A trumpetilla abierta
Por PASTOR BATISTA VALDÉS
No solo Estados Unidos. El mundo entero parece estar al tanto de lo que pueda ocurrir en las próximas horas dentro de ese poderoso país, sobre todo en relación con -o como consecuencia de- la postura adoptada por su saliente gobernante Donald John Trump.
A años luz de lo que siempre imaginó –soñó, previó y maquinó- el presidente número 45 del imperio norteamericano (ser reelecto por amplia mayoría para un segundo período), en cuestión de horas, este 20 de enero, no tendrá más alternativa que abandonar el trono, legado por los votantes a su contendiente, el demócrata Joe Biden.
Su rotunda negativa a participar en la ceremonia de sucesión mandataria –echando por tierra una larga tradición- coincide con información que adelanta el Washington Post, acerca de la partida ese mismo día, antes de que Biden sea juramentado en el cargo.
No será la primera, y posiblemente tampoco la última, expresión de desconocimiento y de irreverencia hacia el triunfo del contrincante demócrata.
Su anticipada alerta de que Biden y sus partidarios jugarían sucio en los comicios, fue tan claramente malintencionada –en opinión de muchos- como la también temprana y hasta risible calificación que les endilgó, al acusarlos de socialistas y comunistas, como si de serlo (nada más alejado de la realidad) cometieran un pecado o delito de lesa humanidad o de merecido e irreversible boleto a los predios del infierno.
El tono de una arrogancia e impertinencia congénitas, que fueron haciéndolo cada vez más impopular, incluso dentro de las filas republicanas, llegó a encrestarse con la incitación abierta a una violencia civil que terminó volcando sobre el Capitolio a miles de ciegos seguidores suyos, autores de un comportamiento tan bárbaro (salvaje) como el que su propio gobierno aplaudió cada vez que la también incitada oposición política emprendía acciones similares contra gobiernos legítimos en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador…
Devenido “colmo” de males, el hecho no solo bañó en lodo al partido republicano y despojó de careta a la aparentemente inmaculada democracia norteamericana, sino que remarcó una situación de inseguridad quizás nunca sentida de forma tan real e intensa allí, al menos por décadas.
No por casualidad, a la usanza de un dedo contra posible gotera (más de sangre que de agua) se ha decidido dislocar a unos 21 000 efectivos en la capital federal, como medida preventiva ante la amenaza explícita de nuevas manifestaciones por parte de trumpistas.
O sea, el llamado hecho por el vencido mandatario a la violencia (nada más parecido a un golpe de estado, anticonstitucional por demás) no concluyó cuando por fin fue disipada la turba que inundó y saqueó al afamado Capitolio. Dicho sea de paso, algunos de los connotados protagonistas de la acción han admitido que el propósito era capturar y asesinar a funcionarios del gobierno electo. ¡Oiga usted!
Todo ello ha sido bien aprovechado por los demócratas no solo para reforzar imagen propia, sino también para solicitar e insistir en un segundo juicio político contra Trump, que si bien no podría destituirlo antes de culminar su mandato (por razones de tiempo) sí puede anular su postulación legal para las elecciones de 2024 e incluso invalidarlo para ocupar cargos públicos en lo adelante.
Si a todo lo anterior se une la difusión del rosario de mentiras dichas por él, barbaridades como la de sugerir inyectarse desinfectante contra el coronavirus, miles de caricaturas ridiculizantes de su figura y una avalancha de memes a raíz de los últimos acontecimientos… es obvio que, amén de la autodespedida que sobre alfombra roja él mismo se prepara, la partida tendrá implícitos más acordes de “trumpetilla” que de bombo, vítores y platillos cuando penetre por última vez en la panza del Air Force One: esa “Casa Blanca voladora” en que pensó viajar eternamente a la gloria creyéndose invencible, superior a todo y a todos; dueño del mundo y el tipo más poderoso de la Tierra, desde que la evolución natural convirtió al mono en hombre.
Estimado amigo Pastor.
El mundo hoy mira con asombro el desempeño en el trono de Mr. Trump. Pero lo más preocupante no resulta su actuación, sino como pudo llegar semejante personaje a es trono y como pudo manetenerse en él durante cuatro largos años. No hay que olvidar como también salió invicto de su primer juicio político, y de los millones de seguidores que aún hoy corren detrás suyo, y que forman parte de todas las clases sociales. Es la salida de las sombras de de la gran enfermedad que corrompe a la sociedad del ansiado modo de vida americano. El efecto Trump no desaparecerá con su salida de la Casa Blanca, solo se esconderá un poco para volver a salir, con más bríos, cuando baje la riada. Soy por naturaleza una persona optimista, pero le aseguro que en ese sentido mi optimismo está bastante malherido.
Aprovecho para preguntarle si aún Felipe y Vento hacen de las suyas por su casa y decirle que mi Murrumiao sigue con sus malcriadeces y gatuneos, mientras yo disfruto de la cama pues no me han mandado al sofá. Mis saludos.
Mi agradecimiento, José David, por tu atinado comentario en torno a este material publicado por Bohemia. Coincido en que “el efecto Trump no desaparecerá con su salida de la Casa Blanca”. El hombre y su equipo de asesores se las ingeniaron para ejercer una fuerte y nociva influencia sobre millones de personas que lo han seguido y siguen aún. Ese, a mi modo, de ver es uno de los problemas que deberá enfrentar la nueva administración Biden, porque hereda una sociedad dividida y no precisamente con buenas intenciones por parte de quienes la han seccionado o polarizado más. Entiendo tu preocupación mucho más al tener en cuenta las características que, por lo visto, distinguen a los seguidores de Trump; al menos a la turba que marchó sobre el Capitolio. En fin, no podemos hacernos muchas ilusiones con respecto a lo que ocurrirrá a partir de este 20 de enero.
En cuanto a Vento y Felipe, en primer lugar mi Reina esposa y yo te agradecemos la pregunta acerca de ambos “personajes” (los gatunos, quiero decir). Y sí; claro que siguen haciendo de las suyas. El primero tan bandido e irreverente como siempre; el otro más atemperado, respetuoso, apacible. No te contaré aquí uno de los más recientes acontecimientos porque me están entrando deseos de contarlo, a modo de crónica, en una “segunda temporada” de ese par de animalitos… para los lectores de Bohemia.
Un abrazo, pues. Y no dejes de leer nuestra revista, compadre, y de expresar lo que piensas acerca de lo que en ella publicamos.