Quien jamás abandonó a un compañero
Quien jamás abandonó a un compañero

Quien jamás abandonó a un compañero

El corazón del Che Guevara era de acero, pero de acero frente el sacrificio; a la par, su alma era noble, sensible y generosa para luchar por los demás. Siempre guiado por grandes sentimientos de amor


A la luz de manuales y metodologías de guerrilla, probablemente el Che no eligió la estrategia más oportuna cuando, consciente del peligro de toparse con el enemigo, avanzó en pleno día por la misma ruta de jornadas anteriores, en inevitable contacto con los lugareños. Pero “decidió correr esos riesgos en virtud de salvar la vida a los enfermos” (de la tropa), contarían los sobrevivientes de la epopeya en Bolivia.

Ante tales circunstancias, el líder envió tres parejas a explorar la zona, una de las cuales aportó la información de que los soldados estaban cerrando el paso y que la otra quebrada prácticamente no tenía salida, pues terminaba en unos farallones. El Comandante Ernesto Guevara de la Serna tomó la única alternativa posible: ordenó ocultarse en un pequeño cañón lateral y organizó las posiciones.

Pablito (Francisco Huanca) cuidaría de los heridos (Moro, Eustaquio y Chapaco; o sea, Octavio de la Concepción de la Pedraja, Lucio Edilberto Galván y Jaime Arana), quienes avanzarían y saldrían del cerco en busca de ayuda médica inmediata, mientras él junto a otros cinco hombres aguantarían el ataque del Ejército.

En la retaguardia

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El argentino fue el primer soldado de la guerrilla en Cuba ascendido por Fidel a Comandante. Foto tomada en El Zapato, zona del Peladero, Sierra Maestra.

El Che actuaba por convicción, no por impulso. Esa filosofía guevariana de no abandonar a sus compañeros la había practicado ya en la Sierra Maestra.

Al hablar de la virtud humanista del amigo argentino, Fidel solía recordar el combate de El Uvero, donde se destacó como “el más distinguido de los soldados» porque siendo médico cubrió uno de los flancos y luego de que concluyó el combate asistió a los lesionados de la guerrilla e incluso a otros del regimiento contrario.

“Y cuando fue necesario abandonar aquella posición, una vez ocupadas todas las armas y emprender una larga marcha, acosado por distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien permaneciese junto a los heridos, y junto a los heridos permaneció el Che”.

Con ellos y unos pocos hombres aptos para la lucha se quedó en un paraje apartado por las proximidades de Peladero, en la retaguardia. Allí estuvieron varias semanas, hasta que todos pudieron reincorporarse a la columna principal.

Humanismo guevariano en Buey Arriba

El jefe de la Columna No.4 del Ejército Rebelde no traicionó a los suyos ni en los detalles más simples de la vida.

Cuenta Ledesme Garcés Rosales, historiador del municipio de Buey Arriba, Granma, que años atrás escuchó decir a su tío, quien fuera combatiente en la Sierra: “El Che era el más humano, el más amigo. Cierto día llegó un hombre con una canasta de plátanos maduros a La Otilia [el último puesto de mando de la Columna] y a todos repartió un ejemplar, pero al argentino le dio dos, entonces él peló uno, se lo comió y el otro, discretamente, lo lanzó por encima de su hombro hacia atrás”.

Entre los pobladores de esa localidad granmense aún trasciende el aporte del Guerrillero Heroico al desarrollo de un lugar inhóspito, Pata de La Mesa, me comentó Ledesme. Porque gracias a su empeño el sitio contó, en tan temprana fecha (1957-1958), con una escuela, una panadería, una tienda, un hospital y otras instalaciones sociales.

Mediante la acción guevariana, muchas familias campesinas conocieron la medicina y demás bondades prometidas por los rebeldes. Más de seis décadas después, allá todavía se le escucha decir a algunos guajiros: “El Che nos hizo gente”.

Filántropo desde chiquitico

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El niño Ernesto Guevara de la Serna cargando a su hermano Juan Martín, junto a su padre.

Grandes sentimientos de amor hacia la humanidad guiaron al guerrillero en su breve, pero intensa vida. Su móvil siempre fue el bien de los demás. Desde niño era así.

“En una oportunidad Ernesto llegó sin el guardapolvo a su casa. Celia le dijo: ‘Ernestito, ¿y el guardapolvo que lo necesito para lavártelo?’. ‘No mamá, se lo regalé a un chico que la maestra le había dicho que mañana no entraba si no tenía guardapolvo’. Compartía cosas que otros chicos no comparten. Le regalaban una bicicleta y se la prestaba a todo el mundo. Cuidadoso de que a sus hermanos, a sus amigos no les pasara nada”, rememoró Carlos Calica Ferrer, amigo del Che, en entrevista concedida al colega Miguel Reyes Mendoza.

Inventar la vacuna contra la lepra fue uno de los sueños en su adolescencia y juventud, junto a Alberto El Petiso Granados y a Calica, con quienes atendió a los leprosos, cuando lo común era el desprecio hacia ellos.

