Un periodista con vocación de ciclonero

Tras casi 12 años de estudios, entre fórmulas químicas, el análisis de la gramática alemana y la estructura de la noticia, Orfilio Peláez Mendoza logró el gran sueño de su vida: convertirse en periodista. Luego de casi cuatro décadas de intenso ejercicio profesional, hoy nos cuenta su historia

Por Liudmila Peña Herrera y Rodolfo Romero Reyes / Fotos: Cortesía del entrevistado


Podría parecer un mito, pero él asegura que es cierto: llegó al mundo “con los genes del periodismo y de la meteorología”. Con ocho años de edad leía los tres periódicos que circulaban entonces: Granma, Juventud Rebelde y El Mundo. Cada noche veía el noticiero de televisión y escuchaba con interés los comentarios internacionales del legendario periodista Luis Gómez Wanguemert. Tanto recortó y guardó noticias publicadas en los diarios, que llegó a tener recopilados y clasificados más de 3 000 artículos, informaciones, entrevistas, crónicas y reportajes sobre el acontecer nacional e internacional.

Si alguien pensó que se convertiría en médico como su padre para sellar así el mágico vínculo entre ambos –que llegaba al extremo de que respondían al mismo nombre–, se equivocó. Orfilio Peláez Mendoza sería periodista, aunque para lograrlo, antes cursaría dos años de licenciatura en Química y cinco de licenciatura en Lengua Alemana.

“Solo me faltó aprobar el examen final de una asignatura para graduarme de alemán, porque en aquella época, si tenías un título universitario, eso te invalidaba para estudiar otra carrera –confiesa–. Obsesionado con hacerme periodista, le di largas al asunto y nunca hice la prueba pendiente. No obstante, me llegó la boleta de ubicación para empezar a trabajar como guía de turista. Entonces quemé las naves y renuncié al vínculo con el alemán. De inmediato, empecé a explorar la posibilidad de entrar a un órgano de prensa, sin importarme la plaza ni el salario”.

A inicios de octubre de 1984, el hijo menor del brillante oftalmólogo cubano Orfilio Orestes Peláez Molina comenzaba a trabajar en el periódico Granma, como Técnico B en Información Científica. Ese sería su único centro laboral en su prestigiosa carrera como periodista científico.

Mas, la historia no había comenzado allí, sino en el seno familiar, donde le habían cultivado su verdadera vocación: 

“Conocedor de mi temprana inclinación hacia el mundo de las noticias, mi padre propició que conociera a varios periodistas, con los cuales mantenía estrecha amistad, y escuchara narrar sus vivencias, en frecuentes visitas que solían hacer a mi casa. Sin duda, aquellas veladas influyeron en afincar mi pasión por el periodismo”.

Cuando se refiere a esa época, le vienen un sinfín de memorias a su mente, de la infancia feliz en Santos Suárez, en el habanero municipio Diez de Octubre; de los juegos en el barrio, la armonía que se respiraba en su casa y el culto a la unidad de la familia. Es imposible entonces que no nos hable de la impronta de su padre, quien lo marcó para siempre con su ejemplo:

“Más allá de haber sido un padrazo en toda la extensión de la palabra, brillante médico oftalmólogo, científico, profesor de los mejores y extraordinario ser humano, mi padre se distinguió por esa tenacidad y consagración que le acompañó en las más de cuatro décadas dedicadas a la investigación para lograr un proceder terapéutico que detuviera al menos la progresión de la retinosis pigmentaria y evitar la ceguera total en el mayor número de pacientes posibles.

“Tampoco se amilanó ante las barreras, incomprensiones y detractores que enfrentó antes de perfilar la técnica quirúrgica creada por él y los demás elementos que conformaron el tratamiento cubano contra la enfermedad, algo inédito en el mundo hasta ese momento”.

Orfilio Peláez, recibiendo el Premio Nacional de Meteorología, en diciembre 2017.

