Recapitular es de sabios

Aquí se habla de la victoria sobre el fascismo y otros asuntos, porque lo acontecido no ha de pasar en vano


Setenta y ocho años después de la derrota de la Alemania nazi, con el esfuerzo esencial, decisivo, de la Unión Soviética, y poco más de tres decenios desde la desaparición de aquella potencia global como líder de una comunidad socialista ya también extinta, no deberían quedar en el proceloso océano de la manipulación mediática… ni porque se vulnera la verdad, ni por la experiencia política que suponen para los que aún creen que el mundo puede vivir en la decencia.

Y vale, porque desvirtuar, camuflar, trastocar, calificar de mala fe y hacer cuento torcido son algunas de las prácticas que no pierden la moda entre aquellos que ayer lo hicieron todo por hundir a la URSS y, hoy, zanjado el “conflicto ideológico” que sirvió de asidero para no pocos y brutales entuertos, persisten en denostar y golpear a ajenos incómodos como Rusia y China en busca de un trono totalitario que cada vez es más pesadilla que sueños para tales interesados.

De ayer y hoy

No hablaremos en demasía de las abiertas permisividad y adulación de Londres y París hacia Adolfo Hitler para que este derivara su maquinaria militar al este, incluidos en tales guiños el abandono de la España Republicana, la anexión de Austria y la ocupación de los Sudetes checoslovacos. Tampoco de la demora por abrir un segundo frente europeo con los nazis atacando suelo soviético y la ulterior premura por darle raudo camino a la altura de los Balcanes como cordón sanitario anticomunista cuando la URSS ya arrollaba a Alemania y el Ejército Rojo trasponía sus fronteras nacionales en marcha imparable al occidente.

    No obstante, los “rusos torpes y erráticos” –se repite hoy– no existen apenas a la hora de repartir glorias. Los “vencedores” de la segunda conflagración mundial radican en el poniente y la URSS se redujo otra vez al ente tiránico, expansionista, mal agradecido y amenazante, hasta su último suspiro, en los noventa del pasado siglo.

    ¿Y los nazis? Pues mudados a los gabinetes de la CIA, los laboratorios nucleares norteamericanos, la burocracia oficial de la República Federal Alemana, o solapados con toda ayuda del oeste en el propio Viejo Continente y en espera de la revancha que la OTAN, con Washington a la cabeza, pondrían en marcha unos decenios después (con la burla a Gorbachov, la marcha militar al este y la guerra provocada en Ucrania), cuando se creyó llegado “el fin de la historia” y convertida en dogma inamovible la presunta eternidad de su imperio.

   Sin embargo, las matemáticas se dicen exactas y se admite que en toda operación las cifras más voluminosas suponen o mayores montos o mayores pérdidas, incluidos en estas últimas los volúmenes más elevados de muerte y devastación como consecuencia de altos, prolongados y exaltados grados de violencia y enfrentamiento.

   Los pueblos de la Unión Soviética bien saben de guarismos terribles. Cerca de 29 millones de sus hijos murieron en la defensa de su tierra y luego más allá de sus divisorias, liberando naciones vecinas hasta la toma de Berlín y la rendición del nazismo germano, el 9 de mayo de 1945.

   Una entrega y contribución sin paralelo al final victorioso en la más devastadora contienda de rapiña imperial impuesta al género humano por la, a su vez, expresión más extrema, violenta y despiadada del capitalismo.

    Y uno se pregunta si con tales fardos de sacrificio puede una nación permanecer impasible cuando, casi ocho decenios después, los riesgos de un desastre similar le son llevados a la puerta de casa, como sucede hoy con el azuzamiento fascista de Ucrania contra Rusia a instancias de Washington y sus escuderos de la OTAN, evidencia clara de que en Occidente los seguidores de los nazis se han estado incubando sin descanso ni control, al son del hegemonismo endémico Made in USA.

   Rusia, a setenta y ocho años de la epopeya soviética, en todo caso reedita hoy, con similares motivaciones a las de la Gran Guerra Patria, otro sagrado episodio en defensa de su integridad y para hundir el peligro cierto de que el más furibundo fascismo tome cuerpo y desate una hecatombe definitiva en alianza con la irracionalidad totalitaria de factura gringo-euro occidental.

El socialismo no se hundió bajo las ruinas del Muro de Berlín ni el colapso de la URSS y sus aliados euroorientales. / dpa.com

Lecciones a tomar en cuenta

Por otro lado, uno mira, no sin asombro, lo que se dice, escribe y amplifica con pasmosa superficialidad sobre los acontecimientos geopolíticos de finales del siglo veinte, que permitieron al capitalismo imperial vender la farsa del “fin de la historia” y la perpetuación del “orden basado en reglas” manuscritas en Washington.

