Ricardo Alarcón: “Hablemos de democracia”

Ante la convocatoria a las urnas del próximo domingo 26 de marzo rescatamos esta entrevista a Ricardo Alarcón de Quesada, realizada años atrás para la revista BOHEMIA, en que el destacado intelectual y luchador revolucionario cubano ofrece una mirada argumentada y analítica sobre el sistema electoral cubano.


Dentro de unos días Cuba estará de nuevo frente a las urnas. Una buena parte de los ciudadanos acostumbrados a este ejercicio y otros que al arribar a 16 años harán uso de ese derecho por primera vez, quizás no entienda por qué la Isla es blanco constante de acusaciones acerca de su sistema político y las elecciones.

–En el mundo de hoy, complejo y unipolar, ¿qué podemos entender por democracia?

En la actualidad a nivel mundial lo que se llama democracia, en muchos casos, es un verdadero fraude. Los países que ejercen la hegemonía, los que tienen el poder económico, los principales beneficiarios de la globalización usan una retórica que cada vez más es completamente hueca. Lo que predomina es la ausencia de democracia.

“Los rasgos esenciales del neoliberalismo en cuanto a las formas de dirigir la sociedad significan dejar al capital actuar sin trabas, lo cual supone reducir el papel del Estado y su función reguladora. Es muy difícil entonces que instituciones democráticas actúen, incluso las concebidas como parte del sistema burgués capitalista, pues cada vez están destinadas a desempeñar un papel menor. Y esta situación se proyecta a escala internacional. Todos los días aparecen informaciones que lo demuestran.

“En Estados Unidos hace muy poco se anunció, así como se informa que va a llover, que por una de las mega fusiones entre empresas habituales allí todos los días, más de mil empleados habían sido despedidos. En ningún momento la noticia menciona que hubo alguna consulta con los trabajadores o los sindicatos. Todos los días se lee acerca de decisiones que afectan profundamente a las personas y no hay referencia de que estas hayan participado en la toma de esa decisión, ni siquiera que fueran informadas previamente.

“Se habla también de acuerdos de libre comercio entre países. Ahora mismo se está hablando del Tratado de Libre Comercio con Centroamérica. En esos países no se han realizado consultas, ni se ha discutido el tema en los parlamentos. Lo que sucederá es que cuando los gobernantes acepten el acuerdo, por la presión estadounidense, lo aprobarán y se convertirá en ley.

“A mediados de los 90, estuvo a punto de aprobarse lo que se llamó el Acuerdo Multilateral de Inversiones. Algo bárbaro, como una especie de ALCA mundial. Según el texto, conocido después, se les daban todos los poderes a los inversionistas. No había ninguna traba. Se podía hasta enjuiciar a los gobiernos que tratasen de obstaculizar el libre flujo de los capitales. Eso significaba que la democracia, como la entendemos desde hace siglos, se ponía patas arriba. Esa negociación se estaba produciendo en total secreto, hasta que una ONG francesa dio con el contenido y lo publicó en Internet. Empezaron entonces las protestas de los parlamentarios de algunas partes del mundo y se opusieron.

“En Cuba todos recuerdan lo que fueron los parlamentos obreros al inicio del período especial cuando la crisis era más profunda. Lo que se hizo fue abrir el debate con la gente acerca de todos los problemas que tenía la sociedad cubana. Eso es lo que se supone sea la democracia. Y en el mundo sucede exactamente al revés.

“Por eso cada vez crece más el descreimiento de la gente por las instituciones democráticas y los partidos políticos, unido a las corrientes abstencionistas. La gente no participa porque no cree, se da cuenta que tiene poco sentido”.

¿Se vislumbra alguna solución para esa crisis de la democracia a nivel mundial?

–La solución es democratizar las relaciones internacionales y en el interior de los países rescatar los principios democráticos básicos que se expresan en el ejercicio de la autoridad por los pueblos. Las naciones tienen que tener capacidad decisoria, no pueden ser sometidos a la voluntad de una potencia extranjera.