***

Tenía ocho años cuando vivió el primer ciclón. La curiosidad por lo desconocido lo tuvo ansioso e inquieto, mientras los mayores se preparaban para el paso del huracán Alma sobre La Habana. Era el 8 de junio de 1966.

Cuando el viento comenzó a rugir con fuerza y la lluvia se colaba a través de las rendijas de las ventanas, el niño Orfilio aprovechó que su abuelo trataba infructuosamente de amarrar la lámpara del portal para asomarse a la puerta.

“Quedé obnubilado al observar cómo ese fenómeno natural arrancaba de cuajo hasta las más flexibles ramas de los dos árboles plantados frente a la casa, movía a su antojo en incesante vaivén los cables del tendido eléctrico, y convertía en proyectiles pedazos de planchas de zinc y cuantos objetos levantaban las ráfagas más intensas.

“Lo que más me impresionó fue contemplar aquel cielo completamente gris oscuro que había transformado la mañana en anochecer y, sobre todo, la velocidad a la que se desplazaban las nubes más bajas. Al otro día, tan pronto trajeron el periódico, busqué una tijera y recorté cada cintillo, información, mapa y fotos sobre el paso del ciclón, los reportes de daños materiales y las características que lo distinguieron. Con Alma quedó sellada mi vocación de ciclonero”.

Después de 19 años, con unas cuantas notas de temas generales y también científicos, el joven Orfilio Peláez Mendoza se enfrentaría a su primer reto profesional vinculado a un ciclón tropical.

“Mi bautismo de fuego llegó con la amenaza del huracán Kate al territorio nacional, el 18 de noviembre de 1985 –precisa–. Serían cerca de las cinco de la tarde cuando recibí una llamada del director del periódico y capitán del Ejército Rebelde, Jorge Enrique Mendoza, pidiéndome que bajara a su oficina. Sin rodeo alguno, me preguntó si estaba dispuesto a salir para el Instituto de Meteorología con un fotógrafo. Debía redactar una información alertando sobre el inminente azote de ese organismo ciclónico tropical a varias provincias del centro y el occidente del país, incluida la capital (entró a tierra firme por las inmediaciones de Morón, Ciego de Ávila, alrededor de la una de la mañana del martes 19 de noviembre, y salió al mar por el este de La Habana, en horas de la tarde).

“Cuando vi mi amplio reporte sobre el Kate publicado en primera plana sentí que había logrado un anhelado sueño. Aunque llegué al periodismo científico sin preparación previa (excepto en la meteorología), mientras ampliaba la diversidad de temas sobre los cuales escribía, comprendí que la autosuperación permanente era vital”.

–¿Y cómo logró salir del archivo de Granma para dedicarse a la labor reporteril?

–Fue gracias a mi primera experiencia con Fidel, el 19 de agosto de 1987. En aquella época apenas se hablaba de los discapacitados físicos motores en los medios de prensa. Honestamente, pienso que no le dieron mucha importancia al primer congreso de la Asociación Cubana de Limitados Físico Motores (Aclifim) y por eso me enviaron a mí.

“Poco después de las 2:00 p.m. apareció el Comandante en Jefe para asistir a la clausura del evento. Como era su costumbre, hizo infinidad de preguntas y, de pronto, en medio de aquel agobiante calor de las tardes de agosto, preguntó: ’¿Alguien sabe cuál es el récord de temperatura en Cuba, porque si no se está rompiendo ahora, está a punto de hacerlo?’.

“Un colega de Radio Reloj que sabía de mi pasión por la meteorología me conminó a que le respondiera a Fidel. Yo estaba muy tenso por aquella primera cobertura. Sabía que, si las cosas salían mal, sería casi imposible que la dirección de Granma volviera a confiar en mí. A pocos metros de él, le dije que el récord de calor en Cuba era de 38.6 grados Celsius y databa del 7 de agosto de 1969, en el aeropuerto de Guantánamo.

“Mirándome fijo me preguntó si era meteorólogo. Le contesté que aprendiz de periodista. Entonces me dio una palmada en el hombro y exclamó: ’¡Es muy bueno que un joven periodista se especialice y pueda volverse un experto en un tema específico!’.

