Dicen que, desde el Faro, algunas noches claras puede verse las luces de Haití.

Tras subir con los pies descalzos (medida obligatoria para proteger la madera del piso), los 144 escalones matizados en rojo, muy estrechos y en forma de espiral, te recibe en la cima la brisa afanosa que viene desde el mar. Es el Paso de los Vientos.

El venidero 19 de noviembre se cumplirán 160 años de la inauguración de este faro, uno de los más emblemáticos de la isla, también conocido como La Concha. Erguido, sobre la punta de La Hembra, resiste hace más de un siglo las inclemencias del tiempo y los feroces soplos de salitre mientras orienta a miles de embarcaciones en su cruce por aguas cercanas.

Al faro le envuelve una paradisiaca playa de arenas blancas. Justo por allí, Cuba abre sus ventanas al sol. Es donde primero amanece. Por esa costa aparece también, cada fin de semana, El Dominguero: un crucero que, según la tradición oral, surte de regalías a esa orilla maisiense siempre que pasa.

Las historias de las “donaciones” de esta popular embarcación son muchas; hay quienes cuentan sobre la recogida de ropas y calzados en la orilla; otros, incluso, dicen tener en casa algún equipo doméstico que llegó a salvo o con algún pequeño defecto, al margen de la playa. ¿Realidad o leyenda? Habrá que asistir un domingo en la noche a ese extremo de mar para averiguarlo. Era martes cuando estuve allí.

En un refugio de haitianos ubicado a pocos metros del Faro montamos el nuevo campamento. Horas antes nos dieron la bienvenida los moradores del reparto de petrocasas, construido gracias a la colaboración solidaria del gobierno de Venezuela, como parte del programa recuperativo tras el desastroso Matthew.

Estar en la mismísima Punta de Maisí, en la nariz del caimán, justo en ese filo del mapa que marcábamos de niños en los atlas escolares, te hace respirar cierto privilegio de cubanía.