Foto. / Jorge Luis Sánchez Rivera
Foto. / Jorge Luis Sánchez Rivera

Una pionerita de ley

Caminaba medio en puntillas, cuando la vi por primera vez; hace unos días. No sé si por hábito o por lo alfombrado del teatro donde decenas de pioneros, padres y educadores de la escuela primaria Frank País (municipio de Plaza de la Revolución) se reunieron para celebrar el acto de fin de curso. Iba ella en silencio, discreta, llana, concentrada… entre la multitud rojiblanca, rojiazul; colores de cubanía y anhelo.

“También así caminaba Nené Traviesa cuando iba al encuentro de un libro de 100 años que no tenía barbas”, cavilé. Las ansias del saber quitaban el sueño a Nené. “¡Quién sabe si esta niña se parezca a Nené!”, seguí pensando. Un “viejito” que sabía mucho –y que escribió La Edad de Oro para los niños, porque los niños son los que saben querer y la esperanza del mundo– decía que todas las niñas son como Nené.

Fue su directora, la respetable María Díaz Rosendo, quien me dio la luz: Silem Neftalí Montero Borges tiene 13 años y durante tres cursos consecutivos –4to., 5to. y 6to.– fue jefa de colectivo de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM). Única en su clase. No por gusto, sino por su disciplina, liderazgo, participación en actividades, cualidades y éxitos académicos, mereció el diploma de alumna más integral de su graduación.

Paciente, aguardé. Quería –debía– hablar con ella, con sus padres allí presentes, con su profesora-guía… Al final del acto, en un recodo del pasillo, en 20 minutos intercambiamos lo suficiente como para esbozar este pequeño óleo de una princesa con pañoleta.

“Es poco conversadora y tiene miedo escénico”, me presentaron a la niña. Sin embargo, su proyección durante el discurso que acababa de dar a auditorio lleno no indicaba lo mismo. Tampoco su montaña de presentaciones en concursos de conocimientos, seminarios martianos, obras de teatro en matutinos, actividades de diversa índole a las que fue convocada a declamar o hablar. Tales aderezos del universo pioneril gravitaron alrededor de un promedio docente de 99.42 puntos, y las responsabilidades en la presidencia de la OPJM.

“Me gustan las ciencias y los números, aunque también las lecturas y la historia”, y sonreímos con lo que parecía una respuesta indecisa o complaciente, pero que en verdad era el tácito reflejo de su integralidad.

“Ella es afable, solidaria, voluntariosa, incondicional, participativa y sobresaliente en todas las asignaturas”… los adjetivos elogiosos parecen no caber en boca de la maestra Lourdes Vila Seoane, en el apremiante intento de definirme a la discípula. Me lo dijo con ojos cristalinos, aguados por la mezcla de beneplácito y nostalgia porque su alumna ejemplar, y el resto de sus niños, salían a conquistar nuevas metas en la secundaria. “Por lo menos quedo satisfecha. Todo es un ciclo”.

Lourdes me traspasó ese perfil de “maestra a la antigua”. Apenas uno las ve intuye que son un “evangelio vivo”, que tienen el “don divino” de hechizar y pilotar a niños tan dispares, tan rebeldes, tan niños; de esas que nunca dudan y –a pesar de los pesares– están en su sitio. No recuerdo detalles de mis maestras primeras, sí guardo impresiones positivas y deuda honda.

El cariño de la casa

Mucho agradece a sus padres y maestra. Foto. /Jorge Luis Sánchez Rivera.

Cuando llega a la casa hace las tareas, ayuda a mamá en lo que puede, sobre todo cuidando a su hermanito Roger, y gusta de jugar con su gato, al dominó o a los escondidos. Silem aprecia el rol familia: “Si no fuera por mis padres no sería ni hubiera logrado nada”, expresó la pequeña, de tamaño, pues sus dicciones son de alguien muy grande. Esa capacidad de análisis y gratitud generó un instante conmovedor.

Con un rosal en la diestra, el padre la miraba con magnánima ternura, como miran los padres a los hijos que son sanos y felices. Elevándola. “La niña es inteligente, sabe escuchar, razonar y comportarse adecuadamente en distintas situaciones. Aunque el hecho de ser estudiante destacada significa también sacrificios y exigencias mayores para ella y nosotros, la apoyamos y acompañamos en todo lo posible. En casa funcionamos como un equipo, que completan los abuelos maternos Eneida y Nelson”, asentó Roger; un técnico forestal que no halló terreno fértil en su campo y optó por dar un golpe de timón a su carrera, convirtiéndose en chofer.

Con Gerardo Hernández, en uno de los varios actos en los que ha participado como pionera vanguardia. Foto. /Cortesía de la familia.

Tampoco pudo contener el regocijo a flor de labios Yuneidis, la madre, de oficio enfermera. “Desde los cuatro años la niña se sabía completo Los Zapaticos de Rosa, hacía trazos y figuras. Como estudiante ha participado en el recibimiento a los médicos que estuvieron en Lombardía, en centros de aislamiento, en barrios vulnerables y en muchos otros espacios a los que ha sido convocada”.

–¿Entonces a quién salió la hija? –lancé al círculo, cual granada de juguete que causa más cosquilleo que humo.

–Al padre –me siguió la rima Yuneidis. Ahí me convencí de que Silem es fruto de un hogar donde se reafirma que la cuna es la primera escuela. Sus padres sembraron en ella un jardín de valores humanos y la idea de que el conocimiento es siempre útil y nunca sobra, que es la mejor mochila que puede cargarse a lo largo del camino. Buen ejemplo para tiempos en que la familia cobra importancia vital.

Bañada de luz

“A mis amiguitos y a todos los niños les diría que sean felices, que estudien bastante y se esfuercen al máximo porque eso valdrá la pena en el futuro. Así estaremos más preparados siempre. ¡Ah, y nunca podemos olvidar a nuestros maestros!”, aconsejó.

“¿Cuando sea grande?… bueno, quisiera ser abogada. ¿Por?… pues porque me gustaría defender a mis amigos”. Una personita, una pionerita de ley.

Así, sin aspavientos, como las estrellas que orbitan por su cauce sideral; con la mente inquieta de un colibrí: anda, vuela, bebe el néctar del saber. Silem Neftalí va llenando el río de su vida con pequeñas gotas y abrigándose cual crisálida con un traje humilde y hermoso, de esos que no tienen precio; a la medida. Con cada paso asciende, crece. Desde estas líneas bohemias le deseamos muchos éxitos en su trayecto y que, como la tierra cada mañana, esté bañada de luz.

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