Un viaje “amistoso” de la armada norteamericana a Cuba

La mesa fue servida, en lujosa vajilla, por ellos mismos, para intervenir en la guerra hispano-cubana


Mientras españoles fanáticos provocaban disturbios contra su propio capitán general, Ramón Blanco, a causa de la constitución de un gobierno autonomista y los mambises desgastaban a su contrario, un mensaje llegó a Fitzhugh Lee, entonces cónsul general de los Estados Unidos en Cuba.

“Es propósito de este gobierno reanudar las visitas navales amistosas a puertos cubanos. Con tal motivo, el Maine irá al puerto de La Habana dentro de uno o dos días. Tenga la bondad de arreglar el intercambio”, decía el telegrama de Washington.

Consciente del contexto desfavorable, el diplomático respondió ese mismo día: “Aconsejo que la visita se posponga seis o siete días para dar oportunidad a que se calme la reciente agitación. Veré a las autoridades e informaré. El gobernador general está ausente por dos semanas”.

Una jornada después, Fitzhugh Lee les advertía que las autoridades españolas habían manifestado desconfianza: “Los Estados Unidos tienen un propósito ulterior al enviar el barco. Dicen que ello obstruirá la autonomía, producirá agitación, y con toda probabilidad una demostración. Piden que no se efectúe hasta que ellas hayan recibido instrucciones de Madrid y dicen que, si es con fines amistosos, como decimos, la demora no tiene importancia”.

Pero, para entonces, ya el acorazado zarpaba rumbo a la Llave del Golfo. El propio 25 de enero de 1898, el USS Maine fondeó en la rada habanera.

Según Eusebio Leal, la llegada del navío significó, para los estadounidenses radicados en la Isla, un acontecimiento de carácter excepcional, en cuanto a la supuesta intención de garantizarles su salvaguarda. Mientras, para los españoles, resultó un hecho totalmente inoportuno. No obstante, “se le ofreció en el puerto y en la ciudad, una recepción amistosa a los oficiales del buque”.

Nada presagiaba tragedia en la noche del 15 de febrero de 1898. La mayor parte de la tripulación permanecía a bordo. Cuentan que el capitán Sigsbee escribía, en piyama, un informe sobre los sucesos del día. Los jóvenes más entusiastas, probablemente, planificaban las aventuras del cercano carnaval de New Orleans. De pronto, una explosión consternó a la ciudad colonial.

La tripulación del buque, poco antes de la fatal explosión. / loc.gob

Detalles de una catástrofe espantosa

Una llamarada gigante. Trozos del barco salían disparados como proyectiles, llegando algunos hasta los tejados más cercanos a la bahía. Desde los muchos buques que pernoctaban allí, rápidamente se lanzaron unidades de salvamento, tratando de rescatar a los marinos inermes, muertos, mal heridos.

Entonces ocurrió una segunda detonación más devastadora. Muchos de los auxiliados murieron antes de recibir atención médica. De los 328 tripulantes, 254 fallecieron inmediatamente o en las horas siguientes a la explosión.

El capitán general Blanco caminó hacia el Hotel Florida para ofrecer sus condolencias al general Lee. El propio comandante de la nave comunicó lo acontecido al Departamento de la Marina. Mientras, sobre la superficie del agua, yacían despojos humanos, algunos de los mástiles, armas del buque, partes de su estructura.

“No olvidemos que el Maine se había ubicado, dada la situación que vivía el país, en una boya de protección, no precisamente anclado. Estaba en estado de guardia y de vigilia, que impediría por todas las vías un atentado. Un atentado que en principio iban a tratar de atribuir a España, lógicamente, como así lo hicieron”, solía enfatizar Leal, al hablar de la tragedia.

Portada sensacionalista de The World, la competencia del Journal, en el Newseum. / Ismael Francisco.

Cómo la prensa fraguó el pretexto de invasión

A unos pasos de la Casa Blanca, en el quinto piso del Newseum -el museo del periodismo de Washington DC- se encuentran las portadas de The New York Journal de esos días de febrero de 1898, las cuales evidencian cómo la prensa convenció a la opinión pública norteamericana de apoyar el envío de las cañoneras a Cuba.

Sin investigación periodística alguna, basándose solo en el deseo de desencadenar el conflicto y vender más periódicos que la competencia, William Randolph Hearst, propietario del Journal inventó la prueba que necesitaba.

