Pepito, siempre y de todos

Tal vez no sean estas las líneas idóneas para subir a la altura de José Fernández Vega, pero son las que él me hace bajar para seguir andando por los senderos que él zapateó durante más de 60 años


Aunque era de esperar -por el modo en que contra él se ensañó el maldito y progresivo cáncer durante los últimos años- me estremece el fallecimiento de José Reinaldo Fernández Vega: el Pepito de Bohemia, de nuestra prensa, de Cuba completa.

Sé que, por mi roce profesional con él (limitado en tiempo y en espacios, pero muy intenso y cordial en profundidad humana) quizás no sea yo el más indicado, o quien esté en mejores condiciones para teclear, no las líneas que él merece sino las que me resulta imposible evitar.

Es que no podría obviar esos más de 60 años (Pepito despide vida física con 75) entregados febrilmente a los avatares de la prensa, no solo desde que siendo un muchachón se remangó la camisa y metió pecho como formatista en el periódico Sierra Maestra, sino incluso mucho antes, cuando con apenas nueve años de edad tuvo la precoz osadía (necesidad también) de comenzar como aprendiz en una imprenta tunera, precedente de lo que luego haría como ayudante y como operario en otras de la colindante Bayamo.

A Pepito, insisto, no lo conocí profundamente, aunque resulta curioso que profunda sí fue su insistencia, cada vez que un abrazo nos unía en reencuentro, por llevarme para la capital a trabajar en Bohemia, propuesta que, con mi alma guajira (tampoco él dejó de tenerla o de sentirla nunca), yo siempre esquivé.

Para conocerlo, sin embargo, no me hacían falta horas de oficina, de cobertura compartida, como las que él realizó por todo Oriente, en otras partes del archipiélago e incluso fuera de Cuba; ni sesiones enteras de intercambio, con él encabezando tareas asignadas por el Partido, a su más alto nivel.

Pepito es (y ese tiempo verbal presente tiene toda la intencionalidad de lo inextinguible) ese “tipo” campechano, directo, seguro, observador, ocurrente, recio, riguroso, incondicional, caprichoso, “fabricado en humilde hogar” allá por 1947, con varias velocidades para avanzar hacia adelante y ausencia total de la concebida para la marcha atrás.

Si la memoria no me hace tropezar, alguna vez me aseguró que a Bohemia había venido no solo a cumplir una tarea, sino también a disfrutarla y, sobre todo, a aprender “porque en la vida uno se muere aprendiendo cosas nuevas”.

Y, como tú, también se puede morir enseñando, compadre. ¿O acaso piensas que no son lecciones todas tus andanzas por el laberíntico pero apasionante mundo de un periodismo que hoy se inclina en reverencia ante ti? (Me niego a decir ante tus cenizas).

No por casualidad tu nombre integró más de una vez la honrosa lista de candidatos al Premio Nacional de Periodismo José Martí.

Desde hace muchos años, Julito García Luis, Tubal Páez, Antonio Moltó, hoy Ricardo Ronquillo (para no “apretar” diciendo que hasta el mismísimo Ernesto Vera) hubieran podido entregarte dicho premio.

Mas no importa, Pepe. ¿Acaso no te percatas de que en este minuto te lo está entregando Cuba entera?

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4 comentarios

  1. Ompartimos responsabilidades durante varios procesos en la entonces Comisión Electoral Nacional. Su muerte era lo menos que esperaba hoy. Un trabajador muy eficiente. También con muy buen carácter. Siempre joven. Me uno al dolor de sus familiares y amigos.

  2. Querido Pastor, decir que me encantó tu crónica no es novedad, pero en este caso puedo añadir que me conmoviste, hermano. Estupendo tu retrato con certeras pinceladas y colores nítidos, de ese Pepito imposible de pasar por alto para quienes compartimos sus espacios y tiempos con independencia de los grados de afecto, y que se nos queda como presente en el recuerdo agradecido. Como si lo estuviese escuchando ahora mismo, tengo en mis oídos las palabras del también muy fraterno e inolvidable Moltó, quien poco antes de sus últimos días, en la oficina de la dirección de Bohemia y conmigo presente, le preguntó en ese tono tan peculiar con que se comunican los santiagueros de pura sangre: «¿Y por qué no tienes el Premio José Martí». «No depende de mí», fue la respuesta. «Pues hay que ocuparse de eso», dijo el tan queridamente recordado presidente de la UPEC. Pero la vida no le alcanzó para encaminar el pendiente.

  3. Es una verdadera lástima, Victor Manuel, que Pepito se nos haya ido físicamente sin el Premio Nacional, por la obra de toda su vida. Le sobran méritos y condiciones para ello.

    Gracias por tu opinión acerca de lo escrito. Sé que de Pepito se puede estar hablando o escribiendo interminablemente. Otros colegas pudieron o pueden hacerlo mejor incluso. Yo solo hice lo para mí inevitable.

    Un abrazo, Hermano.

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