Asistir a este tipo de pacientes se consideraba un acto altruista –por la alta probabilidad de contagio crónico que suponía; sin embargo, el futuro revolucionario y estadista lo hizo en su etapa estudiantil y durante sus viajes por América Latina. Casualmente, el cumpleaños 24 lo celebró junto al personal del leprosorio de San Pablo, en Perú.

De Argentina para el mundo

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«Estaré por el pueblo”, así escribió en su diario, tras el viaje con su amigo Alberto Granados por países de Latinoamérica.

Otro de sus sueños juveniles: viajar con El Petiso y Calica por el mundo, pero como en su motocicleta nombrada La Poderosa II solo cabían dos personas, el segundo tuvo que esperar al año siguiente.

Como un par de misioneros, él y Granados, recorrieron durante nueve meses Argentina, Perú, Chile, Colombia y Venezuela, descubriendo lo que Eduardo Galeano nombraría Las venas abiertas de América Latina.

Las noches en el desierto, el contacto con los trabajadores mineros, ser testigos de los maltratos hacia los indios y otras vivencias le inquietaron el espíritu rebelde al joven estudiante de Medicina. Su diario de viaje terminó con una frase premonitoria: «Estaré por el pueblo”.

Su segundo periplo, con Calica, por Bolivia, Perú y Ecuador, devino reencuentro con el sufrimiento de un continente sometido a poderes imperiales y con las incipientes reacciones populares.

Guayaquil fue el punto donde cambió su trayectoria. Allí supo de las presiones internas y las amenazas de Estados Unidos contra el Gobierno progresista de Jacobo Arbenz, y optó por marchar a Guatemala y no a Venezuela.

Meses después, tras el derrocamiento del mandatario guatemalteco, viajó a México junto a Ñico López, uno de los asaltantes del cuartel de Bayamo, en el oriente de Cuba, por medio del cual entró en contacto con Fidel Castro, líder del movimiento antibatistiano y libertario. La misma noche del encuentro entre ambos jóvenes, ya el Che era uno de los expedicionarios del Granma. Así entró en la historia de la Revolución Cubana y del mundo.

Su caricia era el ejemplo

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“Su estilo era dar el ejemplo. Miraba hacia el hombre del mañana”, dijo Fidel sobre el Che.

En el Che la sensibilidad humana fue una virtud, tal vez silenciosa en comparación con ese carácter espartano que lo acorazaba, pero una luz que la gente aprendió a percibir.

Porque el Comandante Guevara no concedía elogios casi nunca, decía la verdad más cruda sin tapujos, y hasta podía resultar incómodo a veces, pero era, al decir de Fidel y de muchos conocidos, un hombre a quien prácticamente en su conducta no se le podía encontrar una sola mancha y para quien el pueblo era sagrado.

Su caricia era la entrega, el ejemplo. No reservaba un domingo para sí porque creía que el trabajo por un fin común aunaba a los hombres, los hacía mejores personas. Iba a los muelles a cargar sacos con los estibadores; a las minas, a laborar con los mineros; a los cañaverales, a cortar caña. Y eso era, cuando menos, una muestra excelsa de compañerismo.

Aquel 8 de octubre de 1967, cuando eligió el camino menos estratégico, también lo hizo guiado por esa sensibilidad; deseaba y creía posible llegar a un lugar donde los heridos y la guerrilla en general se recuperaran.

Quien jamás abandonó a un compañero
El Guerrillero Heroico sostiene en brazos a dos niños bolivianos, en 1967.

No lo logró, factores adversos se combinaron en su contra: un infiltrado entre el campesinado de la zona los delató, el choque sucedió de día, las condiciones del terreno dificultaban el ocultamiento, un grupo de soldados que iban a instalar un mortero tropezaron con las fuerzas del Che ya en retirada…

Según Fidel, el factor emocional influyó en la elección del Che. “Pienso que él estaba muy afectado cuando se percata de la muerte del otro grupo [el de Vilo Acuña Joaquín, al que intentaron encontrar durante meses] […] yo creo que en ese momento estaba actuando conforme a ese carácter de él –sentía las cosas muy fuerte […] algo tiene que haber estado influyendo mucho en él”.

El sentimiento de quien nunca abandonó a uno de sus compañeros, añadiría yo. Tanto así, que ya prisionero, ante el sufrimiento de su camarada Pacho, víctima de una granada, el Comandante Guevara pidió asistirlo, pero no se lo permitieron.

La muerte le impidió conocer que aquellos enfermos (Moro, Eustaquio y Chapaco), a quienes él tanto cuidó, vivieron cuatro días más; y que cinco de sus hombres sobrevivieron a la cacería imperial.

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Fuentes consultadas

Diarios de motocicleta: El viaje que forjó al Che Guevara (sitio web del canal Telesur, edición del 4 de enero de 2020). Los libros La CIA contra el Che, de Adys Cupull y Froilán González; El diario del Che llega a Cuba, de Hernán Uribe; El Che en Fidel Castro, de investigadoras del Instituto de Historia. Los audiovisuales Calica, el amigo del Che que lo recuerda siempre, en el canal de Youtube de TVSolvision.


CRÉDITOS

Texto: Yurina Piñeiro Jiménez

Fotos: Autor no identificado

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