¿Pudiera definir las diferencias esenciales entre la forma de elegir en Cuba a los representantes del pueblo, con el resto de las, digamos, más clásicas democracias representativas del mundo?

–Entre esos países hay matices y diferencias. A mi juicio hay varios problemas esenciales, por los cuales históricamente ha sido criticada la democracia representativa. Una es reducir el ejercicio democrático, la participación de la gente, al acto electoral.

“Una famosa frase de Rousseau, refiriéndose al sistema parlamentario más antiguo del mundo, el de los ingleses, lo demuestra: Los ingleses –decía irónicamente– se creen que son hombres libres, pero lo son solo el día de las elecciones cuando votan por sus representantes.

“Toda la propaganda electoral occidental y yanqui habla de elecciones nada más. Eso para ellos ya es democracia. Sin embargo, el concepto a lo largo de la historia no es solo la formalidad del acto de votación, sino el ejercicio de la autoridad, del gobierno por la gente misma directamente o a través de sus representantes.

“Las elecciones en Iraq, en Afganistán, ¿qué fueron? Un show macabro. No importa que esos países estuvieran ocupados, que hubiera tortura, sin contar el fraude y la mentira. Votaron algunos, y ya por eso se consideraron democráticos.

“El segundo problema fue definido por Rousseau como una farsa, una ficción. Se trata de la delegación de la autoridad en alguien, lo cual es la esencia y por lo que se le llama democracia representativa. El representante es el que asume en nombre de los demás. Pero eso solo se podría dar en condiciones de justicia social. Si no hay igualdad entre los hombres, decía Rousseau, no puede haber representatividad. El explotador no puede representar al explotado. Por eso él creía que la democracia era una utopía. Eso no lo descubrió el marxismo, es anterior a la Revolución Francesa.

“Ya en el siglo XX, el austriaco Hans Kelsen explicó cómo la llamada ‘democracia representativa’ moderna no es más que una ficción. En ella el representante no está obligado a actuar en nombre de sus representados, no puede ser su vocero. Para eso hace falta hacer una revolución social. Pasando del campo de la filosofía al lenguaje común y corriente, eso quiere decir que no puede haber democracia con desempleo masivo, con la mayoría del pueblo en la pobreza, con analfabetismo, con latifundio. Primero es la justicia. Eso hicimos en Cuba. Cuando en 1976 comenzamos (en la provincia de Matanzas, dos años antes) el sistema de democracia representativa, antes habíamos liquidado esos males porque se hicieron grandes transformaciones en la sociedad.

“Pero se logró más. Los vecinos son quienes proponen directamente a los candidatos y eligen a quienes quieran y después deciden con su voto quién será delegado. Los candidatos surgen del pueblo mismo, el elegido tiene que responder ante la gente y en cualquier momento también ese elegido puede ser revocado. Además, se trata de mantener la orientación participativa directa de los electores, como tuvo lugar en los parlamentos obreros, en la discusión del Llamamiento del Congreso del Partido, como se hace en el proceso electoral, donde de alguna manera casi toda la población está involucrada: desde la confección de los registros de votantes, o quien en las casas prepara a los niños para custodiar las urnas o integra las mesas electorales, o fue propuesto como candidato. Centenares de miles de electores participan.

“En Estados Unidos, por ejemplo, hace poco una investigación minuciosa denunció que miles de personas no sabían ni siquiera dónde podían votar. En la retórica de ese país, aparecen como aspecto positivo los bajos porcentajes de concurrencia a las urnas. Dicen que el voto es libre, y por tanto utilizan la libertad de no votar. Ese es un reconocimiento de la falsedad de esa sociedad, puesto que si fuera verdaderamente democrática, la gente debiera sentirse motivada libremente a participar en el gobierno.

