Nunca se es grande del todo para un corazón feliz

La margarita es una florecilla pequeña, de pétalos blancos alargados y botones amarillos que rompen silvestres en los jardines de la primavera. La margarita es inocencia, alegría, pureza sin ornamentos. Es mayo y con Las Estaciones, florece.

Margarita nunca ha visitado el teatro. La Hubert de Blanck, en el Vedado habanero, está repleta: no hay adulto sin niño en brazos. Siento los míos vacíos. ¿Era requisito para entrar? Hacía tiempo que la familia cubana no disfrutaba de una sala llena. Reír, rozar al de al lado, llorar era peligroso. Lo sigue siendo, pero hay una urgencia en la gente por alimentar el espíritu después de dos años de clausura. Es domingo y va a comenzar la función.

En este lugar se presentaron Raquel y Vicente Revuelta, Miriam Learra, Adria Santana… y también Teresita Fernández, cuyas canciones infantiles murmuran las paredes al derredor. Aquí, además, se graduó Rubén Darío Salazar, director del matancero Teatro de Las Estaciones, allá por los años 80´s y hoy presenta un recital de afectos dedicado a Teresita. Todo está cantando en la vida, estrenado en 2019,  ganó el Premio Villanueva de la crítica teatral y el Premio Caricato a la mejor puesta en escena.

Margarita, como tantas niñas y niños, vino con su mamá Arianna a esta fiesta. Arianna hoy está del lado del público, pero en unas horas estará actuando. Arianna Delgado, la actriz, interpretará a la madre de Ana Frank, en la obra teatral de la compañía Ludi Teatro, por estos días en cartelera.

Ella, dentro de muy breve, estará en la piel de otra madre y dirá rasgando sus entrañas: “El día que Ana nació guardé mis botas de escalar montañas, vendí la moto, despedí a todos mis amantes de uno en fondo, les dije: se acabó la gozadera…” Pero eso será después, ahora es la mamá de una Margarita de tres años que nunca ha venido al teatro.

Foto. / Sergio J. Martínez

Salen los actores a escena: luces, títeres, colores, música en vivo. Cuarenta y cinco minutos para el desfile de la belleza. A las cosas que son feas, Zenén Calero, el gran artista del diseño escénico, le pone magia. Pomos plásticos, ventiladores viejos, sogas y cables se transforman en el ratoncito del farol, Vicaria la lechucita, Vinagrito, la muñeca de trapo o las violetas de una palangana vieja. El arte, a pesar de las carencias materiales, puede recrear un mundo de ensueño invaluable.

Estamos todos fascinados. El teatro es un hechizo poderoso. Me desconcentra una manito en mi cabeza. Volteo la vista y el pequeñín del asiento trasero acaricia mi pelo con total impunidad. ¡Ah! “Pétalo suave de lirio que supo secar todo mi llanto”. “Mi pedacito de zanahoria, rayito de sol, mariposita anaranjadita de cartón”. Margarita, a mi lado y sobre los pies de su mamá, interrumpe la complicidad: “shhh, van a cantar”.

Los personajes en escena se nombran: muchacha alegrísima, muchacho sensible, muchacha apasionada, muchacho temeroso. “Cada uno ellos es la propia Teresita, con sus miedos, sus alegrías, sus aprehensiones, su asombro ante el mundo”, afirma Rubén. Y añadiría que somos también todos los que estamos en esta sala llena, un domingo de Mayo Teatral. Aquí asumimos los hijos ajenos como propios, el dolor ajeno como propio, las risas y las lágrimas de otros son las nuestras.

Margarita observa y pone sus manitos en los botones amarillos de sus moños. Su cara rosada y risueña es el vivo retrato de la emoción. Lo que sucede aquí es una lección de ternura y esperanza. No recuerdo la primera vez que fui al teatro. Tal vez, la pequeña tampoco recuerde vívidamente este día, pero hay una luz que se enciende en lo hondo cuando se está expuesto a la belleza. Una gota de rocío para el florecimiento del corazón feliz.

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