No me pueden impedir que piense

El líder revolucionario cuando salía de una sesión del I Congreso de los trabajadores de la Instrucción pública de toda Rusia, el 28 de agosto de 1918. / P.A.OTSUP.

A 99 años de la muerte de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, sigue siendo un símbolo y paradigma, y su cuerpo embalsamado en el Mausoleo del Kremlin, en la Plaza Roja de Moscú, aún es visitado por millones de personas de todo el mundo que así lo confirman.

En la tarde del 30 de agosto de 1918, instantes después de su discurso a los obreros de la fábrica Michelson, en el distrito de Zamoskvovetski, le dispararon a boca de jarro, por la espalda, tres tiros de una pistola Browning calibre 25, dos de cuyos plomos, cargados de veneno, dieron en su entonces desprotegida anatomía.

Uno de los proyectiles atravesó su abrigo, sin dañarlo, pero los otros dos le alcanzaron el hombro y el pulmón izquierdo, y se alojaron peligrosamente bajo su piel.

Trabajadores que oyeron sus pronunciamientos en la fábrica, contaron más tarde que había concluido con esta afirmación: “Tenemos una sola salida, la victoria o la muerte”.

La bala que penetró por el omóplato izquierdo interesó la parte superior del pulmón y se atascó en la porción izquierda del tórax, más arriba de la clavícula correspondiente, mientras que la otra le dio en el hombro izquierdo, fracturó el hueso y se trabó también bajo la piel, en el lado izquierdo del húmero. Este plomo, según los propios facultativos que vieron en aquellas circunstancias a Vladimir Ilich, resultó ser el más agresivo y de mayor peligro, incrustado en una zona del cuello, muy cerca de la médula espinal, e imposible de extraer en aquella época.

Las secuelas inevitables de las graves y profundas heridas envenenadas, como por ejemplo, el hematoma nunca detectado que le comprimió fuertemente una de las dos arterias carótidas, tiempo después determinaron que el gran dirigente comunista mundial muriera relativamente joven.

La historia muestra que no le disparó uno de los obreros, campesinos o soldados con los que Lenin tenía gran afinidad humana y había defendido en distintas etapas de lucha a capa y espada desde sus 17 años, sino la eserista, socialdemócrata, anarquista, sobornable y resentida psicópata Feiga Jaimova Roitman, alias Kaplán, pagada muy bien por la contrarrevolución interna y externa.

Palabras del líder herido

“¡Calma, camaradas! ¡Esto no tiene importancia! ¡Manténganse tranquilos!”, dijo Lenin a los asombrados trabajadores presentes, pero inmediatamente cayó boca abajo y sobre él se inclinó enseguida su chofer y único escolta entonces, Stephan Guil, quien junto a dos obreros acomodaron al dirigente gravemente herido en el carro y partieron los cuatro sin pérdida de tiempo en busca de la necesaria atención médica urgente.

El artífice de la Revolución en una de las escaleras del Kremlin, durante la manifestación de los trabajadores el 1° de mayo de 1919. / N. ALEXEI.

Con un trozo de cuerda que llevaba uno de los obreros, le ligó el brazo a Lenin por encima de la herida que más sangraba. Y al llegar al Kremlin, a la entrada principal del edificio donde residía el máximo jefe del Partido y el Estado –su apartamento estaba allí, al lado de la sala de sesiones del Consejo de Comisarios del Pueblo–, salió del vehículo con la ayuda de los obreros y del chofer, por cierto, un georgiano de más de seis pies y medio de estatura, pero se negó rotundamente a que siguieran con él: “¡Déjenme. Yo puedo andar y solo caminaré!”, dijo con una decisión irrevocable que le hizo posible vencer 52 empinados escalones.

El primer médico que lo atendió de inmediato fue Alexander Vinocurv, en aquel tiempo Comisario del Pueblo para la Seguridad Social. Y al día siguiente Lenin le aseguró al cirujano Vladimir Rozanov: “¡Doctor, esto puede sucederle a cualquier revolucionario. No es nada, no hay que inquietarse inútilmente!”.

Años más tarde el entonces prominente cirujano soviético comentaría: “No hablaba así un simple herido de bala. Era el jefe de las masas revolucionarias y comunistas. El luchador que había pasado la dura escuela de la clandestinidad más perseguida, callada y riesgosa. El que soportó arrestos y cárceles, asedios, el destierro siberiano de tres años: un hombre preparado para cualquier prueba”.

Sépase que aquella misma tarde fue asesinado igualmente en un alevoso atentado terrorista a tiros, Moisés Uritsky, Comisario del Pueblo del Interior en la región norte y jefe de la Policía Secreta soviética de Petrogrado. A fines de junio del propio año 1918 troncharon la vida en cruel acto similar a V. Voldarski, redactor de una publicación capitalina.