“En Grecia ocurría exactamente lo contrario. Se reunían en una plaza pública a tomar una decisión. Se sentían motivados a hacerlo porque iban a discutir cuestiones que le interesaban.

“En Cuba, la gente participa en la nominación, en la rendición de cuenta, porque allí los vecinos examinan con el delegado los problemas del barrio. Y claro, no es que sea perfecto nuestro sistema, ni los delegados tienen una varita mágica”.

También suele medirse la democracia a partir de la elección presidencialista o parlamentaria.

–En efecto. Pero los especialistas más serios siempre han cuestionado que el sistema presidencialista sea el más democrático. La clásica democracia es la inglesa, y ellos jamás eligen al rey ni al primer ministro. Son los diputados quienes eligen al jefe de gobierno. Para que el sistema presidencialista sea realmente democrático debería permitir que los electores elijan y deselijan. Todo el pueblo tendría que votar de nuevo. Aparecen encuestas que dan el 90 por ciento de no aceptación de un presidente, y hay que esperar hasta que termine su mandato para que salga del poder, porque no hay revocación.

“En el sistema parlamentario, como el de Cuba, eso sí es posible. Además, crea mecanismos que obligan al gobierno a rendirles cuenta a los diputados. Al crear una relación orgánica con los electores, se propicia que sean ellos quienes gobiernen a través de sus representantes.

“Es decir, el que elige controla al elegido. En el sistema presidencialista, esa posibilidad se le suprime al elector, al restringir su función al acto de votar solo un día por un presidente.

“En cualquier comunidad en Cuba, la gente propone y elige a los candidatos a delegados, quienes una vez electos integran el gobierno municipal. Esos elegidos tienen que rendir cuenta de sus funciones. Pero además el pueblo puede revocarlos en cualquier momento. Hasta un 50 por ciento de los integrantes de las asambleas provinciales del Poder Popular y de la Asamblea Nacional tienen que ser delegados de base.

“Y los presidentes de las provincias, de la Asamblea Nacional y el jefe del Estado tienen que ser elegidos en el seno de esos órganos, de entre sus miembros. Además, el gabinete de gobierno es aprobado por esos delegados y diputados en nombre del pueblo que los eligió, y a ellos rinden cuenta de sus funciones”.

La participación de partidos en las elecciones ha estado también en la diana de la discusión y los cuestionamientos.

–Ese es otro problema de la democracia representativa actual: la partidocracia. El partido decide quiénes son los candidatos. La decisión no le pertenece a los representados, sino a una institución. En Grecia no se le ocurría eso a nadie. Ni siquiera a George Washington, quien en su mensaje de despedida al pueblo norteamericano advirtió acerca de los peligros de dividir el país en partidos. Él mismo había llegado al poder sin pertenecer a ninguno.

“Fue Batista, con el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, quien liquidó el pluripartidismo en Cuba.

“En Cuba, la bancarrota de la partidocracia se hizo total con el golpe del 10 de marzo de 1952 cuando fueron impotentes frente a Batista. Entonces, se perdió por completo la credibilidad en aquellos partidos, que no tenían capacidad alguna de convocatoria. Al triunfar la Revolución, a partir de ese desprestigio institucional se instaura otra idea de república, mucho más auténticamente democrática, con un Partido que como el de Martí no interviene en las elecciones, porque no persigue fines electorales. La historia cubana es muy rica en ese sentido”.

Tomando en cuenta esa historia electoral, desde la Asamblea de Representantes de los mambises, ¿qué rasgos de nuestro modelo actual de elecciones son heredados de las formas que nos legaron aquellos patriotas?

–En cada etapa de las guerras, los mambises aprobaron constituciones, eligieron cuerpos representativos, gobiernos, adoptaron leyes, existió la República de Cuba en Armas, -que abarcaba los espacios liberados-, tenía instituciones democráticas y carecía de partidos electorales. Luego, en la época de Martí contábamos con un Partido que tampoco era electoral. Tenía la función de unir al movimiento patriótico, pero no era responsable de elegir a los delegados que integraban las asambleas representativas y al gobierno que actuaba en el territorio libre. Había hasta rendición de cuenta.

