Otra Carmen y siempre… la misma
Otra Carmen y siempre… la misma

Otra Carmen y siempre… la misma

Tras lucidas versiones del sueco Johan Inger, a cargo de la Compañía Nacional de Danza, de España, concluyó este fin de semana la edición 27 del Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso.


Esta es quizás la misma Carmen, atrapada en sus juegos de amor y sensualidad, curtida por sus pasiones y espíritu perjuro; pero a la vez es otra, tan ibera, tan universal, como la magistral versión del cubano Alberto Alonso, reconocida como una de las más famosas del mundo, y perpetuada por la prima ballerina assoluta en su excepcional garbo para interpretarla.

Ante tal precedente, no fue fácil desasirse de cierto enredo existencial; así, con más curiosidad que aprensión, sensibilidad que recelo, asistimos muchos al estreno en Cuba de esta obra, versionada en 2015 por el coreógrafo sueco Johan Inger para la Compañía Nacional de Danza, de España, que lidera el bailarín ibérico Joaquín de Luz desde 2019.

Este montaje coreográfico supuso al artista escandinavo un reto colosal; acercarse al mito de Carmen, tantas veces reverenciado por la crítica y los públicos, se convirtió en una oportunidad excepcional de explorar y experimentar otras visiones de esta mujer, apasionada e irreverente, y su aciaga historia de violencia.

La exigencia individual de aportar un estilo renovado a la obra, incitó a Inger a integrar en la puesta el personaje de un chico, como elemento novedoso; tal vez, a modo de urgir con un halo de candidez y pureza los minutos iniciales que, en el decurso, se trastocaron en exaltación,  venganza y tragedia.

“Hay en este personaje un cierto misterio, podría ser un niño cualquiera, podría ser el Don José de niño, podría ser la joven Micaela, o el hijo nonato de Carmen y José. Incluso podríamos ser nosotros, con nuestra primitiva bondad herida por una experiencia con la violencia que, aunque breve, hubiera influido negativamente en nuestras vidas y en nuestra capacidad de relacionarnos con los demás para siempre”, ha dicho Johan Inger de esta, su coreografía, por la cual resultó laureado con el Benois de la Danza en 2016. 

Otra Carmen y siempre… la misma
Kayoko Everhart tejió a su Carmen con diversos matices.

Esta Carmen no danzó en afinadas zapatillas de raso ni anduvo en estilizadas y gráciles puntas de pies; esta Carmen parecía andar descalza, afincada en su testarudez terrenal, en sus pasiones y erotismo exorbitantes.

En días alternos, las bailarinas Kayoko Everhart y Sara Fernández encarnaron el personaje principal, al cual le imprimieron una energía única que impactó, sedujo y repensó la fábula del famoso montaje, basado en la novela homónima de Próspero Merimée, llevada a ballet por Roland Petit, y en la (re) creación de Inger, dispuesta a convidar a partir de un diálogo singular con el espectador contemporáneo para abordar asuntos tan universales como el amor, las bajas pasiones, la traición, la violencia, el adulterio, la venganza y la muerte.

Cabe resaltar que el desempeño de los intérpretes resultó armónico y pulido en cada uno de los dos actos. Alessandro Riga y Shlomi Shlomo alternaron como Don José y lucieron insuperables en su esencia y carácter, al igual que Benjamín Poirier y Josué Ullate, doblando a Zúñiga; también, el joven cubano Yanier Gómez Noda como el torero Escamillo, una de las primeras figuras de esta compañía española.

De manera general, el cuerpo de baile, los solistas y los roles protagónicos develaron un excepcional dominio técnico y desempeño artístico, desde una estética muy particular de asumir la danza académica, inusual para el espectador de este lado del mundo.      

Durante poco más de una hora y media, la música se convirtió en otro de los protagonistas de esta velada. Cada paso de los intérpretes siguió las orquestaciones de Rodion Shchedrin sobre una suite de la ópera original de Georges Bizet.

Sencillo, funcional y sugerente resultó el diseño escenográfico, creado por Curt Allen Wilmer, el cual con recursos mínimos, compuso y recreó ambientes diversos por medio de inmensos paneles deslizantes, manipulados por los propios intérpretes en el escenario de manera casi imperceptible para el auditorio.

Asimismo, dichos paneles operaron como enormes espejos o pantallas de luz, según el intervalo del relato, lo cual enriqueció el diseño de iluminación de Tom Visser; generó atmósferas sugestivas de extraordinaria visualidad, en una integración coherente que, en el conjunto, reforzó la intencionalidad dramática de cada escena y confirió un tono espectacular a la composición coreográfica.

Otra Carmen y siempre… la misma
El cuerpo de baile, los solitas y roles protagónicos exhibieron un impresionante dominio técnico e histrionismo.

Esta es una puesta en escena con una perspectiva especial de asumir la danza que, sin desatender los desplazamientos propios del ballet académico, se apropia de movimientos, gradaciones que recuerdan el erotismo de los bailes urbanos.

Entre otros de los aciertos significativos, vale destacar, la teatralidad de esta Carmen que, a diferencia de algunas de sus versiones precedentes, incorpora la voz con interjecciones transitorias; expresiones corporales y gestuales propias del mimo; chasquidos, palmadas. Sin duda, con este ballet se aprecian los nuevos horizontes por donde está transitando la Compañía Nacional de Danza, desde hace casi un lustro bajo el liderazgo de Joaquín de Luz y una pléyade de grandes maestros de la danza, cuya notable estética, desasida de pautas y fórmulas tradicionales, evidencia el poder genuino del arte como suceso transformador de la realidad y sus seres humanos.


CRÉDITO

Fotos: Leyva Benítez

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