Séptima Sinfonía: una partitura visual

Salimos de la oscuridad con ritmo lento.

Hace doce minutos que los bailarines entran y salen del escenario, piruetas en el aire, giros, gestos acompasados que marcan la introducción de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Cada nota es un movimiento hecho cuerpo bajo las luces y sombras que el público atiende excitado. Las primeras figuras Anette Delgado y Dani Hernández, del Ballet Nacional de Cuba (BNC), ya protagonizaron el primer momento de la coreografía. Con la sala Avellaneda del Teatro Nacional en penumbras, la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, bajo la conducción de su director titular, Yhovani Duarte, está a punto de comenzar el segundo movimiento de la partitura.

Se ilumina el escenario y empieza el allegretto. Dicen que este procede de la marcha fúnebre de una composición anterior del propio Beethoven: Sinfonía Eroica. Supongo que la primera bailarina Sadaise Arencibia lo sabe, o al menos lo intuye, porque lo veo en el espíritu de su baile. Antes había sonrisas en los rostros en escena, ahora la expresión ha cobrado dramatismo.

Sobre un solo pie, delante de un grupo de bailarines, ella se mueve cual reloj marcando el tiempo de la vida. Se separa del resto junto a Darío Hernández, uno de los bailarines principales del BNC. Todas las miradas ahora están sobre ellos. Él la sostiene como si fuera su propósito sostener la nostalgia y cierta dosis de dolor que imponen los violines y los chellos, con esas modulaciones que el alemán Uwe Scholz supo convertir en una partitura capaz de verse y sentirse, y que también tiene por título Séptima Sinfonía.

Las cinco parejas detrás repiten escalonadamente cada paso del dueto principal, mientras Darío, firme, desliza a Sadaise caminando hacia atrás. Pareciera que el peso del futuro y el pasado cayeran de lleno sobre los dos bailarines.

El tercer movimiento de la composición de Beethoven va deprisa y así lo interpretan Chavela Riera y Ányelo Montero, bailarines principales del BNC. Ejecutan pirouettes y arabesques con la energía de este bloque musical que desprende vivacidad, una energía vibrante que también se percibe en el allegro con brío que cierra la Sinfonía. El lenguaje de los brazos, la flexibilidad de los movimientos, delata la coreografía como heredera de George Balanchine y muestra de neoclasicismo.

Chavela Riera y Ányelo Montero, de los bailarines principales del BNC. / Laura Patricia Ruiz

Así como en la música percibo las repeticiones, las veo en la coreografía de Scholz. Descubro que no es fortuito el hecho de que se la califique como una partitura visual. Precisamente eso encontramos, la posibilidad ya no de escuchar, sino de ver la obra de Beethoven.

Una de las solistas del BNC, María Luisa Márquez, y el primer bailarín Yankiel Vázquez, protagonizan el último movimiento. De nuevo los gestos de la pareja principal denotan pasión e intensidad: esa alegría con “omnipotencia orgiástica” de la que habló Wagner al calificar la Séptima…, esa “apoteosis de la danza”, como si la pasión de todo lo viviente, hecha música, fuera la brasa sobre la que se funden los bailarines. No importa nada más que el ímpetu y el ardor que transmiten María Luisa y Yankiel desde las tablas.

Camilo Santiesteban y Narciso Medina los secundan, dos muchachos entre los que se distingue la complicidad en la coreografía. Imposible que no secuestren el interés del público.

Y de nuevo regresa la oscuridad. Sobre un círculo de luz se inclinan todos.

Sí, es una coreografía que no cuenta una historia, no tiene argumento, pero en un sentido muy profundo nos habla de esencias. Séptima Sinfonía absorbe el espíritu de la vida misma y lo transforma en color, cual retales de emoción y desprendimiento. Y arroja esa madeja de altibajos, aliento y empuje a los cuerpos de los espectadores que se dejan arrastrar por ese espíritu en ebullición que retumba al compás de la música, en lo hondo del pecho.

Adivino que lo han sentido porque se levantan, y aplauden, y aplauden, y aplauden.

¿Cómo sentir lo que bailas cuando no se trata de construir un personaje? María Luisa me lo cuenta tras el telón. Me escabullí por una puerta lateral casi desapercibida y llegué hasta ella. Es el primer Festival de Ballet en el que participa como integrante del BNC, solo lleva 7 meses en la compañía, pero acaba de protagonizar el final de la noche.

Los pasos de tacones que van y vienen, las voces de los bailarines y los técnicos, se agolpan a mis espaldas. Pero María Luisa me mira diáfana, con una sonrisa en el rostro, se recuesta a una barra y me confiesa que en este tipo de ballet sale a relucir la personalidad de cada uno; en eso se basan las obras cuando no conllevan desdoblarse en un personaje.

Regreso a la entrada de la sala Avellaneda. Afuera todavía siento la viveza en el aire. Incluso a un grupo de adolescentes que vinieron con su maestra la excitación los desborda. Mucha gente todavía de la que estuvo en el teatro. Unos esperan taxis, otros se van caminando. Pasadas las 10 de la noche, a ritmo lento, salimos a la oscuridad.


CRÉDITOS

Fotos: Laura Patricia Ruiz

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