“Ya en ese tiempo Cuba hace uno de sus primeros aportes. En ninguna parte del llamado mundo democrático, se reconocían derechos civiles y políticos a todas las personas. Por supuesto, sin incluir a las mujeres que todavía en el siglo XIX no eran consideradas ciudadanas. Pero incluso hasta los exesclavos tenían esos derechos, cuando en cualquier lugar del mundo se exigían determinados requisitos de ingresos, educación y edad con un sentido restrictivo. De modo que quienes poseían derechos civiles eran gente acomodada y blanca. La lucha desde entonces internacionalmente fue para abrir esas posibilidades. Incluso en unos cuantos países hoy esas siguen siendo demandas.

“En Cuba en 1868 había negros ocupando responsabilidades de jefes del Ejército Libertador e integrantes del gobierno de la República en Armas, un hecho insólito. En Estados Unidos, un siglo después –en 1965– aprobaron una ley para reconocerles a los negros el derecho a votar.

“El derecho de ser electores con que nacen hoy todos los cubanos, y la inscripción universal, gratuita y automática en los registros de votantes, data de la República en Armas. Esas posibilidades se perdieron con la intervención yanqui, que impuso la necesidad de determinado ingreso, nivel educacional y edad para votar. Ello explica por qué votó solo el siete por ciento de la población en aquellas primeras elecciones de 1900. Construyeron una sociedad elitista.

“En aquella República de los mambises, todos podían participar. Lo prueba el hecho de que Ana Betancourt alzó su voz en la Asamblea de Guáimaro para defender a las mujeres, cuando aún las féminas estaban lejos de ser consideradas iguales a los hombres.

“Siguiendo ese ejemplo, ahora los delegados son elegidos por el pueblo para que sigan ligados a él. El pueblo sigue participando de diverso modo en el ejercicio del poder más allá del día de las elecciones”.

Se acusa a Cuba de elegir un modelo democrático comparable con los de la antigua Unión Soviética y el resto de las naciones de Europa Oriental. ¿En qué se diferencian?

–En aquellos países los modelos de elección eran diferentes y ninguno tenía que ver con el nuestro. Algunas de esas naciones contaban con varios partidos, entre ellos el comunista, que sí postulaban candidatos.

La participación ciudadana y la sociedad civil cubana en el sistema político del país ha sido blanco durante años de ataques del enemigo contra la Isla. ¿Podría explicar cuáles garantías y derechos fundamentales sustentan esa participación?

–Parte consustancial de nuestro sistema es garantizar cada vez una mayor participación de la gente. Aquí las decisiones fundamentales se discuten a nivel social. Como norma, no hay una ley que no se discuta ampliamente con los implicados. La Ley de Inversión Extranjera se discutió con todos los trabajadores, al igual que la Tributaria. La Ley de Cooperativas se discutió varias veces con los campesinos. A esos cuerpos legales se les hicieron cambios a partir de las propuestas que se hicieron.

“Los campesinos analizaron ampliamente la Ley de Cooperativas aprobada posteriormente por la Asamblea Nacional, al igual que sucede con otras leyes que se someten a discusión popular. En Cuba la inmensa mayoría de los trabajadores está organizada sindicalmente. Los sindicatos recogen permanentemente las opiniones de sus afiliados.

“O sea, participan. Y no solo durante un proceso electoral como el de ahora, en el que todas las organizaciones sociales son las que arropan, apoyan y sustentan las reuniones en el barrio para que los vecinos nominen a los candidatos y luego se realice la elección en muchos colegios electorales donde trabajarán decenas de miles de ciudadanos. Son además otras decenas de miles los candidatos que son trabajadores, amas de casas, campesinos, intelectuales, gente del pueblo. En la Asamblea Municipal del Poder Popular, es la sociedad civil representada en sus organizaciones la que propone la candidatura para presidente y vicepresidente, de entre los delegados electos.

