Revelaciones impenitentes

¿A través de qué ojos contaré mi historia? Al despejar esta interrogante con la voz del narrador protagonista, este transmite vitalidad en 13 relatos, los cuales guían al lector por un fascinante zoco donde coinciden maravillas y miserias de diferente estirpe, todas son provocadoras, hacen meditar largo, tendido…

Dueño de la sátira, en tanto látigo que fustiga, José León Díaz disecciona realidades disímiles con el estilete bien afilado: critica la vanidad, los vicios de las prácticas culturales y los mundillos del ambiente literario, quizá poco conocidos. Irónico, sagaz, aprehende desde ángulos y campos amplios la vida misma, es consciente de que esta sorprende a veces sin alertar. De alguna manera su narrativa deviene un fenómeno antropológico, responde al instinto del juego, incentiva el gusto del ser humano por lo humorístico, pues desmenuza causas, efectos de circunstancias problemáticas, áreas de tensión psicosocial.

Al parecer el autor no olvidó ni un ápice sus vivencias en el grupo Nos y Otros, que supo ser y hacer un humor inteligente, serio, creativo, desde los predios universitarios. De estos componentes hace gala ahora al combinar ingeniosamente pequeños detalles que la recepción debe captar mediante el intelecto bien despierto.

La estrategia de cada cuento está puesta al servicio de la narración cifrada. León Díaz domina la teoría del iceberg de Hemingway: toda historia secreta implica el sobreentendido, la alusión. Su punto de vista acierta, desarrolla la motivación de los personajes que llevan adelante la acción, comunica emociones a través de actantes insólitos –estos son más verosímiles al sobrepasar los límites–, logra sombras y luces en sus retratos.

La ilustración de cubierta es un grabado del destacado artista Luis Lamothe. / Leyva Benítez

La caracterización es un don que el escritor domina al desplegar cierto ojo observador enriquecido por una visión interna consciente del mundo circunstante. Así lo demuestra en Interpolaciones. Gente que no volverás a ver: “En verdad, había manchas en la luna de los espejos. Y manchas de parda llovizna, regalo de los murciélagos, en las paredes. Huellas de humedad. Rajaduras. Alguna contraventana desencajada. Era cierto todo eso, pero, al fin, estaba en este centenario salón del Palacio del Segundo Cabo, el mismo donde florecen los homenajes, o donde entre empujones y codazos son presentados los libros más significativos. Lo nombran el Salón de los Espejos… Me sorprendía del hilo trenzado de poesía, historia y una pizca de epicidad, seguido por mi pensamiento, mientras yo era el centro de un gran acto. Un agasajo por el que había luchado toda mi vida. Un reconocimiento que llegaba, como hubiera dicho Gabriela Mistral en relación con la experiencia, igual que un billete de lotería comprado después del sorteo. Y créanme, lo estaba padeciendo”.

Suficiente libertad tienen los personajes para soltarse, porque en ellos la tensión es una forma de conflicto. León Díaz escudriña aquí, allá, devela intensificaciones de sus rasgos principales; asoma el humor a primera vista, despierta el interés humano por descubrirnos, conocernos, reconocernos mejor.

No es menos cierto que en cualquier situación dramática se esperan contrastes entre lo real y lo ideal, el mito y el hecho. No escapa Zoco… a estas urgencias, lo patentiza en peripecias disímiles. La voz enunciadora del texto está provista de una textura dialógica, en su discurso establece relaciones con las acciones y los afectos de otros personajes implicados en las historias.

De ningún modo las revelaciones impenitentes de este título son inocentes, pero sí rebosan frescura, espontaneidad, convidan al lector a participar en la comprensión de tesis que cuentan incidentes y motivan la reflexión como lo consigue todo acto creativo de notable artisticidad.

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