Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde
Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde

Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde

Segundo jefe de acción del Movimiento 26 de Julio en la entonces provincia de Oriente, valiente entre los valientes, asumió la misión más riesgosa en el levantamiento del 30 de noviembre de 1956.


Muchos no entendieron al principio, cuando durante el curso 1952-1953, en plena tiranía batistiana, Frank País y José Tey se postularon al mismo tiempo para presidente de la Asociación de Alumnos de la Escuela Normal de Santiago de Cuba. La madre de Pepito no ocultaba entonces su asombro: “La amistad entre los dos era muy grande. Eran amigos desde antes, llevaban cuatro años en la misma aula, Frank y su hermano Josué iban mucho a mi casa.

“Le pregunté a mi hijo […] Me responde que no querían que la presidencia de la Normal cayera en manos de ningún otro joven que no compartiera las ideas que había que tener en aquellos momentos […] Los dos se ponen de acuerdo para postularse. Nunca existió rivalidad entre ellos”.

Frank resultó electo en una justa muy reñida pues su amigo recibió una gran cantidad de votos. Al ser proclamado como presidente de la Asociación, advirtió: “Aquí no hay vencedores ni vencidos, aquí somos los dos a luchar juntos”. Y designó a Tey como “delegado de honor” con voz y voto en la directiva estudiantil. “Si Pepito hubiera ganado, hubiera hecho igual”, afirmarían a un periodista años después muchos de los condiscípulos.

Pepito

José Carlos Tey Saint Blanchard nació en Santiago de Cuba el 2 de diciembre de 1932. Era hijo de José, empleado de ferrocarriles, y Olga, ama de casa. En los recuerdos de su madre, “tenía un carácter muy vivo, despierto, independiente (…) Siempre fue muy presumido, exigente con su ropa. Desde niño le gustaban sus ropitas bonitas, planchaditas, limpias, al igual que sus zapaticos. No era de esos muchachos churriosos que andan hechos una mugre. Ya de grande, todas las mañanas antes de salir, había que asentarle la guayabera”.

Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde
De niño, con sus amigos de jugar beisbol.

Sus compañeros de aula lo describen delgado, de ojos semidormidos y voz bien timbrada. Cuentan que le gustaba ir a fiestas y jugar béisbol, aunque también se destacó en el baloncesto. Era enamorado, piropeador y siempre tenía a mano una frase galante para las damas. Le encantaba dar serenatas. Según la docente y destacada combatiente santiaguera María Antonia Figueroa, “no era feo y tenía arrastre entre el estudiantado femenino. Atraía a las muchachas por su manera gentil de ser, era muy caballeroso”.

En el primer año de la Escuela Normal de Oriente (curso 1948-1949), se hizo famoso por las maldades que se le ocurrían. Como cuando lanzó un cubo con agua desde el último piso. Para su desgracia, en ese momento pasaba por debajo un profesor, quien llevó el caso a la dirección. Enseguida se convocó a un consejo disciplinario, que castigó al alumno díscolo con la repetición del grado.

Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde
En su época de estudiante de la Normal.

Ironías de ese viejo topo que es la Historia. Al año siguiente, cuando retornó al centro, lo ubicaron en un aula donde estaba alguien que, junto con él, desempeñaría un relevante papel en la historia nacional de la siguiente década: Frank País. Tal vez en grados distintos, por su diferencia de caracteres, nunca hubieran tenido esa gran afinidad. Pero en una misma clase, compartiendo pupitres y pizarrones, entre ambos surgió una profunda y duradera amistad, cimentada por la identificación ideológica.

Humanismo

Cuando supo que una compañera de aula, que vivía campo adentro de la entonces provincia de Oriente, se comunicaba poco con su madre, la reconvino. “¿Por qué no le escribes más a menudo? Mira que ellas se preocupan mucho por nosotros y hay que quererlas. Mándale a decir cómo estás”. Reiteradamente le insistía: “¿Ya le has escrito a tu mamá? Te voy a llevar a mi casa para que conozcas la mía y veas lo buena que es”.

Aquella muchacha no tenía dinero para festejar sus quince. Ese día se le apareció con un cake y una botella de vino. “Mientras yo exista vas a tener tus cumpleaños”, le dijo. También había confeccionado una tarjeta de felicitación y se la había dado a firmar a varias de las amistades de ella.