“Pero también con todas las organizaciones se cuenta en el proceso de discusión de las leyes.

“En las elecciones generales son estas organizaciones las que discuten, analizan y proponen a los precandidatos a delegados provinciales y diputados. Son también decenas de miles los propuestos, que se convertirán en candidatos, si lo tienen a bien los delegados de base reunidos en las asambleas municipales.

“No es perfecto lo que tenemos, pero si se le compara con la ficción de la democracia representativa burguesa, nuestro modelo es un sol resplandeciente”.

–En 1992 se introdujeron modificaciones a la Constitución de la República y al sistema electoral para posibilitar la elección directa por los ciudadanos de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y los delegados a las asambleas provinciales. ¿Qué razones sustentaron aquella reforma?

–Conociendo que toda obra humana es perfectible, que se puede y debe ajustar y desarrollar para hacerla mejor, el objetivo entonces fue precisamente fortalecer nuestro sistema representativo. Entre otras cosas se modificó el sistema de elección. Tengo la opinión de que el sistema que había antes no era menos democrático.

“Nuestras asambleas municipales son los órganos más democráticos que conozco, pues todos sus miembros han surgido directamente del pueblo, postulados por los electores y no por una maquinaria. Y que esos delegados eligieran, en una elección de segundo grado, a los delegados provinciales y diputados por ese territorio, me parece perfectamente aceptable.

“La nueva forma significa un paso de avance. A partir de esa fecha, la Asamblea municipal elige a su candidato y somete esa candidatura al pueblo. De habernos detenido ahí seguía siendo un sistema democrático. Así se eligen en algunos países en elecciones muy indirectas algunas funciones del Estado que nadie cuestiona. En general, los senados son elegidos así. Sin contar que hay países donde los senadores son designados e incluso hereditarios.

“Desde 1992, esa decisión de la Asamblea municipal es aprobada por los electores. O sea, hay un fortalecimiento del sistema y de la representatividad. Recibir el aval del pueblo directamente, sin dudas, es un fortalecimiento”.

¿En qué otros aspectos habría que pensar si se quiere continuar perfeccionando el sistema electoral cubano y de Poder Popular?

–Siempre hay un espacio para mejorar. Cuando se habla de la participación, de la confección de la candidatura, de la elección. Cada una de esas palabras se puede conjugar con mayor o menor rigor, amor, sentido de dignidad y compromiso.

“Tenemos que aspirar a que el proceso de postulación sea cada vez más fundamentado, donde la gente exprese mejor su opinión de los propuestos para que a la hora de escoger entre un candidato y otro se pueda discernir bien. En la medida en que el país se haga más educado y culto se supone que esas decisiones serán también de mayor nivel, lo cual se revertirá en que los candidatos sean mejores. También repercutirá en que las reuniones de rendición de cuenta puedan resultar menos formales y sean un espacio donde se propicie la reflexión colectiva y el análisis más culto y de fondo.

“La clave de todo está en la insatisfacción. En no contentarnos con lo ya logrado y proponernos algo más. Los programas de desarrollo social no tendrían sentido si creyéramos que ya llegamos a la meta. Igual sucede con nuestro sistema político. La conclusión a la que debemos llegar es como la de quien se pregunta: ¿para qué sirve el horizonte si nunca se alcanza? Sirve para avanzar”.

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Un comentario

  1. El pueblo de Cuba elige a sus representantes para que resuelvan los problemas socioeconómicos. El pueblo de Cuba participa en la solución de los problemas socioeconómicos. El pueblo de Cuba propone ideas para solucionar los problemas socioeconómicos. En Cuba gobierna su pueblo.

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