradan” a algunos su nariz ancha, sus labios gruesos, sus grandes y salientes ojos, su cabello fuerte, empinado hacia el cielo como corona.

La conocí en primer grado de la primaria. Guardo recuerdos hermosos de su amistad y de esos años; en cambio, ella carga con burlas y discriminaciones por no encajar en el canon de belleza impuesto. Hace unos años la reencontré y sentí en su rostro, sus palabras y gestos que aún lleva a cuestas su etiqueta de “fea”.

En el algún momento también la vi así, porque la sociedad, a mi corta edad, me había enseñado que Ania no era linda. Bellas eran mis barbies, las princesas de Disney o Betty, la niña rubia de ojos verdes y facciones finas, blanca como leche y con cabello tan lacio parecido al de Rapunzel.

Betty también era más hermosa que Paula, una mulata, mezcla perfecta de blanco y negro, de quien se reían porque le pasaban “peine caliente” para estirarle sus rizos. Y mucho más que Carmen, una de mis mejores amiguitas del aula, negra como Ania, y gorda al igual que yo en aquella época.

Años después, afortunadamente, entendí que no éramos feas y cuan subjetivo es lo bello. Aprendí de patrones de belleza impuestos y estereotipos discriminatorios ante lo diferente, y cómo gran parte de la sociedad los reproduce.

Para las mujeres ha sido más cruel. Se nos ha estigmatizado e idealizado como seres delicados, que deben presumir y resaltar todo cuanto las industrias de entretenimiento e imagen designen. Nos desarrollamos en un entorno donde, por lo general, el cuerpo y la cara más acorde a los cánones tienen más aceptación.

Por fortuna, algunas corrientes y grupos sociales desde hace un tiempo defienden lo natural, las raíces y diferencias del ser humano, la aceptación y orgullo por nuestras formas y colores. Mas, es tan potente la colonización cultural, que no pocos rechazan todo aquello fuera de las tendencias y nuevos looks.

Persisten quienes te creen desarreglada, poco femenina, descuidada o “maltratada”, por llevar el pelo como mejor te parezca, en ocasiones libre de químicos hostiles que ayuden a encajar con lo establecido. Por no llenar tu rostro de maquillaje artificial, no pintarte las uñas o vestirte como más te acomode.

Nos han enseñado a ver lo lindo y lo feo en detalles que no son más que estándares aprendidos y aprehendidos. Entristece sí, más cuando son mujeres quienes te juzgan por cualquiera de las variantes anteriores.

Esperar de los otros una imagen acorde a lo que consideramos lindo o agradable a la vista es un error. Cada cual es libre de arreglarse y mostrarse como mejor se sienta, de escoger el patrón que desee. Nadie tiene derecho a dañar o herir a su prójimo por su naturaleza.

Somos personas dignas de amor y respeto tal y como hemos nacido. Deconstruirse implica aceptar la diversidad de fisonomías humanas y entender que no hay unas mejores que otras.

Ania, Paula y Carmen no tienen ni tuvieron nunca por qué haberse sentido mal. A Betty nadie debió hacerle creer que su forma y color eran los correctos. No seamos del bando de los intolerantes. Recordemos siempre aquello de lo esencial y su invisibilidad ante los ojos.

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