Ya dirigente del Movimiento 26 de Julio, mientras se aprestaba para una acción, advirtió que uno de sus subordinados, con casi ninguna experiencia en esas lides, estaba demasiado nervioso. Lo llamó aparte. “Bueno, compay, ¿vas a ponerte así? Todos tenemos miedo”, comenzó a alentarlo. Pronto comprendió que aquel muchacho no estaba preparado sicológicamente para una encomienda de tal envergadura. Y tomó una decisión por la cual se ganó la admiración de los presentes. “Te vas a las seis de la mañana, que a esa hora ya empieza a haber gente en la calle. Ve directamente para tu casa y no hagas comentarios con nadie”.

El revolucionario

El golpe de estado del 10 de marzo de 1952, el cual interrumpió el ritmo constitucional de la república e instauró una sangrienta tiranía, significó una conmoción para la juventud cubana. Fue como si, ante la usurpación del poder por el sátrapa Batista, toda una generación de adolescentes se arrancara los juegos de un tirón para empinarse en una plena adultez. Así sucedió con Frank y Pepito.

Pepito Tey: el lugarteniente del Santiago rebelde
El revolucionario.

Ambos militaron durante los primeros meses de la dictadura en organizaciones insurreccionales dirigidas por veteranos de la Revolución del 30, quienes contaminados por la politiquería, ya habían perdido sus arrestos juveniles. Desilusionados de aquellos estrategas de café con leche cuyas promesas de levantamientos nunca ocurrían y sus alijos de armas siempre eran decomisados por la policía, los dos jóvenes procedieron a fundar su propia organización a finales de 1954, a la que llamaron Acción Revolucionaria Oriental (ARO), que se transformó en Acción Nacional Revolucionaria (ANR) con el ingreso de Jesús Suárez Gayol y varios combatientes de Camagüey.

“Pepito, en toda esa trayectoria, trabajó muy estrechamente ligado a Frank (…) De hecho, es el segundo jefe de nosotros”, puntualizaba José Cala Benavides. Otro joven de entonces, Luis Clergé, confirmaba lo anterior: “En relación con la organización, la preparación y el adiestramiento con las armas, también desempeñó un papel muy importante”.

A mediados de 1955, ante el llamado de Fidel, Frank, Pepito y los militantes de ANR ingresaron en el Movimiento 26 de Julio.

Su último combate

En la mañana del 30 de noviembre de 1956, poco antes de iniciarse el levantamiento armado en Santiago de Cuba, en la casa de San Félix y Santa Lucía, donde el Movimiento 26 de Julio había establecido su cuartel general, sonó el timbre del teléfono. María Antonia Figueroa lo descolgó. Era Pepito: “Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento”.

María Antonia le dio el recado a Frank, quien dijo: “Dígale que está bien, que empiece a la hora señalada”. Ella trasmitió el mensaje. Pepito se despidió: “Adiós, doctora”. Entretanto, la destacada combatiente Gloria Cuadras trataba de sintonizar la radio, buscando información sobre el destino del yate Granma. De pronto escuchó un griterío. “¿Qué es esto?”, exclamó. Todo el cuartel general olvidó la precaución y se asomó a ventanas y balcones. Pepito Tey, en un auto, encabezaba el pequeño convoy de los que asaltarían la Estación de Policía. Sacó su brazo, vestido de verde olivo, con el brazalete rojinegro del 26 de Julio, levantó su fusil M-1 y su voz se dejó oír: “¡Abajo Batista! ¡Ya llegó Fidel!”.

Gloria y María Antonia, desde una ventana, lo saludaron con la mano. Él miró hacia ellas -o al menos ambas mujeres creyeron que las había visto-, y esbozó una sonrisa. Empuñó otra vez en alto su fusil y gritó: “¡Viva Cuba libre!”.

El autor es periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico 2021.

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Fuentes consultadas

Testimonios ofrecidos por Vilma Espín (revista Santiago, 1975) y, Gloria Cuadras (El Mundo, 1968). Entrevistas realizadas por el autor de este trabajo a William Tey, José Cala Benavides, María Antonia Figueroa, Carlos Iglesias y Asela de los Santos. Los libros La clandestinidad tuvo un nombre: David y José Tey Saint Blanchard, su última cita de honor, ambos de Yolanda Portuondo.


CRÉDITO

Fotos: autor no identificado

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