alzamiento Las Clavellinas Camagüey
Foto: camaguey.gob.cu
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Noviembre en la clarinada mambisa del Camagüey

alzamiento Las Clavellinas Camagüey
Foto: camaguey.gob.cu

Por MARTHA GÓMEZ FERRALS

Con prisas y un fuerte sentimiento patriótico unitario, el cuatro de noviembre de 1868 se produjo la entrada de los camagüeyanos a la primera guerra de independencia, iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, con el alzamiento de 76 combatientes en el Paso de las Clavellinas del río Saramaguaicán, a tres leguas (13 km) de Puerto Príncipe, en el camino de Nuevitas.

Bajo el nombre de Alzamiento de Las Clavellinas, el comienzo de la insurrección en Camagüey está estrechamente relacionado con la Guerra de los Diez Años, y no ocurrió al unísono por el intempestivo arranque a que se vio obligado Céspedes y, sobre la marcha, por los obstáculos logísticos que los emprendedores miembros de la Junta Revolucionaria de la región debieron vencer, con una vigilancia colonial muy redoblada, para irse a la manigua.

De manera generalizada los conspiradores criollos activos y organizados en la zona mediante la Junta eran conscientes, a esas alturas, de que el colonialismo no cedería un ápice a los intereses de los hijos de esta tierra y que solo la lucha armada y la emancipación total los harían dueños de sus legítimos derechos.

No todos compartían las urgencias de hacer un inminente alzamiento, puesto que la mayoría de los nativos implicados en la conjura eran propietarios de ingenios azucareros y haciendas cuyo producto final, la zafra, y otros renglones, se debían cuidar y se esgrimían como razones para postergar el inicio de esa contienda. También pesaba que su riqueza se sustentaba en el trabajo esclavo, sin predominio de técnicas modernas para sustituirlo.

En medio de esa realidad y contradicciones, llegó el estallido de La Demajagua, el 10 de Octubre de 1868 en Manzanillo, convertido enseguida en Grito de Yara, debido al sitio donde ocurrió el primer encuentro -infortunado para los mambises- con soldados españoles, del otro lado de la ciudad del Golfo, rumbo a Bayamo. Pero adquirió la gloria de ser bautismal.

La acción del Camagüey tampoco resultaba del todo improvisada, fue planificada previamente en grandes reuniones ocurridas incluso antes del levantamiento de Céspedes: una en La finca de Rubalcaba, otra en la propiedad Los Caletones y la tercera en las cercanías de la ciudad central de Puerto Príncipe.

Y cuando pesó más el deber ineludible de unirse a la gesta iniciada por los orientales, se desató un febril ajetreo por aquellos días en la Sociedad La Filarmónica, adonde acudían los principales gestores de la insurrección en el Camagüey, en la procura de fondos financieros, armas y todo lo necesario para la insurrección. Las damas bordaban escarapelas con los colores de la bandera del 51, luego reconocida como enseña nacional.

La historiadora Elda Cento Gómez al referirse al indudable sentimiento de unidad con la causa de los patriotas del centro, señaló al mismo tiempo que la unidad fue un elemento bien esquivo en el futuro del movimiento libertador cubano.

Lo cierto es que los buenos patriotas sintieron entonces que no se podía esperar más y que revestía una gran importancia ir a por las armas, pues había que robustecer la Revolución, tan impetuosamente comenzada, y tratar de conseguir la mayor dispersión y enfrentamiento de los destacamentos de la metrópoli en varios puntos de la Isla.

Expertos afirman que tal acción influyó en la posterior incorporación de la zona comprendida en el antiguo departamento de Las Villas, más al occidente que Puerto Príncipe.

Entre los participantes más connotados figuraron Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía, al frente de la Junta Revolucionaria de entonces; y el joven y brillante abogado Ignacio Agramonte y Loynaz, aunque ellos no estuvieron presentes en el Alzamiento de Las Clavellinas por encontrarse en plena labor preparatoria de la insurrección.

Agramonte pronto honró su compromiso de incorporarse plenamente a la manigua y el 11 de noviembre lo hizo desde el ingenio El Oriente, cerca de Sibanicú. Su accionar se inscribe con letras de oro en la historia de la nación.

¿Cómo se describe aquel glorioso cuatro de noviembre en Las Clavellinas?

Alrededor de las 07:00 de la mañana como se había previsto, los jóvenes insurrectos emprendieron camino hacia el ingenio El Cercado, cuyo dueño era Martín Castillo Agramonte.

Allí Jerónimo Boza Agramonte fue nombrado jefe militar superior del Camagüey y Gregorio Boza, segundo jefe, en tanto el resto de los soldados quedaron organizados en siete pelotones.
Otros patriotas preclaros estuvieron presentes en aquella histórica clarinada: Ignacio Mora de la Pera, Manuel Boza Agramonte, Martín Loynaz Miranda, José Recio Betancourt, Eduardo Agramonte Piña, Francisco Arteaga Piña, Manuel Agramonte Porro, Juan, Manuel, Gregorio y Gerónimo Boza; Augusto Arango, Francisco Sánchez Betancourt y Ángel del Castillo.

Había numerosos implicados integrantes de una misma familia, de ahí que el entrecruzamiento de los apellidos que se nota en esa composición marcó como tónica a ese núcleo inicial y fue una característica de los mambises principeños.

Cuentan que en esa jornada, actuando por su cuenta, los hermanos Augusto y Napoleón Arango tomaron el poblado de Guáimaro y los caseríos de San Miguel de Nuevitas y Bagá. Poco después se verificó la traición de Napoleón, quien se alió a las autoridades colonialistas españolas y fue desenmascarado durante la Junta de Minas.

El 26 de noviembre un inclaudicable Ignacio Agramonte debió ratificar la vigencia de la lucha armada anticolonialista, ante intentos divisionistas de la metrópoli, que minaron la voluntad de algunos. Y continuó la batalla.

Los patriotas del Centro, como también se llamaba a esa histórica región de extensos llanos, supieron comprender ante los hechos la necesidad urgente de su incorporación.

Más, cuando conocieron que el general hispano al frente de la colonia enviaría prontos refuerzos en armas y hombres, a través del Puerto de Nuevitas, contra la insurrección de Oriente y la recién nacida República en Armas, victoriosa en Bayamo.

Ya en tierra, el alijo transitaría por tren hacia su destino. Dicen que Salvador Cisneros Betancourt tras discusiones en pro y en contra, las dio por concluidas cuando dijo: “Señores, yo mañana me iré solo o acompañado a detener ese tren, porque le tengo escrito a José Ramón que las armas no llegarán a manos de Mena; y sepan ustedes, que si llegara a recibirlas, antes habrá pasado el tren por sobre mi cadáver.”

Con la entrada de Ignacio Agramonte, en plena juventud y pujanza, este organizó la fuerza a él subordinada con disciplina férrea, camaradería, valentía y siempre por delante con la fuerza de su ejemplo. La impresionante caballería que organizó es uno de los ejemplos más reales y legendarios de esa epopeya, a la que se incorporaron sus compatriotas de la región el cuatro de noviembre.

Solo su temprana muerte detuvo físicamente al Mayor, que hoy es un héroe tan querido y admirado como entonces.

(ACN)

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