Podrá diluviar, el calor abrasar hasta la asfixia, el transporte urbano lucir su más sonada ausencia y el trayecto, desde el centro de la ciudad a la carpa o el teatro, intentar amedrentar al mejor andarín; pero Circuba es y será una plaza de solaz, movilizadora de públicos de todas las edades.
La edición 18 de este Festival Internacional no fue la excepción. Cautivó desde la pasión, la temeridad, las destrezas y el alma misma de los artistas. Cerca de 200 participantes, de casi todos los continentes, subieron al ruedo en esa fiesta de las emociones para darle sabor y vida a cada presentación.
Tras casi un lustro fuera de nuestros escenarios, por razones de diversa índole, la función inaugural tuvo lugar en La Habana, mientras que el teatro Heredia, de Santiago de Cuba, con experiencia en estas lides desde hace años, se habilitó para las competiciones.
Exitoso estreno
Dentro de la habanera carpa Trompoloco, Los esperados y muy bien recibidos sketchs de los payasos Pepitín y Pirulete, del Circo Nacional de Cuba (CNC), lograron con sus respectivos estilos del clown que el recinto en pleno retumbara por las carcajadas de los espectadores.
Malabaristas, acróbatas, equilibristas, gimnastas, ilusionistas desbordaron talento y virtuosismo en sus actuaciones, pensadas para, además de distraer, aproximar al público antillano a la diversidad de variantes, tendencias y estéticas que ahora mismo orbitan en los grandes escenarios del circo mundial.
Uno de los momentos de mayor tensión protagonizó el Centro de Artes Circenses Arena, de Bielorrusia, país con una presencia ya tradicional en nuestras lides y que casi siempre arrasa con los primeros lauros. Esta representación europea, integrada por un dueto de muchachas muy jóvenes, desplegó un audaz número de equilibrio sobre sillas (una pirámide de más de seis asientos), durante el cual exhibió extraordinarias habilidades en un acto comúnmente ejecutado por hombres.
En este mismo género, también hizo gala de profesionalidad, probadas condiciones técnicas e interpretativas, la delegación ghanesa. Igualmente, resultó impresionante y conmovedor el trabajo de pulsadas en equilibrio, interpretado por el acróbata estadounidense Owen Sánchez.
Los monociclos regresaron en diferentes variantes, muchas veces complementando otras especialidades, por ejemplo, combinadas con malabares, como el ingenioso trabajo del italo-español Massimo Rossi.
Asimismo, fascinaron la osadía y el talento de los novedosos actos sobre esos riesgosos vehículos de una sola rueda, también conocidos como uniciclos; ejemplo de ello fueron las elevadísimas jirafas de casi tres metros; o las muy altas torres con mesas desde donde los acróbatas se trasladaban de una posición a otra.
A la carpa los criollos
La comitiva del patio devino una de las celebradas atracciones de la fiesta circense, al lucir ese exuberante y exquisito sabor que siempre encanta al auditorio en cualquier escenario, en Cuba y el mundo.
La Compañía Havana, liderada por Germán Muñoz, apasionó a los seguidores, con uno de unos sus espectaculares números: el columpio acrobático, conocido en su repertorio por la complejidad de las ejecuciones y merecedor de varios lauros en la arena nacional e internacional.
Tras aparecer y desaparecer aves de distintos colores, y hasta a su propia asistente, el joven mago Jeison se ganó una cerrada ovación por un finísimo trabajo de ilusionismo, que ya goza de prestigio a escala local y allende los mares.
A medio andar entre la danza y el arte circense, impresionó el acto de gimnástica con telas de Fabieli Chacón (su nombre artístico es Ronald), quien representó a Cuba en esta disciplina poco frecuente en nuestros predios. A partir de la obra El Fantasma de la Ópera, el intérprete recreó pasajes de la historia, coreográfica y acrobáticamente, y en lo alto del techo construyó imágenes sugestivas con cintas aéreas y el acompañamiento en vivo del tema musical de la famosa pieza.
Una nota de nerviosismo y hasta un poco de incertidumbre, sembró entre los presentes la complicada acrobacia de equilibrio y fuerza, realizada por los adolescentes del dúo Los Dugues, quienes desplegaron destreza y dominio técnico; llegaron a poner los pelos de punta al más ecuánime, cuando uno de los ejecutantes sostuvo a la pareja, única y exclusivamente sobre la cabeza y en esa posición descendió la escalera de la plataforma donde se hallaban.
Históricamente el Festival Circuba significa un verdadero atolladero de cabeza para los organizadores. Durante varios meses se trabaja por dejar a punto un conjunto de detalles en el orden logístico y artístico que involucra a diferentes estructuras e instituciones cubanas y foráneas.
Sin embargo, aunque esta edición no se apartó de ese molde, implicó un reto y sobresfuerzo colosales, dadas las condiciones económicas del país, a lo cual se impusieron muchas voluntades como la del ministerio de Cultura, la de los trabajadores y artistas del Circo Nacional de Cuba, la de las autoridades culturales de las provincias sedes.
Con esta cita se abrieron nuevos derroteros en la tradición del certamen en la Isla, pues la dirección del evento ha incorporado y asumido estrategias de trabajo más acordes con el ciclo de festivales en el panorama circense a escala global, lo cual además de favorecer el intercambio cultural, proporciona acciones comerciales beneficiosas para nuestro país.
Aunque este año se prescindió del anhelado Ecos del Festival, acostumbrado recorrido de la representación artística (cubana y extranjera) por el territorio nacional; los organizadores ya previeron para ediciones siguientes otras ideas más rentables e igualmente atractivas para los habitantes de este archipiélago.
Por lo pronto y enhorabuena, la fiesta entre cuerdas, bastidores, andamios y trapecios ya dio su primer llamado después de la prolongada pausa, bienvenidas sean las sucesivas temporadas.