Preludios de un abrazo histórico
Preludios de un abrazo histórico

Preludios de un abrazo histórico

Aquel martes 13 fue bendito. En La Habana se escuchó el primer gran acorde del amanecer latinoamericano. Chávez y Fidel se unieron en un abrazo.


Dicen que en prisión y en enfermedad surgen las plegarias más sinceras. ¿Saben lo que Chávez le pidió a Dios en la cárcel de Yare? “Quiero conocer a Fidel, cuando salga y tenga la libertad para hablar, para decir quién soy y qué pienso. Pensaba mucho en eso: en salir para conocernos”, confesaría el de boina roja y liquilique verde.

Pero no era la primera vez que el hijo de Elena Frías y Hugo Chávez soñaba con el líder guerrillero de la Sierra Maestra. Apenas con 13 años, cuando supo que el Che estaba en Bolivia, en peligro de ser capturado, él imaginó el rescate que debía protagonizar aquel del que tanto hablaban su hermano Adán, el primo Asdrúbal y los hermanos Mendoza. “¿Por qué Fidel no manda unos helicópteros a rescatarlo? Fidel tiene que salvarlo”, se decía.

Quien tras las rejas elevaba su súplica al cielo, años atrás, justo en abril de 1973, en las montañas de Charallave, en los entrenamientos con los aspirantes a cadetes de la Academia Militar, quedó prendido a una frase que escuchó en la radio: “Si cada trabajador, si cada obrero, hubiera tenido un fusil en sus manos, el golpe fascista chileno no se da”. Era Fidel Castro a través de Radio Habana Cuba. “Esto está bueno”, dijo el militar venezolano. Después, cada vez que se veía con alguno de sus compañeros de escucha clandestina, cual ritual, uno empezaba la frase y el otro la completaba.

En la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez, el 2 de febrero de 1989, por primera vez Chávez estuvo cerca del Caballo. Fidel le pasó a pocos metros, tal vez cuatro, en el teatro Teresa Carreño. Él era mayor en la sede del gobierno venezolano y ya tenía estructurado el Movimiento Bolivariano, pero ahí no lo pudo abrazar ni jugar una broma; se paró firme y saludó muy enérgicamente ante el paso del mandatario cubano.

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Fue Eusebio Leal (segundo en la foto, de izquierda a derecha) quien invitó a Hugo Chávez a La Habana. / Estudios Revolución.

Lo que no imaginaba Chávez era que solo meses después de salir de aquel encierro se abrazaría con el autor de La Historia me absolverá, que tanto había releído. Tampoco el Comandante en Jefe le había perdido el rastro desde el alzamiento militar en el Palacio de Miraflores, el 4 de febrero de 1992.

Como el poeta chileno Pablo Neruda, el guía de la Revolución de enero de 1959 también creía que Bolívar despertaba cada cien años cuando despertaba el pueblo, y si los venezolanos estaban en pie de guerra…  

“El fenómeno Chávez hay que seguirlo con atención los próximos meses”, le había escrito Norberto Hernández Curbelo, embajador de Cuba en ese país suramericano, el 28 de marzo de 1994, solo un día después de concedida la libertad al insurgente. Fue la primera noticia sobre él registrada en los archivos del Consejo de Estado cubano.

Los astros también se alinearon para que ocurriera el encuentro de dos nacidos bajo el signo del Caballo, según el horóscopo chino. En julio de ese mismo año, el de la rebelión militar en Miraflores ofrecía una conferencia de prensa en el Ateneo de Caracas, cuando alguien le advirtió de la presencia de un cubano discursando sobre Bolívar en una de las salas del piso superior; de inmediato subió.

Minutos después, entre aplausos y saludos, alguien añadió el ingrediente que faltaba al comentarle a Eusebio Leal que el Comandante Chávez había estado escuchándolo y aún permanecía allí. El apasionado historiador de La Habana atravesó el salón hasta llegar a él, y lo llamó por el nombre guerrillero de su antepasado: “Maisanta”. Y lo abrazó.

El de Barinas habló con admiración de Martí y el más fiel martiano le correspondió el afecto con una invitación:

—¿Por qué no va a Cuba?.

—Yo iría a Cuba, claro. Llévele este mensaje a Fidel: dígale al Comandante que he sido un admirador de su obra y, además, que su obra y su vida me han inspirado –contestó Chávez.

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Fidel y Chávez en el acto fundacional del ALBA, el 14 de diciembre de 2004. / Ahmed Velázquez.