“Al llegar a Granma, el director me mandó a buscar y preguntó si yo tenía grabada las intervenciones de Fidel. Le respondí que no, que todo lo tenía escrito a mano, en mi libreta de notas. Con el rostro preocupado, me pidió que me sentara de inmediato en la máquina de escribir porque debía entregar el material a lo sumo en dos horas.

“Al día siguiente, cuando ya me disponía a coger el elevador para iniciar mi jornada laboral en el archivo, me avisaron que el director necesitaba verme inmediatamente. Me estaba muriendo cuando toqué a la puerta porque no sabía si la nota que había entregado había gustado o no. Sonriendo, me dijo: ’Para mí usted se graduó anoche y, a partir de este momento, pasa a trabajar fijo en la redacción nacional, no más en el archivo’”.

Durante la presentación del libro de su autoría, Salvar el escudo de la vida.

–Nos decía que tiene una “vocación de ciclonero”. En diciembre de 2017 recibió el Premio Nacional de Meteorología. ¿Cuánto ha representado su labor dedicada a reportar sobre esos fenómenos meteorológicos en su carrera profesional?

–Como buen aficionado, tengo en la casa barómetro (mide la presión atmosférica), termómetro y un anemómetro no profesional (para medir la velocidad del viento). Dispongo, además, de un pronosticador del tiempo portátil que, acoplado a un sensor, me da los valores de temperatura, humedad relativa, cubierta nubosa, presión atmosférica y pone en pantalla cuando hay alguna probabilidad de lluvia.

“En el 2005, al cumplirse los 40 años de creado el Instituto de Meteorología, el presidente de la Sociedad Meteorológica de Cuba (SometCuba), Andrés Planas Lavie, tuvo la iniciativa de hacer con Citmatel un CD que recogiera parte de mis trabajos publicados sobre esa disciplina en Granma. Para sorpresa mía, en 20 años, había más de 800 artículos, comentarios, entrevistas, reportajes, crónicas e informaciones que había escrito acerca del quehacer de las ciencias meteorológicas en Cuba y el mundo.

“Soy fundador de SometCuba desde su creación, el 28 de enero de 1992, y he integrado la Junta Directiva por más de 12 años. En la actualidad soy el secretario general”.

Una de sus pasiones ha sido reportar sobre fenómenos naturales. En esta imagen se le ve realizando una entrevista en la Defensa Civil de Cuba.

–Usted es un ferviente defensor del periodismo científico, con 35 años de experiencia en su ejercicio. ¿Cree que los jóvenes periodistas deberían ser todoterreno primero o recomienda la especialización, incluso desde los años de Academia?

–La especialización es vital para quienes decidan adentrarse en este camino.

“El reportero con dominio previo del tema dispone de conocimientos básicos sobre la disciplina y eso evita que, en medio de la apremiante contingencia natural, el especialista se vea obligado a interrumpir su trabajo para explicarle el significado de términos y conceptos elementales.

“Eso favorece una mayor rapidez en la redacción de las notas, evita lamentables equívocos y permite discernir cuáles son los elementos ineludibles que deben aparecer en las informaciones. No pocas veces hemos escuchado llamar tormenta tropical a un huracán, cambiar el rumbo de desplazamiento del sistema (noroeste por nordeste) o utilizar de manera incorrecta el concepto de tiempo y clima, como si significaran lo mismo.

“Un periodista no especializado tiene más probabilidad de trasmitir un mensaje desvirtuado y carente de objetividad, por sobredimensionar un peligro que puede ocasionar alarma infundada en la población. También puede minimizarlo y provocar que las personas no adopten o retiren las medidas de protección orientadas.

“Especializarse en un área de la ciencia hace que, con el tiempo, el periodista se convierta en un referente de objetividad y confiabilidad y, difícilmente, la fuente rehúya a darle información. Defiendo que, en los inicios de la profesión, los jóvenes sean todoterreno, porque esa condición los prepara para asumir y salir airosos de la más compleja de las coberturas. Ser integral es la antesala de una futura buena especialización”.