María Uliánova, hermana de Lenin, de la redacción del diario Pravda,le aconsejó que no fuera a la fábrica en días de frecuentes atentados, como le dijo también Nikolai Bujarin, miembro del Comité Central del Partido, quien había almorzado con él.

¡Qué voluntad férrea la de Lenin!

En los primeros tiempos Lenin sobrevivió al atentado, pero su salud se resintió demasiado. En el XI Congreso del Partido que comenzó sus labores el 27 de marzo de 1922, rindió el informe: Perspectivas de la revolución mundial a los cinco años de la Revolución Rusa. El 20 de noviembre habló en el Pleno del Soviet de Moscú. El 30 de diciembre se celebró el I Congreso de los Soviets, que devino la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Enfermo de nuevo, no pudo asistir, pero el trabajo del evento y la declaración sobre la formación de aquella alianza, estuvieron inspirados en sus sabias y oportunas indicaciones.

El 2 de octubre de 1922 Lenin llegó otra vez al Kremlin y desde el 12 de diciembre hasta el 15 de mayo de 1923, vivió y trabajó allí. En el diario de sus secretarios y ayudantes, del 12 de noviembre de 1922 al 6 de marzo de 1923, se lee que Lenin con valentía, conservando una extraordinaria voluntad y optimismo, luchaba contra la grave enfermedad provocada por el atentado y seguía sacrificando sus fuerzas a la causa del Partido y a la construcción de la nueva sociedad.

Casi con la amenaza de quedar paralizado completamente desde el verano de 1922, logró convencer a los más de 20 médicos que lo atendían cuidadosamente, para que le permitieran dictar diariamente las ideas que consideraba importantes. Su hermana explicó en días memorables que cuando los doctores no querían satisfacer sus pedidos, dio un ultimátum: “O me lo permiten, o me niego a curarme”. Insistieron los facultativos en que no era nada bueno que trabajara, leyera o escribiera, pero el creador y fundador del primer Estado socialista del planeta adujo con la firmeza que aún podía ejercer: “¡Pero no me pueden impedir que piense!”

El artífice de la Revolución en una de las escaleras del Kremlin, durante la manifestación de los trabajadores el 1° de mayo de 1919. / N. ALEXEI.

A principios de marzo de 1923 se complicó mucho más su salud. En mayo volvió a la aldea de Gorki, al sudeste de Moscú, donde pasaba su convalecencia y a mediados del verano se apreció cierto mejoramiento. El 19 de octubre de ese año llegó de nuevo a la capital moscovita, al Kremlin. Permaneció en esa sala solamente un rato. Miró alrededor, entró en su despacho, tomó unos libros de la biblioteca, y bajó al patio. Subió al automóvil personal, recorrió las calles céntricas de la capital y visitó la Exposición Agrícola de toda Rusia. El recorrido duró dos horas. ¡Se diría que Vladimir Ilich estaba despidiéndose de Moscú!

Luego de una aparente mejoría, a fines de 1923, sobreviene un recrudecimiento de su enfermedad y el 21 de enero de 1924, al anochecer, exactamente a las 6 y 50, falleció de un derrame cerebral. Al otro día Radio Moscú anunció la triste noticia al mundo. Cuatro infartos cerebrales acabaron con la extraordinaria existencia de Lenin. El primero, en mayo de 1922. El segundo, en diciembre, que le paralizó el lado derecho del cerebro y tuvo que retirarse del quehacer político. El tercero, en marzo de 1923, que motivó ser postrado en cama, sin poder escribir ni hablar. Y el cuarto y definitivo infarto fue el 21 de enero de 1924, fecha de su deceso en la aldea de Gorki.

(Eugenio G. Gliok y Serguei Oboznov, de la Embajada de la Federación de Rusia, en noviembre de 2005 nos enviaron un informe de Eugenio Cházov, ministro de Salud de la URSS en 1970, sobre el atentado, la enfermedad, el tratamiento médico y la muerte de Lenin).

A casi un siglo de su pérdida física, puede afirmarse que el mundo de paz, justicia, soberanía, libertad y socialismo con que él soñó, no ha dejado de pensarse, ni de intentarse.

En esos días de entrada a la posteridad, el poeta soviético Vladimiro Maiakosvki escribió sobre su fallecimiento: Un soldado de la guardia, / según se cuenta, / dijo a sus camaradas: / Yo no quería creerlo / y me acerqué a su oído/ y le grité: Ilich, Ilich, ahí vienen los explotadores. / Y no se movió. Ahora sí estoy seguro de que ha muerto.

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Fuentes consultadas:

Los libros: Sobre el atentado a Lenin, de Pável Malkov; Vladimir Ilich Lenin, de G.Olaychkin y otros; Un hombre grande y sencillo, de L. Kunetskaya; Un viaje por la libreta de direcciones de Lenin, Yuri Yúrov y El retrato y el tiempo, deYego Yakolev.


CRÉDITO PORTADA

Lenin al pronunciar un discurso en la Plaza Roja, por el primer aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre. / P.A. OTSUP.

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