Una vez en la Patria, Leal le comentó sus impresiones a Manuel Piñeiro Lozada, un gran amigo y en su momento, jefe del Departamento América (DA) del Partido, quien probablemente le comentó el asunto al mandatario cubano, pues una segunda nota se registró en los archivos del Consejo de Estado, informando respecto a una conversación entre el líder bolivariano y Eduardo Fuentes, representante en Caracas del DA.

Poco tiempo después, el 12 de septiembre, el nuevo embajador cubano en Caracas desde agosto, Germán Sánchez Otero, se entrevistó con el ex-teniente coronel, le propuso un viaje a la Isla en el contexto de la gira por el Caribe, previo al segundo Congreso Anfictiónico a realizarse en Panamá en 1996. Tentativamente, acordaron la visita para enero de 1995, pero la cita se adelantó.

Ante la visita a Venezuela en ese tiempo de las figuras públicas más visibles de la contrarrevolución miamense; la impertinencia del presidente venezolano en la IV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno sugiriendo cambios políticos en Cuba; y la proximidad de la Primera Cumbre de las Américas a realizarse precisamente en Miami (de la cual fue excluida Cuba); Fidel asestó un golpe bolivariano a quienes entre los días 9 y 11 de diciembre de 1994 decidían el destino del mundo.

***

Es 13 de diciembre. Fidel sabe que recibirá a Chávez en el aeropuerto José Martí. Ver al gigante de verde olivo cuando baje la escalerilla del avión es un sueño. Ante la curiosidad de otros pasajeros que lo descubren en aquel vuelo rutinario, el suramericano explica el motivo de su visita: cumplir la invitación de Eusebio Leal para ofrecer una conferencia sobre Bolívar. Un curioso indaga si podrá ver a Fidel. “Bueno, me encantaría hablar con él”, responde, mas al suponer que es algo tan remoto, en su interior opta por no hacerse ilusiones, contaría a los autores del libro El Encuentro.

“Yo estaba convencido de que no vería a Fidel. La visita, además, era por muy poco tiempo: apenas un solo día. Llegábamos en la noche de un martes y regresábamos en la mañana del jueves. Me imaginaba que el Presidente estaría muy ocupado y me decía a mí mismo: ‘Si no me reciben ni los líderes uruguayos, que no son jefes de Estado todavía; si me sacan el cuerpo los del Partido Comunista de Venezuela, que ni siquiera me dan la palabra en sus reuniones, ¿por qué Fidel tendría que dedicarme una parte de su precioso tiempo?’”.

De la descompresión sufrida por la aeronave minutos atrás y las máscaras de oxígeno colgando, apenas alguien se acuerda. La expectativa de lo que sucederá en Cuba con la visita del militar venezolano supera las supersticiones asociadas al número y día de la semana. Hasta el piloto sale de la cabina a estrecharle la mano. Se escuchan risotadas por algún chiste suyo…

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Las cumbres del ALBA han contribuido a la unidad y al desarrollo de los países miembros. / cubahora.cu

Este martes 13 no es trágico, sino bendito. Todavía está el Boeing en movimiento, se abre la puerta de la cabina, aparece el copiloto con expresión misteriosa. Se acerca al asiento de Chávez e Isea:

–Nos han dado instrucciones de que nos detengamos en otro lugar del aeropuerto, para que ustedes dos desciendan del avión. Los espera alguna autoridad cubana.

— ¿Quién? –pregunta Hugo.

—No, no sabemos. Simplemente informaron desde la torre de control que nos movamos hacia ese otro sitio –le explica el copiloto.

La aeronave se detiene y extienden rápidamente una alfombra protocolar. Son las 9 y 40 de la noche. Ambos pasajeros toman su respectivo equipaje de mano y comienzan a avanzar hacia la puerta. Un hombre alto y sobrio se asoma, pregunta por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, e informa que será recibido por el Comandante en Jefe.

Con su traje de campaña, Fidel avanza hasta el pie de la escalerilla. El de boina roja le pasa sus bultos a Isea. Y en medio de las luces, las cámaras y la sorpresa, irrumpe el primer gran acorde del alba de nuestra América, las bienaventuranzas para los pobres del mundo en la nueva: “El siglo que viene, para nosotros, es el siglo de la esperanza; es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.

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Fuentes consultadas

Los librosChávez, mi primera vida, de Ignacio Ramonet; El Encuentro, y Chávez Nuestro, ambos de Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez.

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