Uno de los titulares de la edición del 17 de febrero de ese medio afirmaba: “La destrucción del Maine fue obra del enemigo”, al tiempo que publicó unos gráficos, –considerados las primeras infografías de la historia– los cuales reflejaban cómo una mina española unida por cables a tierra había provocado la explosión.

“Lo que parece ser la religión de hoy, ya lo tenía muy claro Hearst: no hay nada como el poder de la imagen para dar legitimidad a una interesada conjetura. Los gráficos del Journal, gracias a un estilo técnico engañosamente preciso y serio, desorientan al lector. Parecen haber sido diseñados por ingenieros meticulosos y no por artistas; están más preocupados por el espectáculo que por la fidelidad a los pocos detalles que en aquel momento se conocían de lo que acontecía en Cuba”, explica la doctora en Ciencias de la Comunicación, Rosa Miriam Elizalde Zorrilla.

Para Eusebio Leal, la prensa sensacionalista manipuló la solidaridad que sectores de su país tenían hacia la causa cubana. “Esos amigos de entonces quedaron eclipsados ante la precipitación de los acontecimientos y la declaración de ambas cámaras norteamericanas, de que el pueblo cubano de derecho tenía que ser libre, soberano e independiente. Sin embargo, se abstuvieron de reconocer al gobierno revolucionario y al Ejército Libertador que luchaba por nuestra independencia”.

Muchos entendieron la intervención norteamericana como un hecho de carácter humanitario.

Cortejo fúnebre de 19 víctimas del Maine hacia el Cementerio Colón. / Archivo de BOHEMIA.

Lo que sí sucedió

De inmediato, los estadounidenses culparon a España alegando como causa del desastre, la colocación de una mina submarina. Por su parte, los ibéricos sostenían la posibilidad de una autoagresión de los yanquis en busca de un pretexto que justificara la declaración de guerra.

Ambas naciones constituyeron comisiones investigadoras, pero ninguna pudo definir responsabilidades en la voladura, así lo reconoció el presidente estadounidense Mc Kinley en mensaje al Congreso de su país. Sin embargo, nuestros vecinos exigieron a los otros renunciar a Cuba, lo que unido al grito de “Remember the Maine” de los medios amarillistas, precipitó la guerra hispano-cubano-norteamericana.

Muchas hipótesis se tejieron en torno al hecho. El capitán español Pedro del Peral planteaba como causa probable una explosión interna en la proa y la combustión del carbón. En tanto, su homólogo contrario, Charles Sigsbee, defendía la tesis de un sabotaje externo, pues de probarse un accidente, jamás volvería a comandar.

Una polémica de décadas. ¿Qué pasó de verdad? “La explosión del Maine fue manipulada”, fundamentaría el más fiel a la historia y a La Habana, Eusebio Leal.

A la comisión española no le fue permitido realizar ningún dictamen in situ, por considerarse un camposanto estadounidense. No obstante, en sus averiguaciones con los testigos confirmaron la no presencia de columna de agua ni peces muertos en la bahía tras la explosión; dos efectos inherentes a una detonación subacuática.

Monumento erigido en el malecón habanero, en 1925, a las víctimas del Maine. / granma.cu

Cuando años después se realizó una obra de ingeniería para extraer los restos del buque, vieron las planchas estalladas hacia afuera, lo cual evidenciaba una explosión desde el interior de la nave.

Igualmente, la investigación realizada por el almirante Hyman G. Rickover, experto en balística y asesor de los submarinos nucleares durante el gobierno del presidente J. F. Kennedy, demostró que había sido un incidente interno.

“La voladura de USS Maine fue instrumentada para intervenir en la guerra de Cuba”, afirmaría Leal. Pero, en aquella hora: 9 y 40 del 15 de febrero de 1898, cuando el acorazado voló en pedazos, “todo estaba servido en lujosa vajilla, para que la potencia norteamericana, alcanzase la victoria sobre una antigua potencia europea” y nos arrebatara la independencia que los cubanos acariciábamos.

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Fuentes consultadas

Los textos periodísticos La voladura del USS Maine en 1898: ¡accidente, manipulación e intervencionismo!, de Eusebio Leal (Habana Radio, edición digital del 15 de febrero de 2018) y La independencia de Cuba se hundió con el Maine, de Delfín Xiqués (Granma, edición digital del 14 de febrero de 2018).

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