   De una parte, los pretendidos “despedidores de duelos” mandando al socialismo a las criptas del olvido. Muy cerca, los arrepentidos y “engañados” en busca de perdón y anuencia. Y en la acera de enfrente, los empeñados en aprender, en sacar conclusiones y definir causas y responsabilidades, como fuente de hacerlo todo mejor en un futuro que debe barrer errores y vicios propios, persistir ante el siempre presente embate externo, y superar la confusión y el desencanto lógicamente presentes en muchos que creyeron haber perdido el sol y la esperanza para siempre.

    Es que, en puridad, no parece lícito ni real hablar del socialismo como una obra tangible en su totalidad y dimensión cuando nadie empeñado en edificarlo ha llegado aún a la concreción absoluta de sus trazados estratégicos, ni tampoco completado el ejercicio de la táctica propia, autóctona y apegada a las realidades materiales y subjetivas del contexto a transformar, que a partir de la lógica propugna y exige la teoría revolucionaria.

    No lo hizo en setenta años la URSS ni lo ejecutaron las naciones del titulado bloque socialista europeo, todos espacios donde los dogmas, el voluntarismo, las desviaciones, los endiosamientos, las copias al calco, las plantillas, la simulación y la burocracia política sustituyeron el pensamiento sensato y el intercambio democrático en las filas partidistas y con el resto de la sociedad, en medio, por demás, del férreo y horadante cerco capitalista global.

     Dislates que no han sido desterrados aún en otras experiencias progresistas de nuestros días y para las cuales las amarguras del pasado reciente parecerían no existir o formar parte de otra galaxia totalmente ajena.

    Para muchos de los que intercambiamos continuamente sobre estos temas siempre suenan como una amarga advertencia, entre otros muchos referentes, los apuntes de Egon Krenz, el último secretario del Partido Socialista Unificado Alemán (PSUA) antes del descalabro de la República Democrática y su absorción por la Alemania Federal:

 “Si hubiéramos escuchado sin prejuicios, reservas y autosuficiencia los reiterados señalamientos de nuestros camaradas de base y de las fuerzas sociales de la RDA, nunca se habría producido la debacle. Entonces creíamos que en la cima del poder teníamos toda la razón”. Era la explosiva época en que el movimiento de intelectuales del país suscribía que “lo mejor que podía pasarle a la RDA era no dejar de existir y -lo peor- seguir existiendo como hasta ese momento”.

    Penosas y costosas insuficiencias que suelen convertirse en epidemia sistémica y asideros para el ataque externo cuando los poderes populares son atrofiados a cuenta del burocratismo, la arrogancia y la corruptela, a la vez que en seria advertencia para los que aún se proclaman vanguardias revolucionarias empeñadas en crear una sociedad realmente “con todos y para el bien de todos”, siempre “ara y no pedestal”, y donde nadie requiera llamar a una nueva “carga para matar bribones” en medio del descreimiento y la desesperanza.

Número de muertes en la Segunda Guerra Mundial
PAÍSMILITARESCIVILESTOTAL
URSS12.000.000         17.000.000 29.000.000
Polonia597.000   5.860.000      6.270.000
Alemania3.250.0002.440.0005.690.000
Yugoslavia 305.000   1.350.000      1.660.000
Rumania450.000       465.000          915.000
Hungría200.000       600.000          800.000
Francia245.000       350.000          595.000
Italia380.000      153.000         533.000
Reino Unido403.000        92.700         495.000
EE.UU.407.000          6.000         413.000
Checoslovaquia7.000         315.000         322.000
Países Bajos13.700        236.000         249.000
Grecia19.000        140.000         159.000
Bélgica76.000          23.00099.000
Tomado de Historiasiglo20.org

CRÉDITO PORTADA

Un testimonio heroico que no debe ser olvidado jamás. / rt.com

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2 comentarios

  1. Yerra el articulista cuando culpa a la expansión del Capitalismo cómo origen de la II Guerra Mundial. El origen de la II GM, fue el resultado de las imposiciones del Tratado de Vesalles, post I Guerra Mundial, en contra de la Alemania derrotada. Fue rabajada a nivel de esclavitud. Era natural y lógico que ante la aparición de un caudillo, Hitler, que unió a Alemania vieran a un mesías salvador. El Partido Nacionalsocialista (Ideología Nazi), fue un régimen que pregonaba la autárquía. Nada que ver con el Capitalismo. Y anticominista, por antonomasia.

  2. La Primera Guerra Mundial fue producto de las contradicciones inter capitalistas entre las potencias que ya se repartían el mundo y las que quedaron fuera y aspiraban a ascender. La Segunda tuvo un mismo origen porque en la Primera el mundo quedó prácticamente igual, con la agravante de que los aspirantes a potencias globales, como Alemania, resultaron maltrechas en la contienda inicial. ¿Entonces, es son o no en el fondo los litigios hegemonistas del capitalismo los que están en la base de tan horrendos capítulo?

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