–¿Considera que el periodismo científico que se publica en los medios de prensa cubanos está a la altura de la creación científica?

–La presencia del periodismo científico en nuestros medios ha crecido en los últimos tres lustros, pero todavía dista mucho de reflejar en toda su dimensión el inmenso quehacer de nuestros hombres y mujeres de ciencia.

“Nadie cuestiona hoy el protagonismo de la ciencia, la tecnología y la innovación para resolver los problemas más acuciantes de la vida nacional, garantizar la soberanía e independencia de la nación y construir el modelo de desarrollo socioeconómico sostenible y en armonía con la protección del medio ambiente al que aspiramos.

“Sin embargo, todavía no hay un noticiero científico en la televisión cubana, ni existe una redacción especializada en ciencia y tecnología que respalde su salida al aire. Es lamentable lo ocurrido con el programa Antena, que sufrió frecuentes cambios de días y horas de transmisión, pasó de un canal a otro, y finalmente dejó de salir, después de 20 años en pantalla. Otros como A Tiempo y Pasaje a lo Desconocido, enfrentaron situaciones similares en diferentes etapas.

“La aparición del gustado Observatorio Científico pone de manifiesto que hay talento, creatividad y deseos de trabajar entre sus realizadores, pero creo que merece salir en horario estelar y por el Canal Cubavisión. La presencia de la ciencia es ínfima en comparación con la elevada cantidad de espacios deportivos y culturales que trasmiten a diario la radio y la televisión.

“Tampoco la prensa plana escapa a esa subestimación. Si el día que toca publicar el espacio de ciencia y tecnología coincide con una efeméride importante o la celebración de algún evento de suma notoriedad que requiera emplear más páginas, lo primero que se quita es esa sección.

“Me gustaría reconocer, por su incansable labor en defensa del periodismo científico, a la redacción especializada de ciencia y tecnología de la Agencia Prensa Latina y a las revistas Juventud Técnica y BOHEMIA.

“Si algo positivo ha dejado la pandemia de la covid-19 es que nuestro pueblo pudo conocer los rostros de una pléyade de científicos anónimos que literalmente salvaron al país”. 

–A propósito de la Agencia Prensa Latina, ¿cómo fueron sus años como su corresponsal en Chile?

–La estancia en Chile fue el mayor reto enfrentado en mi carrera. Me permitió vivir experiencias imborrables, tanto desde el punto de vista profesional, como en el plano personal. Sin desvincularme con Granma, estuve en la oficina de Prensa Latina (PL) en Santiago de Chile, entre finales de 1997 y mediados de 1999.

“Mi esposa de entonces era la jefa de la redacción de ciencia de PL y fue designada para ocupar la corresponsalía de la agencia en ese país sudamericano. Como yo también era periodista, en vez de viajar con ella en condición de acompañante, fui nombrado segundo corresponsal.

“Trabajar tantas horas bajo presión y escribir sobre los más variados temas de una realidad que no era la mía, me dio mucho oficio y afianzó la condición de reportero todoterreno.

“Allá tuve que reportar los triunfos del tenista Marcelo Ríos, quien llegó a ocupar el número uno del ranking mundial durante seis semanas en 1998; aprender de fútbol para reseñar la participación de Chile en la Copa Mundial de Francia de 1998, y hablar de la forma de jugar de los ídolos de aquella selección, Marcelo Salas e Iván Zamorano; reseñar presentaciones de teatro, conciertos de famosos cantantes y músicos, el Festival de Viña del Mar; y, sobre todo, escribir sobre el acontecer político interno, muy convulso a partir de la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998.

