Una microcasa para un macroproblema

Un equipo de arquitectos y diseñadores cubanos ganaron una mención honorífica en el prestigioso concurso MICROHOME, con un proyecto de vivienda que busca aprovechar las azoteas de una ciudad


La construcción de un nuevo barrio hala muchísimo dinero. No solo por la preparación previa de las parcelas, solares y calles, por la instalación de redes hidráulicas y residuales, tendidos eléctricos, más servicios de gas y de telefonía, sino también porque, para que la zona se considere verdaderamente urbanizada, se necesita habilitar establecimientos comerciales, consultorios médicos, áreas de recreación, transportación pública, etc. O sea, cuesta una fortuna que no abunda en las arcas del Estado.

De ahí que la reciente Ley 145 del Ordenamiento Territorial y Urbano y la Gestión del Suelo –publicada en diciembre de 2022 en la Gaceta Oficial de la República de Cuba–, en su artículo 54, pondere la preferencia de un modelo urbanístico compacto: las ciudades deberán dar un estirón hacia arriba en vez de expandirse horizontalmente.

Pero como aquello también requiere de otro cuantioso presupuesto, otra opción más terrenal pudiera contemplarse mediante una suerte de acupuntura urbana, en la que espacios subutilizados, o tal vez “despejados” tras derrumbes, pueden revalorizarse con el ingenio de un buen diseño arquitectónico.

De hecho, en enero de este año, un equipo de arquitectos y diseñadores cubanos compuesto por Anabel Morales, Mariángel Pérez, Javier Cuadra y Amaury Hernández ganó mención honorífica en la quinta edición del Concurso Internacional de Arquitectura MICROHOME –auspiciado por la organización estadounidense Buildner, antes llamada Bee Breeders– con un proyecto de módulo de vivienda que pretende nada menos que aprovechar el suelo de las azoteas citadinas.

De izquierda a derecha, Amaury Hernández, Anabel Morales (ambos arquitectos), Javier Cuadra y Mariangel Pérez (diseñadores).

El concurso

MICROHOME no restringe el terreno donde se desarrollan los proyectos concursantes, ni si este es real o ficticio, ni siquiera qué materiales se emplearán en la construcción. Funciona casi como un banco receptor de ideas innovadoras, sin el compromiso de que estas se concreten posteriormente; razón por la que los bocetos que participan, además de conceptualizarse con bastante flexibilidad, son celebrados más por la originalidad de sus soluciones que por la descripción al detalle del diseño.

Los únicos requisitos inamovibles del certamen recaen en que se participe con un módulo de vivienda para un mínimo de dos personas, que no supere un área de 25 metros cuadrados y que, además, resulte autosuficiente (que pueda habitarse sin estar conectado a las redes hidráulicas, eléctricas y residuales de la región).

Según Hernández, uno de los arquitectos del equipo cubano, MICROHOME intenta demostrar cómo la arquitectura y el diseño son capaces de atenuar temas de pobreza, crisis humanitarias o, por ejemplo, resolver viviendas a las personas, de manera rápida, tras desastres naturales. En las diferentes ediciones, muchos galardonados han trabajado en soluciones para algún tipo de problema universal.

Tampoco el concepto del microhome es exclusivo de este concurso, pues otros premios de arquitectura también lo estimulan. En muchos casos, “deja de ser un producto arquitectónico para convertirse en un producto de diseño, que tú compras, ensamblas y lo colocas en un determinado lugar”, acota Hernández.

Antes de lanzarse a competir, los cubanos buscaron información sobre el concurso y descubrieron muchas propuestas que usaban materiales no convencionales, ecológicos en gran medida. Como un caso de viviendas progresivas (que puede variar su superficie útil inicial en función de las necesidades de sus residentes a lo largo del tiempo) en México con materiales reciclados; o casas-botes que, con la ayuda de un sistema de saneamiento, permite a sus moradores encontrar cobijo mientras descontaminan el río.

Por eso, para que su proyecto no fuera tan empírico, los jóvenes cubanos lo pensaron, primero, sobre la base de problemas contundentes del contexto cubano, como el de los damnificados que perdieron sus viviendas por ciclones o derrumbes. Al final, se decidieron por una contrariedad un tanto más cotidiana.

“Enfocamos nuestro proyecto en el alojamiento universitario en ciudades compactas, porque la mayoría de las presentaciones están desarrolladas en descampados o bosques. Y es muy fácil llegar a esos lugares y poner algo, sin embargo cuando lo haces en una ciudad que ya está conformada, ¿cómo resuelves ese problema, sin tener que demoler y hacer un edificio nuevo?”, argumenta Hernández. “La estrategia que usamos, que es aprovechar los techos de las casas, no lo inventamos, es algo que en el mundo se ha ido utilizando”.

Casualmente, la mencionada Ley 145 de 2022, en su artículo 57, ya autoriza a terceras personas la construcción de viviendas por “esfuerzo propio” en azoteas de edificaciones estatales y privadas. Ahora mismo, el susodicho diseño arquitectónico que ganó mención honorífica, más allá de las dificultades tecnológicas que posee para el contexto de nuestro país, pudiera servir de referencia para futuras construcciones.

Representación gráfica del módulo de vivienda, diseñado por jóvenes cubanos que ganó mención honorífica en la quinta edición del Concurso Internacional de Arquitectura MICROHOME. En las fotos, se muestran el primer y segundo nivel del inmueble, respectivamente.

El módulo

Muchas residencias universitarias en Cuba se hallan en las afueras de la ciudad, en lugares remotos y poco comunicados. La propia Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría (Cujae) –donde Anabel Morales y Amaury Hernández estudiaron arquitectura– tiene la suya cerca, aunque lejísimo del centro urbano.

Según Hernández, lograr construir becas estudiantiles en una zona compacta, cuyos servicios fundamentales ya se encuentran funcionando, representa un gran ahorro y un aditivo de bienestar para esos residentes. Solo por eso, cree que el proyecto de su equipo podría ser implementado por una universidad.

Aun así, ¿por qué le convendría al propietario de una casa, o a los vecinos de un inmueble multifamiliar, instalar un módulo de vivienda en el techo? Si bien, en un plano hipotético, podría rentarse el espacio del techo, también está el atractivo de que, al ser la vivienda autosustentable, esta genera su propia energía a partir de paneles solares, y los excedentes pudieran abastecer al edificio e incluso ser vendidos al sistema eléctrico nacional.

Por otra parte, tiene sus propios tanques recolectores de residuos y de almacenamiento de agua. De paso, el agua recircula de forma tal que la misma que se gasta en el lavamanos se usa después para descargar el retrete; y la de la ducha, se recicla para la limpieza. Probablemente, el único inconveniente de este mecanismo es que el líquido que entra inicialmente a la vivienda depende de las lluvias, lo cual funciona en el esquema conceptual de un concurso, mas no con la realidad climatológica de Cuba, afectada por las sequías. Sin embargo, como explica el diseñador del equipo, Javier Cuadra, aquello no impide que se pueda conectar una tubería a la calle. Además, los residuos que se acumulan en el subsuelo podrían también reutilizarse, sea como abono o energía.

Cada una de estas tecnologías existe, solo que habría que meditar qué tan bien se acoplan y rinden dentro del contexto cubano. Por la cuestión ingenieril y el sistema constructivo que se emplea (vigas que por fuera tienen una piel de acero galvanizado, con tejas), el proyecto es tácitamente realizable.

“Es que estamos acostumbrados a diseñar cosas que se produzcan”, dice Anabel Morales, por su experiencia junto a sus tres colegas en el proyecto Espacio: “Queríamos hacer algo que fuera para un concurso, pero también que se pudiera construir”.

“Además, creo que tampoco sabíamos hacerlo de otra manera”, secunda Javier. “Yo no me puedo poner a proyectar una cosa que yo sé que no se puede construir. Así que esto va respaldado con un fundamento económico con el que tú sabes que se puede realizar, aunque no sea el objetivo del concurso”.

“Sugerimos una estrategia de implementación con un fundamento operativo y económico para que sea lo más real posible”, agrega Hernández.

Los módulos pueden fabricarse en serie como si fuera un producto más y luego ensamblarse en la azotea o subirse entero con la fuerza de una grúa. Incluso, pueden montarse varias juntas, una al lado de la otra, o apilarse hasta un máximo de tres niveles a los que, claro, se le añadiría un sistema de escaleras y pasarelas. Tampoco tienen por qué usarse en un techo: pueden hacerlo en cualquier lote vacío, coger el sitio de un derrumbe, que normalmente es estrecho y largo –señala Cuadra, uno de los diseñadores– y colocar varios módulos allí.

Detalles del diseño interior del proyecto.

Y más allá de las tecnologías y el espacio reducido que ocupan, siguen siendo confortables, con un área de estar, cocina, baño y dos dormitorios con camas cameras. Con todos los muebles debidamente ensamblados a las modulaciones de las vigas, y unos sistemas básicos de bisagras y rueditas. De esa forma, los sofás se guardan en las paredes, la mesa del comedor en el suelo, y así con otros elementos del interior. Es más, teniendo en cuenta la dinámica de los estudiantes, se diseñó la casa para que pudieran allí habitar, ya no dos personas, sino dos parejas.

“El estudiante es el leitmotiv, pero el proyecto puede extenderse y utilizarse para aquellas personas damnificadas de un ciclón, como pensamos en un inicio”, dice Hernández.

“Pero barato, barato, no será”, aclara Cuadra. “Decimos que tendrá un costo eficiente con respecto a edificios de hormigón que deben empezar desde cero y, por lo tanto, llevan mucho tiempo. Pero si se utilizan estos modulitos de vivienda de forma temporal, vas resolviendo un problema de vivienda en lo que esperas”.

Quizás uno de los principales atractivos de este tipo de inmueble consiste en que, a diferencia de las estructuras de concreto, puede desplazarse de un espacio a otro si es necesario. Es como un tareco –así lo describió Cuadra– que puede quitarse y ponerse a discreción, eliminándose así su carácter permanente. De esa forma, cuando sea conveniente, la azotea puede retornar impoluta a su estado anterior.


CRÉDITOS

Fotos: Cortesía de los entrevistados

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