“Entre las coberturas más importantes donde trabajé estuvieron la Cumbre de las Américas, efectuada en abril de 1998, y la presentación en el Congreso chileno del libro El Reencuentro de los Demócratas, del expresidente Patricio Aylwin (el primero en ocupar ese cargo tras el retorno de la democracia). También reporté las protestas callejeras de los que pedían justicia cuando detuvieron a Pinochet en Londres. Por primera vez en mi vida sentí los efectos de los gases lacrimógenos y vi de muy cerca las brutales golpizas con bastones y los chorros de agua a presión lanzados desde vehículos especializados contra los manifestantes. Presencié los violentos incidentes por el 11 de septiembre, aniversario del golpe militar que derrocó a Salvador Allende, y la juramentación de Pinochet como senador vitalicio”.

–¿Quedó en pausa en ese tiempo el periodismo científico?

–La ciencia no dejó de estar presente en mi desempeño reporteril y entrevisté a cuanto investigador chileno accedió a la solicitud de PL; cubrí importantes eventos, como la Feria Internacional del Aire y el Espacio, efectuada en ese propio año; reporté cada sismo perceptible que viví, y escribí bastante acerca del famoso evento ENOS (El Niño/Oscilación del Sur), que influye mucho en las condiciones climáticas de esa nación. Hasta comenté acerca de la aparición de Ovnis sobre el cielo nocturno de la capital chilena.

“No olvidé la ciencia cubana y, además de mandar diferentes artículos para la página especializada del Granma, le di seguimiento desde allá a la trayectoria y evolución del huracán Georges, y al comportamiento de los dos últimos meses de la temporada ciclónica de 1998”.

–¿Y qué anécdotas guarda con especial afecto en torno al periodismo?

–Hay muchas vivencias imborrables, algunas sui generis, como cuando me quedé encerrado en un baño durante casi cuatro horas en la cobertura de una de las comisiones del Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) al inicio de la década de los 90; o cuando me caí en una alcantarilla sin tapa, en Guanabo, en medio de la noche, mientras regresaba de reportar los primeros vertimientos de arena en Varadero.

“En otra ocasión, un familiar discapacitado mental de una científica que había ido a entrevistar, me puso un cuchillo en el cuello diciéndome que me quería matar; y en otra oportunidad, en medio de un receso de las sesiones de un Fórum Nacional de Ciencia y Técnica, en el Palacio de las Convenciones y delante de varios colegas, una mujer me dio una bofetada porque me confundió con su marido.

“También fueron numerosas las ocasiones en que, estando junto a mi papá en sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, diputados y hasta algunos altos dirigentes, se le acercaban para felicitarlo por el trabajo que había publicado en el periódico o para preguntarle de dónde sacaba el tiempo para poder escribir. Algunas veces intentaba explicar que él no era el Orfilio Peláez que escribía en Granma, sino su hijo, pero yo le hacía una seña para que no lo hiciera. Mi padre se reía muchísimo cada vez que eso pasaba y yo me sentía orgulloso de que siguiera ocurriendo.

“El ejercicio de la profesión, a lo largo de 38 años, me ha permitido conocer a seres humanos excepcionales, desde un observador meteorológico que cumple al pie de la letra su valiosa pero anónima labor de medir y notificar el comportamiento de las variables del estado del tiempo, hasta el científico con mayor número de patentes concedidas, o aquellos que no han visto la generalización de sus aportes y siguen adelante con sus sueños y proyectos.

“Y he tenido el privilegio de ver el nacimiento y desarrollo de la industria biotecnológica cubana, cuya máxima expresión son los fármacos innovadores logrados en el país para el tratamiento de las principales enfermedades que afectan a la población cubana, las vacunas contra la covid-19 y su aplicación a escala masiva, a lo largo de todo nuestro archipiélago”.

*Esta entrevista forma parte de un libro en proceso de edición por Ocean Sur.

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2 comentarios

  1. Excelente entrevista a uno de esos periodistas cubanos, un hombre sin infulas ni poses, que de otra forma tal vez estaría casi condenado al olvido.

  2. Este dedicado y magnífico profesional que adora su especialidad es, además, un ser humano sencillo y servicial que siempre tiene una anécdota simpática para contar sobre cosas que le ocurren, con las que podría hacer un libro. Quien goce de su amistad, sin dudas puede sentirse extremadamente orgulloso.

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